Archivos Mensuales: septiembre 2018

Entre el linaje que cierra y el trabajo que abre: las mujeres quich’és en las tramas  del Gobierno Comunal Indígena

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Texto de la presentación del 31 de agosto de 2018 en el Foro Carlos Montemayor, V Fiesta de las Culturas Indígenas, Plancha del Zócalo de la Ciudad de México

 

Cuando un libro esclarece los lados oscuros de la formación académica, tan centrada en la idea de que estado y capital vehiculan necesariamente el progreso de los pueblos, hay que leerlo con mucho cuidado no tanto porque sus ideas sean complejas, sino porque no son corrientes.  Sistemas de gobierno Comunal Indígena. Mujeres y tramas de parentesco en Chuimeq’ena’, de Gladys Tzul Tzul, nos presenta la historia moderna de los pueblos indígenas como una historia de fases no correspondientes a las que reporta la historia estatal, a la vez que nos ofrece interpretaciones no capitalistas, pero no por ello marxistas, de las ideas de política, territorio, medios de producción, reproducción, liberación y deseo en la existencia social.

Escrito entre la dolida indignación por la masacre del 4 de octubre de 2012 en Totonicapán, cuando el estado de Guatemala asesinó a seis comuneros durante una protesta, y el amor por el sistema de gobierno indígena como productor del sentido político de las comunidades, el libro de Tzul esclarece las formas de producir decisiones políticas comunitarias por parte de mujeres y hombres, ahí donde la antropología del feminismo liberal sólo ve relaciones de dependencia patriarcal.

Los objetivos prácticos de la política comunal hacen posible la vida cotidiana, en un espacio concreto y en una historia precisa. Producen formas de inclusión diferenciada a su interior para que las mujeres dependan emotiva y económicamente de los linajes paterno-matrimoniales.  La resistencia al interior de las tramas de parentesco basadas en esos linajes son llevadas a cabo por mujeres que las han aceptado desde la ampliación, en 1870, de su territorio mediante una treta de utilización paradójica, comunitaria, de las leyes de privatización de la tierra por el sistema liberal. El conjunto de apellidos paternos de la comunidad compró entonces las tierras que insertó en los títulos de propiedad comunal, haciendo que las mujeres por sí solas no pudieran acceder a la herencia de las mismas, a menos de que fueran hijas o esposas de hombres con los apellidos “adecuados”. La defensa del territorio es un objetivo compartido por mujeres y hombres como práctica de su autonomía antiestatal comunitaria; ninguna mujer quich’é desea liberarse a través de la parcelación de las tierras en propiedades privadas, más bien, desea otra relación con el bien común, que dependa más del trabajo que realiza con los hombres para la protección, funcionamiento y producción de la toma de decisiones y los bienes comunitarios que de los cálculos matrimoniales para no perder sus derechos y los de sus eventuales hijas e hijos.

Gladys Tzul Tzul es una brillante socióloga quich’é que en su primera juventud quedó deslumbrada por el pensamiento de Foucault porque, según ella misma me contó hace tiempo, su pensamiento le permitía vislumbrar las potencias que se anidan en el trabajo colectivo, en las resistencias femeninas, en el sostenimiento de la vida comunal, en las estrategias para defender las tierras colectivas y en las formas de la producción de la existencia social, sin tener que aceptar la aplastante narrativa del poder colonial hegemónico.

El antiestructuralismo de Foucault y el análisis feminista del capitalismo de Silvia Federici, pasando por las políticas del deseo y el reconocimiento de la potencia comunal histórica, le permiten a Gladys Tzul apelar a la vitalidad del cuerpo. Reconoce así el trabajo común, el k’ax k’ol (tequio, en México) de las mujeres y los hombres como la acción política anticapitalista que produce el ritmo de la existencia y que despliega las tácticas para organizarse y burlar el poder y su orden simbólico. El uso y la disposición de lo común produce defensas, regulaciones y decisiones para la reproducción de la vida.  Doña Julia Tohom, quien fuera alcaldesa comunal en Chuisac, lo explica claramente: “Aquí todas trabajamos parejo, entonces todas podemos decidir qué se hace con la tierra comunal, nosotras trabajamos comunalmente y por eso tenemos que decir lo que pensamos”.

