Archivos Mensuales: marzo 2018

Contra la censura de la muerte y el silencio, las artes de las mujeres

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Oaxaca de Juárez, a 23 de marzo de 2018, a un año y dos días del asesinato de Miroslava Breach, a dos años 34 días del asesinato de Anabel Flores Salazar, a un tiempo de dolor por las periodistas que en México han sido masacradas para acallar las voces de sus pueblos

 

El feminismo, o por lo menos el despliegue de diversas ideas feministas sobre el quehacer de la humanidad, debe ser leído también como uno de los más poderosos ejercicios políticos y teóricos contra la censura. El ficticio rápsoda griego Homero, los mandantes del asesinato de Miroslava Breach, los aristócratas y burgueses que durante tres siglos colgaron los cuadros de Sofonisba Anguissola escondiendo su autoría bajo el nombre de Tiziano, los fundamentalistas religiosos que no consideran a las mujeres como personas con derecho a la educación, los defensores de la discriminación de género, las casas editoriales que prefieren publicar las obras de hombres por considerarlas universales y desatienden a la literatura “particular” de las mujeres, tienen mucho en común. Las acciones y juicios de estos hombres que se consideran representantes de lo universal expresan un rechazo al valor y la calidad de las ideas y palabras femeninas y al derecho a ser recordadas. Todos ellos desacreditan activamente las formas con que las mujeres expresan el estar en el mundo de una sociedad completa.

El nexo que corre entre la descalificación, el impedimento y la censura de lo pensado, creado y escrito por mujeres sólo pudo ser develado por una transformación ideológica, una revolución de la mirada y una crítica económica tan poderosa como lo fueron los pensamientos de liberación de las mujeres que aparecieron en la historia del feminismo a mediados del siglo XX.[1]

Decía Corina, poeta de Beocia que escribió en el 2° siglo antes de la era común, que la misma musa Terpsícore le había inspirado los cantos que profería y que tocaban temas de buena vida, belleza, claridad expresiva, técnicas de tejido y bordado, vida y economía de la ciudad de Tanagra. Como muchas otras transmisoras de la experiencia histórica de las mujeres, es decir de la mitad del género humano, fue escuchada en su tiempo y poco después de su muerte se pusieron en acto todos los mecanismos de control y poder para borrar su memoria, silenciar sus palabras; en fin, para olvidarla.

El olvido en la vida de una persona es un mecanismo psíquico, pero en historia es un resultado. A lo largo del tiempo, una sociedad olvida aquello que los sectores que la gobiernan impiden que se transmita y recuerda lo que es repetido hasta convertirse en modelo. La escritura ha sido el medio más utilizado por la historia a) para afirmarse como disciplina de organización social y del saber, b) para promover ejemplos que validen los modelos sociales y personales a seguir, c) para censurar lo que los sectores dominantes no desean que se sepa: es suficiente dejar de copiar o editar a una escritora para que no se la recuerde y generalizar que las mujeres escriben poco o nada de valor que merezca ser recordado. El olvido es un mecanismo para intervenir el presente, para impedir alternativas a lo que la historia reproduce y fija como verdad. De ahí que la memoria subjetiva, grupal, con lagunas y aún mitológica, la memoria de experiencias colectivas, de perversiones de la norma, de logros disimulados, la memoria de actos de generosidad, de sistemas de producción, de luchas compartidas, sea un medio fundamental de sobrevivencia. Las artes se alimentan de memoria, nada se crea sin recordar que se puede crear.

Desde 2015, cada año es “el más violento” contra la prensa en México. En 2015, se registraba una agresión cada 22 horas contra un/a periodista, 397 agresiones físicas incluyendo 7 asesinatos.[2] En 2017, ya se realizaba una agresión cada 15 horas, un 20% más que en 2016, siendo en la mitad de los casos responsables funcionarios públicos.[3] Contra las mujeres a los actos de intimidación, las amenazas, los ataques físicos o materiales, se suman agresiones de orden sexual, materiales y simbólicas, así como amenazas a la seguridad de las personas queridas. Los asesinatos de las y los informadores son propios de un estado de guerra o de criminalidad coludida con la falta de respeto a la propia institucionalidad del derecho, lo cual es una práctica de silenciamiento que las mujeres han sufrido por siglos.

Escritoras, filósofas, maestras, y aún monjas, para defenderse de las agresiones contra sus dichos y escritos (de las iglesias con sus inquisiciones, de los estados con sus leyes y de la autoridad familiar del padre o el marido) tuvieron que apelar a hombres de poder para ser defendidas o desafiar instituciones que criminalizaban la palabra independiente de la mitad de la humanidad por su condición de mujeres. A las acusadas de brujería ningún hombre se atrevió a defenderlas; a las escritoras que desde Christine de Pisan en el siglo XV hasta las Preciosas, en el XVII, dieron pie a la Querella de las Mujeres, un debate de tres siglos entre escritoras y escritores acerca de la dignidad intelectual de las mujeres, sólo poquísimos hombres de la Modernidad inicial se atrevieron a apoyarlas, básicamente el cartesiano francés Poullain de la Barre y el benedictino ilustrado español Benito Feijoo, quienes defendieron el acceso al estudio de las mujeres para paliar una desigualdad social que se sostenía en prejuicios y despojos.

