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Publicado también en: Francesca GARGALLO, “Los alcances de la estética entendida como práctica de arte”, en Pensares y Quehaceres, Revista de Políticas de la Filosofía, Sociedad de Estudios Culturales de Nuestra América, Ciudad de México, n. 0, mayo-octubre de 2004. ISSN: 1870-4492.
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Los alcances de la estética entendida como práctica del arte§
Francesca Gargallo
Universidad de la Ciudad de México
Si la naturaleza es como el arte, es porque conjuga de todas las maneras estos dos elementos vivos: la Casa y el Universo, lo Heimlich y lo Unheimlich, el territorio y la desterritorialización, los compuestos melódicos finitos y el gran plano de composición infinito, el estribillo pequeño y el grande.
Gilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía?
Esa globalización autoritaria y excluyente nos destroza la existencia cotidianamente y es casi imposible no generar estrategias y tácticas de supervivencia, aunque sea de manera no premeditada. En América Latina abundan los ejemplos y Argentina es sólo el caso más reciente.
Carlos Guevara Meza, Arte, estética y globalización
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Me parece esperanzador haber sido invitada a un congreso que busca desentrañar el significado del crear arte, en relación con su utilidad y sus alcances. En América Latina, según afirma mi colega Miguel Ángel Esquivel, desde muy temprano el arte no se definió con relación a una teoría, sino a un hacerse en la historia que terminó por ubicar la estética entre la política, la filosofía y la poesía.[1] Por lo tanto, de no ser por las influencias del discurso globalizador imperante que nos dice que arte es lo que un par de museos y galerías prestigiadas de lengua inglesa dicen que es, no debería ser extraordinario haber sido invitada a hablar en Argentina de lo que, como escritora amante de la plástica, considero vital, y por lo tanto, ético y político en el momento creador.
Sin embargo, un par de consideraciones sobre el momento actual de la estética me llevan a considerar fuera de lo común esta ocasión para encontrarnos. La primera es que muy pocos y muy pocas veces mis colegas dirigen sus miradas hacia las y los artistas concretos. La segunda, es que me parece excepcional que este congreso se efectúe en Argentina, un país que el sector financiero transnacional decretó muerto hace menos de dos años, y que desde año y medio en México vemos con miedo y esperanza, miedo de que a todos los países latinoamericanos nos alcance tan brutalmente la realidad pauperizadora construida por el neoliberalismo globalizado, y esperanza por la respuesta de dignidad, creatividad y combatividad de sus trabajadores, estudiantes, desempleados, pensionados, mujeres y hombres.
Ahora bien, hablar del momento creador es hablar de un acto y de una actividad real, material y sensible desarrollada por una persona (sola o en diálogo con otras) cuando resume sus sensaciones en una composición. La composición artística trasciende las técnicas, pero se realiza sobre unos materiales, en ellos o con ellos cuando éstos se funden con las sensaciones.[2]
El momento creador para mí define al arte, define el hacer estético, porque engloba el universo, que sólo puede intuirse de lo vasto que es, en un aquí y ahora concreto. No siempre tiene una finalidad explícita, pero necesariamente produce algo: un objeto finito (un lienzo, una obra de teatro, una instalación, un poema, una novela, un estribillo, una sensación impactante) y una respuesta positiva o negativa en quien está expuesto a ese objeto. Yo, que escribo pero no pinto, estoy involucrada en el acto creador de Beatriz Zamora cuando me enfrento a sus cuadros negros y siento cómo las capas de pigmentos oscuros sobre el soporte se suman a otros pigmentos negros logrando una composición de elementos análogos, vida, descomposición, tierra como un solo. Yo que escribo, cuando leo una obra que no es mía, por ejemplo una de Clarice Lispector comparto la emoción de su momento creador al quedar expuesta a las relaciones que ella compone cuando sus personajes experimentan la sobreposición de experiencias emotivas en un solo momento: detienen y agigantan el tiempo del yo. Así el acto estético de la creación se compone a su vez, en un espacio externo al del creador sintetizando sus emociones y sus materiales, con la transmisión de la experiencia estética a una persona extraña: el observador, el público.