Gladys ha asumido ciertos análisis feministas del capital, como los de Silvia Federici, afinando su visión propia sin olvidar el relámpago que le permitió entrever en la oscuridad académica todas las tramas que pueblan el universo comunal. Siendo sujeto y objeto de sus  estudios políticos, ha escrito diversos artículos y los libros Sistemas de gobierno comunal indígena. Mujeres y tramas de parentesco en Chuimeq’en’a,  y Gobierno Comunal Indígena y estado Guatemalteco. Algunas claves críticas para comprender una tensa relación.

Para la gente que no está acostumbrada a la toponimia maya kich’é, Chuimeq’en’a es un antiguo amaq que quedó reducido en la conquista, aunque un título de 1553 les reconozca sus fronteras. En los mapas guatemaltecos se encuentra bajo el nombre de Totonicapan. El municipio se ubica en la cordillera de la Sierra Madre, está dividido en 48 cantones, su topografía es montañosa, con fuentes de aguas termales y nacimientos de aguas frescas y extensos bosques de coníferas. En esa geografía se han desarrollado rebeliones indígenas que han enfrentado y fracturado el poder colonial. Ahí Atanasio Tzul, Felipa Toc y Akiral se levantaron contra los cobradores de tributos, inaugurando la  independencia de Guatemala.

Para entender la política comunal indígena como un entramado de estrategias de sobrevivencia física y cultural, Gladys se mete con la defensa  de  los medios concretos para la reproducción de la vida. En Sistemas de gobierno comunal indígena nos recuerda que cuando se refiere al territorio, implica todo lo que contiene: “el agua, los caminos,  los bosques, los cementerios, las escuelas, los lugares sagrados, los rituales, las fiestas, etc., en suma, la riqueza concreta y simbólica que las comunidades producen y gobiernan mediante una serie de estrategias pautadas desde un espacio concreto y un tiempo específico estructurados desde cada unidad de reproducción”. En el territorio geográfico e histórico de Chuimeq’en’a, la reproducción de la vida social es defendida mediante un sofisticado sistema de gobierno comunal que articula tramas de alianzas de parentesco. Desde una lógica antropológica occidental esas tramas se definen como patriarcales y excluyentes, sin embargo, si se analizan como estrategias políticas para resguardar las tierras comunales del sistema estatal, la definición se hace más compleja  porque la limitación de la herencia por apellidos masculinos excluye a las mujeres de la transmisión de una propiedad individual, capitalista, a la vez que reconoce que sin la fuerza del trabajo de las mujeres no sería sostenible la vida comunal.

No tengo nada contra las alcaparras

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De entrada se lo digo, no tengo nada contra las alcaparras. En mi pueblo crecen en las grietas de los muros de adobe y son grandes, en salmuera se vuelven deliciosas, con pan seco rayado complementan la pasta de los pobres, con berenjenas, aceitunas y albahaca crean sabores para deleitar a las diosas más exigentes. Pero que nadie me llame perro en salmuera (salty dog) que me enojo como una hiena. Un perro salado se parece a un perro roñoso. La fealdad del lenguaje crea la fealdad del mundo. A mí que me hablen en lenguas sonoras, inteligentes, llenas de imágenes solares. Si me dicen vieja loba de mar me vuelven a crecer rizos negros en la cabeza, se me tuesta la piel y se me infla el pecho como si fuera la más aventada de las hijas del Corsario Negro y acabara de cumplir unos osados y medio andados treinta años. Acepto ser un oso de mar, Seebär, como esos intrépidos hanseáticos que desafiaron a reyes; un morski lav de la Ragusa renacentista; un loup de mer sin descanso; un المجندي de valor cartaginés; un deniz aslani, león de mar de Esmirna; pero no un pinche perro en salmuera: en mi mundo ideal nadie hablaría una lengua tan fea como el inglés.

LA MEMORIA DEL DETENIDO: PRESENTE, FUTURO Y AMISTAD EN LAS CALLES DE LAS CIUDADES AJENAS DE JORGE BUSTAMANTE.