La censura contra la voz de las mujeres ha tomado a lo largo de los siglos varias modalidades y hoy vuelve a despuntar en la persecución de las periodistas que como mujeres han criticado la política de sus países, levantando la voz contra el autoritarismo, el militarismo o la corrupción. Pienso en el asesinato a tiros en el ascensor de su casa de Anna Politkovakaya pocos meses después de sobrevivir a un envenenamiento. Escribía sin tomar partido acerca de la guerra ruso-chechena, denunciando las políticas antidemocráticas de Vladimir Putin y sus abusos de autoridad. Pienso en el acoso, el secuestro y las amenazas sufridas por Lydia Cacho cuando publicó su investigación Los demonios del Edén, extenso reportaje de investigación acerca de una red de prostitución y pornografía infantil que involucraba a políticos y empresarios mexicanos. Pienso en la azerbayiana Jadijia Ismailova, directora de radio Azadliq, acusada de actuar como una agente extranjera y encerrada por denunciar la corrupción de los políticos de su país;  en la mexicana Anabel Flores, secuestrada en Veracruz y cuyo cuerpo fue abandonado en la autopista Puebla-Oaxaca porque cubría la corrupción policial en el estado de Duarte; en la israelí Amira Hass que por denunciar las prácticas israelíes en los territorios palestinos ocupados ha sido convertida por la prensa gubernamental en un símbolo de la traición al judaismo; en la nigeriana  Chris Anyanwu, condenada a cadena perpetua por un tribunal militar por un artículo sobre un intento de golpe de Estado contra el gobierno en 1995.  Y en Gao Yu en China, en Miroslava Breach Velducea en Chihuahua, en Daphne Caruana Galizia en Malta, en Gauri Lankesh en India. Sin olvidar que la Siria bombardeada e invadida por múltiples fuerzas imperialistas y el México neoliberal acechado por las mineras y los megaproyectos son los países que encabezan la lista de reportera/os e informadores asesinada/os.

Escribir implica riesgos concretos; tanto como pensar fuera de los marcos pretendidamente institucionales. Escribir literatura, incluyendo escribir crónica, es recordar fuera de los marcos del control de la disciplina histórica. La evocación del padre secuestrado en la poesía de Irma Pineda es memoria que actúa en el presente. No es ficción, es la lengua de Víctor Pineda Henestrosa, “Víctor Yodo”, el luchador agrario desaparecido en 1978 por elementos del Ejército Mexicano, es la Coalición Obrera Campesina Estudiantil del Istmo (COCEI) encarnada en un hombre, es la expresión de la niña siempre viva que dialoga con la trágica experiencia de su desaparición. En La flor que se llevó, la lírica denuncia y el diidxazá permanece, teje y revela, manifiesta una intimidad que no le teme a la colectividad.

No me pidas el olvido padre

que mis heridas aun no cierran

Sobre mi cuerpo puedes mirar los hilos

con que intento juntar la piel abierta

No puedo fingir que no he mirado

las flores arrancadas y pisoteadas

En mis ojos aun late el desconcierto

que encuentro en la mirada de los niños

No dejan de sonar en mis oídos

los ayes salidos de la boca de mis hermanas

No me pidas que perdone padre

pues las cicatrices son memoria.[4]

 

La poesía es una gran maestra de memoria; de hecho es la escritura rebelde de la historia. De la poeta más leída y recitada de la literatura griega clásica, Safo de Mitilene, inventora de una métrica y una estrofa, no nos quedan sino pocos versos por fuentes secundarias: su Himno en honor a Afrodita nos ha llegado íntegro porque fue citado por un maestro de retórica del siglo I a.e.c., Dionisio de Halicarnaso, quien sí fue copiado por los maestros medievales. ¿Qué de la literatura de Safo molestaba a los censores? La importancia de algo más que la guerra, por ejemplo. Seguramente, la relación de una mujer con otras mujeres para hacer arte y pensar el mundo. Lo interesante es que Safo es un mito vivo para la mayoría de las poetas activas hoy.

La literatura, en cuanto arte de la escritura, revela las condiciones ideológicas y económicas de una sociedad tanto como las censuras que en ella actúan. La filósofa mexicana Eli Bartra, con mucha agudeza, sostiene que en las artes se juega no sólo la libertad de expresión sino también la manera de impactar una sociedad para que obedezca un modelo. Es decir, que si por un lado, las artes funcionan como una válvula de escape personal o de un grupo social, por el otro funcionan como un programa de publicidad. Al analizar el desnudo, una de las temáticas principales de la historia de las artes visuales en Asia y Europa y, en menor medida, en todos los demás lugares del mundo, Bartra nos dice que las representaciones del cuerpo humano desnudo son tan frecuentes que revelan la intensidad con que se quiere revestir de apreciaciones, valores y gustos el cuerpo.[5]  Con un cuerpo desnudo se desafía al mismo tiempo la intimidad y el pudor y se impone un modelo de perfección.

