Texto de la presentación del 31 de agosto de 2018 en el Foro Carlos Montemayor, V Fiesta de las Culturas Indígenas, Plancha del Zócalo de la Ciudad de México
Cuando un libro esclarece los lados oscuros de la formación académica, tan centrada en la idea de que estado y capital vehiculan necesariamente el progreso de los pueblos, hay que leerlo con mucho cuidado no tanto porque sus ideas sean complejas, sino porque no son corrientes. Sistemas de gobierno Comunal Indígena. Mujeres y tramas de parentesco en Chuimeq’ena’, de Gladys Tzul Tzul, nos presenta la historia moderna de los pueblos indígenas como una historia de fases no correspondientes a las que reporta la historia estatal, a la vez que nos ofrece interpretaciones no capitalistas, pero no por ello marxistas, de las ideas de política, territorio, medios de producción, reproducción, liberación y deseo en la existencia social.
Escrito entre la dolida indignación por la masacre del 4 de octubre de 2012 en Totonicapán, cuando el estado de Guatemala asesinó a seis comuneros durante una protesta, y el amor por el sistema de gobierno indígena como productor del sentido político de las comunidades, el libro de Tzul esclarece las formas de producir decisiones políticas comunitarias por parte de mujeres y hombres, ahí donde la antropología del feminismo liberal sólo ve relaciones de dependencia patriarcal.
Los objetivos prácticos de la política comunal hacen posible la vida cotidiana, en un espacio concreto y en una historia precisa. Producen formas de inclusión diferenciada a su interior para que las mujeres dependan emotiva y económicamente de los linajes paterno-matrimoniales. La resistencia al interior de las tramas de parentesco basadas en esos linajes son llevadas a cabo por mujeres que las han aceptado desde la ampliación, en 1870, de su territorio mediante una treta de utilización paradójica, comunitaria, de las leyes de privatización de la tierra por el sistema liberal. El conjunto de apellidos paternos de la comunidad compró entonces las tierras que insertó en los títulos de propiedad comunal, haciendo que las mujeres por sí solas no pudieran acceder a la herencia de las mismas, a menos de que fueran hijas o esposas de hombres con los apellidos “adecuados”. La defensa del territorio es un objetivo compartido por mujeres y hombres como práctica de su autonomía antiestatal comunitaria; ninguna mujer quich’é desea liberarse a través de la parcelación de las tierras en propiedades privadas, más bien, desea otra relación con el bien común, que dependa más del trabajo que realiza con los hombres para la protección, funcionamiento y producción de la toma de decisiones y los bienes comunitarios que de los cálculos matrimoniales para no perder sus derechos y los de sus eventuales hijas e hijos.
Gladys Tzul Tzul es una brillante socióloga quich’é que en su primera juventud quedó deslumbrada por el pensamiento de Foucault porque, según ella misma me contó hace tiempo, su pensamiento le permitía vislumbrar las potencias que se anidan en el trabajo colectivo, en las resistencias femeninas, en el sostenimiento de la vida comunal, en las estrategias para defender las tierras colectivas y en las formas de la producción de la existencia social, sin tener que aceptar la aplastante narrativa del poder colonial hegemónico.
El antiestructuralismo de Foucault y el análisis feminista del capitalismo de Silvia Federici, pasando por las políticas del deseo y el reconocimiento de la potencia comunal histórica, le permiten a Gladys Tzul apelar a la vitalidad del cuerpo. Reconoce así el trabajo común, el k’ax k’ol (tequio, en México) de las mujeres y los hombres como la acción política anticapitalista que produce el ritmo de la existencia y que despliega las tácticas para organizarse y burlar el poder y su orden simbólico. El uso y la disposición de lo común produce defensas, regulaciones y decisiones para la reproducción de la vida. Doña Julia Tohom, quien fuera alcaldesa comunal en Chuisac, lo explica claramente: “Aquí todas trabajamos parejo, entonces todas podemos decidir qué se hace con la tierra comunal, nosotras trabajamos comunalmente y por eso tenemos que decir lo que pensamos”.
Gladys ha asumido ciertos análisis feministas del capital, como los de Silvia Federici, afinando su visión propia sin olvidar el relámpago que le permitió entrever en la oscuridad académica todas las tramas que pueblan el universo comunal. Siendo sujeto y objeto de sus estudios políticos, ha escrito diversos artículos y los libros Sistemas de gobierno comunal indígena. Mujeres y tramas de parentesco en Chuimeq’en’a, y Gobierno Comunal Indígena y estado Guatemalteco. Algunas claves críticas para comprender una tensa relación.
Para la gente que no está acostumbrada a la toponimia maya kich’é, Chuimeq’en’a es un antiguo amaq que quedó reducido en la conquista, aunque un título de 1553 les reconozca sus fronteras. En los mapas guatemaltecos se encuentra bajo el nombre de Totonicapan. El municipio se ubica en la cordillera de la Sierra Madre, está dividido en 48 cantones, su topografía es montañosa, con fuentes de aguas termales y nacimientos de aguas frescas y extensos bosques de coníferas. En esa geografía se han desarrollado rebeliones indígenas que han enfrentado y fracturado el poder colonial. Ahí Atanasio Tzul, Felipa Toc y Akiral se levantaron contra los cobradores de tributos, inaugurando la independencia de Guatemala.
Para entender la política comunal indígena como un entramado de estrategias de sobrevivencia física y cultural, Gladys se mete con la defensa de los medios concretos para la reproducción de la vida. En Sistemas de gobierno comunal indígena nos recuerda que cuando se refiere al territorio, implica todo lo que contiene: “el agua, los caminos, los bosques, los cementerios, las escuelas, los lugares sagrados, los rituales, las fiestas, etc., en suma, la riqueza concreta y simbólica que las comunidades producen y gobiernan mediante una serie de estrategias pautadas desde un espacio concreto y un tiempo específico estructurados desde cada unidad de reproducción”. En el territorio geográfico e histórico de Chuimeq’en’a, la reproducción de la vida social es defendida mediante un sofisticado sistema de gobierno comunal que articula tramas de alianzas de parentesco. Desde una lógica antropológica occidental esas tramas se definen como patriarcales y excluyentes, sin embargo, si se analizan como estrategias políticas para resguardar las tierras comunales del sistema estatal, la definición se hace más compleja porque la limitación de la herencia por apellidos masculinos excluye a las mujeres de la transmisión de una propiedad individual, capitalista, a la vez que reconoce que sin la fuerza del trabajo de las mujeres no sería sostenible la vida comunal.