La lenta hazaña (México íntimo, 2016)
Francesca Gargallo Celentani
VÍBORAS DE TIERRA
Aplana sus sendas la vida
entre libros de aventuras y lagartijas, más allá
de las calacas de un país de lluvias relucientes
al otro lado de las heridas, las tinajas de sangre
y los gritos que sorbe el gran mar del silencio oficial
Su acción tiene ritmo de ingreso y efugio
se hace polvo al final
y recubre recuerdos como semillas
Su agua
son rocíos fecundos para los granos de cinco colores
En los malos tiempos no amaina la vela
pare madres coraje de todas las teces
nuevamente estrena el principio
Por testaruda me gusta la vida
La he visto concebir reclamos en las mejores bocas de mi país
palpita en los pasos de primas y hermanas
y en la cintura envuelve víboras de tierra
Madrugar
Lento madrugar de la primavera
como un derecho en el páramo
ciliacas las veteranas cuando el trigo cambió al pan
alérgicas, histéricas y cómodas
iguales a los maridos
que desean sepultar.
Sólo antes de los 15 y después de los 70
es inaudita la muchachada. Muerte e infancia para la luna
de primavera, cuya vaga creciente despunta.
Sólo el café queda
en el prescribir de la memoria
y germina cuentos
violentas permutas, insumisiones.
El alma desnuda
renace de trabajos pequeños
una semillita en el altar
desata polen y estornudos
días con tiempo de vida.
Sólo lo común
lo común a campo abierto
volver a morder el pan
tortear la vida
y sentarse allí en la altura
Cuando la voluntad cede
La voluntad de la persona cede y un leve guiño
aparece en la boca del malo.
Las coyunturas duelen, el brío se rinde y goza de una victoria
inútil: el inaudito asesino apacienta
con fruición mirar la derrota.
Entonces el niño come en horarios fijos que no corresponden al hambre
la mujer acepta la nula consideración del mundo
la enamorada vuelve al sótano donde miles cosen los botones
que alguien arrancará a otras miles
en casas de niñas cuyas madre buscan el rastro
casas que engordan las cuentas de respetables negocios.
Cuando la voluntad de la persona cede
la rabia se desplaza. La cólera, el arrebato desaparecen
un rencoroso ruido corre en las venas de quien
por lo menos la intuye, la adivina bajo el sordo sentir de los laureles.
A veces pienso en los niños educados
los buenos modales con sus abrazos suprimidos
las tetas húmedas de leche que boquitas no sorben
las escuelas y sus horas eternas. Aparecen entonces los campos
de hierbas sin sabor, los bosques de tecas alineadas para el corte
e inevitablemente los sótanos de las torturas, un hombre joven
en la cruz, la rabia, la furiosa cólera de la gente.
A los cadáveres de mi país
Luego vinieron los años
(esa cojera es regalo del tiempo y una rodilla intransigente)
y las dudas
(si la vida enseña de qué sirve una maestra)
Volaron las balas
(muchas dieron en blancos inaceptables)
espanté las moscas
(a los cadáveres de mi país les repugna la paz de los cementerios)
lloré de impotencia
(asaltaron un tren de migrantes para un botín de tres mil esclavos)
Me perturbó el odio
(y aún me desconcierta que a siete mujeres cada día
los obtusos productos del resentimiento les arranquen la sonrisa del hijo
la carga de drogas la noche de amor el trabajo que halaga)
me reuní con otras
(sostiene mi hija que la comunidad es trabajo).
En fin, los años rindieron su fruto.
Las mujeres felices
Las mujeres felices aseguran
que todas (todas, todas, todas)
tienen derecho a una revolución y un gran amor,
si juntos mejor,
el orgasmo entonces afecta el cerebro
y un coro de flores se deposita en el eco
que en los días sin más
resuena ahogando los suspiros.
Qué pesados los cadáveres de esos amores victoriosos.
Ni hablar de las carcasas de las revoluciones.
Las mujeres cualesquiera
se construyen vidas con las telas
que encuentran.
En ocasiones son heroicas de esfuerzo
muchas se difuminan en la banalidad de la célula
que se desprende
crece se reproduce y muere
algunas, finalmente, se trenzan como las melenas
de una muchacha en flor.