Resulta sorprendente pensar que algo tan íntimo, tan personal, tan secreto incluso como el propio cuerpo desnudo, el femenino como también el masculino, que se ha visto obligado a cubrirse y esconderse en público en todas las culturas occidentales y en muchas otras por siglos, sea expuesto descaradamente en todas las calles, plazas, edificios y rincones urbanos en forma de arte escultórico o pictórico. Una mujer que se desnuda en público es sumamente impúdica y hasta obscena, pero impúdicamente los hombres (y mujeres) la han mostrado públicamente desnuda por doquier a su antojo.[6]

 

La literatura, como todo arte, desnuda las tensiones sociales de una época o de un modelo social, revelando las imposiciones morales y las obediencias intimadas y las dudas que las personas albergan acerca de los comportamientos exigidos. En La abadía de Northanger, Jane Austin no sólo retrataba con ironía las tendencias románticas de sus protagonistas, punzando las fantasías literarias de Catherine y criticando el clasismo y el arribismo social de los diferentes estratos de la burguesía británica del siglo XIX, con sus modales, sus vacaciones en Bath, la veneración por la riqueza, la percepción de las Colonias como el lugar de donde ésta proviene sin mancha y el ninguneo sistemático de las trabajadoras y trabajadores de servicios, sino que termina la novela permitiéndose dudar de los comportamientos correctos de los jóvenes con respecto a sus progenitores:

… puesto que estoy convencida de que la tiranía del general, lejos de dañar aquella felicidad, la promovió, permitiendo que Henry y Catherine lograran un más perfecto conocimiento mutuo al mismo tiempo que un mayor desarrollo del afecto que los unía, dejo al criterio de quien por ello se interese decidir si la tendencia de esta obra es recomendar la tiranía paterna o recompensar la desobediencia filial.[7]

 

La enunciación de temas e intereses diferentes de los que la historia impone como modelo fue el bastión donde resistió nuestro derecho a decir. Las letras, la palabra oral, la fantasía y las prácticas comunicativas son y han sido fundamentales para la libertad de las mujeres y, por ende, de la humanidad.

En 2011, la gran poeta de Aguascalientes Dolores Castro, una figura humana y literaria de importancia continental, escribió acerca de la emoción del aire en el dolor de un país donde la gente desaparece y es asesinada:

 

Algo le duele al aire,
del aroma al hedor.

Algo le duele
cuando arrastra, alborota
del herido la carne,
la sangre derramada,
el polvo vuelto al polvo
de los huesos.

Cómo sopla y aúlla,
como que canta
pero algo le duele.

Algo le duele al aire
entre las altas frondas
de los árboles altos.

Cuando doliente aún
entra por las rendijas
de mi ventana,
de cuanto él se duele
algo me duele a mí,
algo me duele.[8]

 

Estos versos restauran los sentimientos de empatía y de responsabilidad que una escritora asume con la historia inmediata de la gente. Son versos de percepción y memoria, que dejan huella y se sostienen en el sentir compartido: si algo le duele a otro, si lo que le duele al mundo, a la tierra, a las demás personas está en el aire, me duele a mí. Como mínimo desmienten que vivimos en un momento de individualismo exacerbado y memorizan lo que los medios de comunicación masiva censuran con su silencio y desmemoria inducida.

La literatura tiene un origen oral y pervive todavía en la oralidad de quien compone sus fantasías e ideas para hacerlas llegar al corazón de las personas. Bien lo sabían Teresa Bautista Merino, de 24 años, y Felicitas Martínez Sánchez, de 20, locutoras de La Voz que Rompe el Silencio asesinadas en abril de 2008 porque reporteaban la vida cotidiana de San Juan Copala, haciendo de ese pueblo un lugar de construcción del mundo alternativo a las reglas de mercado.

No obstante, fue una mujer acadia quien hace más cuatro milenios redactó los primeros versos del mundo en forma escrita. Enjeduana (2285-2250 a.e.c.), suma sacerdotisa en el templo del dios Nannar, cantó las virtudes, valentías, elecciones morales, fortaleza de la diosa Inana, defensora del orden natural, amiga, madre, virgen y amante, en más de 42 composiciones líricas que nos han llegado en tablillas de barro. Es la y el poeta más antigua de nombre conocido, eso es, escribió una poesía lírica, de carácter religioso y femenino, que revela que todos los grandes autores de la literatura mesopotámica tuvieron por inspiradora a una mujer históricamente reconocible, que vivió en Ur y era educada y poderosa. El muy bobo de Homero no sabía qué estupidez estaba cometiendo cuando a través de su personaje Telémaco mandó a callar a Penélope en el primer canto de la Odisea, desconociendo el valor estético de las opiniones literarias de las mujeres.