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Durante la espera vacía del horror, el poeta se narra su historia de formación: en un presente aterrador nos salvan los encuentros de la vida, las ciudades recorridas, las pérdidas y los libros.  Las calles de las ciudades ajenas (Sílaba editores, Bogotá, 2018) de Jorge Bustamante García es una de las novelas más cuidadosamente escritas sobre el secuestro y la detención ilegal cometidos por funcionarios públicos en contra de un ciudadano en un país que se dice democrático. Es el recuento de una fuga interior y de la atenta observación de la humanidad de los cómplices en un delito de estado. Por ejemplo, los soldaditos que lo escoltan en el jeep que recorre el eje cafetero colombiano, tan verde, tan bello, tan húmedo, después de una noche en una jaula diminuta escuchando la voz de una muchacha que le pasa su teléfono para que avise a su familia. Pues esos soldaditos son la encarnación de la sencillez campesina avasallada por las órdenes de estado y se sorprenden de que el detenido pueda darles respuestas simples sobre el pueblo del que siempre han oído hablar por la propaganda de la Guerra Fría, los rusos. Y preguntan si son tan borrachos como se dice, si están hechos para soportar el frío, si las mujeres, que suponen invariablemente hermosas, son fogosas o heladas.

Pero no son los desaparecedores, fiscales, inquisidores, torturadores, bien o mal vestidos, los protagonistas de esta novela que trasuda amistad y mundo. Las calles de las ciudades ajenas, en efecto, se explaya sobre tres tiempos, el presente del secuestrado, los ocho años antes, cuando su vida se acelera y define mediante una beca, un examen, el adiós a las personas amadas, el entusiasmo del estudio, y el futuro que ya ha sucedido y que se filtra en la narración con un giro muy simple: “treinta años después sabría…”. Con estos recursos, Jorge Bustamante García, que por momentos reconozco entero en el personaje Eddy, ya que nos unen más de treinta años de amistad, lecturas y encuentros, nos ofrece la destilación lentamente decantada de sus memorias y su pasión por unos escritores míticos, que también traduce al español.

Cuando a Eddy lo secuestran, le arrancan los libros que ha llevado consigo de Rusia a Colombia. Sus recuerdos brotan desde el momento mismo en que debe fugarse del pánico, a sabiendas de que fantasear sobre su futuro inmediato puede enloquecerlo, y pasan por cómo ha leído, adquirido, conocido cada uno de los libros que está perdiendo, por qué manos amigas desfilaron, qué panoramas, historias y personajes se cruzaron con él mientras los leía.

El detenido rememora su vida de estudiante de geología en la desaparecida Unión Soviética, sabiendo que en Colombia las personas que ama ya lo están buscando. No hay dudas sobre el afecto permanente de la familia en medio del caos de la violencia que extravía hasta la belleza. La familia aparece también en el recuento de un pasado que vive intenso en la pasión por la comprensión y la casi textil sensualidad de las sensaciones vividas, por momentos aterciopeladas como los ojos de Natasha T. que, al atreverse y no a amarlo, le devela los secretos de la Rusia soviética que sobrevivió a la Gran Guerra Patria y que desde entonces le teme a los extranjeros y construye sus clases medias sobre las jerarquías militares. Ojos de noche de mayo de mil novecientos setenta y siete en la dacha donde había dos jóvenes fuertes; ojos vacunados contra los celos y ardientes como el alcohol. Sin embargo, es en el algodón fresco de los vestidos de la muchacha de los ojos verdes, que va y viene, reconfortante presencia del pasado en el presente, que se asientan los días a vivir, a rememorar, a desear.

En la novela también la escritura tiene pasado, el de los libros leídos y los escritores venerados, presente, como hecho creativo e instrumento de una treta de la memoria para deshacerse de las censuras, y futuro, el de la hija que leerá la historia de Eddy en un parque que él ya conoce en una ciudad del sur de Francia. Hay tres hombres que le exigen una confesión a Eddy y éste escribe en las hojas que le proporcionan los momentos de amistad, amor y asombro por la entrañable campesinidad del mundo en proceso de transformación que nos tocó vivir a principios de la segunda mitad del siglo XX. Algo penetrantemente dolido en la escritura de Jorge Bustamante no pertenece al corpus de la narración pero la alimenta: como geólogos, tanto él como su personaje, fueron verdugos de la tierra que aman en su mineralidad compleja y misteriosa. La modernidad es depredadora, parece decirles la memoria a ambos. Es cruel y su relato sorprende, impacta y se repite porque quien busca alternativas luego no se las cuenta a nadie.

