Francesca GARGALLO, «Feminismo latinoamericano: una lectura histórica de los aportes a la liberación de las mujeres», conferencia invitada para la mesa conmemorativa del 8 de marzo, organizada por la Licenciatura en Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Tlaxcala, presentada en el auditorio José de Jesús Gudiño Pelayo, CIJUREP, ciudad de Tlaxcala, 8 de marzo de 2012.
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• Feminismo latinoamericano: una lectura histórica de los aportes a la liberación de las mujeres

Francesca Gargallo Celentani

Tlaxcala, 8 de marzo de 2012

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El 1 de marzo recién pasado, probablemente por la cercanía con el 8 de marzo, día internacional de las mujeres trabajadoras, y por las presiones que implícitamente esa fecha impone a la atención a las demandas de las mujeres, el Congreso de Tlaxcala tipificó el delito de feminicidio, al incluirlo en el Código Penal del Estado y fijar una pena de 17 a 30 años de prisión y multa de 40 a 100 días de salario mínimo, a quienes lo cometan. También acordó penalizar el delito de violencia familiar con dos a cinco años de prisión, una multa de 50 a 100 días de salario, y la pérdida de la patria potestad.

A pesar de que se trata a todas luces de una ley que tiende a liberarse de una presión, y que no responde ni a la gravedad del delito y su comisión, ni toca siquiera la relación entre violencia, feminicidio y trata de personas, un delito gravísimo en este estado, creo que vale la pena considerar esta decisión del Congreso, por 23 votos de 32, como un pequeño logro. Desde ahora a las mujeres de Tlaxcala les tocará radicalizar sus demandas y atender que la ley se cumpla.

La tendencia de los feminismos latinoamericanos a pelear hasta obtener derechos, pero relajar después la presión sobre los estados y bajar la defensa de lo logrado ha sido una constante que hoy tiende a evidenciar sus peligros.

Revisemos juntas que ha sido la lucha por las demandas de las mujeres en nuestro continente y veamos como toda confluye en los movimientos actuales.

En varias ocasiones he afirmado que en América Latina los feminismos tuvieron desde sus inicios una finalidad ética y política y que, desde finales del siglo XIX, adquirieron características movimentistas. Eso sin menoscabo de que puedan rastrearse expresiones de descontento de las mujeres hacia su condición de sumisión o encierro o denuncias de su indefensión legal y económica, en épocas muy anteriores. Ni de que exista un registro de importantes expresiones de los círculos literarios, musicales y pictóricos de mujeres que se encontraban entre sí, con el beneplácito de padres o maridos liberales, y desde ahí abogaban por la libertad y calidad de sus expresiones artísticas, así como por su derecho a la educación.

Las vertientes liberales, anarquistas y socialistas del feminismo que se manifestaron en el siglo XIX reivindicaron la abstracta igualdad de todas las mujeres, pero nunca actuaron programáticamente contra el racismo que constituye uno de los rasgos más evidentes de la Modernidad en América. Sus proyectos eran distintos, aunque todos confrontaban un sistema que pretendía una natural diferencia de las mujeres y hombres y que se sustentaba en una supuesta inferioridad física, mental, religiosa, si no es que ética, de las mujeres. En 1896, en Argentina, inmigrantes, exiliadas y obreras anarquistas fundan La voz de la mujer. Periódico comunista anárquico, en la que manifiestan su capacidad de reconocer por sí mismas las diferentes formas de opresión y la explotación patronal, la represión estatal, las imposiciones del clero y de los hombres de la familia. En su número 4, del 27 de marzo de 1896 , afirmaban contundentemente:

Queremos hacer comprender a nuestras compañeras que no somos tan débiles e inútiles cual creen o nos quieren hacer creer los que comercian con nuestros trabajos y nuestros cuerpos. Queremos libertarnos, rompiendo, deshaciendo y destrozando, no sólo nuestras cadenas, sino también al verdugo que nos las ciñó. Ayer suplicábamos, rogábamos, mas hoy tomaremos lo que falta nos haga, cuando y en donde podamos tomarlo. Las noches de largo y hambriento insomnio las sustituiremos por las hecatombes de sangre de canallas. No tenemos Dios ni ley.[1]

Por supuesto, las feministas liberales de América Latina, esposas e hijas de políticos, en ocasiones muy confrontadas no sólo con el clero sino también con los juristas positivistas que dominaron la escena política de finales del siglo XIX, no pedían para liberarse el fin del mundo capitalista ni la sangre de patrones y maridos. Algunas, como la mexicana Laureana Wright de Kleinhans, fundadora y directora de Las Violetas del Anahuac, pedían un rostro humano al capitalismo que la dictadura de Porfirio Díaz pretendía que coincidiera con el orden y el progreso, y para hacerlo insistieron en la educación de las niñas de todas las clases sociales y la mejora de las condiciones de vida de obreras y campesinas, mejora que vendría por su acceso a la educación. La mayoría de las feministas liberales eran mujeres que querían acceder a la burguesía por sus medios, así que peleaban derechos a la educación, a la igualdad ante la ley y a la ciudadanía plena.

