Archivos Mensuales: septiembre 2017

Feminismo y políticas feministas en tiempos de terremoto

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Charla sostenida con estudiantes y público en general en la Universidad Católica de Córdoba, Argentina, el 27 de septiembre de 2017

 

Perdonen si para hablar de políticas feminista voy a hacer referencia a mi país y a mi ciudad, fuertemente golpeados en este mes por una serie de terremotos y huracanes y cuyas fuerzas sociales se han revitalizado en la ayuda mutua, comunitaria, profundamente solidaria. El terremoto que sacudió la Ciudad de México, una semana después de otro que golpeara la costa de Oaxaca y Chiapas, y que ha tenido más de 1000 réplicas, ocurrió precisamente el mismo día de otro que la conmovió hace 32 años, el 19 de septiembre.  En 1985 a la mayoría de las mujeres se nos impidió colaborar en las labores de rescate; tras 32 años, hoy mujeres de todas las edades laboran junto con hombres para salvar vidas, son fotografiadas por la prensa y reconocidas por la sociedad. Un periódico de tirada nacional llegó a publicar en su portada la fotografía de una joven rescatista, rotulándola con un verso del himno nacional, cambiado en femenino: “Un soldado en cada hija nos dio”.

Hace 32 años yo era una de las pocas mujeres que participó del primer grupo de Topos, en Tlatelolco, hoy estoy lejos de casa mientras mi hija se desplaza en su bicicleta entre los escombros para llevar lo antes posible la ayuda que una vieja señora coordina por internet, reproduciendo los mensajes que fotógrafas, activistas y trabajadoras de diversa índole le envían desde sus recorridos de socorro diarios. Una Brigada de Rescate Feminista está activa desde pocas horas después del sismo. Las integrantes de la brigada feminista, con sus botas de punta de acero y sus cascos, han sido las mayores defensoras de la vida de las trabajadoras de una fábrica textil, víctimas de omisión en prestación de ayuda y, con anterioridad, de ese trabajo mal pagado donde encuentran su nicho laboral las migrantes sin documentación. Son ellas las brigadistas que se han enfrentado a la policía, defendiendo la labor de sus compañeras en el rescate, hasta que, al final, la policía las repelió y sacó de la plaza para meter maquinaria pesada y remover los escombros antes de tener la seguridad de que nadie estuviera con vida bajo de ellos. Un muchacho que trabajó con las brigadistas en el cruce de las calles Chimalpopoca y Bolívar, declaró a una improvisada reportera de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, donde estudia mi propia hija: “He sacado botes de escombros junto con ellas, sin descanso, por tres días. Desde hoy, si escucho a alguien llamarlas feminazis, le rompo la cara”.

Bueno, la referencia es obligada porque en las últimas tres décadas las mujeres han adquirido autonomía no sólo de los partidos políticos, sino también en las formas de organización solidaria de emergencia gracias a que  los modos feministas de relación y las ideas y prácticas políticas de las feministas que se explayan en las organizaciones vecinales, barriales, políticas, se han fortalecido: las mujeres han dejado de obedecer esos mandatos familiares, escolares y publicitarios que les imponen la debilidad y la obediencia.

La autonomía de las mujeres y de los planteamientos feministas ha despertado también reacciones moralizantes, violentas y descalificadoras que revelan que el sistema patriarcal se siente amenazado y es capaz de aliarse con todas las formas políticas conservadoras y, en ocasiones, también con las estructuras políticas de la izquierda (partidista y no). Los hombres de esas agrupaciones no tienen empacho en denunciar con virulencia las injusticias sociales, la corrupción de estado, el racismo y el sistema capitalista, pero se muestran tolerantes, cuando no complacientes hasta devenir cómplices, cuando se trata de hombres que tratan de controlar la sociedad a través de la opresión del trabajo, la sexualidad y la vida de las mujeres. Machos, machirulos, nachos progres, a pesar de 50 años de convivencia con las políticas feministas en el espacio público, la docencia y las relaciones afectivas, siguen dando a entender -cuando no lo sostienen abiertamente- que la lucha de las mujeres es secundaria.

Secundaria ante qué y en dónde son preguntas que me brotan espontáneas cuando los escucho. Por ejemplo no es secundaria para librarnos del capitalismo. La economía feminista ha descrito cómo la asignación de ciertos trabajos no pagados pero indispensables para la “producción de la vida que produce”, ha sido determinada por la discriminación de género de las mujeres. Si las mujeres dejaran de realizar las tareas de cuidados, de reproducción y de reposición de la vida el sistema económico dominante colapsaría, pero no hay hombre de izquierda que quiera deshacerse del capitalismo si para ello tuviera que perder los beneficios del trabajo femenino impago.

Desde 1975, cuando publicó “Salarios contra el trabajo doméstico”, Silvia Federici ha venido analizando el vínculo entre sistema capitalista y la división sexual del trabajo; en la actualidad, sigue estudiándolo y denunciándolo también en relación con la migración y las nuevas agresiones contra las propiedades y los derechos a las tierras comunales, amenazadas por el neocolonialismo minero y de los megaproyectos de ingeniería.[1] Las mujeres migrantes hoy son víctimas de una refeminización de los trabajos domésticos, ya que su función es sustituir a muy bajo precio a las mujeres de los países de llegada que han ingresado al sistema de trabajo salarial en competencia con los hombres, sin haber transformado la cultura del trabajo indispensable (el doméstico) ni analizado cómo la revolución tecnológica va acompañada de una pérdida de importancia de las relaciones afectivas y de las garantías laborales. La opresión de las trabajadoras migrantes, así como la opresión de quien realiza los trabajos de reposición de la vida, son inherentes al sistema capitalista.

Para volver a mi ciudad y a mi país, que ahora me pesan en el corazón y que extraño con la virulencia de las tripas, por supuesto las diversas feministas que están actuando hoy en los estados y las ciudades afectadas por los sismos, no pertenecen a un solo grupo etario, ni a una única clase social ni a un solo pueblo. Muchas ni siquiera saben que en México y en Nuestramérica podríamos hacer remontar la historia de las reivindicaciones feministas por lo menos a la época de las revoluciones de Independencia. Hoy en las calles actúan feministas y mujeres que encaran de diversas maneras la actividad política, algunas están en partidos, otras consideran que la política es sinónimo de partidocracia y que ésta es sinónimo de corrupción, otras participan desde ONG de diversos cuños, algunas más provienen de círculos de mujeres y de asociaciones independientes o de colectivas autónomas. Entre ellas hay académicas, abogadas, arquitectas, jóvenes del movimiento contra el feminicidio, comerciantes, artesanas, feministas anarquistas, mujeres organizadas contra el acoso callejero, artivistas, burócratas, todas afectadas, de una manera u otra, por la reorganización neoliberal del trabajo, la pérdida de empleos por la tecnología y la desaparición de las garantías laborales.

En las ciudades, pueblos y comunidades afectadas de Oaxaca, Chiapas, Morelos y Puebla las mujeres organizadas desde asociaciones de artesanas, comerciantes y de médicas tradicionales actúan en la recepción y distribución de las ayudas según el cargo que le otorgan las y los ancianos de sus pueblos. Muchas organizaciones de mujeres convergen en la CONAMI, Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas, que en 2017 cumplió 20 años. Sólo una parte de ellas apoya la candidatura independiente de María de Jesús Patricio, médica tradicional nahua de Jalisco, para que represente a los pueblos de México en las elecciones presidenciales de 2018, pero María del Jesús representa un cambio en las relaciones políticas impensable hace tan sólo 20 años. Es una bofetada al racismo partidista y a la hegemonía mestiza blanquizada de las representaciones nacionales, por ejemplo.

No olvidemos que hace 50 años el feminismo se reactivó después de un periodo de represión de la libertad y actividad de las mujeres, particularmente violento después de la II Guerra Mundial, para acabar con el sexismo, porque iban tomando conciencia de la naturaleza de la dominación masculina y la subordinación femenina. En ese entonces las mujeres descubrieron que su vida privada y aún su vida íntima tenían un vínculo con la opresión y sus mecanismos legales y económicos. Lo personal es político fue más que un lema del movimiento de liberación de las mujeres, fue su percepción política más revolucionaria.

Según bell hooks, en el caso de Estados Unidos, “Ya fuera en el contexto de las mujeres blancas que luchaban en nombre del socialismo, mujeres negras que luchaban a favor de los derechos civiles y la liberación de la población negra o mujeres nativas estadounidenses que luchaban por los derechos indígenas, estaba claro que los hombres querían ser los líderes y que querían que las mujeres los siguieran”.[2] En su vida personal, que por supuesto es política, en las ciudades como en los pueblos, las feministas mexicanas hoy actúan en conformidad. La Ley Revolucionaria de las Mujeres, presentada por el Frente Zapatista de Liberación Nacional en diciembre de 1993, sostiene la autonomía corporal y afectiva de las mujeres a quien nadie puede obligar a casarse si no quieren. En una época de repunte criminal de la trata de mujeres y adolescentes, relacionada con la desaparición de personas y con la impunidad en la comisión de delitos contra las mujeres, la Ley de las zapatistas adquiere una vigencia continental.

Ahora bien, en las ciudades, según fue evolucionando el feminismo, las mujeres idearon formas diferentes de convivencia y relaciones afectivas y familiares. La mayoría de las rescatistas mexicanas del sismo de 2017 conviven con amigas, otras en pareja, algunas son hijas de familia, madres y hasta abuelas. Las mujeres de comunidades indígenas migrantes intentan convivir en un edificio o en barrios, para poder sostener sus fiestas y vínculos con la tierra y sus rituales. Asimismo, muchas de las mujeres mestizas y blancas que tienen los medios económicos para hacerlo, viven solas. En las tareas de rescate, nahuas, mestizas, zapotecas, mixes, blancas y mayas mezclan sus cuerpos, cruzan sus lenguas, se intercambian saberes y en los momentos de descanso comparten comidas, en ocasiones preparadas por hombres.

Desgraciadamente, no todas las rescatistas reportan actitudes positivas hacia su participación. La policía y el ejército, en particular, intentan sacarlas de las actividades visibles de rescate. La justificación para rechazar su ayuda en las zonas de desastre es que deben protegerlas, dando por supuestas su debilidad y necesidad de tutelaje y protección. A la vez, crudos testimonios de mujeres que participan solas o en pequeños grupos en brigadas mixtas en las labores de rescate revelan que la violencia sigue siendo una de las formas más comunes de relación intergenérica. Un testimonio en Facebook, el 26 de septiembre, decía: “laboramos junto a hombres que nos saltan en las cadenas, que nos dicen ‘toma una escoba, que con eso ayudas’, que hacen cara de asco cuando hay que pasar toallas sanitarias, que nos manosean, que nos dicen que no podemos cargar, que cuando ven que sí podemos nos llaman machorras, que nos intentan violar cuando regresamos del trabajo de brigadeo”.