La literatura escrita por mujeres inicia la historia de la literatura misma; sin embargo, en Oriente medio como en Asia, Europa y América sufrió muy diversas vicisitudes. La censura actuó como una guillotina de la memoria de las mujeres. Y no hablo sólo de la censura católica, los confucianos fueron aterradores a la hora de impedir el reconocimiento de la elegancia literaria femenina. Entre los más de 2000 poetas chinos clásicos, muchas mujeres escribieron poesía. Vivieron sometidas a un fuerte poder que las limitaba, a pesar de lo cual Chao Ween-chün (c. 100 a. C.), Pan Chieh-yú (c. 50 a. C.), Hsü Shu (c. 150), Tzu-ye (c. 300), Tao-yün (c. 400) escribieron versos imprescindibles sobre la moral y el poder de la belleza.

En la Edad Media europea el teatro sobrevivió como alta expresión literaria gracias a la pluma de una monja sajona del siglo X que se negó a dejar sin respuesta las agresiones de Terencio contra las mujeres, pues los hombres de su época las consideraban validaciones para su misoginia en cuanto venían de un poeta latín. De Hroswitha von Gandershëim nos han llegado seis dramas en prosa rimada acerca de la templanza e inteligencia de sus contemporáneas.[9] Igualmente escribió poemas de inspiración bíblica y leyendas para demostrar la perseverancia de las mujeres. Un siglo después, Hildegarda von Bingen sobresalió como física, médica, compositora musical y como poeta que exaltó la calidad del cuerpo y la mente de las mujeres.

Podría hablar durante horas de escritoras negadas por la historia de la literatura y el canon de la poesía y la narrativa que, sin embargo, las nutrieron y agrandaron. Macuilxochitzin, poeta mexica, la Venerable Cinco Flor que escribió: “Empiezo a cantar yo Macuilxochitzin,/ yo doy placer al autor de la vida./ ¡Que empiece el baile!/ En la región de los muertos/ está también su morada:/ no se lleven allá los cantos,/ son solamente de aquí…/ ¡Que empiece el baile!…”. O de Juana Inés de la Cruz, la única escritora mexicana de la cual no hablan mal sus colegas hombres, quizás porque hace cuatro siglos lo hicieron por ellos los inquisidores. O de Teresa Margareda da Silva e Orta, la primera novelista de Brasil y primera mujer en publicar una novela en portugués en el siglo XVIII. O de la primera mujer que logró vivir de su pluma, Cristina de Pisan, quien instauró un género literario-filosófico que no tomó nombre de su obra, La Ciudad de las Damas, sino de alguien que escribió más de un siglo después, Tomás Moro, autor de Utopia. O de las novelas gráficas de nuestra contemporánea iraní Marjanne Satrapí, quien nos habla de las contradicciones de la misoginia y su enorme ridículo (que no deja por ello de ser doloroso).

En fin, la tenacidad literaria de las mujeres ha producido cánones literarios paralelos a los de los hombres, en ocasiones cruzándose con ellos, en otras desdeñándolos por completo. Por lo tanto referiré algunas pocas propuestas escriturales de mis colegas, elaboradas en el tiempo y el espacio al que pertenezco. Ciertas percepciones de la realidad nuestroamericana contemporánea se desprenden de sus aportes.

Temática, estilística, conceptual y estéticamente las escrituras de muchas mujeres se relacionan hoy con las nuevas formas de pensar que los feminismos han hecho posibles. El debate sobre la escritura de todas las mujeres como portadora de emociones propias, liberadas de la masculinidad dominante, en las últimas décadas del siglo XX, sirvió enormemente para dotar la crítica literaria del propósito de destacar las formas de construcción de los personajes. Las escritoras reportan una experiencia específica que revela numerosas contradicciones al interior de las personas y grupos en proceso de liberación.

Isabel Hernández formula preguntas sobre el arte como relación con el mundo. Para esta narradora argentina que vive en Chile, las expresiones artísticas son un antídoto contra la dimensión comercial que está adquiriendo la educación, convertida en reproducción de conocimientos establecidos. Su colega Cecilia Sánchez denuncia que el conocimiento oculta tras su neutralidad un dominio de género, de clase revestida de fenotipos colonialistas y de ideologías financieras.[10]

La sutil prosa narrativa de Isabel Hernández reporta la violencia que se entreteje con el temor y revela la agresividad de la seducción. En el cuento “La mirada tan temida”, el hombre que provoca miedo está en el mismo tren que la víctima, es un perseguidor, un policía: “Comienza a hablarme sin tregua: historias de campo, y ganado cimarrón, y el pueblo que acabamos de atravesar, el último torneo de fútbol provincial, el héroe patrio que nació en las cercanías y un artículo referente al alza del precio del trigo del diario de la mañana. Regresa al tema del campo y el ganado, y continúa con las plantaciones de frutales, hasta llegar incomprensiblemente a unas anécdotas cada vez más escabrosas de romances y de sexo. Lo que narra sin darse respiro es obsceno. Escucho partes de su relato, es una seducción grosera, sin pudor, sin sutileza”.[11]