No sé si malinterpreto la feroz melancolía de la lírica geográfica de Jorge, pero leyendo esta novela de formación y propuesta, recuerdo sus recuerdos. Puedo rastrearlos en su poesía, en el porqué de sus traducciones, así como en las pláticas que hemos sostenido caminando por el campo, en la sala de su casa, en la cafetería del hotel de la colonia Roma donde él iba a entrevistar a don Sergio Pitol. Porque los recuerdos de Jorge a través de su narrativa se han hecho míos, siento que es hora de afirmar  que en el mundo actual urgen escritoras y escritores capaces de ofrecernos otra ficción para inventar la buena vida. No podemos seguir con el rollo del progreso y el espantoso discurso del amor-posesión, inventados y repetidos por 700 años de literatura europea y occidental, pero si nadie nos hace reír o llorar con palabras que engarzan los sentimientos y las geografías, los descubrimientos y la historia, el abandono de las fidelidades familiares y el rescate de los lazos de afectos profundos no tendremos de qué aferrarnos y reproduciremos una y otra vez el cuento de terror de la realidad.

Para finalizar esta breve presentación de Las calles de las ciudades ajenas, sin repetir simplemente que es un libro de un poeta que sopesa las palabras y las formas para evocar una memoria con la cual quiere cerrar las cuentas, quisiera valorar algunas de las afirmaciones del personajes que habla tras haber recuperado el derecho a la vida, liberado por los matones a los que sus hojas escritas han intrigado. Una de las últimas cosas que dice Eddy, que tras las experiencias evocadas viajará durante toda su vida como se lo pronosticó su amigo de infancia Álvaro Lewis Carrol, exiliado pero siempre acompañado, es precisamente: “Tendría que volver a inventar todo de nuevo, porque nada termina antes del fin, porque nada se muere antes de la muerte”. Pues eso es lo que hace un gran escritor que debe sobrellevar las traiciones de Marko el Innombrable, la muerte de la hermana de Natasha en un teatro, la infancia de la pequeña Sasha, la saudade por la guitarra de Nicolás Azul, los amores de Miguel el chileno en visita al Palacio de Invierno,  el examen de conocimientos para entrar a la universidad, el abrazo que no le dio a su madre en el aeropuerto, el futuro de muchos jóvenes que hoy son viejos. Si hay una larga estela de muerte entre los parques y las calles de las ciudades ajenas, ningún camino se evapora y es realmente una suerte que alguien hoy cumpla veinte años y escriba un diario donde aprenda a formar mundos con las palabras.

RÍOS DE LETRAS O UN ATISBO DE LITERATURA CONTEMPORÁNEA

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Una o un novelista y su casa editorial en ocasiones trenzan una relación que trasciende la relación comercial, desencadenando un impulso creativo que se explaya en varias direcciones y que interviene en la interpretación colectiva de la realidad. El caso de la colección Ríos de Letras que el novelista, cuentista y poeta colombiano Philip Potdevin ha echado a andar en 2014, y que ya cuenta con diez títulos (el décimo primero, en prensa), ilustra muy bien esta relación de impulso mutuo y creación de un público lector.

Philip Potdevin es él mismo un narrador que ha tenido que soportar el abandono de las editoriales comerciales que en un primer momento lo ensalzaron porque no se plegó a la demanda de una literatura conformista. En efecto, cuando en 1994 ganó el Premio Nacional de Novela de Colcultura con Metatrón, todo mundo pensaba que iba a ser otro de los escritores que durante esos años se hacían de un ropaje neobarroco para no tocar las susceptibilidades de la política. Metatron revelaba a un poderoso joven escritor, nada banal, un potrillo que desgastar en las carreras. Nomás que Potdevin le apostaba –nada menos- a buscar a un personaje anónimo para reconstruir la biografía de un paria capaz de una sensualidad poco ortodoxa y propietario de esos saberes que una sociedad conservadora teme, repele y condena. Su héroe, literariamente rescatado de la historia oficial que lo desaparece, pinta doce figuras de arcángeles sensualmente provocadores, cuya existencia su sociedad ni siquiera debía imaginar. ¡Ups!