Expresar que la acción de una pintora expuesta a la síntesis de sus emociones, manchando o trazando una figura sobre un soporte buscado, inventado para tal fin; que un poeta rayando la primera imagen de un pensamiento que se enhebra en bulbos y flores distintas sobre un cuaderno o en la pantalla de su computadora; que la coreógrafa deteniéndose en la suspensión del aire del gesto dancístico, están lejos de toda producción o utilidad implica una posición política que, como muchas otras que son cónsonas al sistema en que vivimos, no va a ser cuestionada, sino por las que pensamos que el arte implica una de las experiencia humanas más fecundas y necesarias.
La/el artista en el discurso político que sostiene la falsa exaltación de la productividad se convierte en un zángano de la sociedad, alguien que sólo puede justificarse en el mundo de la riqueza, ahí donde lo bello se convierte en decorativo y el artista es un sujeto productor de piezas para la recreación o la demostración del excedente económico del comprador. Como dice Guillermo Scully, pintor del movimiento y el jolgorio que expresa la superficialidad contemporánea mediante manchas de tintas china sin relieves sobre papel, la nueva burguesía entiende al pintor como la persona que puede hacerle un cuadro, cuyos colores combinen con su sofá y que, a la vez, baila, bebe y habla de cosas estrafalarias permitidas en pequeñas dosis para su recreación pseudo-intelectual.
La actividad de la/el verdadera artista no se compra como su obra. No están gestándose desde una economía monetaria las capas que se recubren unas a otras para que el dibujo de una caperucita roja aparezca como una carcajada, la marca de la emoción de la risa y el juego, en un óleo de Gabriela Arévalo. Menos aún sus animales dibujados sobre un soporte de pigmentos acoplados, aparentemente simples, testigos que silenciosamente observan la circunstancia humana, percibiendo lo que para nosotros es invisible. La verdadera artista involucra, ubica al público en su emoción, evoca su memoria, lo compromete, porque no lo degrada jamás al nivel de comprador. En el momento de la creación, el público no es todavía un observador comprometido, es un ser humano implícito en la sensación de pertenencia de la artista, es un yo supuesto por el diálogo que el yo de la artista entabla para relacionar sus sensaciones con el mundo, es el otro interiorizado al que la artista ofrece el trazo de la multiplicidad de sus emociones, su síntesis. El esencial escepticismo frente a lo intenso, el desprecio por toda pretensión de verdad, el miedo a la densidad de la artista es lo que vuelve conflictiva la relación entre el neoliberalismo consumidor y el acto creador. La nueva burguesía huye hacia la liviandad, entendida como escape de las emociones.
En el mundo del mercado, el reconocimiento del arte como momento en que las sensaciones penetran nuestras vidas, ofreciéndonos la superación de todos los paradigmas, es descartado; y el arte se convierte en algo lejano a nuestras vidas concretas, de mujeres y hombres de un mundo no dominador. En algo que, sin embargo, el discurso globalizador no se atreve a negar como derecho de los pudientes.
Este discurso en América Latina tiene paralelos en los nuevos paradigmas de rentabilidad que se empiezan a difundir entre los altos funcionarios de la educación; por ejemplo, en Centroamérica se están cerrando una tras otras las carreras de literatura, arte, historia y filosofía de las universidades públicas de San Salvador, Tegucigalpa, Guatemala y Managua, guardándose sólo en la universidades jesuíticas, para exclusivo uso de los estudios teológicos y de los estudiantes que pueden pagarlas.
Unos sectores de esa izquierda, que hace apenas dos décadas seguía prepotentemente definiendo qué era bueno y qué era malo, compartían con los nuevos ideólogos neoliberales la idea de que, antes que el respeto al artista, debía venir el apoyo a la producción para solventar los problemas inmediatos de la población: el hambre, la insalubridad, el analfabetismo. A diferencia de Marx, esa izquierda era incapaz de reconocer la praxis del arte, la actividad creadora y productiva del sujeto artista.
El pragmatismo izquierdista y el neoliberal, a la vez que menosprecian el sujeto artista, valoran el objeto de arte: para el primero, el contenido de la obra, su concreta determinación filosófica, puede salvar al artista de una vulgar condena de inutilidad; para el segundo, la forma del objeto determina su estética y, por ende, su utilidad como objeto de lujo. Para la izquierda pragmática, el arte debe ser propaganda, para el neoliberalismo, comercio de lo exclusivo.