La amenaza de violación por parte de hombres que ven amenazado su protagonismo por parte de las mujeres, es una amenaza política, obviamente. Más aún en un país donde fue preciso que las madres de las jóvenes trabajadoras y estudiantes desaparecidas y asesinadas de la ciudad donde se inauguró la industria de ensamblaje (la así llamada maquila), Ciudad Juárez, en 1993, tuvieron que adaptar al castellano la palabra feminicidio para entender qué tipo de delito se estaba cometiendo contra sus cuerpos y sus derechos a la vida. Más aún en un país donde se cometen 7 feminicidios por día y donde 7000  mujeres han desaparecido en los últimos 5 años, muchas de ellas víctima de la trata con fines de prostitución forzada, pornografía, trabajo esclavo y tráfico de órganos. Violencia sistémicas, que sin embargo se duplicaron después de 2006. Y que crecieron también con las violencias que en el país se cometen contra las migrantes centroamericanas después del golpes de estado que derrocó el gobierno legítimo de Honduras en 2008.

Según Virginie Despentes, la violación es un programa político preciso, pues sirve para sostener el capitalismo, ya que representa de la manera más cruda y directa el ejercicio de poder.[3] No obstante, los estudios de Rita Laura Segato en las cárceles de Brasil, revelan que la violación es también una práctica de algo que Hannah Arendt habría llamado la banalidad del mal, es decir una práctica recurrente de relación de los hombres con las mujeres que perciben como indefensas porque no tuteladas-apropiadas por otros hombres. Según Rita Laura, la violación es un acto de moralización, un ejercicio de autoritarismo de género. El violador, nos dice, no es un enfermo ni un hombre consciente de su maldad. Es alguien que representa a todas las fuerzas controladoras y conservadoras que actúan en la sociedad. Es un castigador y un repetidor de esquemas que considera que la presencia misma de las mujeres en el espacio público es un desvío, un desacato al sistema patriarcal que le otorga a él por ser hombre la centralidad y la libertad de movimiento.[4]

Desde esta perspectiva son los modelos de masculinidad los que producen las políticas conservadoras, primeras entre ellas las políticas de la división binaria de género, que fácilmente se cruzan y fortalecen con políticas racistas y clasistas de descalificación y discriminación de grupos mayoritarios de la población.

No obstante, existe una tercera hipótesis sobre el significado político sistémico de la violación y ha sido elaborada en Guatemala, país de mayoría maya que vivió hasta 1996 una larga represión de los sectores blancos de izquierda y de las poblaciones indígenas por ser indígenas. El equipo del Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH) plantea que la violación, y los feminicidios que la acompañan con siempre mayor frecuencia, son actos de represión parecidos al genocidio. Se trata de agresiones dictadas por una construcción de género que implica la existencia de hombres armados, militares, paramilitares o delincuentes. Son las formas de la violencia contra el cuerpo de las mujeres las que revelan una política represiva común a la masculinidad dominante y la represión de estado, que por 40 años acompañó políticas de discriminación racista y represión de los sectores progresistas. CALDH y las feministas guatemaltecas tienen claro que las mujeres estamos en todas partes, conformamos cualquier clase y todas las naciones y pueblos, somos las creadoras y sostenedoras de las redes sociales familiares y comunitarias, de manera que violar o amenazar de violar a una mujer es una manera de agredirla personalmente y, a la vez, de poner en alerta a la mitad de la población. Para las feministas de Guatemala, la violencia que ocurre en el ámbito doméstico, entre familiares o personas con las cuales existe o ha existido una relación, así como la que sucedió en contextos de violencia generalizada en espacios públicos o privados, y la asociada con crímenes seriales o con otras modalidades delictivas relacionadas con el crimen organizado, tienen en común que afectan la vida social de las mujeres víctimas y de las mujeres que las conocen o conviven en su misma sociedad. Su objetivo es revelado por las formas de crueldad con que se realiza una violación o un feminicidio, pues pretende aterrar, criminalizar, castigar e imponer la inmovilidad, el no cambio y la manutención de la represión para todas.[5] Relegar a las mujeres a la permanencia en un lugar confinado es una forma de invisibilizarlas y de poder afirmar en consecuencia que la vida femenina es intrínsecamente apolítica o no política.

Las actitudes amenazadoras de los hombres en la calle, aún en medio de una masiva acción solidaria, no revelan sólo una mentalidad conservadora, sino una reacción violenta a los logros de las mujeres comprometidas desde la década de 1990 con la igualdad de género. Las igualitaristas y las funcionarias públicas que dirigen las políticas de género en México como en el resto de Nuestramérica son las feministas menos radicales, las que no van más allá de exigir el mismo salario por el mismo trabajo y, a veces, el reparto de las labores domésticas. No tocan siquiera la estructura de la familia nuclear y de la economía de pareja, por eso en su momento fueron sostenedoras no tanto de la revolución sexual sino del matrimonio entre personas del mismo sexo (que ofrece al sistema financiero vigente las mismas garantías que un matrimonio heterosexual, por ejemplo para los créditos de compra de vivienda y automotores). En general son mujeres urbanas, formadas académicamente, de sectores medios, blancas, lo cual las hace más propensas a aparecer en los medios masivos de comunicación, donde se manifiestan contra la violencia doméstica. No obstante, los sectores masculinos más conservadores consideran aún a estas feministas privilegiadas que han dejado de tener en cuenta las perspectivas feministas revolucionarias desde la década de 1990 como peligrosas enemigas de los hombres. De los hombres, y no de sus privilegios.

No sé qué sucederá con los millones de mexicanas y mexicanos de todas las edades que se han volcado a las calles para brindar desde sus contradicciones y capacidades ayuda a las personas más afectadas física, económica y emocionalmente. No sé qué sucederá con las jóvenes camioneras que han manejado hasta puertos y pueblos que el derrumbe de los puentes ha cortado del contacto con las ciudades para entregar cobijas, lonas, alimentos, medicinas y agua potable bajo las lluvias que arrecian en este momento. No me imagino a las brigadistas que han roto losa a mazazos aceptar esas legislaciones tan sofisticadas que para defender su derecho a una vida libre de violencia en realidad las exponen a la imposibilidad de brindarle justicia. Dudo que las ciclistas que llevaron esmeriles, mazos, palas, cuerdas de un punto a otro de la ciudad, a cualquier hora, pasando por encima de túmulos de detritos se acomoden ahora a las reformas educativas que prevén la exclusión de un sinnúmero de estudiantes de las universidades públicas. En 1985 la solidaridad popular una vez terminada la etapa de rescate fue encausada hacia actividades sociales emergentes, reconstrucciones ambiguas entre el trabajo colectivo y el financiamiento vía ONG, los brillos de un neoliberalismo que promovía la teoría de los financiamientos para el desarrollo empresarial. Aún así de aparentemente controlada la población de la Ciudad de México nunca volvió a votar el partido que por años embridó y reprimió los movimientos populares, sindicales y productivos del país. La Ciudad de México se convirtió en una isla progresista en medio de un país que el neoliberalismo empujaba al conservadurismo y la violencia.

Las feministas en las calles de las ciudades y pueblos del México probablemente dejarán una huella emotiva en diversos sectores de mujeres, permitiéndoles reconocer las expresiones patriarcales como formas de un único sistema de dominación. Las profesoras que descreían de sus alumnas al verlas actuar de manera coordinada y solidaria puede ser que vuelvan a considerar los estudios de las mujeres como una acción política de construcción de una episteme diversa.

No sé qué sucederá; como historiadora de las ideas feminista sólo puedo recordar que el feminismo es un movimiento de mediana duración, con más de 200 años de historia y diversas etapas, algunas revolucionarias, otras de resistencia y otras bastante reformistas. El movimiento de liberación de las mujeres que se manifestó hace medio siglo en todo el mundo fue su momento más revolucionario. En muchos países de Nuestramérica -en Venezuela, Costa Rica, México, Chile y Brasil en particular modo-,  las mujeres examinaron el pensamiento y las actitudes sexistas y buscaron la transformación de nuestras creencias sobre los roles impuestos por un sistema, sin dejar de reconocer y fortalecer los propios deseos. Sus ideas germinaron de diversas formas en todos los pueblos de Nuestramérica, ubicándose y transformándose. Las tendencias antimovimentistas de los controles estatales de los años 1990-2000, con el surgimiento de numerosas ONG destinadas a dividir las demandas del feminismo, orientándolas a logros específicos en el marco legal, más que a la transformación de la sociedad en su conjunto, así como la reubicación de las teorías feministas, primero de las mujeres, luego de los estudios de género y los estudios queer, en la academia ubicaron las reivindicaciones feministas en cierto reformismo liberal, decepcionando a las mujeres más radicales. Hubo un tiempo que parecía que el feminismo no era más que una asignatura en la curricula de las carreras de Ciencias Sociales. Entonces los hombres que temían perder sus privilegios reaccionaron diciendo que las mujeres teníamos más derechos que ellos, que nuestras prerrogativas sobre la maternidad los excluían de la afectividad, que el feminismo no tenía razón de ser.

La violencia recrudeció, mientras ingresábamos en los ejércitos, las policías y los más masculinos, enajenantes y mal pagados trabajos de los hombres como carne para el acoso y la demostración de que no somos más pacíficas ni menos violentas que ellos. Fue cuando las madres de las trabajadoras pobres de Ciudad Juárez se unieron para denunciar las condiciones en que sus hijas desaparecían y algunas eran encontradas asesinadas en el desierto. 1993: el año en que se organizaron las Madres de Juárez, trayendo al vocabulario feminista el término feminicidio, es decir el asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer. 1993: el año en que un pequeño grupo de feministas intervino en VI Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe en El Salvador para decir que había que ser autónomas de los mandatos de acción de género que llegaban del neoliberalismo vía las financiaciones internacionales. 1993: el año en que las mujeres mayas del EZLN se reunieron para elaborar una ley que ahora ha logrado que en los caracoles y comunidades zapatistas todos los cargos estén repartidos en un 50% de mujeres y un 50% de hombres.  No sé qué nacerá de los escombros de México, pero es cierto que este terremoto aconteció cuando las feministas de diversos cuños y formas de organización ya se habían activado contra la inseguridad fomentada por la impunidad y el conservadurismo neoliberal. Puede ser que empuje radicalizándolo este nuevo momento feminista. Puede que la acción de las brigadistas sea una expresión de que este despertar es una realidad.

 

 

[1] Silvia Federici, Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas, traducción de Carlos Fernández Guervós y Paula Martín Ponz, Traficantes de sueños, Madrid, 2013.

[2] bell hooks, El feminismo es para todo el mundo, Traficantes de sueños, Madrid, 2017, pp.22-23.

[3] Virginie Despentes, Teoría King Kong, traducción del francés de Marlene Bondil, Editorial El Asunto, Buenos Aires, 2012.

[4] Rita Segato, Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Prometeo, Buenos Aires, 2003.