Para Dolores Castro Varela
La maestra dice que algo duele en el aire.
Atendemos su palabra
nadie miente
ahí donde el oro
engorda amapolas de sangre.
El escenario lastima la palabra
quebranta el canto del discípulo. La peste
se lleva los ojos de un hijo amado
y la ferocidad tuerce las sonrisas.
Se desea lo normal,
literalmente lo en otros tiempos común
que el agua corra en las acequias
que cada noche regresen para dormir los hijos
que la crueldad no se enseñe.
Algo le duele al aire insiste la vieja poeta
y sus alumnas coreamos
que si algo le duele al mundo
me duele a mí.
Líricas del viaje
Cantan sus nostalgias con menor
asiduidad, las migrantes.
Es la misma añoranza, sin embargo.
Puede ser
como dicen en las universidades
que tengan
la garganta cerrada
o que asuman la carga de dolor de sus compañeros
(con tanto peso respirar duele).
Sin voz pizcan café al cruzar la frontera
áfonas lavan ropa ajena
disimulan las gracias en el comedor
de la casa del migrante.
Temen, por supuesto, el estupro.
Las acecha desde los atavíos militares
exigen sus coimas de cuerpo los policías
y la esclavitud sexual es negocio de traficantes.
En promedio dos violaciones cuesta el peaje
Aletean azoradas
las mariposas del verde Usumacinta a los cactos de Arizona.
Todavía en la línea se inyectan
anticonceptivos para un mes.
Sin embargo, las temerosas
graznan sus cantos como revolucionarios de Marsella.
La batalla es campo de tambores y cornetas.
Incitan las voces al coraje.
No es el miedo.
Saben, por supuesto, que las deudas a pagar no tienen género
sus dioses reciben invocaciones desgastadas.
Reconoce el estado que las remesas son su primer ingreso.
Expatriadas sin nombre
escondidas en las aristas de una lengua sin lugar
se les han borrado las coplas.
Las miro deambular a orillas de las autopistas
les compro el boleto de un bus porque me lo piden a media voz.
No es el miedo.
Guardan, por supuesto, el aroma de las mañanas
el olor a ocote
la fiesta patronal
aunque no sé si defenderían un baúl de memorias inadecuadas.
Dicen que la lengua es materna
¿qué trova pasarán a sus hijas
valdrá un canto esta agonía de pueblo mudo?
Sus mismas madres las bendijeron sin loas.
No tienen palabras propias las migrantes.
Sólo en la puerta del baño
una dama de parasol y abanico
único cuerpo de tetas.
No es el miedo.
Su audacia es silente
las migrantes arredran ante lo indecible.
Que dejar la casa les sacude las alas, por ejemplo.
Volemos, dijo la garza.
La mona no perdió tiempo en explicaciones
la mandó realizar su sueño acompañando el gesto de sus manos
con muy malas palabras.
Para Berta Cáceres, asesinada por cantarle a un río
y acariciar los montes.
A la deriva. Tronco de pochote,
poca cosa, arrancado por el huracán de septiembre
refugio de verdes e inocuas serpientes, rasposo
relicto.
Ellas, las lluvias del verano, las aguas que todo crecen,
lo empujan.
Y los siglos pasan. Las eras. Los pochotes
se revelaron insulsos al arte de los bulbos firmes
retienen las gotas o se abandonan a los diluvios.
La ceiba no los desprecia. La ceiba en ocasiones
protege la alegría de sus hojas verdes, los zanates y cenzontles de sus ramas
pajarracos áfonos o aves de los 400 cantos
igualmente hijos del clima y la costumbre.
Son fuertes las raíces de la selva y el balam
ama la ceiba. Es el gato que nada, el señor de la noche
cuando los monos aúllan y en las casas
se disponen a la caza hombres que calculan
el valor de su piel como otros hombres calculan
el precio de la tierra. Ruge el balam, se endereza
la ceiba monumental. Las lluvias del verano se pliegan a su ruego.
Cae el agua, las mujeres se desplazan por la carretera, huyen
con los hijos de su vida.
Para sembrar amapolas han cortado los pochotes
y el asfalto es sede de asaltos. Disparos asustan el nido de quien canta.
