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Escritura de mujeres y placer. Una mirada a la literatura venezolana

Francesca Gargallo

La trama esperada, y por ende repetitiva, de la literatura escrita por mujeres no ofrece alternativas al ghetto donde la cultura ha recluido las aspiraciones de todas las mujeres, incluidas las escritoras. Por ello, las historias de sus protagonistas se resuelven en el amor, no importa a quien o a qué. Los ghettos son todos particularmente peligrosos porque por un lado son espacios de reclusión impuestos por una autoridad despótica, absoluta y externa, y por el otro son acatados internamente como lugares de protección y autocontrol. El verdadero logro del ghetto es que nadie se conozca, pues quien está afuera considera a sus habitantes seres inferiores que no aportan conocimientos válidos al conjunto del saber universal, y quien está adentro refuerza constantemente una rencorosa cohesión con quien comparte su reclusión porque visualiza al mundo exterior como un todo del que defenderse, obtuso e incapaz de entender sus razones.

La trama de las historias literarias femeninas son tramas de ghetto: no sólo tienen una solución unívoca, sino que en muy pocas ocasiones se relaciona con el placer ni con la satisfacción material y afectiva. En particular en América Latina, desde Sor Juana a Marcela Serrano, para hablar de buenas y de malas escritoras, el amor a un hombre (amante, marido), el amor a los propios hijos o familiares, y el amor a la patria o a la humanidad representan la teleología de la literatura femenina. Es un fin presente desde el inicio, el móvil de la historia y a la vez el horizonte perseguido. Eloísa, la Malinche, Santa Rita, Camila O ‘Gorman y la Niña de Guatemala son sus arquetipos históricos dominantes: entregadas, renuentes a la buena vida, están dispuestas a recibir hasta la muerte a cambio de un amor no carnal que justifica los actos más heroicos de su vida.

De ahí que la literatura de las mujeres sea objeto de comercio para la industria editorial, así como la carne de las mujeres lo es para la economía patriarcal. Su precio sube cuando escasean las alternativas masculinas, y baja cuando la satisfacción proviene de tramas más variadas y egoístas.

No obstante ninguna regla es eterna y absoluta. El placer por la leche materna, pregonado por Hélène Cixous como goce del cuerpo femenino sin relación con la genitalidad coital,  el gusto poético por la razón gozosa de María Zambrano, la aventura ecológica y libertaria de la prosa de Ursula K. Leguin, la experimentalidad de las heroínas lésbicas, representan fugas siempre más intensas de los ghettos de la feminidad literaria: no sólo conocen y se abren al interés del mundo externo, sino que aportan a las mujeres recluidas la explicación de las sombras que ven reflejadas en el fondo de su ghetto platónico.

Ni puta ni santa, la mujer que goza es una heroína que revoluciona la trama literaria femenina, así como la sacude desde los cimientos una finalidad narrativa no erótico-amorosa.

Decidí rastrear el placer en la literatura escrita por mujeres en Venezuela durante el siglo XX y lo que va del XXI, porque, a pesar que las escritoras venezolanas no han sido comercializadas por la industria editorial trasnacional, tienen un lugar muy especial en la literatura latinoamericana desde que Teresa de la Parra, con Ifigenia (1924) y Las memorias de mamá Blanca (1929), inauguró una narrativa de protagonista femenina subvirtiendo “la práctica canónica de los modelos literarios masculinos de su época”.[1]

Antes y después de Teresa de la Parra, obviamente, existieron escritoras dependientes de los modelos realistas masculinos que manejaban en sus historias un abstracto amor a la libertad, entendida como libertad de la tiranía pública, y una sumisión a los dictados del amor privado, atravesado por el respeto a las tradiciones patriarcales y a su religiosidad. Estas escritoras contaban las atribuladas aventuras de heroínas que, cuando sus virtudes triunfaban, recibían en premio un futuro de abnegación, es decir lo que se llamaba un final feliz. Algunos títulos hablan por sí solos: en 1903, Magdalena Seijas publicó Ave sin nido y en 1904, Amor y fe; en 1909, Rafaela Torrealba Álvarez, Mártires de la tiranía, y Mina de Rodríguez Lucena, en 1916, Antonio Rusiñol.

Teresa de la Parra concreta de repente la experiencia femenina, íntima y contundente, de una criolla venezolana que se expresa en la lengua que domina y que, por ende, transgrede tanto el lenguaje oficial como la gramática castellana. Ifigenia es el “Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba”, esto es una novela donde la memoria de los sucesos históricos de Venezuela se mezcla con el de las vivencias de una narradora que se oculta en la autora y protagonista de un fastidio errático para la linearidad del recuerdo tradicionalmente recogido por la literatura. Fantasía, humor e ironía se entremezclan en una estructura fragmentada de diario donde el sojuzgamiento social de las mujeres explica el por qué perciben la historia pero no la entienden, así como la separación entre las mujeres explica tanto el encariñamiento como la posterior separación de la amiga Cristina, y el juego de cartas que van de Venezuela a Francia y España delata la dificultad de identificarse con el propio lugar de origen, propia de una latinoamericana de clase alta. Sin embargo, es el descubrimiento y reconocimiento del amor lo que saca a María Eugenia Alonso (cuyo diario leemos) de su historia circular: la niñez en Venezuela, seguida de la adolescencia en Francia y España y el retorno de la joven adulta a Venezuela. Describiendo el momento de celos y de dudas sobre el amor por alguien que la desdeña porque ha perdido su fortuna, Parra nos ofrece un prolegómeno excitante al placer que en Ifigenia entra triunfalmente en la literatura femenina latinoamericana. Sola, desafiante y desnuda, María Eugenia habla a su figura en el espejo: “pensando en todos los años de fortuna que me aguardan, florezco de nuevo en la esperanza y me digo que Gabriel es solamente una forma de las múltiples y eternas formas que, para embriagar la fiesta de mi juventud, ha tomado un instante este divino vino del amor”.[2]


[1] Edith Dimo y Amarilis Hidalgo de Jesús, “introducción”, Escritura y desafío. Narradoras venezolanas del siglo XX , Monte Ávila Editores, Caracas 1996, p.7

[2] Teresa de la Parra, Ifigenia (Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba), Monte Ávila Editores, Caracas 1997, Tomo II, p.51

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