[5] Cfr: Centro de Acción Legal para la Defensa de los Derechos Humanos, Los asesinatos de mujeres: una expresión del feminicidio en Guatemala, CALDH, Ciudad Guatemala, 2005. Ver asimismo Yolanda Aguilar y Amandine Fulchiron, “El carácter sexual de la cultura de violencia contra las mujeres”, en Las violencias en Guatemala. Algunas perspectivas, Unesco, Guatemala, 2005; y Laura Montes, La violencia sexual contra las mujeres en el conflicto armado: un crimen silenciado, CALDH, Ciudad Guatemala, 2006.

Estética, historia, memoria. Un texto mío rescatado de El Grito (primer número, septiembre de 2017) por mi amigo Enrique Meléndez, quien vive en Venezuela

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Historia, estética y racismo
Francesca Gargallo Celentani

Todo tipo de expresión social es cultura; de manera que no hay una cultura universal sino culturas que producen bienes que contribuyen a la formación de identidades. Toda cultura se despliega en el tiempo y, de una forma u otra, como tiempo visualiza su devenir. A eso le llamamos historia. No es única, no es lineal, no se desplaza necesariamente sobre el eje del antes y después; más bien se relaciona, como escribió antes de su deportación y muerte en el campo de concentración de Buchenwald Maurice Halbwachs, con un recuerdo plural, una memoria colectiva que dota de un sentido compartido a las personas, los hechos y su importancia. Además de La memoria colectiva, libro publicado póstumamente en 1950, Halbwachs había escrito sobre los marcos sociales de la memoria, en 1925, y sobre la memoria de los lugares evangélicos en Palestina, en 1941. En los tres textos, sostiene que la memoria colectiva es el proceso social de reconstrucción del pasado vivido y experimentado por una comunidad o un grupo de personas que tienen alguna identificación. Según Halbwachs, la memoria tiende a hacer hincapié en la permanencia del tiempo y en la continuidad de la vida, para que la identidad de un grupo se conforme sobre bases comunes y seguras, mientras que la historia insiste en las transformaciones que se suceden en el tiempo. ¿Es posible pensar, entonces, una historia de todas las culturas? ¿Es posible romper con la idea que la historia la han escrito, es decir, fijado y limitado en un proceso de decantación único, los pueblos y los grupos sexuales que han ganado batallas militares, económicas o ideológicas?

La idea de Halbwachs acerca de una memoria colectiva múltiple, que se transforma en la medida en que se actualiza; así como la idea de ñawpa, que se traduce como futuro y como pasado en la cosmovisión andina; la idea mesoamericana de soles o eras que se suceden a través de un fin que da nacimiento, y la idea feminista de que la humanidad no existe sin la presencia activa del recuerdo de todos los seres humanos, mujeres, hombres e intersexuales en la percepción de su estar en el mundo, reflejan que el pasado nunca es igual ni nos informa del mismo modo. En el presente de quien recuerda, el tiempo histórico resulta de la pluralidad de sujetos recordantes y de elementos emergentes del recuerdo. Con ello, la historia androcéntrica ha entrado en crisis. La historia racista, la de una Europa y una europeidad portadoras de progreso y civilización frente a un mundo o demasiado joven o demasiado viejo para representar a la humanidad, ha entrado en crisis. La historia clasista ha entrado en crisis. La historia de la belleza como valor estético ligado al aspecto físico y producción artística de un grupo con poder ha entrado en crisis.

Según Paul Ricoeur, que como nadie ha analizado la relación entre hecho histórico y narración, existe un pacto tácito entre quien escribe y quien lee un texto histórico, porque entre los dos se establece una expectativa de verdad. Ahora bien, insiste Ricouer, este supuesto, esta confianza en que la representación del hecho sea verdadera, no inicia con la historia, sino con el recuerdo, con la memoria. La confianza en la presencia de un recuerdo verdadero presupone que la imagen recordada sea fiel a la verdad. Pero ¿quién recuerda y quién representa el pasado recordado? Mi padre, cuando era niña, me insistía en una concepción presente en muchos de sus escritos y que sustentó su Historia de la historiografía moderna: la historia es siempre presente, no hay pasado sino tan solo la representación del mismo que un historiador hace en su tiempo.

Ahora bien, desde que las mujeres nos nombramos y recordamos juntas –compartiendo así una identidad de sobrevivientes, activistas, participantes–, la memoria de los hombres ha dejado de sernos verdadera, operativamente verdadera: se nos ha instalado la duda sobre lo que es el devenir de la humanidad y sobre lo que es importante y digno de recordarse. Desde que en 1973 el pueblo nasa se organizó en el Cauca, reivindicando las ideas de Quintín Lame Chantre acerca de la afirmación de los valores propios y el rechazo a la discriminación para defender su derecho a la tierra y a una organización propia, los pueblos y nacionalidades originarias cambiaron una historia invisibilizada, sostenida en una memoria de grupo que negaba, a través de la historia oficial, un tiempo de sobrevivencia física y de cosmovisión, por una historia de verdades recordadas en imágenes de resistencia indígena y que pone en entredicho los momentos culminantes o espectaculares de las independencias y revoluciones latinoamericanas. Como escribe la lingüista mixe Yásnaya Aguilar: “Todas las narraciones y conocimientos que mis abuelos me han enseñado tienen algo en común: no necesitaron de la palabra escrita, necesitaban de práctica y memoria. El analfabetismo no supone falta de conocimiento ni mucho menos impide su transmisión”.

Francesca Gargallo
de Nonoy Gámez

Las artistas borradas del recuento de autoras por los museos, el campesinado que aparece protagonista de resistencias diversas apenas en la historiografía marxista inglesa del siglo XX –Edward Thompson, por ejemplo, escribió en 1963 una historia de las clases populares y de los grupos oprimidos, recuperándolos como agentes de la dinámica histórica y su voz y su memoria en tanto que fuentes del saber; vuelve a las cosmovisiones campesinas como sustrato ideológico y a la conciencia obrera como móvil de una historia de todas las clases sociales, una historia de memorias colectivas que descalifican como verdaderos el punto de vista y la representación de los vencedores y las clases dominantes–, las trabajadoras no reconocidas: las amas de casa y las campesinas de subsistencia colectiva, las curanderas toleradas en los territorios colonizados como cuidadoras de cuerpos secundarizados y transformadas en brujas en Europa para privilegiar el conocimiento médico de los hombres, las jóvenes raptadas en África y convertidas en América en carne de trabajo y lujuria por los colonialistas, los cuerpos racializados y afeados –esto es: cargados de categorías que expresan desagrado o miedo para desautorizar a un colectivo– siempre estuvieron presentes. Por eso hoy pueden elaborar sus propias memorias para atribuirse el recuerdo de los hechos.

Ahora bien, los mecanismos culturales con que las memorias de los colectivos no hegemónicos fueron desconocidas sistemáticamente en aras de constituir memorias nacionales parceladas, nos revelan muchos de los defectos y hasta de los horrores del autoritarismo nacionalista, del racismo colonial y de los sesgos académicos. Por ejemplo, utilizaron categorías estéticas para diferenciar los buenos-bellos recuerdos, que había que atesorar, de las memorias feas-sucias-atrasadas-inútiles-peligrosas.

Las categorías o “valores” estéticos están presentes en la casi totalidad de las percepciones culturales e individuales de qué es humano y de qué es bueno. El vínculo entre estos valores estéticos y las categorías éticas de comportamiento son evidentes e implican juicios de valor: lo bello y lo feo, pero también lo sombrío, terrible, fúnebre, oscuro, sucio, asqueroso, horrendo, terrorífico, grosero, torpe, vulgar, cursi, flojo, destemplado, esbelto, gracioso, fino, elegante, sublime, hermoso, armonioso, claro, guapo.

En otras palabras, y contra lo que se enseña en muchos cursos de historia del arte, la estética sostiene percepciones íntimas, acciones y memorias a lo largo de la totalidad de la vida humana y no sólo la percepción de lo que se ha dado en llamar Arte. Decir de alguien, en México, “qué bonito” porque es “güerito” involucra una apreciación históricamente construida desde el racismo colonialista e implica, a su vez, tanto una autodescalificación racial como una sumisión de clase. Nada tiene que ver lo bello con el fenotipo de las personas blancas, a menos que se le atribuya, en el recuerdo colectivo, un lugar de dominancia militar o económica que debe ser subrayado como positivo a través de una apreciación estética.

Por supuesto, la historia del racismo no se agota en el soporte de los valores estéticos de una cultura. Su materialidad se hace evidente en la discriminación económica, educativa y en la violencia que sufren los cuerpos racializados. El Frente 3 de fevereiro, en São Paulo, es un grupo de investigación e intervención artística formado por artistas plásticos, diseñadores gráficos, músicos, actores, una cineasta, una historiadora, una socióloga, una abogada y un escenógrafo. Trabaja en torno al racismo en la sociedad brasileña, al que define como “una contradicción social”. Su abordaje crea nuevas lecturas y pone en contexto datos que llegan a la población de modo fragmentado, a través de los medios de comunicación. Sus intervenciones artísticas –mantas, presencias en lugares disímbolos, tomas del espacio público– asocian un legado artístico muy importante en São Paulo con la urgencia de darnos cuenta y recordar la violencia racista, no sólo clasista. O, más bien, la violencia de las autoridades encargadas de proteger lo blanco con todos sus atributos de supremacía. El nombre mismo del Frente se deriva de un hecho de la realidad racista: el 3 de febrero de 2004 un joven dentista recién graduado, Flavio Sant’Ana, por el solo hecho de ser negro fue confundido con un ladrón y asesinado por la policía de São Paulo. “La muerte de Flavio hace evidente la tipificación cotidiana del joven negro como ‘sospechoso’, como ‘amenaza’”; es decir, el asesinato de un profesionista negro de clase media alta muestra que “la democracia racial es un intento deliberado de negar las perversas prácticas sociales apuntaladas sobre una herencia esclavista”.

No es bello matar a alguien por su color de piel. No es bueno fingir estar de acuerdo con un mestizaje que nos oculta recuerdos colectivos porque así nos impide identificarnos con ciertos grupos. Una alumna mía, nahua de Hidalgo, me confesó que cuando se siente cansada de las miradas racistas que le lanzan profesores y estudiantes en la UNAM, se disfraza de mestiza. Su fenotipo no cambia, pero destrenzándose el pelo y usando pantalones se confunde con todos y todas sus compañeras. Porque el México mestizo es en realidad un México desindianizado mediante violentísimas intervenciones sobre la memoria colectiva. Ahora bien, este México de gente oscura es también el México víctima de la impunidad policial y de la violencia asesina que han ejercido grupos de delincuentes vinculados a la organización del poder económico, político y mediático.

Ciencias, artes, relaciones entre individuos sexuados, expresiones afectivas, formas de producción económica, sistemas políticos, ideas de sí y formas de recordarse son bienes que una cultura produce. Se dan en el tiempo y sobre ellos se asientan, de forma jerárquica, las ideologías que definen esa cultura.

