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Francesca GARGALLO, “Liberación de las mujeres, liberación de un pueblo: las saharauis”, conferencia leída para el Día de la Mujer y Lucha de las Mujeres Saharuis, realizado en la Biblioteca Gaspara Stampa del Instituto Italiano de Cultura, Francisco Sosa 77, Coyoacán, México, D.F., 8 de marzo de 2010.
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Liberación de las mujeres, liberación de un pueblo: las saharauis
Francesca Gargallo
Cd. de México, 8 de marzo de 2010
El 17 de diciembre de 2009, Aminetu Haidar puso fin a una huelga de hambre de 32 días en el aeropuerto de Lanzarote, en las Islas Canarias. En esa ocasión, un amigo me llamó por teléfono para decirme: “Estarás contenta ahora que los saharauis le deben a Aminetu su liberación de Marruecos”. Estoy acostumbrada al malhumor que provoca en ciertos hombres el protagonismo femenino, como si cualquier mujer les hiciera sombra, pero entonces se me alborotó la esperanza de que lo dicho por el abogado de mi universidad fuera verdad. Es decir, que la valiente resolución de Haidar de negarse a ser víctima una vez más del contubernio español-marroquí que le concedió y quitó la Independencia a su pueblo en un mismo día, el 27 de febrero de 1976, había logrado cimbrar a la corona marroquí, haciéndole desistir en su absurda pretensión de gobernar a un pueblo que no le reconoce ese derecho.
Pero ¿quién es Aminetu Haidar, la más conocida defensora de los derechos humanos de las y los saharauis? Una licenciada en literatura moderna, una estudiante que fue arrestada en 1987 por participar en una manifestación pacífica contra la ocupación del Sáhara Occidental y mantenida durante cuatro años en las cárceles secretas marroquíes, una presa política que logró su liberación de la Cárcel Negra de El Aayún el 17 de enero de 2006, tras siete meses de detención ilegal, mediante una huelga de hambre que puso en jaque el sistema carcelario marroquí, una mujer divorciada e íntegra, la madre de dos hijos, una mujer que no le teme a la tortura porque ya sobrevivió a ella en diversas ocasiones, una buena hija, una activista de los derechos de su pueblo a la autodeterminación nacional. Todo ello, y sobre todo es una saharaui, eso es una mujer de doble ascendencia, bereber y árabe, una musulmana de cultura nomádica y pastoril, que encarna en su persona el papel fundamental que su sociedad otorga a las opiniones, actos y presencia política y económica de las mujeres en las tomas de decisión que la conciernen en su conjunto.
Por años, contra la opinión generalizada de que todas las mujeres están igualmente sometidas a la cultura y las leyes de los hombres, he afirmado con algunas antropólogas feministas que en el mundo no existe una sola cultura y, por ende, no hay un único sistema de relación entre las mujeres y los hombres, lo que se conoce como sistema sexo-género, sino que existen tantos sistemas de relación entre mujeres y hombres cuantas culturas existen. Estos sistemas que conciernen la organización y valoración de todo lo social, pueden instaurar dicotomías entre mujeres y hombres naturalizando la sumisión de las primeras y la dominación de los segundos, pueden imponer la complementaridad sexual reproductiva o estar abiertos a más sexos sociales que dos, pueden ser más igualitarios o muy desiguales, violentos o por el contrario evitar una jerarquización estricta propiciando el consiguiente respeto de las mutuas diferencias.
Tenemos una tendencia perversa a generalizar el sistema de género dominante, el que universaliza la experiencia masculina e invisibiliza y somete la femenina, dicotomizándolas y encerrándolas en una heterosexualidad normativa compulsiva. Por lo general, al reconocerlo obviamos que las culturas dominantes han sido colonialistas, es decir que los sistemas de género, como toda relación social, están sometidos a transformaciones históricas. Los colonialistas imponen sus formas de ser y de ver y organizar el mundo en todos los ámbitos de la vida cotidiana, pública y privada, así como en sus sistemas de racionalización y de trascendencia, y estas imposiciones se perpetúan en ocasiones más allá de la autonomía política que se alcanza mediante una revolución de independencia. De tal modo que los sistema de relaciones altamente desiguales entre los sexos se han propagados con las guerras y las conquistas de pueblos donde esas relaciones eran normalizadas por su cultura. La generalización del sistema de sexo-género occidental es una consecuencia del mismo colonialismo.