Frente a estas visiones reaccionarias y antisociales, quiero hablar de la experiencia de dieciséis comunidades de la Mixteca mexicana, una zona muy vasta y árida, de agricultura de subsistencia, y con una antiquísima historia de la alfarería y del tejido de palma. Hace seis años, estas comunidades se reunieron en una asociación a la que dieron su nombre étnico hispanizado: Polvo de agua, siendo que las nubes son polvo, partículas unidas del agua, y los mixtecos, el pueblo de las nubes. Con el apoyo de un pintor, José Luis García, que reside en la ciudad más poblada de la región, Huajuapan de León, obtuvieron préstamos para reunirse en el patio de un convento, exponer sus habilidades, compartir sus saberes (las mujeres de la comunidad de San Jerónimo, por ejemplo, dominan la misma técnica de trabajo en barro, llamada “naranja delgado”, que la utilizada por los artistas de la antigüedad y encontramos en las tumbas de los grandes centros ceremoniales mixtecos de la época pre-clásica, aprox. 500 a.C.). Las comunidades de Polvo de Agua se organizaron alrededor de una idea de arte, una idea política, impulsora de una actividad compartida y reivindicativa de la síntesis de las experiencias sociales que un individuo artista expresa en una pieza. Afirmaron, así como lo había escrito en varias ocasiones la filósofa del arte Eli Bartra,[3] que la diferencia entre arte y artesanía responde más a una cuestión de precios y negación de la capacidad de las y los artesanos como campesinos y trabajadores pobres, que a una verdadera valoración de la forma y el contenido de las piezas. Y, en un segundo momento, sostuvieron que si de tan vieja la Mixteca se está muriendo, la única forma de hacerla revivir (y eso significa no obligarla a expulsar hacia las ciudades y los Estados Unidos a sus habitantes como mano de obra barata) es pariendo arte, produciendo esos objetos que compendian su mirada y su amor, sus saberes y su capacidad de aprender, su ensayo y su afán de expresión. Desecharon el torno y volvieron a levantar el barro con las manos, dialogaron para dilucidar si para aumentar el calor del horno podían violentar las tradiciones y utilizar gas para evitar la deforestación, intercambiaron sus esfuerzos moviéndose de comunidad en comunidad, asumieron que la vida está hecha de necesidades que pueden realizarse en medio de la belleza y engendraron objetos para los baños y las cocinas, hicieron pantallas de tejidos de palma y otras materias orgánicas. Hoy, no sólo han expuesto en dos museos y venden en tres galerías, dos en Oaxaca y una en la Ciudad de México, sino que sobre todo son dueños de sus recursos y deciden comunitariamente cómo proteger sus libertades creadoras de individuos artistas respetados. Las alfareras de San Jerónimo son hoy las principales de su pueblo, pues con sus ganancias de artistas (ya no hacen macetas y cántaros en serie) trajeron la alta tensión a su barrio y una tortillería para que las mujeres se vieran liberadas de la molienda y la cocción de las tortillas de maíz que en promedio les ocupan tres horas de su vida diaria.
La experiencia de Polvo de Agua es inusual, pero no tiene por qué ser única. Carlos Gutiérrez Angulo, que es un artista individual de fuerza telúrica, y que como muchos pintores de mi generación vive en tensión por el despojo del valor de la propia creatividad y la comercialización del mundo, negando con su actividad ambas aunque viviendo bajo su sombra, es un hombre que no hace concesiones a su producción, ni en términos formales ni en términos de contenido, porque está constantemente expuesto a la fuerza evocadora de las imágenes. Colorista de un espectro inmenso de variaciones, cuando se siente agobiado por el dominio de lo visual comercial reduce su obra a pocos palos sobre un fondo monocromo; dibujante de cada instante, cuando los galeros le piden un “estilo”, es decir una monótona repetición de formas, se rebela llevando su expresión a la mínima sensación de un horizonte que se sintetiza en un trazo horizontal. Esas rebeliones son expresiones “históricas” de su pintura, ya que su acto creador es siempre composición de sus emociones en el mundo. Cuando las tensiones, aflojan Carlos vuelve a su particular expresionismo donde lo abstracto y lo figurativo se suman, expresándose en una paleta de variaciones, nunca de contraste, de colores. Carlos Gutiérrez Angulo nunca niega el mundo que lo conforma emocionalmente, sus personajes son hombres que cargan una barreta para romper la tierra dura, son mujeres con alas de polillas, insectos, seres que demuestran su humanidad como una realidad vegetal, animal y divina.
