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Referencia: Francesca GARGALLO, “La urgencia de descolonizar el feminismo”, 16 de febrero de 2011 (Texto dedicado al nuevo suplemento Nosotras, que agruparía a las periodistas y feministas que renunciaron a Todas, del diario Milenio)

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La urgencia de descolonizar el feminismo

Francesca Gargallo

Para el feminismo, para su vocación democratizadora de la vida entre mujeres y en diálogo con los hombres, para las prácticas femeninas de descolonialidad y antirracismo, escuchar y aprender de las organizaciones de mujeres de los 607 pueblos originarios de América Latina es urgente e indispensable.

Las ideas de las mujeres indígenas acerca de sí mismas, construidas en diálogo con otras mujeres para comprenderse y para impulsar la mejora de las condiciones de las mujeres y las niñas de sus pueblos, según la revisión propia de sus costumbres – lo que se nombra como teorías del feminismo indígena- tienen tantas formulaciones y expresan tantos matices y tendencias como los que existen entre las corrientes del feminismo occidental.

La pertenencia a un pueblo o a una nación originaria es condición para la acción feminista tanto como lo es la pertenencia a cualquier estado nacional. Las mujeres no inician un proceso de lucha por sus derechos, reivindicando su cuerpo, su imaginario, su espacio y sus tiempos en la revisión total de la política porque son francesas o guaraníes, mexicanas o wayus, colombianas o zapotecas, sino porque el sistema patriarcal las oprime.

La acción feminista es una confrontación con la misoginia, la negación y la violencia de su espacio vital. Las mujeres occidentales trabajando por sí mismas en colectivo han impulsado esos cambios sobre sus derechos al estudio, el trabajo, la participación política que hoy los estados occidentales intentan adjudicarse y, al hacerlo, mediatizar. Pensar que el mundo occidental, el capitalismo, el cristianismo (o la laicidad construida sobre sus parámetros), son más favorables a las mujeres que la vida comunitaria en la reivindicación de su reconocimiento implica negar la movilización feminista y constituye la marca de un pensamiento colonializado o de un afán colonizador.

Aunque comparto la idea de la feminista comunitaria aymara Julieta Paredes que todas las mujeres indígenas que han luchado desde tiempos inmemoriales contra el patriarcado que las oprime son feministas, es histórico que han mirado de formas distintas a las demás, observando cómo se comporta la sociedad con una y con todas y cómo viven su cuerpo, su espacio y su memoria, elaborando un sinfín de ideas, conceptos y propuesta de liberación.

En los seis meses en que estuvimos viajando desde México hasta Bolivia, con mi hija pudimos percatarnos que 1) hay mujeres indígenas que trabajan a favor de los derechos de las mujeres a nivel comunitario y que se niegan a llamarse feministas porque temen que el término sea cuestionado por los dirigentes masculinos de su comunidad y que las demás mujeres se sientan incómodas con ello; 2) indígenas que se niegan a llamarse feministas porque cuestionan la mirada de las feministas blancas y urbanas sobre su accionar y sus ideas;  3) indígenas que reflexionan sobre los puntos de contacto entre su trabajo en la visibilización y la defensa de los derechos de las mujeres en su comunidad y el trabajo de las feministas blancas y urbanas para liberarse de las actitudes misóginas de su sociedad y que, a partir de esta reflexión, se reivindican “iguales” a las feministas; e 4) indígenas que se afirman abiertamente feministas.

Las feministas y las iguales a las feministas son mujeres indígenas que se dividen en subgrupos ideológicamente antagónicos: uno que se afirma feminista o cercano al feminismo por una actitud utilitaria, oportunista, de búsqueda de financiamientos y beneficios económicos y políticos por parte del Estado, de ONGs y de organismos internacionales de “desarrollo” para las mujeres; y el segundo, que asume radicalmente que las mujeres son la mitad de toda comunidad y, por lo tanto, tienen derecho a liberar su propia cultura de una determinación de género que crea jerarquías entre mujeres y hombres. Esta liberación debe darse en los espacios políticos de la definición personal y colectiva y en los espacios políticos de la vida cotidiana, íntima, familiar, relacional y social, para transformarlos desde la expresión de los propios sentimientos e ideas.

Entre las feministas indígenas se manifiestan colectivamente mujeres que son lesbianas, otras que repiensan la afectividad heterosexual desde una complementariedad no subordinada y otras más que se proponen repensar las relaciones entre mujeres para la acción en los ámbitos de la vida pública, social y familiar.

La antropóloga kaqchikel Ofelia Chirix habla abiertamente de la necesidad de “descolonizar” al feminismo para entender que no todas las mujeres deben tener ideas y proyectos semejantes para lograr su liberación y buena vida. Para que se respete una real y completa diferencia sexual y étnica, la perspectiva de género debe aplicarse a la realidad de los pueblos indígenas y no puede obviarse que en los últimos veinte años la lucha de las mujeres mayas por hacerse de una voz ha generado tensiones, ya que en las comunidades suele ponerse el asunto de la tierra como un tema prioritario que no deja espacio para nada más.

Las historiadoras y las antropólogas que abordan la cultura de los pueblos cuyos largos procesos históricos han sido distorsionados y negados, saben que hoy se continúa considerando a la población indígena nada más que como a una sola masa homogénea. Se pasan por alto los aspectos fundamentales que los definen como pueblos específicos, vale decir lingüísticos, culturales, históricos, económicos, políticos y de construcción de reglas de género.

El ocultamiento de la existencia de diferentes maneras de abordar la propia identidad sexual o su cuestionamiento y la politicidad de la relación entre mujeres y las acciones que de ella se derivan, es parte de esta tendencia general de ver a “todas” las indígenas como igualmente subordinadas, silentes oprimidas necesitadas de la solidaridad de las blancas y mestizas, verdaderos “objetos” de su interés.

Para un feminismo que incluya a todas las mujeres, es hora que en México y en América se tomen en cuenta las posiciones de esas feministas que piensan en colectivo su liberación, que analizan los resquicios de posiciones racistas que se ocultan en la preferencia por un sujeto individual de liberación y que no desvinculan su pertenencia a una nación negada de la incapacidad de asumir que existen tantos sistemas de género cuantas culturas hay y que la imposición de una única idea de opresión de género impide ver la inmensa gama de procesos de liberación de las mujeres.

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