Pensemos, por ejemplo, en las imposiciones patriarcales hispánicas, que se justificaban por un catolicismo profundamente misógino, sobre muchas culturas donde las relaciones entre los sexos eran más flexibles, la división entre la heterosexualidad y otras prácticas sexuales no era tajante, y las mujeres no eran sometidas a la voluntad de padres, maridos y sacerdotes, como las había por decenas en América y en África antes de los procesos de expansión europea. Ese es también el caso de la dominación marroquí sobre las naciones bereber, tuareg y saharaui, tan islámicas de religión como los colonialistas magrebís, pero en las que las mujeres tienen una libertad de movimiento, opinión y participación social que pone en jaque precisamente el sistema colonial como tal.
Cuando las mujeres argelinas se convirtieron en el soporte principal de la lucha contra el colonialismo francés a finales de la década de 1950 y principios de 1960, cuando hoy las mujeres guarijías de Chihuahua deciden contrarrestar el avance de los narcotraficantes sobre los territorios de su comunidad, cuando las tibetanas se resisten a la dominación china y cuando las saharauis se afianzan como un soporte de la lucha de liberación nacional contra el dominio marroquís, manifiestan a la vez a) que su participación es reconocida por los hombres de su pueblo, b) que no viven las diferencias entre mujeres y hombres en el mismo nivel de desigualdad al que estamos acostumbradas al interior de las culturas hegemónicas, y c) que la reivindicación de autonomía de su pueblo es una forma de defensa genérica ante el sistema de opresión que el sistema colonialista propaga.
Dicho de otra manera, entre liberación de las mujeres y liberación popular hay más de un vínculo, y una puede ser leída de varias formas en la otra: 1) las mujeres al no someterse al sistema de relación entre géneros del poder colonialista comparten con los hombres la responsabilidad de la preservación de una cultura nacional compleja; 2) defienden a su pueblo para no someterse; 3) se liberan en la medida que liberan al conjunto de personas con que transforman las relaciones sociales todas; 4) en su proceso de subjetivación asumen su género y su cultura étnica como referentes de indisolubles para la participación política.
El estúpido planteamiento de la liberación por etapas sucesivas impuesto por las dirigencias de cuño marxista a los procesos revolucionarios del siglo XX -que implica que la prioridad absoluta es la revolución social y sólo sucesivamente se inicia el proceso de la liberación de las mujeres (etapismo que se mantuvo desde la derrota del feminismo revolucionario a finales de la revolución bolchevique en la década de 1930 hasta las guerras de descolonización de Angola y Mozambique y de liberación nacional en Centroamérica, en las décadas de 1970 y 1980)- no es más que una imposición patriarcal, eso es una forma de lectura de la realidad que se mantiene estrictamente al interior del sistema hegemónico colonial. También lo es el occidentalocentrismo contemporáneo de ciertas interpretaciones de la liberación femenina (igualdad de derechos en las legislaciones, sin disposiciones prácticas para volverla efectiva en el ámbito de la economía y la dirección política). Este occidentalocentrismo se lee en lo que esgrimen los gobiernos económica y militarmente dominantes cuando utilizan la discriminación contra las mujeres para justificar intervenciones legales o militares contra gobiernos locales que no les acomodan (pensemos en cómo se intentó justificar la intervención militar en Afganistán con el uso de la burkha –y con ello no quiero decir que las mujeres afganas vivían bien bajo la dominación talibán, sino que la invasión militar euro-estadunidense no las ha ayudado en lo más mínimo en su proceso de transformación de las relaciones sociales para su liberación).