En los talleres de Polvo de Agua y en el estudio de Carlos Gutiérrez Angulo pueden llegar y trabajar otros artistas. En la Mixteca, el año pasado, se avecindaron una escultora francesa y otra japonesa para trabajar con las alfareras de San Jerónimo. Carlos enseña a mi hija Helena de 9 años a mezclar los pigmentos, a quebrar los carbones, a pasar por un cedazo las cenizas. El verdadero arte es siempre generoso, porque el acto creador de un/a artista no puede copiarse. No hay miedo a la expropiación, por ello. El acto creador nada tiene que ver con una técnica; usa una técnica, no depende de ella.
La generosidad de la persona que es capaz de crear arte también se relaciona con que el artista no puede imponerse nada. Le es necesaria la libertad de sus emociones, porque su trabajo nace de una intuición, una percepción inmediata de la composición de sensaciones y memorias imaginativas del mundo que lo rodea y que sólo él/ella es capaz, o quizá sería mejor decir impulsado a ofrecer de vuelta al mundo en un proceso que va de mí al otro yo que me mira, del acto de plasmar al de maravillarse, del interior de la persona al exterior del mundo.
La generosidad del artista no tiene que ver con su capacidad económica. Así como una maestra es generosa no porque gasta su dinero con sus estudiantes, sino por cómo les ofrece sin reticencias sus conocimientos, así el/la gran artista bien puede ser pobre.
No quiero decir que las personas capaces de actuar sobre las emociones no sean personas económicas, que venden el objeto finito de su acto creativo, compran materiales, consumen y viajan. Tampoco que estas cosas no les sean importantes. Afirmo que economía y acción creativa se ubican sobre dos planos diferentes de la vida, no contrapuestos. Y me parece necesario afirmarlo porque cada vez que viajo a Centroamérica me encuentro con algún pintor o escritora que afirma que nosotras las/los mexicanos podemos vivir de nuestro arte, así como nosotras en México lo creemos de los estadounidenses. Se trata de una costumbre malsana de mirar hacia el norte como si se tratara de un polo de la envidia económica. En realidad conozco pintores en Tegucigalpa y San Salvador, novelistas en Matagalpa y Guatemala, poetas en cada rincón de esa tierra bailarina dominada por los volcanes. No porque no viven monetariamente de su creación dejan de ser sujetos del acto creativo que viven emocionalmente para su arte.
La autonomía que el sujeto artista evidencia en su acto creador es una manifestación de la independencia individual frente a los sistemas que nos quieren englobar. El/la artista, así como las y los campesinos, filósofas, nómadas, científicos puros, artesanas al escaparse no tanto de las leyes de mercado como de la dominación de las mismas mediante el chantaje de la falta de utilidad en el engranaje globalizado, son personas que nos enseñan a resistir, a carcajearnos, y por lo tanto a ridiculizar el ordenamiento neoliberal de la producción como único sistema de producción sensato y legítimo.[4]
[1] Miguel Ángel Esquivel B., “Posicionamiento histórico-cultural de la estética en América Latina”, en Pensares y haceres. Revista electrónica de Pensamiento y Cultura Latinoamericana, año 1, n.2, abril-mayo 2003, http://www.ccydel.unam.mx/pensamientoycultura/index.htm
[2] Cfr. Gilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, Barcelona, 2001, pp.164-201
[3] Eli Bartra, En busca de las diablas. Sobre arte popular y género, TAVA-Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1994
[4] Cfr. Georg Lukács, Contributi alla storia dell’estética, Feltrinelli, Milán, 1957, pp.113-117
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