Pez diablo
de Nadja Massün

Hoy, desde abajo y desde las orillas del saber histórico, pujan sexos que cuestionan su jerarquía social; resistencias a los simbolismos de los colores de piel y fenotipos hilvanados con supuestas cualidades o defectos; críticas a los ordenamientos de saberes; rechazos a los idearios religiosos y morales, que en la representación mnemónica de las mujeres y de los miembros de pueblos originarios, migrantes, minorizados, representan escalafones de discriminación o remiten a posiciones de maltrato. Son pruebas de que el pacto tácito entre escritores y lectores blancos, hombres y letrados puede ser cuestionado y roto por quien hoy busca otros recuerdos con que construir la imagen de la historia. La simplificación de la diversidad humana y cultural que se sostenía en ese pacto era afín a sí misma y su expectativa de verdad era ideológica. El autorreconocimiento de diversos sujetos de la memoria las estalló, dando pie a la posibilidad de historias no racistas ni androcéntricas.

Hasta 1871, cultura no significaba más que cultivo de los suelos o sistema educativo. Edward B. Tylor, sin embargo, en su libro Cultura primitiva, construyó una sinonimia entre cultura y civilización: “La cultura o civilización, tomada en su amplio sentido etnográfico, es ese complejo conjunto que incluye el conocimiento, las creencias, las artes, la moral, las leyes, las costumbres y cualesquiera otras aptitudes y hábitos adquiridos por el ser humano como miembro de la sociedad”.

Como producto de la actividad social, la cultura es una expresión de las relaciones de poder, de cuidado y de acción del colectivo que la produce. De ninguna manera puede ser permanente e inamovible: cualquier cambio tecnológico, ecológico, religioso, médico, económico, político e ideológico interviene sobre el conjunto de objetos e ideas que un colectivo produce. Y lo mismo sucede con cualquier atribución plural del recuerdo con que el colectivo se representa en la historia.

Históricas son tanto las culturas producidas por las y los ciudadanos de un Estado-nación como las culturas de una nacionalidad no estatal (tribal, comunitaria) que vive en los márgenes del reconocimiento. Históricos son los productos llamados “medicina alópata” y “pintura de caballete” pero también lo son otros productos llamados “rezo curativo” y “pintura corporal ritual”: cambian, se adaptan a circunstancias en permanente transformación.

La mayoría de las culturas producidas por colectivos insertos en sistemas de gobierno y de organización social y educativa provenientes de tradiciones europeas (las europeas y las de las élites de los países otrora colonizados por aquéllas) están sujetas a diversas alteraciones de sentido, provocadas por la acción de los movimientos de liberación de las mujeres, que desde hace dos siglos irrumpieron en su producción y organización. Los feminismos europeos y americanos, por ejemplo, han suscitado discusiones y transformaciones de la cotidianidad, desde las relaciones de pareja hasta la crianza de los hijos y el cuestionamiento de las sexualidades; han inducido a reacomodos en las industrias de la alimentación, la indumentaria y el calzado, así como en la educación, la política y las ideas y las artes. Dada la forma de llegar a buscar recuerdos para constituir la propia memoria, las mujeres europeas se cuestionaron la invisibilidad de sus congéneres en las culturas asiáticas, africanas y latinoamericanas, y empezaron a escucharlas, aprendiendo formas de relación social entre sexos definidos desde diversas sexualidades y roles genéricos.

Las culturas expresan sus memorias, se las narran. Se hacen historia en lenguajes orales y escritos que articulan emociones, convicciones, tradiciones, reacciones y cotidianidades en el tiempo. Narraciones que acompañan gestos, como los mitos asisten a los ritos. Relatos trinos en los tiempos lineales, con inicios, desarrollos y fines, que van de un atrás visto en el presente como empuje hacia un adelante anhelado y aún inexistente. Y gestas que se sostienen en el tiempo frente a los ojos de la memoria, para dirigirse al atrás de lo incógnito y futuro. Relaciones tentaculares de los tiempos que se derivan de las múltiples formas con que las sociedades recuerdan su historia.

Las culturas responden a quien les da vida. Al mismo tiempo, transmiten sus conocimientos por la vía de los recuerdos. Las historias, en su doble sentido de hechos del pasado y sus reseñas, son seguridades colectivas; no obstante, pueden contener pretensiones de universalidad, o también su crítica. Algunas narraciones deslegitiman las pautas heredadas para separarse de memorias opresivas. La historia de las mujeres que empieza a ser narrada por las feministas se ha dedicado a demostrar que la hipernormativización de las conductas femeninas en el patriarcado ha sido siempre fruto del control que ejercían sobre ellas las instituciones masculinas, todo con el fin de limitar su desempeño humano. La narración y escritura de sus recuerdos no tienden a ser lineales; se desvían, refieren, circulan, retornan, explican, se detienen. Y tienen intereses diversos. Por ejemplo, no son bélicas, lo cual descontrola a quien está acostumbrado a los hitos militares para ubicarse en el mapa del tiempo.

Las memorias en las culturas se conservan y se transforman, satisfacen mandatos religiosos e ideológicos, se forjan sobre bases materiales de subsistencia, expresan valores y los ponen en crisis. No existe sociedad sin cultura, a la vez que no hay cultura que logre silenciar de manera duradera los sucesos históricos que le dieron forma. Con el fin de los relatos universalistas, gracias a la acción de la memoria de los grupos otrora silenciados, sabemos que el supuesto de que la historia la escriben los vencedores es una verdad a medias, pues, aunque silenciados, los recuerdos de los vencidos producen resistencias, atribuciones subalternas, identidades grupales y utopías rebeldes contra los sistemas de dominación. La más brutal de las represiones no borra la memoria de las posibilidades que truncó.

Francesca Gargallo Celentani (1956)
Un luz en la literatura feminista

Literatura de ficción y no ficción. Las voces de las mujeres

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Estética y literatura de mujeres: apuntes hacia una fuga de la razón patriarcal

 

Francesca Gargallo Celentani

Mendoza, Argentina, agosto de 2017

 

 

Más allá de una historia del arte que nos ha marginado de sus registros y valoraciones, ¿ser creadoras e ideadoras de condiciones de bienestar, artes, objetos bellos nos convierte en artistas y, aún más, en autoras?

Reconocer a una autora, nos dijo el historiador y filósofo francés Michel Foucault, constituye una relación de atribución. En 1969, preguntó a los miembros de la Sociedad Francesa de Filosofía ¿Qué importa quién habla? Inmediatamente después, los llevó a constatar la desaparición de los autores y su función. Sin embargo, si un/a autor/a es “aquel al que se le puede atribuir lo que ha sido dicho o escrito”,[1] resulta sorprendente que su desaparición coincida con los inicios de la visibilidad de las obras producidas por mujeres.

Foucault relata frente a colegas de prestigio que él había dejado actuar los nombres de los autores que citó en su libro Las Palabras y las Cosas, sin describirlos ni describir a fondo su obra. Sin embargo, los nombres funcionaron, levantaron ámpulas, permitieron prácticas discursivas al interior del texto y con sus lectores. Todos los nombres que dejó actuar por sí solos eran, evidentemente, de hombres: Buffon, Cuvier, Ricardo, Marx, etcétera, pero no es ese el punto; para Foucault, la “noción de autor constituye el momento fuerte de individuación en la historia de las ideas, de los conocimientos, de las literaturas, también en la historia de la filosofía y en la de las ciencias”.[2] Si la desaparición del autor arrastra la de la autora y a ésta apenas se le está atribuyendo lo dicho y escrito, ¿acaso nunca las mujeres tendrán estatuto en las grandes unidades discursivas, nunca un método se identificará con una autora, nunca se emparejará a una filósofa con un concepto? Foucault es clarísimo: un autor es tal porque se le dio ese estatuto. Es decir, una sociedad reconoce a quien identifica como su portavoz, el representador de sus sueños o temores y le confiere la autoridad sobre lo dicho, escrito o plasmado.

Ahora bien, Foucault dejará de lado en su exposición el análisis histórico sociológico del “personaje del autor”, pero no puede dejar de decir que debe ser analizado: “Cómo se individualizó el autor en una cultura como la nuestra, qué estatuto se le dio, a partir de qué momento, por ejemplo, empezaron a hacerse investigaciones de autenticidad y de atribución, en qué sistema de valoración quedó atrapado, en qué momento se comenzó a contar la vida ya no de los héroes sino de los autores, cómo se instauró esa categoría fundamental de la crítica”.[3] En efecto, ¿quién es un autor? ¿Por qué importa si desaparece o se mantiene? En una sociedad individualista como la capitalista que se le atribuya a una persona una idea o una obra y se le defina como autor implica un proceso de conservación, de validación y de perpetuación en el tiempo. El gran problema de las creadoras, escritoras, oradoras en el registro histórico es que sus acciones y vidas sólo son asentadas por sus contemporáneos: apenas una artista muere, el registro de su obra y sus aportes desaparece. Sus cuadros o sus escritos son atribuidos a hombres; el caso más notorio es el de Sofonisba Anguissola. La obra de la pintora de Cremona ha sido atribuida a Juan Pantoja de la Cruz, Alonso Sánchez Coello y aún a Tiziano y El Greco, siendo que en su tiempo había sido alabada por Vasari, Aníbal Caro y hasta por Miguel Ángel Buonarotti.  Fue la transformadora de las técnicas y miradas del retrato renacentista, pero sólo se convirtió en autora cuando la crítica del arte feminista la instituyó como tal.[4]

Preguntémonos entonces si queremos o no ser autoras, siendo que el concepto de autoría remite no tanto a la práctica de hacer algo, sino a la descripción y designación de la persona que la hizo. ¿La asignación de una autoría es una construcción masculina del individuo colonialista que impone sus ideas, acciones y producciones sobre las que otras personas realizan? Entonces ¿asignarnos autorías como mujeres nos otorga al mismo tiempo la autoridad para reconocernos miembros prominentes de nuestras sociedades? ¿No sería más liberador crear sin asignarnos un papel de representantes y portavoces?

Personalmente, me he preguntado en ocasiones si la liberación feminista puede cumplirse en una mujer aislada, por ejemplo en una artista. Recuerdo que Margarita Pisano nos decía que su buena vida, el goce de sus merecimientos, le implicaba que debiera trabajar para que las demás personas tuvieran la misma calidad de vida que la suya. De lo contrario se sentía incómoda con su percepción ética de la vida. ¿Existe una liberación, como se pregunta Gladys Tzul, que no se realice al interior de un núcleo comunitario? ¿Qué hay del valor de los espacios de reproducción de la vida, qué arte se expresa en el acomodo de la vivienda, en la preparación de alimentos, en las manifestaciones de afecto, en las diversas funcionalidades de la convivencia? ¿Qué son los cuerpos cuando tenemos que aprender a desnudarnos de los gustos impuestos, algunos tan brutales como los enseñados por el racismo y el sexismo?

De estos temas se han ocupado la filosofía y la estética feministas. Y de qué fenómenos estéticos desencadena exponerlos al diálogo público entre mujeres.