Intentemos leer la participación de las mujeres saharauis, en su doble realidad de refugiadas que organizan la vida social de los campamentos en Argelia y de activistas contra la invasión del territorio nacional en las ciudades ocupadas por el ejército y la población marroquís. Quizá descubriremos que las mujeres defienden su cultura nacional porque en ella se sienten más libres que en la cultura dominante.
Decíamos que Aminetu Haidar es una mujer saharaui y que sólo viéndola como defensora/constructora de su identidad nacional podemos entender sus modos de acción política. En efecto, cuando el viernes 13 de noviembre de 2009, día en que volvía a casa después de una estadía en Nueva York, la activista saharaui Aminetu Haidar fue detenida por las fuerzas policiales marroquís al aterrizar en el Aeropuerto Hassan I de El Aaiún (invadida ciudad capital de la República Árabe Saharaui Democrática) y expulsada el sábado 14 de noviembre hacia Lanzarote, en las Islas Canarias (islas españolas ubicadas frente a la costa saharaui), actuó con una seguridad y una independencia propias de quien está acostumbrada a hacer uso de su pleno derecho a la expresión política.
Aminetu Haidar había acudido a Nueva York para recibir el Premio al Valor Civil de la Train Foundation, galardón que había sido otorgado con anterioridad a personalidades destacadas por su lucha por la libertad de expresión, como la rusa Anna Politkóvskaya, asesinada por defender los derechos humanos en su país. De regreso al Sahara, hizo escala en Madrid y Las Palmas de Gran Canaria, donde expresó su temor a ser detenida por los cuerpos policiales marroquíes cuando escribiría en la foja de acceso al país, en la casilla de país de origen, Sahara Occidental en lugar de Marruecos. Lo cual hizo en efecto, desatando una «cuestión de honor», como la definieron las autoridades marroquís para justificar su expulsión.
La detención duró un día entero. Se le sometió a dos interrogatorios, el primero desde las 13 horas del 13 de noviembre hasta las 3 horas del 14 de noviembre, y el segundo desde las 8 hasta a las 10:45 horas del 14 de noviembre. A los veinticinco minutos de dar por terminado el segundo interrogatorio, la policía marroquí embarcó a la activista en un avión, informándole que la expulsaba a España, sin especificar el lugar preciso dónde la enviaban. Le devolvió su equipaje, pero retuvo sus teléfonos celulares y el pasaporte.[]
Durante el vuelo, el piloto comunicó que tomaría tierra en la isla de Lanzarote para descender a una ciudadana marroquí. Tras el aterrizaje forzoso, Aminetu exigió que la devolvieran al Sahara, ante lo cual las autoridades españolas le espetaron que no estaba en poseso de ningún documento de expatriación. Haidar les recordó que eso la imposibilitaba también para ser admitida en territorio español. Ante la incapacidad de dar respuesta a semejante falta administrativa, el 15 de noviembre Aminetu inició en la Terminal 1 del Aeropuerto de Lanzarote una huelga de hambre, como medida de presión y denuncia de la connivencia entre el gobierno español y la monarquía marroquí.[
El 18 de noviembre, Marruecos accedió a devolverle el pasaporte a Haidar después de que el presidente francés Nicolas Sarkozy, uno de los grandes defensores de la ocupación marroquí ante la posición de la ONU a favor de la autodeterminación saharaui, intercediera en su nombre ante el rey Mohamed VI. La activista, sin embargo, se negó a pedirle disculpas por haber negado su nacionalidad marroquí. A los dos días, la eurodiputada Karin Scheele y el político español[ Cayo Lara fueron a visitarla y enviaron una carta al Rey de España, Juan Carlos I, solicitándole su mediación en el asunto, a lo cual el Rey respondió que poseía voluntad, pero el Ejecutivo español era el que dirige la política exterior. El parlamento español propuso una proposición no de ley por parte de todos los partidos con representación parlamentaria, pero no la llevó a cabo.
