En México, las consignas de las feministas al marchar sostienen que ¡Me cuidan mis amigas, no la policía! Para ello toman clases de autodefensa, se organizan para salir a las calles y protegerse como caminantes o como ciclistas en las noches, cuidan las rutas de acceso al trabajo en zonas inhóspitas, detienen a los violentos que amedrentan a las mujeres más jóvenes, más pobres o indígenas, a las que consideran más desprotegidas. Las amigas me cuidan de la violencia callejera, de los maridos y amantes despechados, de los misóginos frustrados que deciden actuar en defensa de una virilidad que sienten amenazada. Y me cuidan de las actuaciones cada día más violentas y erráticas de la policía de todos los estados, incluida la capital. Actuaciones que revelan un odio muy peligroso a las feministas, tan peligroso como el odio a las personas diferentes de la masa indefinida de los gobernados que indican problemas de autoritarismo real.
Que a mí me cuiden mis amigas implica hoy, en México y en un mundo aún más precarizado por la pandemia Covid, con una urgente redistribución de las riquezas y las responsabilidades ambientales, una actitud que desmonta procesos no democráticos de desconocimiento de la libertad y los derechos humanos de las mujeres, propios de gobiernos y sociedades brutales, donde la violación abierta a la integridad de las personas femeninas es utilizada como un acto de terror patriarcal, homofóbico, racista, básicamente antidemocrático. Precisamente porque desmonta el odio y el desprecio de las sociedades autoritarias a las mujeres que no aceptan una división sexual jerárquica de la vida, ¡A mí, me cuidan mis amigas! es un programa de resistencia que defiende a las mujeres para el fortalecimiento de una sociedad plural y no dogmática.
Cuando me detengo en pensar qué es la opresión, yo la visualizo como una dicotomía entre superiores e inferiores, es decir como una jerarquía inquebrantable que desconoce la dignidad humana. Como dice Rita Laura Segato, entre dueños y poseídos en un mundo donde quien no es dueño no existe. Pensemos esta dicotomía como una rígida división entre los roles de las mujeres cosificadas y de los hombres que luchan por ser dueños, y la exclusión de las personas homosexuales, intersexuales, transgéneros, no binarias. Mujeres oprimidas en cuanto inferiores según hombres ideologizados que consideran que, siendo superiores, deben ocuparse de manera rígida y castrante del trabajo y del combate a todas las disidencias de un orden establecido desde un poder que veneran, sea este el del padre, del estado, de alguna iglesia, de la empresa para la que trabajan o alguna institución policiaco-castrense, legal o paramilitar. Se trata de una concepción del deber ser que se ha establecido gracias a prejuicios misóginos que dirigen la violencia hacia la represión. Cuando las mujeres se defienden en las sociedades capitalistas liberales de hombres que las encuadran en un deber ser que no les corresponde, apelan a su libertad de ser. Y al defenderse entre mujeres evidencian una falla en el funcionamiento del estado.
En efecto, mis amigas me defienden porque la policía no es capaz de hacerlo, más aún se ha pasado al bando de los agresores. El performance coreografiado por las cuatro integrantes del colectivo Las Tesis, Dafne Valdés, Paula Cometa, Sibila Sotomayor y Lea Cáceres, enuncia muy claramente que: “El violador eras tú./ El violador eres tú./ Son los pacos (policías),/ los jueces,/el estado,/el Presidente./El Estado opresor es un macho violador.” Como el nombre mismo del colectivo apunta, la cuatro feministas de Valparaíso, en Chile, usan su arte performatico para expresar tesis de feministas nuestroamericanas que comparten. En este caso se trata de la tesis de la educación a la virilidad, o mandato patriarcal, de Rita Laura Segato, que yo acomuno a la idea que para el poder totalitario (que cambia de forma a lo largo de la historia, ubicándose en la iglesia, los ejércitos, el estado, el capital financiero -los dueños, según el momento-, pero que no deja de ser poder que hay que contrarrestar con los poderes de pensadoras y activistas críticas, uniones de personas productivas, defensores de derechos a la vida y pueblos en resistencia) las mujeres deben ser débiles intelectual y físicamente, agredibles, sujetos pasivos para que su consenso sirva para sostener el dominio masculino.