La estética como filosofía de la percepción nos interpela personal y colectivamente. Por ejemplo, es porque me siento involucrada personalmente que me provoca cierto resquemor pronunciarme ante la crisis de la literatura de ficción que percibo en mis lecturas de autoras contemporáneas. No soy una literata, soy una escritora, soy una historiadora de las ideas y me formulo preguntas de orden estético. Dudo y muchas veces me encuentro afirmando algo que cuestiono al mismo tiempo. ¿Qué sucede en la actualidad con las derivas de esa literatura de mujeres que desde el Renacimiento, con Cristina de Pisan, y aún más durante la Ilustración desafiaron las convenciones de sociedades desarrollistas misóginas y sexófobas para expresarse? ¿La literatura de autoras feministas negras y de pueblos originarios de Nuestramérica modifica la anulación de sus aportes en la crítica literaria de sus países? ¿Sus experiencias de la marginación, el racismo, la construcción de alternativas llegan a la literatura de la mano de una reivindicación de la sororidad, destrenzando las imposiciones heteronormativas y la exaltación de las figuras de dirigentes masculinos?

El neoliberalismo económico, a finales del siglo XX, provocó una revolución de la industria editorial, que las ediciones y autoediciones cibernéticas no pueden resolver. Cuando las editoriales locales empezaron a ceder ante las presiones mercantiles de la industria del libro, vendiendo sus activos y cediendo sus acervos, la transnacionalización de un criterio restringido y restrictivo de la literatura limitó la publicación de expresiones de existencias concretas, giros lingüísticos y maneras de desentrañar la complejidad del mundo, propias de las más diversas escritoras. Actualmente, el mercado prefiere que las mujeres se lamenten de su situación de “género” a que se “de-generen”, eso es, se liberen de los condicionantes sociales de la identificación genital, y expresen sus acciones en sus mundos. ¿Efectos de la desaparición del autor y desvío de “todos los signos de la individualidad del escritor”,[5] como sostenía Foucault?

La pregunta de la estadounidense Linda Nochtln ¿Por qué no ha habido grandes artistas mujeres? dio pie en 1971 a la consideración de la diferencia sexual en la historia del arte, interviniendo en las acciones del movimiento de liberación de las mujeres y en las lecturas de la producción visual de sus artistas;[6] actualmente, colectivos enteros se hacen preguntas sobre la función de la literatura y actúan poniendo en cuestión sus propias convicciones.

En la Ciudad de México, en febrero de 2017, el colectivo Cráter Invertido convocó a mujeres y hombres para realizar ejercicios de escritura colectiva. Acudió más gente de la prevista y una joven sostuvo que tenía problemas con su escritura porque como feminista luchaba por el reconocimiento personal de las poetas y narradoras negadas por la crítica patriarcal, pero sentía la necesidad de poner en duda la existencia de una palabra individual, de hacerla fluir en un conjunto indefinido, solidario, y transformar con ello la estructura capitalista de las relaciones en las que se produce arte y literatura. Se preguntaba, ni más ni menos, ¿qué hacer?

 

Percepción encarnada y diferencia femenina

En el último medio siglo, se quebró la credibilidad en un ser humano neutro, un ser sin sexo ni adscripción sexual, características fenotípicas, clase y edad. La humanidad, que no el hombre, fue avistada, olfateada, tocada, saboreada. La diferencia femenina se hizo sujeto. Entonces se dijo que si lo neutro es, como lo universal, algo específico que tiene la fuerza de imponerse, lo masculino sólo es una acepción de lo humano. Las mujeres, en un primer momento, se reconocen humanas, por lo tanto definen la humanidad del mismo modo en que lo hacen los hombres. En un segundo momento, la inexistencia de una humanidad neutra y el cuestionamiento de la “naturalidad” de la división jerárquica de las relaciones sociales con base en los genitales de quien es definido mujer y quien hombre, da pie a la evidencia científica de numerosos sexos entre los dos mayoritarios,[7] así como de un número importante de expresiones, deseos e imágenes de la sexualidad que se juegan en el terreno de la multiplicidad humana.

Las aberrantes, incomprensibles, viles, monstruosas y mezquinas mujeres metafísicamente construidas por los mitos, ontologías, éticas, ciencias y artes patriarcales, al despojarse de ese inventario, crean, reflexionan y expresan, aunque sus obras no respondan a géneros definidos ni sean rescatadas por los cánones. Las que había sido definidas débiles cantan, las perjuras esgrafían, las inconstantes componen, las víctimas narran, las provocadoras pintan, las pobres y estúpidas marginadas de las escuelas, el derecho y los trabajos mejor remunerados producen ideas críticas de sus prácticas políticas y artísticas, destejiendo toda las designaciones sociales que se asocian y entretejen con la de género.

Ser vieja, musulmana, rica, lesbiana, con discapacidades, rural, atea, indígena, negra, confuciana, sexualmente promiscua, migrante, prófuga, de cultura oral, joven, casta, hierbera, empobrecida, mala madre, ecologista son condiciones existenciales que se entretejen con la propia aceptación o disidencia de la adscripción de género. Ninguna expresión se suma ni circunscribe, cualquiera permite una acción común contra la discriminación, mientras rechaza todo principio unificador, universal y neutralizante.

La complejidad de las sexualidades, la historicidad de las subjetivaciones, las limitantes de los sistemas binarios, la construcción cultural del amor, de la violencia y de los sentimientos de posesión, la economía de la colaboración, las leyes de la evolución y el derecho a pensar lo no pensado son revelaciones estéticas de las prácticas feministas. De ellas abrevan las artes de las mujeres. Se trata de ideas reconfiguradas y asentadas en cuerpos que se descubren, cambian y revelan, produciendo imágenes abiertas a ser intervenidas, cualitativamente diversas, experienciales e inespecíficas.

En la última década, la estética feminista ha empezado a referirse al propio imaginario. Isabel Hernández, escritora argentina en Chile que ha estudiado antropología y la vincula con las emociones y percepciones, formula preguntas sobre el arte como relación con el mundo y lo postula como un antídoto contra la dimensión comercial que está adquiriendo la transmisión del saber, convertida en reproducción de conocimientos establecidos, en los sectores blancos y occidentalizados de Nuestramérica. Su colega chilena Cecilia Sánchez reconoce que sobre el conocimiento pesa la acusación de colonialidad cultural, porque oculta tras su neutralidad un dominio de género, de clase revestida de fenotipos colonialistas y de ideologías financieras.[8]

La prosa narrativa de Isabel Hernández es sutil, reporta la violencia que se entreteje con el temor y revela la agresividad de la seducción de quien detiene el poder, como, por ejemplo, en el cuento “La mirada tan temida”. El hombre que provoca miedo está en el mismo tren que la víctima, es un perseguidor, un policía: “Comienza a hablarme sin tregua: historias de campo, y ganado cimarrón, y el pueblo que acabamos de atravesar, el último torneo de fútbol provincial, el héroe patrio que nació en las cercanías y un artículo referente al alza del precio del trigo del diario de la mañana. Regresa al tema del campo y el ganado, y continúa con las plantaciones de frutales, hasta llegar incomprensiblemente a unas anécdotas cada vez más escabrosas de romances y de sexo. Lo que narra sin darse respiro es obsceno. Escucho partes de su relato, es una seducción grosera, sin pudor, sin sutileza”.[9]

Las letras de Cecilia Sánchez son más duras, aunque tienen algo de espectral y fríamente poroso al describir las ciudades, los escenarios relevantes de las acciones, la extranjería permanente de las escritoras, la incomodidad cultural de los escritores. En El conflicto entre la letra y la escritura,[10] se detiene en las lenguas que van a formar las naciones americanas, asoladas por el caudillismo y las guerras de facciones, como si fueran trazos sobre un mapa a configurar. Sabe que una poética puede resultar de y en un proyecto político, con sus líneas de continuidad y ruptura con el pasado y sus construcciones ideológicas como la latinidad, el machismo, la idea de progreso. Una nación es una urdimbre de voces, textos, lenguas que se rescatan y lenguas que se oprimen, porque puedan susurrar diferencias. ¿Una y otra escritoras acaso apuntan a la urgencia de volver a decir, es decir, de balbucear la propia experiencia? De pronto lanzan una cuerda a quienes desean desaprender la pertenencia y valorizar las imágenes que surgen de las sombras.

 

Tópicos de las escrituras feministas en las primeras dos décadas del siglo XXI

La centralidad de la violencia en las experiencias de las mujeres es una característica de la literatura feminista, que rescata el carácter autorreferencial del arte. Las escritoras al estar atentas a la realidad de lo que les pasa, captan la situación de los cuerpos de mujeres, hombres, personas ancianas y niñas, de todas las condiciones sociales, pero principalmente las más desfavorecidas. Tachadas en un principio de ser sensibleras o de hablar de cosas sin trascendencia, hoy son las más potentes plumas contra la violencia, el ecocidio, la fragilidad del estado y en sus connivencias con la organización delincuencial.

Por supuesto este vínculo entre literatura y no ficción puede rastrearse en la escritura de filósofas socio-ecologistas como Ivone Gebara, de antropólogas-juristas interesadas en una cultura de paz para las mujeres como Rita Laura Segato o de poetas humanistas como Dolores Castro. No obstante, quiero echar una mirada sobre las grandes escritoras de no ficción, eso es, de literatura periodística, que se insubordinan a la aceptación social de las economías y políticas sin justicia. Algunas de estas periodistas, como Marcela Turati, han dado pie a reflexiones sobre la ética de su escritura y el acompañamiento de los sujetos de las historias sobre las que informan, muchas de ellas de una violencia y un cinismo brutales.

La reflexión acerca de los fines y las formas del trabajo periodístico ha llevado a Turati a la fundación de la red Periodistas de a Pie. El acompañamiento de los sectores populares y de las personas cuya desazón es provocada por eventos inéditos, que obligan a otro acercamiento a las noticias, produce investigaciones con enfoque humanista. Escuchar, acompañar, ver, relatar, pulir el lenguaje son caminos para destrabar la dinámica masacre-descripción-aprendizaje de la crueldad, descrita por Rita Laura Segato como una pedagogía de la crueldad en la que el primer paso, la masacre, es el mensaje educativo.

Fuego Cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco[11] es el libro de Marcela Turati que construye el puente entre arte y denuncia que un público ávido de comprensión anhela. Pasaderos semejantes habían sido tendidos con anterioridad, pero fueron desechados por las letras nuestroamericanas desde el ensayismo filosófico literario de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando se expresó en las páginas de Francisco Bilbao, Juana Manso, Flora Tristán, José Enrique Rodó, Alfonso Reyes y José Carlos Mariátegui.  Fuego Cruzado reporta los sucesos que la política mexicana de guerra al narco oculta y, al hacerlo, teje las vivencias de las víctimas con la denuncia de una política de visibilización sin prueba de la maldad popular, perfectamente a tono con el odio neoliberal a los sectores populares. El miedo que las víctimas experimentan al estigma que el discurso oficial lanza sobre ellas como posibles involucradas es un tema para la ética que la literatura revela y el derecho puede usar para defenderlas. Con una delicadeza precisa, la pluma de Turati desmonta la conversión de las víctimas en sospechosas de su desgracia, por parte de un mecanismo de poder que ocupa la prensa sensacionalista y la opinión pública.