A principios de la[ ] segunda semana de huelga de hambre en el aeropuerto, Aminetu era la figura política de más relieve en Europa. Acostada en el suelo del aeropuerto, delgada y ojerosa, recibía visitas de cineastas, actrices, dirigentes sindicales, activistas de derechos humanos, grupos escolares, músicos y el premio Nobel de literatura José Saramago, residente en Lanzarote, le había dedicado un manifiesto en el que expresaba su total apoyo a la causa del pueblo saharaui. Por internet, las redes sociales daban a conocer su trayectoria de perseguida política y difundían la historia de cómo el día mismo en que salía de la dominación colonial española, el 27 de febrero de 1976, el Sahara Occidental, o más bien la recién constituida República Árabe Saharaui Democrática, había sido invadida por el ejército marroquí, cuya aeronáutica lanzaba fósforo blanco sobre las caravanas de ancianas y niñas, mujeres y hombres, que intentaban alcanzar la frontera argelina en busca de refugio, mientras enteras familias de pastores eran detenidas, los hombres desaparecidos y las mujeres liberadas con sus hijos pequeños en medio del desierto tras semanas de arbitrariedades.
Cuando Amnistía Internacional empezó a movilizarse por la salud de Aminetu, el Ministerio de Exteriores español envió como emisario a su director de gabinete, Agustín Santos,[ para que ofreciera a Haidar tres opciones por parte del gobierno español: asilo político, solicitar un nuevo pasaporte o adquirir la nacionalidad española. La activista rechazó el asilo político y la adquisición de la nacionalidad española por ser saharaui y cuestionó que la gestión de un nuevo pasaporte podría implicar meses de espera fuera de su tierra natal.
[]La diputada española Rosa Díez viajó a El Aaiún para transmitir su apoyo a los hijos de Aminetu Haidar. Durante esos días, las autoridades marroquís incrementaron el control y la represión contra las y los activistas de derechos humanos saharauis, ensañándose particularmente contra los más jóvenes, sobre todo contra las mujeres jóvenes a las que amenazaron de violación al detenerlas (la violencia sexual sistemática es una táctica represiva común a todos los ejércitos de ocupación colonial o militar, quienes “territorializan” de esa manera el cuerpo de las mujeres del pueblo que pretenden dominar). Mientras Rosa Díez se encontraba en casa de una activista, Djimi El Ghalia, fue desalojada por policías marroquíes por carecer de permiso para realizar dicha visita.
[ .]Casi al mismo tiempo, el Ministro de Exteriores marroquí, Taieb Fassi Fihri, acusó a Haidar de ser una farsante, de trabajar como espía para los servicios de inteligencia argelinos y le aconsejó solicitar un pasaporte argelino ya que no quería ser marroquí.Calificó la huelga de hambre de Aminetu de táctica política orquestada por el Frente Polisario y el gobierno de Argel, con el fin de presionar a la ONU para agendar el referéndum sobre la independencia saharaui y desestabilizar el proceso de autonomía regional para el Sáhara Occidental promovido por Marruecos. Las acusaciones implicaban el desconocimiento de la voluntad política de Haidar como mujer, convirtiéndola en un títere de instituciones dominadas por figuras masculinas. Ese es el tamaño del miedo que ante la autonomía política femenina experimenta un gobierno colonialista que sostiene (y se sostiene) en una relación de géneros opresiva.
El 27 de noviembre, la Assembleia da República de Portugal aprobó una moción propuesta por el Partido Comunista y expresó su solidaridad con Aminetu Haidar y su preocupación por la falta de cumplimiento de los Derechos Humanos en Marruecos. Poco después, la ONU instó a Marruecos a respetar los Derechos Humanos y a dejar regresar a Aminetu a El Aaiún. A los 25 días de huelga, el 10 de diciembre de 2009, la Unión Europea recomendó a a Marruecos que respetase los Derechos Humanos y dejase de buscar venganza en la figura de Aminetu por su resistencia a aceptar el trato que recibe su pueblo.[ Al día siguiente, el 11 de diciembre de 2009, el gobierno de los Estados Unidos pidió a Marruecos que solucionara el conflicto ocasionado por la ilegal expulsión de Haidar y el secuestro de su pasaporte. A los 32 días de huelga, Aminetu triunfaba sobre las reticencias marroquís y volvía casa sin haber renunciado a definirse saharaui en la foja de ingreso del aeropuerto de El Aaiún.