Hace setenta años Theodor Adorno apuntó, en La personalidad autoritaria, que las agresiones autoritarias contra quienes se comportan de forma no convencional se manifiestan en una sociedad cuando en ella se fomentan de manera prejuiciada la oposición a lo imaginativo, una conducta rígida y una actitud morbosa para con el sexo. Hoy hemos comprobado durante cuarenta años de Guerra Fría y treinta años de Globalización Neoliberal que a la intolerancia se educa desde directivas políticas que actúan en la escuela, la religión, la familia, la literatura de moda, la música repetitiva (narcocorridos, canciones feminicidas y la mayoría del reagetton) y los productos audiovisuales que fomentan la competitividad. En Nuestramérica, vivimos hoy en sociedades donde impera una violencia delincuencial que el estado no contrarresta, y que por lo tanto no pueden garantizar relaciones sociales democráticas en los hechos. De ello resulta que el mandato de masculinidad sea protegido por policías y jueces, aunque, según la ley, las mujeres ya somos ciudadanas de pleno derecho y deberíamos gozar de libertad de movimiento y expresión.
A mí me cuidan mis amigas es una elección de libertad, de pluralismo, de antijerarquía y antiautoritarismo. Impulsa precisamente lo que Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, identificó como la actividad política que fluye en una sociedad democrática; eso es, la actividad de las ciudadanas libres cuando interactúan con el mundo. Para las amigas que me cuidan, yo y ninguna mujer somos prescindibles, todas somos necesarias. Cuidarse unas a otras es un acto de resistencia a la complicidad con los principios misóginos del patriarcado. Más aún, es el inicio del fin del patriarcado y, paradójicamente, ha sido impulsado por la actuación de hombres frustrados que quieren imponer compulsivamente su masculinidad, aunque no les produzca placer y los lleve a la autoaniquilación.
“No nos callamos más”. “Mi ropa no determina mi consentimiento”. “Somos el grito de las que ya no están”. “En la calle quiero ser libre no valiente”. Estas consignas enarboladas en las marchas de una marea feminista que ha crecido desde 2015 en toda Nuestramérica son instrucciones para una actuación política que no se constriñe a los programas de un partido y que se escapa de la institucionalidad. Ante un número creciente de violaciones, secuestros y feminicidios, las feministas argentinas enarbolaron en 2015 el grito de ¡Ni una mujer menos!, al que respondieron las mexicanas con ¡Ni una asesinada más! Pero en estas exigencias no hay el menor victimismo, se trata de una legítima demanda que se acompaña de acciones autónomas de autodefensa. A la par, las feministas latinoamericanas decidieron desmentir el antifeminismo de los grupos de extrema derecha, muchos de ellos fanáticos católicos o pentecostales, compartido por personas que no se consideran a sí mismas conservadoras, sino gente común de familias tradicionales. Contestan los argumentos antifeministas de que la sumisión, debilidad, heterosexualidad, deseo de maternidad en las mujeres son naturales y deseables para el buen funcionamiento de la sociedad y que negarlo responde a una “ideología de género” (una supuesta doctrina contranatura impuesta por la ONU u otras instituciones transnacionales que quieren acabar con las tradiciones de los países del subcontinente, según una retórica nacionalista de tintes fascistas). Hombres a la defensiva, enojados por perder los privilegios de una masculinidad que se expresa con prácticas de dominio cotidianas y se identifican con costumbres culturales nacionales, ejercen violencias machistas que las feministas han reconocido y denuncian. Los que se sienten cuestionados cuando se les muestran sus complicidades con abusadores de diversas índoles ya no van a gozar de una palmada femenina en la espalda: un hombre que agrede a una mujer o que disculpa a un agresor puede agredir a todas, así como una mujer que defiende a su amiga combate asimetrías sexuales y de género que ponen en peligro a las mujeres todas.
El 12 y el 16 de agosto de 2019, la Ciudad de México atestiguó dos manifestaciones espontáneas de mujeres feministas que expresaban su digna rabia e inconformidad contra la violencia y el desinterés institucional que sufren. Se agruparon en las afueras de la Fiscalía General para exigir justicia ante los casos de violaciones cometidas presuntamente por policías de la ciudad contra una joven de 16 años que visitaba el Museo Archivo de Fotografía y otra menor de edad que, el 3 de agosto, salía de una fiesta en la Alcaldía de Azcapotzalco.