Una década antes, la escritora y periodista chilena Cherie Zalaquett había escrito Sobrevivir a un fusilamiento. Ocho historias reales.[12]  El relato se sostiene en entrevistas y reportajes acerca de ocho campesinos y campesinas de diferentes partes de Chile que, poco después del golpe militar de 1973, se encontraron sorpresivamente una noche frente al pelotón de fusilamiento que los ejecutó. El estupor, miedo y espanto de estas mujeres y hombres que integraron grupos de personas que fueron ejecutadas de manera clandestina por legítimos agentes del Estado de Chile es la materia literaria de la investigación periodística. La profundidad de la memoria, el hondo dramatismo de la experiencia de quien quedó en vida entre los cadáveres de sus compañeros hace que los protagonistas de Sobrevivir un fusilamiento sean personajes de esa historia inmediata que la historiografía omite y que la literatura da por descontada. Víctimas sobrevivientes, ni héroes ni actoras de los sucesos que recaen sobre ellos, no todas y todos los fusilados han superado su cruda experiencia. Una brutal sensación de traición sacude a quienes habían sido educados a creer que los agentes del Estado eran los garantes de su vida.  Sus ocho historias reales han llegado a las letras desde la zona ambigua que se extiende entre la vida y la muerte para revelar la fisura psicológica que el golpe de Estado ha dejado en el alma de una ciudadanía entera.

En la misma línea de literatura de la realidad se inscribe Nadie les pidió perdón. Historias de impunidad y resistencia, de la mexicana Daniela Rea.[13] La escritora desea comprender la totalidad de la experiencia humana, por lo tanto asume un compromiso personal con lo que atestigua. Cronista capaz de transmitir a sus lectores ansiedad, horror, rabia y una resilencia esperanzada y activa, todo a la vez, Rea relata la traición de Estado. Sus personajes, personas de carne y hueso que han pasado por la tortura, el maltrato, el secuestro, las mentiras y la desaparición de sus hijas e hijos certifican que el gobierno mexicano se ha convertido en el principal agresor de la sociedad. Sus imágenes no apelan a la metáfora, evocan la realidad. Por ello hila frases que denotan una emoción de empatía, una real con-moción. Sus crónicas evidencian el carácter de un poder que rebasa a las personas y que actúa de la misma indistinta forma provenga del gobierno o de la delincuencia. Al poner de manifiesto la impunidad y la falta de impartición de justicia que los ampara, afianza un estilo y se enfrenta a las corrientes que pregonan la ligereza o el intimismo de la literatura en boga. Rea escribe para derribar un renovado mecanismo de objetivación de las mujeres, que hoy alcanza a toda la población sin poder de matar: hombres jóvenes, trabajadores, pueblos indígenas, soldados caídos en desgracia son feminizados a través de la exposición a una crueldad que aterra. Sus palabras desafían ese dispositivo, pues proponen literariamente el valor de los sentimientos de sororidad y esperanza.

Por supuesto es en los países que han sufrido y sufren violencias extremas donde esta escritura de la realidad rescata la audacia de la lengua bien escrita, acopla eventos y personas y define los personajes y las tramas. No es un fenómeno estrictamente nuestroamericano. Lo prueba el Premio Nobel de literatura concedido en 2015 a la cronista bielorrusa Svetlana Alexándrovna Alexiévich, quien no ha escrito una página de ficción, sólo crónicas que interpelan cruda y líricamente la memoria, las condiciones objetivas y los sentimientos de mujeres que participaron en la guerra, de personas que sobrevivieron al desastre nuclear de Chernóbil, de mujeres y hombres que perdieron sus referentes y de jóvenes que no entendieron por qué el mundo de sus padres se les vino abajo.[14]

En un momento en que la literatura sostiene fugas de la realidad, un intimismo egocéntrico, la construcción de mundos paralelos y la excitante violencia del sinsentido, la escritura de las mujeres apunta a quien vive la historia no como espectadora, sino como agente de resistencia y de diversos, contradictorios, en ocasiones frustrantes, intentos de transformación. La diferencia entre ficción y no ficción es tan débil que una contamina positivamente la otra.

Gloria Inés Peláez, antropóloga, escritora y periodista colombiana, en su novela Era mucho el miedo[15] y en sus artículos sobre la violencia y la urgencia de la paz con justicia, así como en sus cuentos y relatos,[16] se inscribe en esta literatura fronteriza, donde la originalidad no tiene sentido ante la capacidad de evocación de la realidad. Escribir es desentrañar contradicciones, revelar las debilidades del dolor y la derrota, referir la fortaleza de quien ha sobrevivido las tragedias de la violencia, el acoso, la incertidumbre y la soledad. La entrevista, el reportaje y el cuaderno de campo son los instrumentos de su creatividad.

Nuevamente, esta sutil y permeable frontera entre crónica y narrativa de la evocación concreta en la literatura de las mujeres no es exclusiva de Nuestramérica. En África las escritoras describen el mundo a través de sus experiencias: denuncian la violencia, proponen formas de resistencia, organizando comunidades. Las diferencias literarias entre las mujeres se deben a múltiples factores, desde la exposición a la violencia de la guerra, como en Congo, hasta la mayor criollidad (entendida como mestizaje cultural aceptado) en Cabo Verde y la menor en Burkina Fasso, o la religión que profesan las escritoras. No obstante, aun la narrativa de la feminista de Senegal Mariama Bâ, quien empezó a escribir a los 51 años las confidencias de una viuda a su mejor amiga divorciada, que publicó en 1979 con el título de Une si longue lettre,[17]  cruza el retrato íntimo con la descripción económica y educativa de las consecuencias de la poligamia.  Igualmente, las cuatro generaciones de mujeres rescatadas por Margaret Ogola, médica y madre de seis hijas e hijos, en The river and the source (1994), reportan vidas sacudidas por cambios brutales, violencias, espejismos de occidentalización y resilencias.[18]  Destination Biafra (1982), de la nigeriana Buchi Emecheta, es una denuncia de las condiciones de deshumanización durante la guerra civil en Nigeria. Poco antes, esta escritora había revelado sus ideas acerca de la creación en relación con su condición de madre, cuestionando las posiciones de las feministas antimaternas, convencidas de que no se puede hacer arte mientras se gesta, pare y cría. Negó firmemente que existe una incompatibilidad entre maternidad y creación artística, como pregonaron Simone de Beauvoir y Shulamit Firestone, y actualmente lo proclama la performancera serbia Marina Abramovic. Sostuvo, a partir de su experiencia personal, que no se escribe a pesar de ser madre, sino precisamente porque se lo es. Emecheta escribe “desde ahí”, desde lo que es y desde la historia concreta y simbólica de la maternidad en Nigeria y en el exilio. Su cuerpo de madre, sus responsabilidades y afectos encauzan su literatura tanto como sus posiciones anticoloniales y pacifistas.[19] Más recientemente, L’interieur de la nuit (2005), de la narradora camerunense Léonora Liano, pone de relieve la violencia sexual contra las mujeres durante las guerras civiles que asolan la mayoría de los países de África Subsahariana. Con la precisión de una reportera, reveló líricamente el delirio misógino en su descarnada lucidez, pues cuenta que cuando las milicias invaden los poblados quieren básicamente dos cosas: hombres jóvenes para convertirlos en milicianos y mujeres jóvenes para la tropa.[20] La realidad colombiana y mexicana descrita por cronistas y escritoras del siglo XXI revela que las delincuencias y los aparatos represivos del estado, que se mezclan hasta confundirse en ambos países, exigen lo mismo que los señores de la guerra africanos.

Puede rastrearse una semejanza de intención más que de trama y de estilo entre Liano y Sara Uribe, la dramaturga, poeta y narradora mexicana que ha resignificado la figura trágica de Antígona mediante un personaje contemporáneo que desafía el orden patriarcal al buscar al hermano desaparecido en un viaje por tierra. Su Antígona González[21] usa la potencia del dato para una lírica de la realidad. El poemario inicia con unas “Instrucciones para contar muertos”. Uribe, desde septiembre de 2010, se sumó al esfuerzo del blog Menos días aquí para realizar un conteo voluntario de las muertes por asesinato en el país: dos años más tarde habían contabilizado más de 51 000 casos. Los gritos de las consignas contra la desaparición forzada acompañan las presentaciones de este poemario, dando a entender que el público entiende y vive una catarsis en la literatura que reporta sus experiencias. Esto implica que no es cierto, como han inferido desde el siglo XVIII los filósofos idealistas alemanes y los liberales británicos (y sus seguidores académicos modernos), que los sectores populares no pueden entender y no se interesan en las artes, sino que las procuran cuando tienen acceso a ellas y se ven interpelados. La promesa de las artes es la de mediación entre dolores y manejo de los mismos, esperanzas y alumbramiento de un horizonte.

Saberse parte y reportar un proceso no es algo nuevo para las escritoras, quizá sea más bien una de las características más constantes de la escritura de mujeres. La feminista revolucionaria Alejandra Kollontai escribió tras el triunfo de la Revolución Rusa La bolchevique enamorada,[22] una novela acerca de los ideales políticos y los amores de Vasilissa, una joven obrera. Las muchachas que enfrentaban las penurias provocadas por la guerra civil en la Rusia de la década de 1920 deseaban leer sobre política, formas de vivir el amor, divorcio, espacios colectivos de convivencia, economía en un estilo fresco que encarnara sus esperanzas. Decidir no quedarse con un hombre estando embarazada resultó un ejercicio de liberación del matrimonio que la revolución ofreció a las mujeres y que éstas podían vislumbrar gracias a la literatura de una de ellas.

En los siglos XIX y XX, así como a principios del siglo XXI, algunas mujeres han tomado la pluma cuando todo buscaba hacerle entender que sería inútil hacerlo fuera de los marcos de una industria cultural que las consideraba obreras de remplazo. Para cuestionar los esquemas de la familia burguesa en pos de una sociabilidad a construir, Elena Garro recurrió a las metáforas del amor y la decepción política en 1963[23] y Marven Moreno en 1987 describió las venganzas que una mujer podía proporcionar a sus amigas traicionadas por los hombres de los que se habían enamorado.[24] Para evidenciar la barbarie de la esclavitud Harriet Beecher Stowe escribió La cabaña del tío Tom en 1852. Para preguntarse por qué los feminicidios se reproducen cuando se denuncian o si sexo y sexualidad son determinantes en la trata de personas, desde 2010 escriben en diversos países Gabriela Cabezón Cámara, Fernanda García Lao, Marilú Oliva, Hilde Pomeraniec, Isabel Huete, Aída Monteón y un número creciente de poetas y narradoras.