Asunto de la ceiba es el paso del balam, sus grandes patas
en el tapiz de raíces. Son amantes de las lluvias
amantes de las pálidas sombras lunares.
Han matado al balam desenraizado la ceiba
con armas ya manchadas de sangre. Los pobres endebles pochotes
oran. El huracán de agosto, corazón del cielo, acude.
El agua limpia, el fuego del rayo más. De los bordes
y los caminos afloran cadáveres, los zanates graznan
informan los cenzontles sin que los hombres dejen de mochar orejas
al son de sus máquinas de muerte.
Desfilan las mujeres, recogen semillas y corren
fortalecen las piernas sus hijos o se extravían.
Hay tiempo de tragedia en el aire. Vuelan las tejas y las láminas
por los vientos del oeste, desaparecen los mosquitos.
Agrandan las manchas de sangre las armas
hombres intentan esconder las 43 heridas que han abierto
en el cuerpo lacerado del balam
43 semillas en la tierra removida por las raíces de la ceiba
la que no se mueve, la que cobijó las tardes serenas.
Las mujeres lloran cerca de los pochotes, han herido a sus hijos.
¿A quién le rezan los pochotes? No hay más agua que el agua
la poderosa, la vengativa. Disparan los hombres
en las entrañas de la tierra.
Han perdido la razón.
La tragedia del aire indulta las cuevas
Ruge truena devela la paz de su corazón la elipsis morada
Tiritan los mil pochotes, las piedras a su alrededor se fragmentan
y un remolino gigante los arranca. No aprendieron el arte
de aferrarse, pertenecen al reino de los humildes
sus ramas secas calientan frijoles. No les gusta,
nunca la guerra cautiva a los pobres.
Ahora se dirigen con fuerza a la boca de la mina
las aguas empujan. Mil guijarros los acompañan.
Saturan el socavón. Las máquinas se detienen.
Templar el testimonio
Otra vez, pide la voz de la niña.
La abuela cruza un dedo por sus labios.
Silencio.
Hay cuentos que sostienen la denuncia.
De repetirse, la leyenda melodiaría
las penas. Arte y festejo:
la justificación más común.
En mi país de lluvias anheladas el maíz ha forjado
personas de sexos distintos
campos y panoramas
La mazorca la desgranan manos diversas
abuela coyote y su nieto descuartizado en la cazuela
el conejo que saltará a la luna
aún la generosa zarigüeya alivia el dolor del fuego en cada grano.
El trabajo desgrana la panoja
suelta la memoria de sus voces
pero las fábulas no deben asustar a las niñas.
Han limpiado las semillas hoy
templado un testimonio
es hora de llegar a los tribunales.
Del granero la organización de las hormigas
saca a la luz otra historia.
Aguarda
Aguarda al amigo
el vestido en el viento
Acecha su voz
la fina figura que dibujan sus manos al hablar
difiere la cuenta cruel.
Alguien le dice que
una ráfaga se mezcló a los truenos secos de la tarde.
Ella espera al amigo
lo espera.
Huellas de la memoria
Para Alfredo López Casanova, por supuesto.
¿Qué hacer con una gubia, los zapatos de una madre
desgastada en la búsqueda
la hermana que alcanza el contingente
el amigo, el padre y todos sus pasos?
Pregunta
interroga sus manos y a las mujeres de su vida
la fotógrafa levanta una ceja, la bailarina
dirige un doloroso paso a la ventana.
Erigieron monumentos a la desdicha
sus manos. En un país de tragedias y héroes,
la corrupción y la desidia
estallan ciudades por un tubo de gas.
Sus manos exigen justicia en tercera dimensión.
Esculpen, en ocasiones moldean la cera, dirigen los gestos
del herrero paciente.
Son de confiar los hombres
cuando se rodean de mujeres y sirven
los platos de su convivencia.
Juntos agotan las formas plásticas del ya basta
la sutil frontera con la paz.
Él bordó en las calles
pañuelos de historias. De ventana a ventana
a la altura de los ojos tendió
caminos rojos de hilo memorioso
verdes palabras verdes para encontrar
al desaparecido
moradas de rabia. Palabras.
Su madre le enseñó a bordar. Y la bailarina.