Mar de la tranquilidad, en 1997, confirmó el erotismo de las letras de Potdevin. Su héroe ahora es más que conocido, un torero, el tema también, la fascinación por la muerte que se hace silencio. Nomás que la inmortalidad que el personaje busca alcanzar no es la vana pretensión de quedarse en la historia sino la pérdida del yo en la inconmensurable grandeza del cosmos. La novela no ganó premios, pero confirmó a Potdevin como un joven escritor guapo, de sectores medios, bien vestido, alguien para mostrar en televisión, aunque dijera cosas poco tranquilizadoras, por ejemplo que la humanidad pasa por ciclos civilizatorios que deben superarse cuando desembocan en el frenesí de la muerte y la destrucción, eso es, que el sacrificio del presente no es parte de un inevitable trabajo, sino algo para cambiarlo todo. ¿Colombia se enfrentaba a un escritor ecologista? ¿A un buscador de liberaciones? Ocho años después La otomana, siempre en Seis Barral Planeta, fue acogido como un nuevo cuento de sensualidad encubierta. Luego caló un largo silencio sobre las letras del caleño. Diez años.

Aquí empieza la historia de Philip Potdevin con editorial Desde Abajo, una empresa colectiva que piensa la transformación de las conductas sociales a través de la educación reflexiva y consciente de la realidad. Desde Abajo es una casa editorial colombiana autónoma, nacida en 1999 de los trabajos de un colectivo de reflexión política, que vive de leer, escoger y presentar libros a un público que tiene el derecho de formarse, pues considera que no puede haber política liberadora sin la comprensión/creación del propio momento histórico. Por supuesto no acepta financiamientos que pongan en entredicho su libertad, condicionando las preferencias por un tipo de estudios, literatura o reflexiones. La autonomía financiera es indispensable para la autonomía de pensamiento, pero es difícil de sostener entre quienes no entienden lo que es producir y vender libros, por ejemplo, el profesorado universitario que considera los libros como escalafones para su carrera. De ahí que, para apostarle a la escritura libre, el pensamiento autónomo, las y los autores no academicistas ni cobijados por instituciones sean indispensables sedes austeras, sueldos iguales para todos, mucho trabajo colectivo de selección y producción y una labor de difusión incansable. Sólo así se llega a mantener en circulación los más de 200 títulos publicados en menos de 20 años.

Ediciones Desde Abajo alberga colecciones que giran alrededor de las múltiples facetas de la filosofía, las ciencias sociales, el feminismo, la política y la antropología; sólo desde el encuentro con Philip hace cuatro años se ha abierto  a la literatura. Philip Potdevin buscaba una editorial que le dejara publicar una narrativa de renacido, con interpretaciones alternativas a los hechos históricos aceptados y revelaciones acerca de las mafias del deporte, una literatura cotidiana, intensa, con la sensualidad del hombre maduro y no del adolescente desbocado que se ha escapado de la iglesia. Desde Abajo necesitaba que alguien le refrescara el aire con propuestas literarias, porque la ficción pone en circulación lo que todavía no existe.

Desde 2014, Philip ha vuelto a producir intensamente. Tres novelas revelan un proyecto que involucra sus letras y las de los jóvenes narradores que conoce y sigue como tallerista y editor. En esta borrasca formidable (2014), donde Isidoro Amorocho con su extraordinaria universalidad de vagabundo autodidacta clerical-anarquista proporciona las claves para entender el asesinato del general Uribe Uribe, Palabrero (2017), en la que la persona que tiene la palabra para construir la pacificación encarna la historia del pueblo wayuu, y Y adentro, la caldera, sobre la amistad entre hombres en los vericuetos de las mafias del deporte (2018) corren por un riel que sostiene la tónica de toda la colección de Potdevin en Desde Abajo, Ríos de Letras. Se trata de una propuesta literaria que toca el presente, no se escandaliza por la crudeza de las simples verdades en climas de corrupción política y económica, reafirma el habla de las poblaciones contemporáneas, hurga en la historia inmediata, se atreve a renovar el humor y da nuevos rostros a los afectos que sostienen las organizaciones humanas.