Las letras de Cecilia Sánchez son más duras, aunque tienen algo de espectral y fríamente poroso al describir las ciudades, los escenarios relevantes de las acciones, la extranjería permanente de las escritoras, la incomodidad cultural de los escritores. En El conflicto entre la letra y la escritura,[12] se detiene en las lenguas que van a formar las naciones americanas, asoladas por el caudillismo y las guerras de facciones, como si fueran trazos sobre una página en blanco.  Una poética puede derivar en un proyecto político, con sus líneas de continuidad y ruptura con el pasado y sus construcciones ideológicas como la latinidad, el machismo, la idea de progreso. Una nación es una urdimbre de voces, textos, lenguas que se rescatan y lenguas que se oprimen, porque pueden susurrar diferencias. ¿Una y otra escritoras acaso apuntan a la urgencia de volver a decir, es decir, a balbucear la propia experiencia? De pronto lanzan una cuerda a quienes desean desaprender la pertenencia y valorizar las imágenes que surgen de las sombras.

La centralidad de la intimidación, saña, miedo y crueldad es una característica de la literatura feminista actual que apela al carácter autorreferencial del arte. Las escritoras atienden la realidad de lo que les pasa y captan la situación de los cuerpos de mujeres, hombres, personas ancianas y niñas, de todas las condiciones sociales, principalmente las más desfavorecidas. Su emotividad referencial, sin embargo, se escapa de la estética de la denuncia y el testimonio, reporta verdades segmentadas, imposibles de ser aceptadas.

Desde el último periodo de la dictadura de Pinochet, Damiela Eltit escribe en el borde social, sus personajes parlotean y divagan porque la frase lineal es impronunciable en el mundo al límite de la esperanza, la verdad y la justicia. Su jerga la afirma porque genera una total incomprensión con la ley del padre. En su décima novela, Fuerzas especiales, de 2013, una joven se desplaza por un barrio marginal de la Santiago neoliberal y confronta sus fuerzas de resistencia con las fuerzas de la élite policiaca. Pero si Eltit estalla la institucionalidad de la comprensión, muchas otras escritoras han potenciado la denuncia de la violencia, el ecocidio, la fragilidad del estado en los golpes de estado y en sus connivencias con la organización delincuencial. La ficción se opone a los símbolos de la sociedad, la verosimilitud se fragmenta y la no ficción se propone como historia contra los discursos de dominio.

Los vínculos entre literatura y no ficción pueden rastrearse en la escritura de filósofas socioecologistas como Ivone Gebara, de antropólogas-juristas interesadas en una cultura de paz para las mujeres como Rita Laura Segato o de poetas como nuestra Dolores Castro. Un vistazo sobre las grandes escritoras de no ficción destapa la insubordinación a la aceptación social de las economías y políticas sin justicia. Algunas de estas escritoras, como la periodista Marcela Turati, han dado pie a reflexiones sobre la ética de su escritura y el acompañamiento de los sujetos de las historias sobre las que informan, muchas de ellas de una violencia y un cinismo brutales.

La reflexión acerca de los fines y las formas del trabajo periodístico ha llevado a Turati a la fundación de la red Periodistas de a Pie. El acompañamiento de los sectores populares y de las personas cuya desazón es provocada por eventos inéditos, que obligan a otro acercamiento a las noticias, ha producido un periodismo de investigación con enfoque humanista. Escuchar, acompañar, ver, relatar, pulir el lenguaje son caminos para destrabar la dinámica masacre-descripción-aprendizaje de la crueldad, descrita por Rita Laura Segato como una pedagogía de la crueldad en la que el primer paso, la masacre, es el mensaje educativo.

Fuego Cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco[13] es el libro de Marcela Turati que construye el puente entre arte y denuncia que un público ávido de comprensión anhela. Fuego Cruzado reporta los sucesos que la política mexicana de guerra al narco oculta, tejiendo las vivencias de las víctimas con la denuncia de una política de señalamiento sin pruebas de la maldad popular, perfectamente a tono con el odio neoliberal a los sectores no hegemónicos. El miedo que las víctimas experimentan al estigma que el discurso oficial lanza sobre ellas como posibles involucradas es un tema para la ética que la literatura revela y el derecho puede usar para defenderlas. La pluma de Turati desmonta la conversión de las víctimas en sospechosas de su desgracia, por parte de un mecanismo de poder que ocupa la prensa sensacionalista y la opinión pública.

Una década antes, la escritora y periodista chilena Cherie Zalaquett había escrito Sobrevivir a un fusilamiento. Ocho historias reales.[14]  Produjo un poderoso relato a partir de entrevistas y reportajes acerca de ocho campesinos y campesinas de diferentes partes de Chile que, poco después del golpe militar de 1973, se encontraron sorpresivamente una noche frente al pelotón de fusilamiento que los ejecutó. El estupor, miedo y espanto de estas mujeres y hombres que integraron grupos de personas que fueron ejecutadas de manera clandestina por legítimos agentes del Estado de Chile es la materia literaria de la investigación periodística. La profundidad de la memoria, el hondo dramatismo de la experiencia de quien quedó en vida entre los cadáveres de sus compañeros hace que los protagonistas de Sobrevivir un fusilamiento sean personajes de esa historia inmediata que la historiografía omite y que la literatura da por descontada. Víctimas sobrevivientes, de manera alguna héroes y actoras de los sucesos que recaen sobre ellos, no todas y todos los fusilados han superado la brutal sensación de traición por parte de quienes habían sido educados a creer que eran los agentes garantes de su vida.  Sus ocho historias reales han llegado a las letras desde la zona ambigua que se extiende entre la vida y la muerte para revelar la fisura psicológica que el golpe de Estado ha dejado en el alma de una ciudadanía entera.

