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Referencia: Francesca GARGALLO, “Feminismo”, en Horacio Cerutti Guldberg (director), Diccionario de filosofía latinoamericana, Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (antes Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos), UNAM, Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca,
2000, http://www.cialc.unam.mx/pensamientoycultura/biblioteca%20virtual/diccionario/feminismo.htm

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Feminismo

Francesca Gargallo

 

FEMINISMO. Movimiento social y político de las mujeres para la transformación de las relaciones interhumanas. En América Latina, la ola despertada por las liberales británicas se manifestó como movimiento sufragista a finales del siglo XIX. Retomando una corriente internacional, a mediados del siglo XX, se expresó como movimiento de liberación de las mujeres.

Filosóficamente, el feminismo pone el acento en la creatividad, ética y lógica femeninas, cuestiona la neutralidad de las ciencias y al hombre como ser modélico. El feminismo es “el camino racional que recorre una mujer con conciencia política sobre la subalternidad femenina y en lucha contra ello para acercarse el conocimiento de cualquier aspecto de la realidad” (Bartra, 1994: 8).

Para el pensamiento feminista latinoamericano, que desde 1981, en Bogotá, se ha forjado a lo largo de siete encuentros latinoamericanos y del Caribe, “la definición feminista de la mujer no es la que se elabora con base en la relación con el hombre; así tampoco éste es el modelo de adecuación. La mujer como un ser otro distinto del hombre, no puede confundirse nuevamente con la lucha por la supuesta igualdad, pues no hay tal” (Hierro, 1985: 131).

La participación de las mujeres en las transformaciones sociopolíticas de América Latina, desde la época de las guerras de Independencia, ha otorgado un carácter específico al feminismo latinoamericano: su referencia al ámbito público para transformarlo.

Las primeras manifestaciones del movimiento feminista latinoamericano fueron liberales y exigieron la igualdad con el hombre y el derecho al voto, como en todo el resto del mundo. Sin embargo, tuvo un muy temprano acercamiento al anarquismo y al socialismo. En 1896, el Partido Socialista Argentino era su decidido defensor; y en 1916, en México, el general revolucionario y socialista Salvador Alvarado apoyó el Primer Congreso Feminista de Yucatán (Lavrín, 1985).

El feminismo sufragista fue emancipacionista, luchó para que las mujeres obtuvieran derechos patrimoniales, educación, de patria potestad, así como derecho al voto, para “convertirse en miembros útiles de la sociedad”. Afirmaba que las mujeres estaban dotadas de las mismas capacidades que los hombres y tenían mentes aptas para el cultivo de las artes y las ciencias, además de una moral y una religiosidad superiores. Por ello exigían el derecho a votar y ser votadas. En 1876, en Chile, las sufragistas se inscribieron al padrón de las elecciones presidenciales; en 1891 el Congreso Constituyente Brasileño debatió sobre el sufragio femenino. Y en 1922 la legislatura del estado de Yucatán (México) otorgó a las mujeres el derecho al voto.

Otra característica del feminismo latinoamericano fue su vocación regional. En 1910 se fundó en Chile la Federación Femenina Panamericana, a la vez que en Buenos Aires el primer Congreso Feminista Internacional exigía “una moral para los dos sexos”. En 1920, las feministas peruanas se adhirieron al “marxismo latinoamericano” de Mariátegui (Vitale, 1981).

El feminismo actual no es un movimiento emancipatorio sino de liberación. Desde finales de los años sesenta las mujeres en diversos encuentros exigieron la autonomía de sus espacios en un mundo física y simbólicamente dominado por los hombres, y el reconocimiento de las demandas elaboradas por ellas en colectivo.

Más allá de la igualdad formal, manifestaron el anhelo de crear una cultura sexuada. Resimbolizaron, en femenino, el lenguaje mediante la práctica de la autoconciencia o reflexión dialogante sobre los usos de las palabras y el significado que adquirían en sus vidas. Asimismo, afirmaron una corporalidad libre y una sexualidad no coital desligada de la reproducción y de la obligatoriedad de la pareja heterosexual.

Los golpes de estado en Chile, Bolivia, Uruguay y Argentina y las revoluciones centroamericanas, obligaron a muchas feministas a enlazar el elemento íntimo y personal del feminismo con reivindicaciones políticas. La demanda de “democracia en el país, la casa y la cama” de las chilenas Julieta Kirkwood y Margarita Pisano sintetiza el sentir de las latinoamericanas.

En la década de los ochenta, el feminismo se organizó aprovechando financiamientos internacionales y se amplió en organismos y actividades de apoyo a mujeres en lo legal, educativo y sindical. Asimismo, las posiciones feministas fueron absorbidas por la academia. No obstante, el movimiento dejó de producir un pensamiento que lo cohesionara y le diera sentido.

Esta crisis, en los años 1990-1996, ha provocado la fractura del feminismo en por lo menos tres corrientes: la reformista que busca el acceso al poder de las mujeres en la estructura social vigente; la progresista que cuestiona la tendencia política de la región y exige beneficios para las mujeres. Ambas reconocen al Estado como un interlocutor. La corriente radical sigue una política autónoma centrada en la idea de que es necesaria la transformación civilizatoria del mundo por las mujeres.

Bibliografía

 Bartra, Eli. Frida Kahlo; mujer, ideología y arte, 2ª ed., Icaria, Barcelona, 1994. Bedregal, Ximena et al. Ética feminista, La Correa Feminista, México, 1994. Barbieri, Teresita de. Movimientos feministas. Grandes tendencias políticas contemporáneas, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1986. Hierro, Graciela (comp.). La naturaleza femenina, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1985. Lavrín, Asunción. Las mujeres latinoamericanas; perspectivas históricas, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, colección Tierra Firme. Vitale, Luis. Historia y sociología de la mujer latinoamericana, Fontamara, Barcelona, 1981, colección Ensayo Contemporáneo.

 

 

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