La adolescente violada por cuatro policías en Azcapotzalco se dirigió al Ministerio Público para levantar su demanda, pero éste no aplicó el protocolo establecido en caso de violencia sexual, realizó las pruebas biológicas días después de la denuncia para que no aportaran evidencias y filtró mezquinamente información a la prensa para que la joven fuera blanco de amenazas e insultos, que la llevaron a retirar la denuncia. Un procedimiento común en México, que las mujeres han denunciado en numerosas ocasiones, pues se repite en las denuncias de violencia doméstica, acoso sexual y, aún, de feminicidio.
“En México los violadores portan uniforme”, sostenía uno de sus carteles. “Eres popó, eres popó, policía violador”, otro, levantado por una feminista disfrazada de policía con bigotes. A los gritos más conocidos de «¡Justicia!» y «¡ni una más!» se sobrepuso “A mí me cuidan mis amigas, no la policía”, en claro descredito de los agentes de seguridad.
Desde esas dos manifestaciones cambiaron drásticamente las formas, hasta entonces pacíficas, de las protestas feministas. Se rompieron vidrios, publicidades, escaparates de la moda sexista, entradas a los bancos y se pintaron los monumentos de la masculinidad conquistadora, militar, agresiva. Ante la indignada respuesta de políticos, historiadores de arte, urbanistas, profesores, las feministas impusieron un cuestionamiento válido: ¿Por qué al sistema le escandaliza que pintemos una estatua y no se inmuta frente a la violencia sexual, el acoso, los feminicidios y la impunidad masculina de que somos blanco la mitad de la población nacional, las mujeres?
Aun una funcionaria que se presenta a sí misma como cercana a las feministas históricas, como la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Scheinbaum Pardo, llama “provocaciones” las expresiones de la rabia feminista. En septiembre recién pasado, ante el sacudón que significó la toma por parte de madres que buscan justicia por sus hijas de una sede de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, y la posterior okupa de la misma para transformarla en un refugio para mujeres violentadas, intentó decir que las feministas son infiltradas y sostenidas económicamente por fuerzas que intentan desestabilizar los gobiernos “progresistas” de la ciudad y el país. El 28 de septiembre, Día Internacional para la Legalización del Aborto, desplegó un operativo policiaco excesivo, con miles de agentes que se lanzaron a corta distancia y con gas pimienta contra las manifestantes, encapsulándolas para impedirles llegar a la Plaza de la Constitución, el emblemático Zócalo.
En Ciudad Juárez y en el estado de Guanajuato, ciudades señaladas por el alto número de asesinatos y trata de mujeres y niñas, así como por los contagios de Covid en las maquilas, la violencia policial hirió a varias feministas; en León, en Culiacán, en Oaxaca y en Xalapa la policía reprimió marchas contra la violencia y en favor de la maternidad voluntaria y manifestaciones contra la violencia feminicida. Enarbolaron un discurso -¿una narrativa?, como hoy es culto decir- criminalizador de la lucha feminista, poniendo sobre alerta a la población contra el vandalismo de las mujeres organizadas.
En el municipio que concentra el mayor número de feminicidios del país, Ecatepec, conurbado a la ciudad capital, la policía de un municipio cercano entró con lujo de violencia en la sede de la comisión local de derechos humanos, golpeando a las mujeres que lo habían ocupado, secuestrándolas y liberándolas horas después de haberlas privado ilegalmente de la libertad, por presión de las feministas de todo el país que salieron a exigir justicia, a pesar de que entre ellas había niñas, niños, ancianas y embarazadas (una de ellas abortó a raíz del susto y los golpes). En la turística ciudad de Cancún, el 8 de noviembre de 2020, la policía disparó con armas de fuego para dispersar un grupo grande de ciudadanas y ciudadanos que se habían reunido frente al palacio de municipal para exigir el esclarecimiento del feminicidio de una menor, Blanca Alexis, cuyo cuerpo acababa de ser encontrado. Obviamente, la policía municipal alegó que la gente estaba realizando actos vandálicos, pero la misma presidenta municipal y el gobernador del estado de Quintana Roo tuvieron que retirar al jefe de policía, culpable de una actuación injustificable… de no ser que atrás de los disparos se celaba el odio de autoridades corruptas que se escudan tras su institución a las mujeres que reclaman su derecho a la vida.