En la misma línea de literatura de la realidad se inscribe Nadie les pidió perdón. Historias de impunidad y resistencia, de la mexicana Daniela Rea.[15] Una escritora que desea comprender la totalidad de la experiencia humana asume un compromiso personal con lo que atestigua. Cronista capaz de transmitir a sus lectores ansiedad, horror, rabia y una resilencia esperanzada y activa, todo a la vez, Rea relata la traición de Estado. Sus personajes, personas de carne y hueso que han pasado por la tortura, el maltrato, el secuestro, las mentiras y la desaparición de sus hijas e hijos certifican que el gobierno mexicano se ha convertido en el principal agresor de la sociedad. Sus imágenes no apelan a la metáfora, pretenden evocar la realidad. Por ello hila sus frases con un estilo que denota una emoción de empatía, un movimiento hacia los demás, una real con-moción. Sus crónicas evidencian el carácter de un poder que rebasa a las personas y que actúa de la misma indistinta forma sea provenga del gobierno sea de la delincuencia. Al poner de manifiesto la impunidad y la falta de impartición de justicia que los ampara, afianza un estilo y se enfrenta a las corrientes intimistas o que pregonan la ligereza de la literatura en boga. Escribe para romper un cerco ideológico y evidencia un renovado mecanismo de objetivación de las mujeres, que hoy alcanza a toda la población sin poder de matar: hombres jóvenes, trabajadores, pueblos indígenas, soldados caídos en desgracia son feminizados a través de la exposición a una crueldad que aterra. Sus palabras desafían ese dispositivo proponiendo literariamente el valor de los sentimientos de sororidad y esperanza.

Por supuesto es en los países que han sufrido y sufren violencias extremas donde esta escritura de la realidad rescata la audacia de la lengua bien escrita, acopla eventos y personas y define los personajes y las tramas. No es un fenómeno estrictamente nuestroamericano. Lo prueba el premio Nobel de literatura, concedido en 2015 a la cronista bielorrusa Svetlana Alexándrovna Alexiévich, quien no ha escrito una sola página de ficción, sino libros que interpelan cruda y líricamente la memoria, las condiciones objetivas y los sentimientos de mujeres que participaron en la guerra, de personas que sobrevivieron al desastre nuclear de Chernóbil, de jóvenes que no entendieron por qué el mundo de sus padres se les vino abajo, y de esos mismos padres.[16]

En un momento en que la literatura se preocupa sustancialmente por el lenguaje y la excitante violencia del sinsentido, muchas mujeres asumen la descripción del mundo como agentes de resistencia y de diversos, contradictorios, en ocasiones frustrantes, intentos de transformación. Por momentos, la diferencia entre ficción y no ficción es tan débil que una contamina positivamente a la otra.  La antropóloga, escritora y periodista colombiana Gloria Inés Peláez, en su novela Era mucho el miedo[17] como en sus artículos sobre la violencia y la urgencia de la paz con justicia, y en sus cuentos y relatos,[18] se inscribe en esta literatura fronteriza, donde la originalidad no tiene sentido ante la capacidad de evocación de la realidad: una niña víctima de un desastre ecológico cuya mortalidad pudo prevenirse es la reveladora de las redes que unen la violencia proxeneta con el robo de combustibles, la corrupción policial y el uso de la tortura y el terror para amedrentar y controlar a la población civil.

La flexibilización contemporánea de las estructuras narrativas y la valoración de las resistencias, activas y pasivas, de las figuras subalternas, sirven a muchas escritoras para detenerse en las contradicciones de su historia, revelando los límites del registro de agravios.

Para detallar la fortaleza de mujeres que han sobrevivido las tragedias de la violencia, el acoso, la incertidumbre y la soledad, la entrevista, el reportaje y el cuaderno de campo son instrumentos más que válidos para la creatividad.

 

 

 

 

 

 

[1] Muchas historiadoras y activistas han leído el despertar del malestar femenino y la revolución epistémica de las mujeres de las décadas de 1960-70 como una “segunda ola” del movimiento feminista europeo y de las élites coloniales americanas y australianas del siglo XIX, con sus vertientes sufragistas, anarquistas o socialistas. Yo prefiero insertar al movimiento de liberación de las mujeres, como un momento de radicalización de la praxis feminista, al interior de una historia disidente de mediana duración, que avanza y se detiene, es contestada y combatida. Este momento histórico inició con la irrupción de las mujeres como colectivo en la Revolución Francesa, pero tiene orígenes históricos particulares en las resistencias americanas y africanas al colonialismo y en la historia de la educación asiática, así como antecedentes en la Edad Media europea. En general, las disidencias/perversiones femeninas se manifestaron en las producciones de objetos y representaciones a contracorriente con las imposiciones ideológicas androcéntricas.

