Publicado también en: Francesca GARGALLO CELENTANI, “Prólogo”, en Kara Hartzler, Arizona: no hay gallos en el desierto, Trad. Eva Tessler y Andrés Volovsek, Libros de Godot, Ciudad de México, 2010. ISBN: 10351451.

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Prólogo para No hay gallos en este desierto, libro de Kara Hartzler

Francesca Gargallo Celentani

Ciudad de México, 23 de junio de 2010

 

Los guatemaltecos son mexicanos.
Los salvadoreños son mexicanos.
Si eres ilegal, eres mexicana.
Si eres mexicana, eres ilegal.

Kara Hartzler

 

 

¿Cómo han de cantar tres veces los gallos antes de la traición a la solidaridad, a la voz de   reflexiones desesperadas, a los consuelos cruzados, a las amigas? No hay gallos para ello, supongo. O sólo gallos que fomentan la impunidad con su silencio.

En Arizona, obra de Kara Hartzler cuyo título original es No roosters in the desert, los gallos inexistentes del desierto de Sonora-Arizona son los aliados silentes de la Border Patrol, de los polleros que mienten a campesinos silentes y a amas de casa aterradas diciendo que tres días de atravesada a 45 grados son cosa fácil, de las entrevistadoras cansadas de ver morir gente porque según ellas no tuvieron sentido común; a la vez, son gallos innecesarios, pues para quien camina hasta el fin del mundo con los pies sangrando es obvia la paráfrasis bíblica del clarín de la muerta, de la de la perseguida que no puede llegar a un nuevo día sin ser traicionada.

Basada en más de un centenar de historias de mujeres inmigrantes detenidas al final de un viaje alucinante, testimonios recogidos durante varios años por Anna Ochoa O’Leary, la doctora en antropología que inició a Kara Hartzler en los estudios culturales y en las vivencias femeninas extremas, Arizona es un drama, la historia de tres mexicanas y una guatemalteca durante la noche en que se define si tendrán o no futuro.

Dos escenarios se despliegan a las emociones: el mundo de la noche y el desierto, entre viento, zumbar de insectos y respiraciones entrecortadas, y la escuálida y derrotada presencia del cuarto de entrevistas.  Ambos se sostienen en un conjunto de dolores que sólo se expresan por imágenes, como el fantasma de la llegada de la Border Patrol, esa patrulla fronteriza que hace de la deportación su deporte y de la ignorancia acerca de la vida de las otras personas su manera de sobrevivir a la injusticia que imparte.

Guadalupe, Marcela, Alejandra y Luisa murmuran los miedos de una realidad hostil, hecha de cholos y de patrulleros, así como de vacas, risas, cascos de caballos, vuelos de helicópteros, serpientes de cascabeles, oficinas de aduanas y camiones de la migra.

Una conciencia repentina provoca en la mujer más vieja, Marcela, la necesidad de dejar constancia de sus responsabilidades, tiene 50 años, viene de Guadalajara, su marido ha enloquecido y es la tercera vez que cruza la frontera. Ella sabe que debe convencer a Guadalupe, la guatemalteca de 30 años que se ha roto un tobillo, que no puede quedarse sentada en el desierto tan sólo porque sus dos paisanos han sido levantados por la migra. Sabe que no va a abandonar a nadie; sabe que no se sobrevive al desierto sola. En el primer escenario sabe esto; en el segundo, ha traicionado sus saberes.

Alejandra de antemano da respuesta a las preguntas que sólo después, en un tiempo paralelo y ajeno a la esperanza, formularán las entrevistadoras, personajes con libreta que quieren saber si las mujeres son capaces de interacción: “¡Va a ser una aventura!”, exclama. “Cuatro mujeres juntas, luchando por una vida mejor. ¡Como la Hermandad de los Pantalones Viajeros!”. Con sus 20 años y su seguridad de capitalina, Alejandra hace de contrapunto a Luisa, una adolescente maya de Chiapas que sonríe y entiende muy poco español, pero se conoce los cuentos que contienen la esencia de la vida, su indescifrable significado. Cuentos de indios, como dice Guadalupe; cuentos donde siempre hay magia, gente volando y alguna brujería.

Kara Hartzler ha vivido tres años en Chiapas como trabajadora voluntaria en una organización de defensa de los Derechos Humanos. De la viva voz de las mujeres mayas con quien interactuaba, ha escuchado los cuentos que en las comunidades componen el sustrato mítico de la realidad, ese sustrato que la explica. Y muchos de esos cuentos los vuelve a oír en boca de las migrantes que atraviesan el desierto hacia Texas y Arizona.