Más allá de la dimensión epidémica que han adquirido al amparo de una cultura de la impunidad masculina el feminicidio, la violación y el acoso sexual, las novelistas, cuentistas, cronistas, dramaturgas, trovadoras e hip hoperas se detienen en las condiciones sociales propias de la humanidad en cuerpos leídos como femeninos, en cuerpos que quiere mostrar su femineidad, en cuerpos que quieren devenir mujer y en cuerpos de las personas que aman, conviven, dependen de esas mujeres. Se citan entre sí, se interesan unas en otras, se escuchan. Así tejen historias distintas a las que acostumbra la narrativa en boga. Reparan en los intersticios del arte. Por ejemplo, Marcela Turati ha expresado lo cercana que se siente a la obra plástica de la colombiana Doris Saucedo, exhibida entre noviembre de 2016 y abril de 2017 en el Harvard Art Museum y presentada por Judith Butler.[25] El trabajo de la artista plástica, en efecto, está dedicado a llorar las ausencias, materializar el dolor, hacer presente a las personas desaparecidas, mostrar el peso de los lugares donde habita la ausencia, transmitir los vacíos de las vidas rotas, lo cual coincide con el trabajo de la periodista. Ambas creadoras evidencian la conciencia nuestroamericana, porque proporcionan imágenes de representación y les devuelven potencia a los mensajes que los géneros fijos del arte habían desgastado. Establecen los hechos. Nombran y visibilizan el horror y lo inenarrable. Atestiguan lo perdido y, al hacerlo, devuelven densidad a un cuerpo desaparecido sentado en una silla sin respaldo, tocado por una lengua que se crispa ante la vida robada. Desde la proximidad que construye el acto que ambas emprendieron al tantear las emociones de quien sufre en los cementerios de guerras no admitidas, se metieron en la cotidianidad de lo inhabitable, la violencia del robo de los nombres, la vida, la huella, la pérdida.

 

Para concluir

Una charla debe llegar a su fin. Sólo una imagen quisiera dejar asentada de mi percepción de la escritura de las mujeres. Una vez tras otra, como en oleadas que se rompen en la misma playa, las escritoras buscan la representatividad, eso es evidenciar qué es ser mujeres en un mundo que no facilita cumplir con lo que la educación formal (escolar, religiosa, política y familiar) tradicional les impone; un mundo que tampoco tiene respeto por sus pensamientos, emociones, formas de darse a entender.

Si en la actualidad observamos un nuevo despertar del activismo feminista después de que sus olas se rompieron en 1792, 1848, 1900, 1920, 1963, 2016, sus letras necesariamente cuestionarán las formas del decir de un sistema que busca hacerlas invisibles.

Carlos Ogaz, Helena Scully y yo escribimos en ocasión del II CompArte -el encuentro zapatista sobre arte que se realizó en el Centro Integral de Capacitación Indígena (CIDECI) de San Cristóbal de Las Casas y en el Caracol II de Oventik en julio de 2017- que las expresiones artísticas de los pueblos no pueden pensarse desde la dominancia de la originalidad, que rige la estética del liberalismo porque permite cargar objetos e historias de un producto único y vendible. Los pueblos que han sufrido la esclavitud y la violencia, como las mujeres que quieren decir el mundo desde una urgencia de justicia, tienden a representaciones, poemas, cuentos más bien reiterativos: insisten en visibilizar la verdad, apelan a un realismo total. “Su metáfora más evidente es la urgencia de la realidad”.[26] Reproducir los sucesos inmediatos, enfrentarse a la barbarie cotidiana, reconstituirse evidenciando que se existe y que se está en desacuerdo con el andamiaje de una sociedad que explota, controla y limita, implica hacer memoria de lo sabido, decir lo innegable que se omite, desesconder la historia, ofrecer el placer como consuelo. ¿De qué sirve ser originales si lo que se pretende es construir nuevos consensos?

La literatura y la crónica de las mujeres, y de manera particular la feminista, no es repetitiva, sino reiterativa. Toda expresión artística de alguna forma porfía (no inventa, sino insiste) en las ideas de su tiempo y su cultura, la diferencia estriba en qué lugar de autoridad tienen sus productoras: hay un arte de quien detenta un lugar de poder y, como dice Rita Laura Segato, vive obsesionado con su reproducción,[27] y quien desarrolla su creatividad al margen o contra ese poder.

La literatura europea y de las clases altas de los países excoloniales que se han educado en la cultura europea se debate entre el deseo de imponer una visión científica sobre el mundo, la naturaleza y los sentimientos y una estructura narrativa que responde a formas míticas de representación, ligando la vida a la poesía trágica, la femineidad a la derrota, la violación al poder sexual del padre de los dioses, la autonomía a la renuncia. Nada más reiterado que la figura del héroe y los conflictos que surgen de sus contradicciones ante el deseo, la lealtad y el deber. El cine holiwoodense propone los mismos argumentos que los trovadores en las cortes medievales. La originalidad por la que galerías y editoriales compran la obra de determinados autores no es sino una característica que particulariza, individualiza el coro de sátiros que, según Nietzsche, está en el origen de la tragedia. O, más bien, una peculiaridad distintiva que puntualiza y pone al día la antigua opresión de lo abiertamente sexual que hay en el origen de la cultura y con ello ratificar el valor de la civilización.[28] Lo que se denomina originalidad es un pequeño cambio, un agregado, un toque personal sobre una inmutable concepción del funcionamiento social. La reiteración feminista, por el contrario, molesta ese funcionamiento porque lo cuestiona, es estridente con sus supuestos.

Las expresiones literarias de las mujeres explícitamente se explayan en emociones que no brotan de las ideas dominantes y producen mensajes que las cuestionan. Mientras la literatura mexicana se debatía a principios del siglo XXI en el páramo de la narco literatura y la reproducción en clave delincuencial del héroe masculino violento que con su audacia logra el poder, siendo original sólo en la descripción de formas cada vez más refinadas de infligir dolor y muerte a los supuestos enemigos, la dramaturga Sabina Berman escribía una novela ecológica, con una mujer autista, idiota en las prácticas comunes y brillantísima en la organización de la vida de los atunes, que desafía no sólo la universidad y el mundo de las finanzas, sino que ofrece alternativas al amor filial, la solidaridad y el deseo. La mujer que buceó dentro el corazón del mundo, y que responde al nombre de Yo, como se autonombra, o de Karen, como la llaman los demás, tiene la peculiar característica de ser incapaz de usar metáforas y detestar cualquier eufemismo que disfrace la realidad.[29]

La novela de Berman cala como una observación precisa y fuera de contexto. Sus personajes se explican a sí mismos y actúan según una lógica narrativa. Sin embargo, es precisamente ese relato el que persigue lo que una ola anterior de escritoras no ha terminado de asentar en la realidad de la playa de la sociedad: la coexistencia del bien, la no dominancia del mal, la posibilidad de convivir con las personas diferentes, la amplitud del mundo. En particular, lo inútil que es jugar a ser un héroe.

Insisto en las olas feministas que recaen en la playa del patriarcado, cada una de manera diferente a la anterior, pero reiterativamente. Ya a principios del siglo XIX la prensa era formadora de escritoras y pensadoras políticas. Las respuestas publicadas en El Federalista por Leona Vicario al presidente Bustamante y al historiador Alamán dejaron en claro que la poeta era una mujer que había hecho del periodismo su profesión por posiciones políticas propias y que su participación en la Guerra de Independencia nada tenía que ver con el amor a su marido. Tuvo que reiterar una y otra vez que sus ideas eran de ellas. Así como en 1917 las feministas presentaron 14 veces la propuesta del voto femenino a los constitucionalistas que se lo negaron alegando siempre que a las mujeres la política no les interesaba.

La reiteración es una estrategia indispensable ante los oídos sordos. Las sufragistas fueron un ejemplo de terquedad. Las escritoras desde que empezaron a publicar reportaron la realidad con una insistencia reveladora. Clorinda Matto de Turner, autora peruana de Ave sin nido, novela inicial del indigenismo literario, denunció la servidumbre de la población indígena y la violencia sexual de los sacerdotes, luego de asumir el puesto de redactora en jefe del diario La Bolsa entre 1884 y 1885. En esos mismos años, en todo el continente, mujeres letradas que tenían la costumbre de reunirse asumieron la redacción, la dirección y el diseño de revistas y periódicos de mujeres para mujeres. La mayoría de las escritoras nuestroamericanas de la época se formaron en esa práctica de escritura reivindicativa y denunciadora; desde sus experiencias y para el colectivo de mujeres hablaron de su valentía, del amor, del trabajo, de la amistad, de la maternidad, de las artes, de la política y del deber.[30]

 

 

[1] Michel Foucualt, ¿Qué es un autor?, Editado por ElSeminario.com.ar que, en 2000-2005, tradujo: «Qu’est-ce qu’un auteur?», Bulletin de la Société française de philosophie, año 63, n° 3, julio-setiembre de 1969, p

ágs 73- 104 (société française de philosophie, 22 de febrero de 1969; debate con M. de Gandillac, L. Goldmann, J. Lacan, J. d’Ormesson, J. Ullmo, J. Wahl, p. 3. Consultado en abril de 2017 en : http://23118.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/musicoterapia/informacion_adicional/311_escuelas_psicologicas/docs/Foucault_Que_autor.pdf

[2] Ibidem, p. 6

[3] Ibidem, p.7

[4] Sin embargo, los mitos funcionan en todas las direcciones. Ningún personaje histórico sobrevive a 200 años a menos que no entre en el mito, es decir, de no ser transformado en una imagen mantenida imaginativamente viva por alguien, una comunidad o un pueblo, que se espejea en él. La existencia de un colectivo de lectoras de ficción ávidas de ejemplos de mujeres en una cultura que despierta a la desmasculinización de la humanidad ha hecho que una escritora mexicana, Carmen Boullosa, quien vive en Nueva York y de joven trabajó sus textos en juego con las imágenes irónicas de una pintora feminista, haya rica y libremente retomado, tergiversado, jugado, exaltado la figura de Anguissola como personaje literario. Cfr. Carmen Boullosa, La Virgen y el violín, Debolsillo, Ciudad de México, 2008.

[5] Ibidem, p. 9

[6] El ensayo ha sido recopilado en el libro: Linda Nochlin, Women, Art and Power, and other essays, Thames & Hudson, Londres, 1989; en México ha sido recopilado por la crítica y curadora feminista Karen Cordero y la historiadora del arte feminista Inda Sáenz, en Crítica feminista en la teoría e historia del arte, Universidad Iberoamericana-FONCA, México, 2007, pp.17-44.