La fotógrafa, la poeta se le sentaron al lado.
Tú sabes contar historias, me dijo un día.
Suspiré. Quizás lo supe, luego me mordió la araña.
Tú sabes producir imágenes, contesté.
Prorrogó su respuesta.
Masacres en el país de la eterna primavera
orillas de sangre para los ríos
estudiantes, campesinos fuertes y enfermeras
fosas comunes
maestros, comunicadoras, ganaderos que se negaron a albergar
para los ladrones vaquitas extraviadas
barricas de ácido
más estudiantes e ingenieros, médicas, electricistas.
Repasó el alfabeto
con las iniciales de los parajes de sangre.
Once personas al día, medio salón de clase
una oficina
los colegas reunidos para la cena
la quijotita y sus primas sus primos y algunos amigos
más hombres y mujeres que los dedos de dos manos
once personas al día se esfuman en el aire de la región más transparente.
¿Qué hacer con una gubia,
los pasos, las palabras deshilvanadas?
Las destrezas del escultor han acompañado a mamás furiosas
dulces como las fresas que se pudren bajo las hojas
brindaron cobijas
a las hermanas que duermen frente a tribunales
cerraron los ojos del abuelo
acribillado por testarudo inconforme puede que subversivo
terrorista.
El cura lo define santo, la policía anarquista.
En ocasiones bebemos cerveza en una cantina
de orines y oropeles añejos.
Me pregunta qué hacer con una gubia.
Fumamos en silencio
sentados en las ruinas de templos arrancados.
Viene un mayo seco.
El día 10 con sus publicidades de fiesta.
Estas madres de treinta y seis mil hijas pisan
el asfalto de fuego
se descalzan en la fuente.
La hilera de zapatos se ilumina pareja
son ordenadas las madres
y los calcos abandonados de sus pies trazan un mapa.
Las manos de un escultor reposan en sus ojos
la emoción en sus curtidas miradas.
Huellas, las que deja la vida
rastros de quien no desertará la búsqueda.
Recuerda que la gubia es madre del grabado
cincela, inscribe, talla una huella de memoria.
No serán piedras, sino suelas las hormas de estas historias.
Día domingo con Gabagamma
Sudo a tu lado.
En estos 18 grados polares
-¿antárticos? Nuestro norte es el sur, sostienes-
jamás es suficiente un suéter.
Una improbable osa sonrojada
zapatos blancos de enfermera
guantes porque el sol podría esconderse.
A las pordioseras regalas cobijas
tu generosidad no la detienen los veranos yucatecos
ni mis sopas herbáceas e hirvientes.
Espoleas estudios, incitas
-sin insurrección estética no hay revolución-
y ríes.
Conoces todas las rutas.
En los domingos de museo
lo gratuito devuelve su gracia a la pintura
tu arte es alegre como un cromo de muchachas y rancheros.
Es María Izquierdo nuestra abuela
hermana de pintoras brutales e iridiscentes
guía de tránsitos a lo Cordelia Urrueta.
Surrealistas necesarias las inquietantes tías adquiridas
(republicanas, judías, comunistas
gringas libres del marido aviador
una fotógrafa húngara como elemento insospechado).
Hoy todavía son performanceras incandescentes
las vestales de nuestra resistencia.
Sobretodo hoy.
Huitzilín
Nahual de colibrí, hijo del fuego
vacías tus ojos por un instante
luego tomas mi mano
y corremos entre cordones de policía urbana
patrullas de tránsito
furgones de granaderos.
Tres círculos has visto desde arriba
corre, dices.
A mi vez aferro una muchacha
el gas es niebla
corre, le digo.
Un muro de escudos cierra las calles.
Tus ojos en blanco
la tos
una ciclista enfurecida
las banderitas rojas de los interventores de derechos humanos.
Tus ojos en blanco
de paso
a la recepción de un hotel de Gran Turismo
Por acá, señoras, un capitán de servicio.
En el elevador reconozco a mi doctorando.
Por acá, señoras. Nos abrazamos
en la suite presidencial
juntos vamos a la ventana.
Tres círculos de infierno
tres círculos para demostrar
la firme urbana de patas abiertas y máscaras antigás
en sentido izquierdo las patrullas
en marcha opuesta los granaderos gruñen.