En Chiapas aprendió asimismo que su pasión infantil por el teatro resultaba una herramienta efectiva para conseguir la atención de la colectividad sobre un problema o una acción posible. Empezó a armar obras con que ejemplificar una situación social o un drama individual. El teatro se le develó como lo que es en origen: un acto sagrado y coral que obliga a la participación en la reflexión. Entonces escribió una obra para niñas y niños, Jeremy Frey Kicked a Hole in the Sky, un diálogo entre una niña y un niño que, al jugar a la pelota en un jardín público, la patean tan alto que ésta agujerea el cielo. Al ver que el hoyo que hicieron permanece, inician a dialogar sobre las formas de reparar el daño.

Con la experiencia chiapaneca viva en la memoria y el éxito de Jeremy Frey como seguridad en sus capacidades, Kara decide enfrentar con Arizona. No roosters in the desert la realidad de la migración y la cultura del miedo en Estados Unidos, una cultura que lleva a la xenofobia, al racismo, a las actitudes defensivas hacia cualquier Otro o, aún más, Otra. Arizona, en este sentido, es también una respuesta dura contra el racismo y la descalificación de la humanidad propios de la ley SB 1070 de la gobernadora Jan Brewer que afecta a 400 000 trabajadoras y trabajadores de origen mexicano y centroamericano, convertidos en “ilegales”, y como tales concebidos como peligrosos, cual si fuera posible considerar ilegal la vida de una persona. Como lo tiene bien claro Hartzler, se trata de una ley contra los migrantes que necesita ser contestada, así como deben ser contestados los mensajes abiertos y subliminales que culpan a toda persona diversa de la media del terrorismo, de la crisis económica, de la pérdida de la casa, de la frustración por los malos empleos.

Cuando viajaba con mis amigas por México y Centroamérica en una camioneta que llevaba escrito en los dos costados “La calle es de quien la camina, las fronteras son asesinas”, y pintada en la cajuela una gran coyota cuyas tetas henchidas desparramaban su leche por los territorios de cientos de pueblos avasallados por el colonialismo español y la división republicana posterior, nos enfrentamos muchas veces a las autoridades aduanales. Fotocopias, papeles extrafalarios, huellas digitales, revisiones antidrogas nos eran requeridas porque nos negábamos a pagar coimas y porque nuestras vidas de mujeres viajeras ponían en crisis el machismo de las personas y de las instituciones gubernativas. Éstas, en una  ocasión, instigaron a un camionero a lanzar su torton contra la camioneta en la que dormía mi hija de 8 años. Con una maniobra extrema evité el choque y me bajé del auto dispuesta a resolver a puñetazos limpios la cuestión con un tipo que medía por todos los lados 15 centímetros más que yo; para mi sorpresa, detrás de mí estaban los cientos de camioneros pobres detenidos en una de esas fronteras que, como todas, enriquecen a los funcionarios corruptos que incitan a los violentos. Estaban de mi lado. Poco después, con mis amigas encabezábamos una especie de revuelta espontánea de los detenidos. En menos de media hora, la frontera entre Honduras y El Salvador fue rápidamente evacuada cuando las autoridades aduanales dejaron pasar tres kilómetros de ruteros que se habían negado a pagar mordidas.

La arrogancia de los poderes locales, el autoritarismo de los funcionarios menores, la violencia de las personas uniformadas es igual en todas las fronteras. Sólo es más contundente ahí donde las autoridades centrales son más poderosas.

Los diálogos de las cuatro personajas de Arizona, azuzados por el miedo a la migra y expresados a pesar del agotamiento para tener en la voz común un sostén de vida, develan los rasgos racistas de la cultura popular, los mitos sobre las ganancias, los hijos abandonados, la explotación de los maridos, el deseo de romper con las rutinas y las ganas de ver algo diferente. Hacen referencia a una pobreza que inhibe a las entrevistadoras y a identificaciones que de tan sagradas parecen blasfemas con los personajes más heroicos de la Biblia, cual si cada una fuera un Moisés huyendo de Egipto y arrastrando a su pueblo: este paso es por mi madre, este paso es por mi padre, este paso es para mí y seré feliz…

La muerte, en particular la muerte de una mujer, de una mujer india por demás, un ser minorizado por todas las instituciones, desde las internacionales hasta la familiar, es el desenlace más común de todas las historias. Nomás que en Arizona es contada y escuchada por otras mujeres; mujeres que asumen la necesidad de develarla al mundo y actuar para que no sea normalizada por las leyes.

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