[7] En la naturaleza biológica, no sólo en la subjetivación de nuestra sexualidad que se produce a lo largo de toda la vida, hay diversas intersecciones y juegos entre: 1. el sexo cromosómico (se fija en la concepción, cuando un espermatozoide penetra en un óvulo. Cada célula de nuestro cuerpo posee 46 cromosomas, de los cuales dos determinan el sexo. De la unión de óvulo y espermatozoide surge una nueva célula llamada cigoto con sus 46 cromosomas, dos de los cuales son XX  o XY); 2. el sexo gonadal (en la sexta semana desde la concepción aparecen las gónadas, que se transformarán en ovarios o testículos y que alrededor de la octava semana comienzan a producir hormonas); 3. el sexo de los órganos internos y externos (el cromosoma XX y sus hormonas desarrollan las trompas de Falopio, el útero, la vagina, el clítoris y los labios; el XY, los  testículos, el epidídimo, las vesículas seminales, la próstata y el pene); 4. el sexo hormonal (las hormonas y su cantidad determinan caracteres en nuestros cuerpos a lo largo de la vida, por ejemplo, la formación de los pechos o la barba, las menstruaciones, la menopausia, así como la producción de espermatozoides y óvulos. Las hormonas sexuales influyen en el deseo y el funcionamiento sexuales); y 5. el sexo  cerebral (respuestas diferenciadas en los cerebros de XX y XY inducidas por las hormonas). Sobre estas diferencias que no siempre son especulares, sino producen juegos cigóticos (XXY, XYY, XXXY) con sus inherentes intersecciones hormonales, se asientan construcciones sociales como el sexo asignado al nacer, que busca, en las culturas binarias y heterocetradas, fijar una identidad de género y una orientación sexual. En efecto, el delicado proceso biológico que culmina en  el nacimiento de una niña, un niño o una persona intersexual da pie al inicio de un bombardeo de enseñanzas e imposiciones que intentan determinar el desarrollo sexual de una persona (aunque históricamente se han manifestado diversas disidencias a la construcción social de una mujer o un hombre). Insisto en que hay pueblos y culturas, como la mayoría de los pueblos americanos, que no daban importancia al dimorfismo sexual en el campo de la sexualidad hasta la invasión europea y la aculturación cristiana.

 

[8][8] Cfr. Cecilia Sánchez, Escenas del cuerpo escindido. Ensayos cruzados de filosofía, literatura y arte , Cuarto Propio/Universidad Arcis, Santiago, 2005

[9] Isabel Hernández, “La mirada tan temida”, en Blanco Móvil, n. 135, Escrituras de la violencia. La voz de las mujeres, noviembre de 2016, Ciudad de México, pp. 66-70

[10] Cecilia Sánchez, El conflicto entre la letra y la escritura. Legalidades/contralegalidades de la comunidad de la lengua en Hispano-América y América Latina, Fondo de Cultura Económica, Santiago de Chile, 2013.

[11] Marcela Turati, Fuego Cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco, Grijalbo, México, 2011

[12] Cherie Zalaquett, Sobrevivir a un fusilamiento. Ocho historias reales, Aguilar, Santiago de Chile, 2003.

[13] Daniela Rea, Nadie les pidió perdón. Historias de impunidad y resistencia, Urano, México, 2015.

 

[14] Sus novelas más famosas, traducidas al español, son: La guerra no tiene nombre de mujer (1985), Debate, México, 2015; Voces de Chernóbil (1997), Siglo XXI, México, 2006; Los muchachos de zinc (1989) sobre los jóvenes soldados rusos en Afganistán, Debate, México, 2016. Tiempo de Segunda Mano: el fin del hombre rojo (2013), está en prensa con Acantilado. En Últimos testigos (2004) reporta la conciencia de las niñas y niños sobrevivientes a la Segunda Guerra Mundial que entrevistó a finales de la década de 1980. Durante la Segunda Guerra Mundial en el territorio de la URSS murieron 13 millones de niñas y niños y un números importante después del conflicto creció en orfanatos. Últimos testigos ha sido traducido y publicado por Debate, México, 2016.

[15] Gloria Inés Peláez, Era mucho el miedo, Desde abajo, Bogotá, 2016.

[16] Cfr. Gloria Inés Peláez, “Crónicas de guerra”, en Blanco Móvil, n.135,  Escrituras de la violencia. La voz de las mujeres, Ciudad de México, noviembre de 2016.

 

[17] Mariama Bâ, Mi carta más larga, sin referencia de la traductora, Edición Zanzibar S.L., Madrid, 2005.

[18] Margaret Ogola,  El río y la fuente, cuatro historias de mujer en Kenia, Ediciones Rialp, Madrid, 2000

 

[19] Buchi Emecheta, Las delicias de la maternidad (1979), Ediciones Zánzibar, Madrid, 2004.

[20] Léonora Miano, El interior de la noche, Tropismos, Salamanca, 2005.

[21] Sara Uribe empezó a trabajar un poemario que se convirtió en un verdadero proyecto de denuncia y rescate de la memoria durante el periodo del presidente mexicano Felipe Calderón (2006-2012). Antígona González, que incluye escrituras interrelacionadas, destapa que Calderón es el iniciador de una supuesta guerra al narco que se reveló una guerra contra la población. Ante la creciente violencia en el país, decidió apropiarse, intervenir, reescribir y cruzar las Antígonas de Sófocles, Judith Butler, María Zambrano, Griselda Gambaro y Marguerite Yourcenar, para dar cuenta de la memoria que las madres, padres, hermanas, amigas, vecinos cultivan de sus muertos, pues claman por la recuperación de un cadáver. Son poemas que han sido leídos, escenificados e intervenidos por sus compañeras y compañeros para poner fin a la ilusión de una autoría en solitario que nadie le ha conferido nunca. Buscar junto con otros a un muerto, reescribir, nombrarse Antígona, implica la posibilidad de evidenciar la dignidad en el dolor y de reescribir la historia. El poemario ha sido publicado por Sur plus Ediciones, Oaxaca, 2012.

[22] Alejandra Kollontai, La bolchevique enamorada, Txalaparta, Tafalla, 2008.

[23] Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, Joaquín Mortiz, Ciudad de México, 1963. Los recuerdos del porvenir ganó el premio Xavier Villaurrutia, que los escritores mexicanos otorgan a la que consideran la mejor novela del año editada en su país. Igualmente ha sido considerada una “precursora del realismo mágico” por una crítica que no quiso reconocer en una mujer la iniciadora de la corriente más renombrada de la literatura nuestramericanica. El título de por sí refiere al tiempo de las mujeres como un después de algo que estuvo antes y un futuro que no llega; se trata de una novela cuya voz narrativa teje las historias del México de los años 1920 (el laicismo revolucionario y la guerra cristera, el caudillismo de Calles, una modernización contradictoria, las aspiraciones políticas de las mujeres después de que la Constituyente no les otorgara el voto) con la vida de dos mujeres personajes, de mucha fuerza aunque distintas, la hermosa y suave amante Julia Andrade  y la conspiradora Isabel Moncada, ambas obligadas a servir, una tras otra, afectiva y sexualmente al general Francisco Rosas, que les depara un destino trágico.

[24] Marvel Moreno, En diciembre llegaban las brisas, Plaza y Janés Editores, Barcelona, 1987. La novela, que tiene a un personaje testigo que en ocasiones se confunde con la narradora, Lina, está dividida en tres partes. La primera gira en torno a Dora y su esposo, Benito Suárez, vistos por su amiga Lina y la abuela Jimena, que reconocen en ella a una masoquista. La segunda cuenta el matrimonio de Catalina con Álvaro Espinoza, que es interpretado por la tía Eloísa como un duro aprendizaje. La tercera historia es la del fin de un tiempo en Barranquilla y se centra en Beatriz y Javier Freisen, a la luz de la visión de mundo de la tía Irene. Hay un epílogo: En diciembre llegaban las brisas cierra en primera persona, cuando una Lina vieja y exiliada en París compara los tiempos de sus recuerdos con el presente y reflexiona sobre la libertad de las mujeres.

[25] Con cuatro instalaciones separadas, Doris Salcedo: The Materiality of Mourning, insistió en lo que la guerra destruye, el silencio que deja el vacío. Incluyó la pieza A Flor de Piel (2013), un tejido del tamaño de un cuarto en el cual la artista bordó cientos de botones de rosas como epitafio para una enfermera torturada hasta la muerte. La recuperación de técnicas propiamente femeninas como el tejido y el bordado ha creado rutas entre artistas. Zurciendo el camino entre letras y esculturas, así como entre creadoras de países, regiones, emociones semejantes. Personalmente, no puedo evitar establecer un vínculo entre los actos testimoniales de la plástica de la bogotana Doris Salcedo y la sinaloense María Romero, cuyos objetos bordados y costurados construyen refugios estéticos en medio de la extendida crueldad de su entorno.

[26] Francesca Gargallo, Carlos Ogaz y Helena Scully, “Comparte: la estética de la reiteración”, en http://regeneracionradio.org/index.php/arte-y-cultura/item/4815-comparte-del-cideci-a-oventik-la-estetica-de-la-reiteracion, consultado el 4 de agosto de 2017

[27] Desde 2012 la antropóloga y jurista argentina Rita Laura Segato nos ha puesto sobre aviso acerca de una “pedagogía de la crueldad” que puede leerse en la siempre mayor violencia con la que se cometen los delitos contra los cuerpos de las mujeres. Según Segato, la violencia es un acto que los medios de comunicación han transformado en un espectáculo que lleva a la emulación. “…no se puede ver lúcidamente la realidad desde la posición del poder. Sólo se ve lúcidamente desde el margen. Porque el poder tiene tal esfuerzo en reproducirse, reconducirse, y pasa siempre también por una incapacidad de exhibición, de control de lo que se exhibe, que necesita reproducir sus actos de poder, si no, no existe. Una vez me preguntaron cuál era la diferencia entre la violación, o de la violencia doméstica y pública. Mi trabajo ha pensado siempre las relaciones de violencia de género como políticas. Yo no pienso la dimensión del perverso, esa parte libidinal no es mi tema, porque además pienso que es minoritaria. Creo que la sociedad en que vivimos está produciendo más personalidades de estructura psicopática. O sea de estructura perversa, que no son psicópatas necesariamente, pero esa personalidad poco empática, que le conviene a la explotación, está siendo producida inclusive con las películas que los niños ven. Hace veinte años no veíamos en la TV o en el cine escenas de violencia como hoy. Estamos expuestos a algo que yo llamo una programación neurobélica para la baja empatía: una programación para estructuras psicopáticas de la personalidad, donde el otro está lejos, es el soldadito de los juegos virtuales”. Rita Laura Segato entrevistada por Héctor Pavón y Alejandra Varela, en https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/pedagogia-viva-crueldad_0_B1OuSHfwZ.html (consultado el 8 de agosto de 2017).

[28] Nietzsche, filólogo y filósofo que se atrevió a una crítica de su cultura, y Freud, descubridor del subconciente y del sicoanálisis, a finales del siglo XIX coincidieron en la trascendencia de la represión sexual en la civilización occidental; después de 50 años de análisis feministas de la cultura, yo tiendo a redimensionar a la baja su importancia. A través del sexo se manifiesta el poder de una persona o un grupo (jefes, sacerdotes, guerreros, etcétera), la importancia que se le da es culturalmente construida, no es la única pulsión de vida ni una fuerza primigenia. La represión de algunas formas de la sexualidad, es un ejercicio de control de los sectores dominados.

[29] Sabina Berman, La mujer que buceó dentro del corazón del mundo, Planeta, Ciudad de México, 2011.

[30] Cfr. “Presentación”, en Francesca Gargallo (coordinadora), Antología del Pensamiento feminista Nuestroamericano, Tomo 1, op.cit., p. 11-64