Asimismo Ríos de Letras cuenta con una historia crítica de la narrativa colombiana: 90 años de la novela moderna en Colombia (1927-2017). De Fuenmayor a Potdevin, del estadounidense Raymond L. Williams y el chicano José Manuel Medrano (2018), que sostiene sintéticamente que la novela moderna en Colombia no es pionera, sino que nace en pleno siglo XX y desde entonces articula una narrativa urbana, no necesariamente capitalina, de múltiples narradores siempre en busca de una materia válida para narrar. Ha publicado también la larga conversación que la literata rumana  Ilinca Ilian y su colega Ciprian Valcan sostuvieron con el poeta, editor y gran conocedor de la historia cultural de Argentina Saúl Yurkievich. Retratos con azar. Conversaciones con Ilinca Ilian y Ciprian Valcan (2014) es un libro donde la inteligencia brota del intercambio de opiniones, de las preguntas que desatan la reflexión y que se explaya sobre recuerdos de cómo se forma y se manifiesta una cultura. La descripción del clima cultural-político en que eclosionan escritores como Borges o como Cortázar es magistral.

En cuanto a la narrativa colombiana propiamente dicha, las colección incluye las novelas 1851, de Octavio Escobar Giraldo, que devela al describir un año de Guerra Civil la continuidad en la formación de la pobreza mediante la usurpación de la tierra, la minería y los rezos de la tía Magnolia; Once días de noviembre, de  Óscar Godoy Barbosa que, como Era mucho el miedo de Gloria Inés Pelaéz, toca dos hechos trágicos de la historia reciente (que el aparato de estado quieren que se olviden), abordan la toma del Palacio de Justicia y la tragedia de Armero, narradas, la primera, por un exmagistrado que está en el sitio de los sucesos
por tener una cita para almorzar con un amigo de trabajo, su hijo está fuera del país y cuando vuelve para hacer frente a las tragedias lo encuentra absolutamente distinto al que tenía en la memoria y, la segunda, por una voz femenina casi niña que revela asuntos relacionados con la falta de seguridad en un poblado ubicado bajo un volcán, como lo son la explotación sexual infantil y la corrupción policiaca; Rifles bajo la lluvia, de Daniel Ángel, que en dos tiempos, el pasado de las guerras entre conservadores y liberales y el presente de la violencia difusa, entre delincuencial, gubernamental y financiera, trabaja las relaciones de hombres y mujeres en condiciones de muerte del amigo y marido; y un libro de cuentos livianos, ligeros, casi sarcásticos que poco ahondan en un humor no sexista, pero si en la rapidez de las respuestas a condicionantes que afectan la vida de las personas en un presente absurdo, reunidos en Ataques de risa de David Betancurt.

Ahora bien, ha publicado también  una novela alemana traducida, Contra la corriente de aguas terrosas, de Alexandra Huck, que remite a las protagonistas civiles del conflicto armado, y una novela mía sobre las relaciones de amistad que nos cimentan, Los extraños de la planta baja.  En prensa está la novela de la argentino-chilena Isabel Hernández, El extraño encanto de las impostoras, un delicioso divertimento en el juego circular de la ficción que devora la realidad que devora la ficción, protagonizado por una escritora que entrevista a la nieta de la más famosa mentirosa del siglo XX, Anna Anderson que hasta el final de su vida dijo ser Anastasia, la única sobreviviente de la familia del zar de Rusia. Esta novela ratifica que la colección, que nació con la publicación de En esta borrasca formidable,  trasciende la literatura colombiana.

Con dos autores rumanos, una mexicana, una argentina, una alemana, un estadounidense, un chicano y cinco colombianos, y un aceptable balance de género (cinco mujeres en once libros) los puntos fuertes de Ríos de Letras son un profundo respeto por las buenas escrituras y una línea editorial que abre las puertas a una literatura alternativa, capaz de decir lo que las grandes editoriales callan, suprimen o simplemente ignoran, ya sea por aspectos comerciales, políticos o de simple inconveniencia a los ojos de las “industrias creativas” o de la “economía naranja”  de los gobiernos neoliberales que padecemos.