[2] https://www.animalpolitico.com/2016/03/en-2015-el-ano-mas-peligroso-para-las-mujeres-periodistas-en-mexico-dice-articulo-19/

[3] https://www.animalpolitico.com/2017/08/ataques-prensa-2017-periodista-mexico/

[4] Irma Pineda, Pineda, Guie’ ni zinebe. La flor que se llevó, Pluralia, México, 2013, p.95.

[5] Eli Bartra, Desnudo y arte, Desde abajo, Bogotá, 2018, Toda la Introducción y, en particular, pp.10-14.

[6] Ibídem, p. 11

[7] Jane Austen, La abadía de Northanger (1818), http://www.ataun.net/BIBLIOTECAGRATUITA/Cl%C3%A1sicos%20en%20Espa%C3%B1ol/Jane%20Austen/La%20abad%C3%ADa%20de%20Northanger.pdf, p.483

[8] Dolores Castro, Algo le duele al aire, Ediciones del Lirio, Iztapalapa, 2011, p.6.

[9] Hrotsvitha de Gandersheim, Los seis dramas, traducción, introducción y notas de Luis Astey, Fondo de Cultura Económica, México, 1990.

[10][10] Cfr. Cecilia Sánchez, Escenas del cuerpo escindido. Ensayos cruzados de filosofía, literatura y arte , Cuarto Propio/Universidad Arcis, Santiago, 2005

[11] Isabel Hernández, “La mirada tan temida”, en Blanco Móvil, n. 135, Escrituras de la violencia. La voz de las mujeres, noviembre de 2016, Ciudad de México, pp. 66-70

[12] Cecilia Sánchez, El conflicto entre la letra y la escritura. Legalidades/contralegalidades de la comunidad de la lengua en Hispano-América y América Latina, Fondo de Cultura Económica, Santiago de Chile, 2013.

[13] Marcela Turati, Fuego Cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco, Grijalbo, México, 2011

[14] Cherie Zalaquett, Sobrevivir a un fusilamiento. Ocho historias reales, Aguilar, Santiago de Chile, 2003.

[15] Daniela Rea, Nadie les pidió perdón. Historias de impunidad y resistencia, Urano, México, 2015.

 

[16] Sus novelas más famosas, traducidas al español, son: La guerra no tiene nombre de mujer (1985), Debate, México, 2015; Voces de Chernóbil (1997), Siglo XXI, México, 2006; Los muchachos de zinc (1989) sobre los jóvenes soldados rusos en Afganistán, Debate, México, 2016. Tiempo de Segunda Mano: el fin del hombre rojo (2013), está en prensa con Acantilado. En Últimos testigos (2004) reporta la conciencia de las niñas y niños sobrevivientes a la Segunda Guerra Mundial que entrevistó a finales de la década de 1980. Durante la Segunda Guerra Mundial en el territorio de la URSS murieron 13 millones de niñas y niños y un número importante después del conflicto creció en orfanatos. Últimos testigos ha sido traducido y publicado por Debate, México, 2016.

[17] Gloria Inés Peláez, Era mucho el miedo, Desde abajo, Bogotá, 2016.

[18] Cfr. Gloria Inés Peláez, “Crónicas de guerra”, en Blanco Móvil, n.135, Escrituras de la violencia. La voz de las mujeres, Ciudad de México, noviembre de 2016.

 

Taller de estética y creatividad en el Encuentro de las Mujeres que Luchan, Caracol Morelia

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Taller de estética y creatividad en el Encuentro de las Mujeres que Luchan, Caracol Morelia

Francesca Gargallo, tallerista

Taller de estética y creatividad, Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan, Caracol Zapatista 4 Morelia, Zona Tzotz Choj, Chiapas, México. Viernes 9 de marzo de 2018, 09-10:30 horas

Fotos: Gabriela Huerta Tamayo

 

Contenido

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A propósito de Naxiña’ Ruli’ Ladxe Rojo Deseo de Irma Pineda

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Rojo Deseo, presencia humeante en la estética vital de Irma Pineda

2 de marzo de 2018, a dos años del asesinato de la feminista lenca y ambientalista Berta Cáceres en Intibucá, Honduras,  se leyó la poesía de Irma Pineda en lengua diidaxa’ en la Feria del Libro de Minería, en la Ciudad de México (tuvieron que cambiarnos de sala porque, a despecho de lo que piensan los organizadores urbanos de los eventos culturales, la poesía en lengua diidaxa’ tiene muchas y muchos entusiastas seguidores)

 

Entre las recomendaciones de la tía y el silencio en que se decanta el recuerdo, corren los versos de un apetito de cuerpo individualizado que se adorna y aromatiza. Naxiñá Rului’ Ladxe’ Rojo Deseo de Irma Pineda (Pluralia, México, 2018), escrito en dos lenguas que la poeta usa saltando de un ritmo emotivo a otro, el diidxazá y el español, es un conjunto de versos de amor carnal, un hablar franco de piernas, lenguas y un cuerpo que se abre y sacude ante el embate, la herida, el gemido de una concentrada relación de a dos. La poeta le habla directamente a un hombre que encarna todos los seres del deseo, le dice para decirlo a todas que el placer revuelve las censuras del inquisidor para derrotarlo. La amante actúa, coexiste, llama a que le toquen el sueño y se encienda, es la olla misma del chocolate. ¿Quién está libre de caer en las redes del amor?