En la memoria colectiva de las mujeres mexicanas está la represión al derecho de protesta y la resistencia popular femenina contra megaproyectos ecocidas. El control social por medio de la violación sexual que realizaron en 2006 los policías del estado de México contra el pueblo de Atenco que se resistía al despojo territorial para la construcción de un aeropuerto ha llevado a una sentencia condenatoria de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el caso Mujeres Víctimas de Tortura Sexual en Atenco versus México.
Aprovechando la orden de reubicar a los vendedores de flores en la vecina cabecera municipal de Texcoco, 1,815 policías estatales y 628 federales desbloquearon las carreteras afectadas por el paro de las y los floristas y se desplegaron en el cercano pueblo de San Salvador Atenco, ingresando sin orden judicial a domicilios particulares y deteniendo a personas tanto en la vía pública como en sus casas. En ese contexto 38 mujeres, 11 de las cuales mantuvieron la denuncia y fueron reconocidas como víctimas, fueron detenidas mientras desempañaban sus actividades cotidianas o habían acudido a documentar los hechos o a prestar ayuda a personas heridas. Fueron trasladadas a un Centro de Adaptación Social, pero durante la detención y el viaje sufrieron violaciones, insultos y amenazas como forma de tortura de “forma intencional y dirigida de control social”, toda vez que “fue aplicada en público, con múltiples testigos, como un espectáculo macabro y de intimidación en que los demás detenidos fueron forzados a escuchar, y en algunos casos ver, lo que se hacía al cuerpo de las mujeres” (Párrafo 202 de la Sentencia, cuyo texto es disponible en https://bit.ly/2SmmgE4).
La memoria colectiva, sin embargo, se alimenta también de actos afirmativos de mujeres para mujeres para combatir la violencia y cuidarse sin apelar a otra fuerza que la de su organización caso tras caso, sin estado y sin instituciones patriarcales, de manera colectiva y sin dirigencia.
En Canción sin miedo, de Vivir Quintana, el coro acompaña a la vocalista afirmando: “Cantamos sin miedo, pedimos justicia/ Gritamos por cada desaparecida/ Que resuene fuerte: ¡Nos queremos vivas!/ ¡Que caiga con fuerza el feminicida!” Este himno del feminismo mexicano termina con un verso modificado del himno nacional mexicano que apela al valor amoroso de las mujeres cuando forman la nación de quien pierde el miedo en la lucha contra la desaparición y el feminicidio.
Y el “sororo rugir del amor” tiene muchas formas de expresarse. Algunas de ellas atraen la atención de los medios masivos de información porque aunque en mano de mujeres desobedientes son reconducibles a las formas convencionales de la política: marchas, protestas, plantones, demandas y, en los parlamentos, la elaboración de leyes y la orientación de las líneas de actuación del Estado. Otras formas, precisamente las más sororas y no convencionales, son reportadas solo por periodistas conscientes de que la nación es cada persona que la conforma, y no quien tiene dinero, poder o representación en el Estado. Por ejemplo, la red Periodistas de a Pie, una alianza de medios dedicados a la información de investigación, fundada en 2007 para incrementar la calidad del periodismo en México con un especial enfoque en los derechos humanos. Su cercanía a la audiencia se deriva en buena medida de la sensibilidad que expresan al investigar las situaciones que le interesan: acompañan a madres y padres de personas desaparecidas, buscadoras de tumbas clandestinas, defensores de los territorios comunales, migrantes, víctimas del ejército y la policía, formadores de asociaciones civiles y colectivas feministas, gente que exige calidad y buen trato en la atención a la salud, incluyendo los cuidados obstétricos.
