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Francesca GARGALLO,»Labios de mar: el agua roja del poema y del pincel», texto para el artista

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Labios de mar: el agua roja del poema y del pincel

Francesca Gargallo

 

Cuando dos personas se zambullen en el mar para ordeñar un caracol, desafiando las olas del Pacífico oaxaqueño, y encuentran la fluidez del agua en una paleta de fuego y aire, en la sensualidad de un papel pintado a cuatro manos con todos los tonos rojos, rosas, naranjas y púrpuras de esa leche, esas dos personas están dando vida a una pasión.

   José Luis García y Claire Fréchet, pintores, alfareros y, ella, poeta, saben de la intensidad emocional que se ofrece a las personas dispuestas a amar lo que hacen. Se han conocido y han coincidido formal y vitalmente en la Mixteca; han pintado y han incorporado versos, imágenes, técnicas de mundos lejanos y cercanos.

    Labios de Mar, verdaderos espejos de tinta y versos sobre papeles de texturas diversas, son el testimonio de este encuentro. La joven vasca francesa con raíces africanas y el maestro mixteco nos lo ofrecen convocando cinco elementos fundamentales: el viento de las voces poéticas, las maderas de huisaches y sacatintas, la linfa de la grana cochinilla y el caracol, la tierra de un mundo defendido aquí y ahora, y el fuego encendido de los ocasos y los amaneceres que han visto nacer y terminar su sueño derramado sobre un soporte absorbente y acogedor.

   Como vino derramado en las páginas de un libro, la poesía de Claire Fréchet y los gestos pictóricos de la abstracción evocativa de José Luis García se vierten sobre papeles de algodón, papeles de chichicaste, una planta muy mixteca, parecida al árbol de la mala sombra cuya fibra se teje como un petate, y papeles de amate comprados a artesanos. Ahí una grieta inmaculada se abre entre la oscuridad tórrida del umbral y la aguada en que se dispersa la emoción rarefacta del ojo de dios. Dispuesta horizontalmente, otra ranura deja fugarse una luz cegadora de donde afloran las cicatrices del mar. Luego, el fuego y el agua se encuentran para revelar las huellas del líquido vital, porque los pintores deciden explotar todas las posibilidades de la grana cochinilla. En el papel de chichicaste, orgánicamente blancuzco, revientan las formas y crean el punto de encuentro del negro profundo de la grana molida y el naranja de la grana diluida en agua tibia y limón, los morados de la mezcla con carbonato y la profundidad lograda, contradictoriamente, con una sobreposición de ceniza de encino. Sólo el papel amate visitado por todas las variantes del caracol, del morado al verde, se le compara en intensidad;  no obstante, las manchas son circulares y las caídas de tintes semejan gotas de lluvia empujadas por el viento.

    Espejos de los signos poéticos son también las grafías del aire que con tinte de huisache y polvo de encino diluido encarnan la limpidez de un haikú, la elevación y la caída de un pincel enamorado.

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