La poesía más conocida de Irma es seguramente la que se tiñe de historias sentidas en la piel, donde el ciclo vital de la lucha de su pueblo, el binnizá, confronta la resistencia de tradiciones y personas, de recuerdos personales, de dolores históricos. Sin embargo, como todo canto al ciclo vital, es también la poesía del deseo de vivir. Los maullidos del gato son el dolor, son la vida, son el eco del placer.

 

Brota música de la cama de pencas

Suena el tablado

Suena la piel

Suenan los gemidos

Es un ritmo que la noche reconoce

como el maullido de los gatos

o el canto de los grillos

Es el antiguo son

con que invocamos la vida

 

La invocación en efecto es parte de la poesía más antigua, la que llama al deber y a la inspiración que alimenta la vida. En ella se repiten las palabras de las abuelas y se crea algo totalmente personal y colectivo. Remite al campo húmedo, a la lluvia que reverdece, a la lengua que bien puede decir o lamer, sorber o besar, acariciar. Invocando el amor, se latiguea la esperanza y se hace del cuerpo un país entero. La voz plena de Irma Pineda trepida por la lengua y aletea como los colibrís que revolotean por sus sentidos, conocidos y siempre nuevos.

No es necesaria una imagen desconocida, sino la fuerza para sobrellevar la mañana cuando todo ha pasado; poco importa la originalidad cuando de la cotidianidad puede reproducirse el perfil de la madrugada o del campo labrado, el acto conocido de sembrar para ver florecer. Develar es decirse en el otro, es un modo de unir la tierra y el mar, avanzar hacia los días que son futuro en el presente.

 

La sal del camino es un delgado velo que el aire desvanece

Cierro los ojos para recordar la piel erizada

los sexos húmedos

la frente sudorosa

la danza de nuestros cuerpos

la agitada respiración

la inflamada piel de tu sexo

la miel que derrama entre mis labios

No quiero detenerme

no quiero dejar de sentir cómo tu carne se funde con la mía

Somos un solo ritmo

Mi cuerpo se ha vuelto un mar que sobre ti se derrama

y tu sangre agitada recorre todos los ríos bajo la epidermis

hasta desembocar en este mar

 

La voz de Irma, como la caracola que reproduce el sonido del mar, no se dirige a un espíritu privilegiado, sino particulariza lo que puede compartirse y se hace eco: todos los hombres son un taganero, todos los cuerpos pueden tatuar una claridad en la memoria. Así la poeta trascribe el camino que puede andarse a la luz de las estrellas y al despertar, a la luz del día, mantiene el ritmo del deseo de ser, tomar y entregarse.  Por supuesto sabe que “de los puertos como de los amores/hay que saber marcharse a tiempo”, pero vuelve a la canción del torso húmedo, de la figura del cuerpo de mar y la fotografía del recuerdo, pues ella dibuja remolinos, reconoce el epicentro y la sacudida, mujer de tierra, yegua, piedra.

Quisiera ser capaz de leer en susurros la poesía de Irma en diidxazá, pero lo hago en español que para mí como para ella es una lengua aprendida que se ha hecho voz; descubro así que Irma para decir escucha al silencio y en él a lo largos besos encendidos. Como todas las muchachas, también pasea, esparce sonrisas, aprisiona sus redondeces en los vestidos; pero sola descubre la cura del mal de amores, del mal de los amores que es el que provoca quien es tú, íntimo e individuable, tú al que un yo de carne y fuerza devoraba los labios.

La afirmación del propio poder de sobreponerse es quizá la característica más impactante de la poesía política de Irma Pineda, pero es sorprendente reconocer el testimonio de la misma fuerza de sobrevivencia en quien deja partir a la persona que lleva en su lengua el sabor del placer compartido. La poesía de Irma revela una vez más lo que las feministas descubrieron para liberarnos a todas y todos de la dictadura de lo importante, es decir que lo personal es político, que se vive en la pasión como en la dignidad.

 

Buen viaje corazón

Aunque nunca te dije que te quiero

lo sabes pues tus ojos de águila

siempre me leyeron como un libro abierto

Cuida los recuerdos de las noches húmedas

que con nuestros amaneceres yo me quedo

 

No hay puntos finales para quien es manantial de las mañanas y, a la vez, voz fuerte para los hermanos. La venada no se entrega en sacrificio, es la cerbatilla en cuyos ojos se leen la nostalgia y la promesa de otra primavera. La erótica de Irma Pineda apela a la pasión, por ende, hace de la memoria la hamaca desde la cual volver a salir a la vida. La pausa, el silencio indispensable para que el canto sea.