Chiapas Paralelo es uno de los medios que conforman la Red y ha reportado una acción de mujeres para mujeres, en vida y para la buena vida en algunos de los municipios del estado, que puede incentivar acciones iguales en cualquier lado del mundo: Fridas en Bici son grupos de mujeres que se mueven y promueven el ciclismo de montaña y el desplazamiento ecológico sobre dos ruedas. En lugares urbanos y rurales, estados tradicionalistas o de desarrollo industrial, donde las familias se articulan todavía alrededor de las parejas o las personas viven solas u organizan formas de convivencia desfamiliarizadas, las ciclistas saben que la seguridad es un tema que preocupa particularmente a las mujeres, y no solo por la escasa educación vial de lo automovilistas, sino por la falta de perspectiva de género entre los propios ciclistas. Entonces, Fridas en Bici realiza diversas actividades para aquellas mujeres que guardaron sus bicicletas en la infancia por miedo a salir a la calle y andar solas. Su objetivo es realizar comunidad entre mujeres para que se protejan en la calle. Organizan rodadas de convivencia así como talleres para enseñar a las mujeres a reparar sus bicicletas y no quedarse desamparadas en las calles y carreteras. El acompañamiento entre mujeres es su estrategia y su finalidad. Para construir la confianza entre mujeres, en los municipios donde hay Fridas en Bici, las ciclistas pueden contactar con alguna de sus representantes para pedir que una planilla integrada por mujeres pase por ellas a sus casas, las acompañen hasta sus destinos y viceversa. En los lugares donde el transporte a las zonas fabriles es peligroso para las trabajadoras, las bicicletas con acompañamiento colectivo se convierten en cuidados feministas contra secuestros, violaciones y acoso callejero.
Asimismo hay mujeres que para cuidarse se replantean la vida en las ciudades en términos urbanísticos y vitales. ¿Ciudades Feministas? Sí, y para ello hay que liberar el caminar de las mujeres. En México, como en la casi totalidad de Nuestramérica, existe una relación entre injusticia territorial y económica y peligrosidad. No es lo mismo pasear por el centro que sobrellevar la falta de transporte, los silbidos y sonidos de amenaza masculinos entre charcos y basura, la falta de protección civil, el cansancio de largas jornadas de explotación laboral formal e informal y la contaminación automotriz que vuelven terrorífico el caminar, sobre todo en las periferias. Muchas mujeres se encierran en su casa y quedan en la sombra del aislamiento, ratificando la discriminación histórica de los viajes de trabajo y estudio pensados como tiempos maculinos. La asociación Urbanismo Mujeres y Sociedad en Latinoamérica ha evidenciado que los territorios tal y como están diseñados tienen una deuda histórica con las mujeres. Los territorios en los que nos movemos deben transformarse para satisfacer la primera necesidad de una caminante, las aceras o banquetas, y reconocer todas sus funciones. No sólo para el traslado, sino para saludarse, convivir, cuidar a la infancia y las personas ancianas, y para prevenir todo tipo de delitos, desde la violencia contra las niñas y las mujeres hasta los robos y los asesinatos. Las condiciones del entorno no deben excluir a las mujeres del placer de caminar y tener una vida social.
Las fundadoras de Urbanismo, Mujeres y Sociedad, las arquitectas Acoyani Adame Castillo y Norma Rivero Monsalve, así como la planificadora urbana Linda Moreno Sánchez, hacen diagnósticos territoriales mediante caminatas, talleres y auditorías y escuchan a las mujeres para construir juntas ciudades justas, donde sea posible cuidarse personal y colectivamente, protegiendo sea la inclusión como la autonomía de cada una. La reconquista peatonal de las ciudades implica la caminabilidad, el cuidado de peatona a peatona, más árboles y cómodas paradas de transporte público, basureros en cada esquina y servicios de recolección de basura que garanticen la higiene callejera. En la Ciudad de México, Veracruz, Guadalajara, y también en Santiago de Chile, las mujeres que asumen la caminata como medio de transporte digno y eficiente se acercan a posturas ecofeministas desde la ciudad e comparten su intervención de cuidado con las mujeres que sufren actos de violencia callejeros.
Me cuidan mis amigas no es solo un programa de protección durante las marchas, donde jóvenes con la cara tapada y aerosoles me protegen de la policía cuando grito por la aparición con vida de las mujeres desaparecidas, empujando la silla de ruedas de una amiga y rodeada de madres con niñes en carriolas. Me cuidan mis amigas es un programa feminista de reorganización de las actividades humanas que me garantiza la seguridad que el patriarcado no puede establecer ya que debe asegurarse que yo como mujer no fortalezca mi autonomía. Contra los peligros autoritarios del antifeminismo de las derechas y de los grupos, religiosos y no, de neoconservadores, la consigna de Me cuidan mis amigas apela a la protección mediante el ambicioso programa de amistar a las mujeres entre sí a través del accionar mismo de las mujeres.
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