Vivos se los llevaron, vivos los queremos.
Antiguo grito de batalla.
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18
19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34
35 36 37 38 39 40 41 42 43 Justicia
El aporte mexicano.
Pestañeas finalmente, Huitzilín
tus ojos se cierran, colibrí de fuego
vuelve a ti el nahual
mi alumno explaya su hipótesis de trabajo
tengo sed.
Nos salvaste la vida y la muchacha que enganché
descubre en la suite
la comodidad de un sillón.
Tu casa
Abres la puerta
y se hace refugio la casa.
Para las amantes de los libros
su desorden es permiso
los amigos y las palabras sonríen.
A tu cocina se llega
para reconocer humanos a los hombres.
Guarida de los solidarios
cubil de madres sin hijos
de padres en día de fiesta.
Sin tus sopas, Coquena,
la mañana sería improbable.
Para Anabel Flores Salazar, 27 años, in memoriam
Su cuerpo cálido de leche
la entrepierna todavía descolocada
a los quince días de parir escribía.
En las mañanas de tortillas con quesillo
tempranera como su provincia
con el hijo de dos años escribía.
Noticias, crónicas, en ocasiones una imagen
la palabra sencilla del diario
una más, la última
diecinueve periodistas asesinados en Veracruz
por un verdugo al gobierno
(imposibles las metáforas).
Anabel el nombre y sus compañeros Rubén Juan Armando
títulos de palabras incómodas
Moisés Octavio y Gregorio eran aún más de temer
con sus plumas de pobres
ni hablar de Sergio Miguel Víctor
que aprovechaban fechas importantes para las notas del pan
Guillermo Gabriel Esteban e Irasema
fueron noticia el día de la libertad de prensa
sin que nadie entienda por qué
A Regina Martínez Pérez la estrangularon en su casa
la revista importante
su precisa investigación
sonaron en la mesa a martillo de condena
De Yolanda dicen que era sonriente
de buen paladar Misael
Miguel Ángel y Miguel reflexivos y tal vez
amantes de un buen café.
Sumamente centrado el asesino
ofuscado
por la foto que le desfavorece.
Pueblo como tantos
esos escribanos de crónicas recientes
a los que visten de bolsas de plástico y heridas.
La sacaron de su casa a la hora del desayuno
mamá reciente
gorda de leche y sueño mal dormido
dice mi amiga que no difundirá la foto de su cuerpo muerto.
Uniformes y gestos bruscos la empujaron
tenían órdenes y ninguna duda
dice mi amiga que no puede imaginar su terrorífica agonía
ni su dolor por dejar sin leche sin madre
al bebé de quince día al hijo de dos años.
No puede escucharlo no puede leerlo no puede más.
México es un sustantivo de hartazgo.
Resonancias
Subterfugio de vino
la palabras suelta
sus recuerdos
monólogos.
la memoria del viejo
andar de años, construcciones, reclamos
sella mi boca con argamasa
de paciencia.
Mas no enmudece la rabia
silba el dolor
pita la noche que da muerte
ese percibir que el miedo calla
la tortura quizás
la furia y la injusticia.
Resonancia de cortes en las palabras.
En ocasiones,
el sentir de muchas
La Casona
Chiflarse en las edades del vecino y la amiga
que no es hija madre o hermano
acaso compañías para el viaje de la vida.
Desatendemos ilustraciones innecesarias e inapetentes
cuidamos las tardes
al dormitar en la cama sin vestir calzones.
El tiempo propio y la responsabilidad
kilos de cuidados con risa los domingos.
La neurótica, el hiperactivo, la niña de las lechugas
la plática repentina, las lluvias de verano entre sol y diferencias.
Familia y aislamiento no son destinos necesarios.
No lo fueron las compañeras de colegio ni el marido
nunca hubo pareja en el deseo. Lo nuestro es
apetencia de soledad por momentos y un diálogo
abierto al cuerpo y las caricias.
La que estudia en el calor necesita agua fresca
la vieja, una tisana y el que suda en la huerta
también dispensa abrazos. Sexo, edad y estudio
son matices. El silencio en la casa
en ocasiones ayuda.
La lenta hazaña de desaprender la familia.