Cuando aterrizó pasada la medianoche el avión que la llevaba a la capital saharaui, decenas de jóvenes activistas, independentistas y simpatizantes habían organizado una comitiva de recepción. Las autoridades marroquíes devolvieron el pasaporte requisado a Haidar y ella declaró ante quien la esperaba desafiando la represión que no dejaría de luchar por la libertad de las mujeres y hombres saharauis hasta verlos libres. [
Hoy el nombre de Aminetu Haidar es seguramente conocido por todas y todos los defensores de los derechos humanos en todo el mundo. Pero se cuentan a centenares las mujeres saharauis que de una manera u otra luchan por el reconocimiento de su país. En los campamentos de refugiados, son las mujeres las encargadas del gobierno civil, desde la distribución de alimentos hasta la organización de la educación, el transporte, la recolección de basura, la recepción de la ayuda solidaria, todas las actividades están concentradas en las manos de mujeres que se han organizado y se preparan constantemente para el momento en que gobernarán en El Aayún. Mujeres y hombres que terminan la preparación secundaria en los campamentos tienen acceso a becas para seguir los estudios en Cuba, en España, en Venezuela, y en otros países cuyas universidades reciben cerca de 400 estudiantes saharauis por año. De hecho la medicina cubana tiene en las médicas y médicos saharauis excelente discípulos, que han apostado sus carreras a la salud pública generalizada.
En las zonas ocupadas, las madres y esposas de los hombres que fueron apresados y desaparecidos hace 34 años han organizado un fuerte movimiento contra la represión que nunca ha dejado de accionar. Asimismo, las esperanzas del gobierno marroquí de que las generaciones de jóvenes nacidos bajo su dominio olvidara su lengua, el hassanía, sus costumbres y sobre todo su reivindicación de independencia nacional se han visto frustradas: cientos de estudiantes saharauis en las universidades marroquís exigen el respeto a su nacionalidad negada, se organizan, marchan, organizan sentadas sorpresivas en las plazas, aprovechan las oportunidades de salir de su país para denunciar internacionalmente la invasión de Marruecos y el trato que les reserva la policía. En 2009, Melek Ameidan y Enguia El Awasi, dos jóvenes nacidas y crecidas en los territorios ocupados, denunciaron que la policía marroquí persigue a las mujeres que usan la indumentaria tradicional saharaui, las intenta someter por la fuerza, les arranca la ropa, las golpea y revelaron cómo las propias muchachas han aprendido a defenderse entre sí, haciendo mucho escándalo cada vez que una de ellas es brutalizada por la policía para llamar la atención del mayor número de personas en la calle. Ellas dicen que han dialogado con sus madres y sus abuelas para no ser como las marroquís, sometidas y obedientes a la voluntad de un hombre que no las respeta, sino como esas hijas del desierto, capaces desde siempre de mantener con honor la cultura de su familia y de su pueblo, recibiendo huéspedes en sus jaimas, preparando el té y dialogando con hombres y mujeres como iguales.
Ahora bien, cuando algunas de estas abuelas, como la ciudadana saharaui de 70 años de edad Ahl Nayem Fatma, en 2005, han sido detenidas y maltratadas por la policía marroquí, las activistas de derechos humanos organizan protestas furibundas frente a la cárcel exigiendo su liberación. Se manifiestan, difunden información, se alzan con la bandera nacional y corean eslóganes contra Marruecos por los barrios de barracas en los que está hacinada la población saharaui, marginada y despojada de sus riquezas en sus propias ciudades. Todo intento de colonización corre el riesgo de fortalecer la cultura de la resistencia y en el caso saharaui la integridad de las mujeres es un rasgo cultural importantísimo.
En la actualidad, las saharauis cuidan y sostien día a día ese diálogo que va de su autoafirmación como mujeres a la reivindicación de la independencia nacional, recuperando una tradición y actualizándola en el ejercicio de una libertad que es también prueba de identidad nacional.
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