La tensión entre la transformación radical de la organización política y económica y la inserción en los ámbitos masculinos de la misma para transformarla desde dentro, sigue viva hoy en día en diferentes posturas y formas de acción y organización feminista.

Ahora bien, como todos los movimientos de profunda insatisfacción ante las condiciones de la propia vida, el feminismo se conforma para dar respuesta a una necesidad, y su teoría se explaya sobre todo aquello que esa necesidad devela. Puesto que la resistencia de los soldados, legisladores, padres, maridos, sacerdotes, maestros, artesanos, campesinos, obreros, sindicalistas, estudiantes, hijos, carpinteros y demás hombres a la simple demanda de igualdad jurídica para que las mujeres pudieran acceder a la escuela, al control de la propia economía y al voto, desde finales del siglo XVIII hasta principios del siglo XX, delató que el problema no era pequeño, que todas las estructuras sociales estaban atravesadas por la negativa del reconocimiento de las mujeres como personas autónomas, el feminismo fue amalgamándose y creciendo al postular más espacios de acción y reflexión para las mujeres. Y lo fue haciendo en todo el mundo occidental u occidentalizado, desde Europa hasta Australia, pasando por supuesto por todas las cúpulas blancas y la población mestiza de Nuestra América.

Según la colombiana Alejandra Restrepo, muchas posiciones encontradas del feminismo nuestramericano contemporáneo tienen origen en las diferencias políticas radicales de feminismos decimonónicos que el movimiento de liberación de las mujeres de mediados del siglo XX se resiste a considerar como su fuente o su pasado.[2]

Por ejemplo, poco antes de que las feministas de Argentina inauguraran, el 18 de mayo de 1910 en Buenos Aires, el Primer Congreso Femenino Internacional de la República Argentina,[3] donde debatieron temas tan diversos como los derechos políticos, la educación de las mujeres, el significado de la prostitución, el trabajo doméstico y asalariado, las mujeres anarquistas que vivían y actuaban en ese mismo país, habían escrito contra el feminismo burgués, fundando periódicos y dedicando sus reflexiones a la realidad de mujeres que en pocos casos podían siquiera aspirar a la educación universitaria.[4]

Este desconocimiento, mezcla de elección de una sola línea de acción, de voluntad de marcar una separación entre el feminismo emancipatorio del siglo XIX y la liberación de las mujeres de mediados del XX y de un tradicional desinterés político y académico en la historia de las mujeres y sus genealogías políticas, reduce el pensamiento feminista, en particular el producido en Nuestra América, a la justificación de la lucha por el voto y a la construcción del derecho al cuerpo.

La complejidad de un pensamiento político que abarca todas las relaciones posibles entre las personas, desde las sexuales y afectivas hasta las sociales, culturales, con el Estado y de resistencia a las instituciones y a las prácticas de dominación, se esfuma de esta manera. La tradicional forma de negar el racismo de todos los países latinoamericanos mediante la táctica de negarlo, trasladándolo a otros planos como los de la higiene, de la educación, de los modales, atañe así también el feminismo que es incapaz de reconocer en las formas de vida de las mujeres de los pueblos originarios pensamientos y prácticas de mejora de las condiciones de vida de mujeres insertas en una relación de sobrevivencia y reafirmación grupal.

Entre los sectores blancos y mestizos, la imposición de una idea sufragista de feminismo desaparece las tensiones de las mujeres católicas presas entre un deseo ético de reconocimiento de su libre albedrío y la obligación de mantener la estructura familiar que se sostiene en el sacramento matrimonial; así como desaparece la elección política de esas militantes antimperialistas que, como Visitación Padilla, hondureña que en la década de 1930 apeló a la participación política de las mujeres contra la invasión estadounidense, vivieron desgarradas entre el deseo de emancipación individual y el deber de una participación política en un proyecto mixto, urgente, que requería del aporte de las mujeres aunque no concediera importancia a sus demandas específicas de igualdad y libertad.

Asimismo, no tendría lugar el análisis de las reflexiones de un feminismo de la diferencia sexual avant la lettre, como el de Ana Belén Gutiérrez quien, tras luchar por los derechos laborales de mineros y campesinos durante la Revolución Mexicana, abogó por una cultura feminista e indigenista en la refundación de la nación y terminó reivindicando, en el libelo de 1936 República Femenina, una política de las mujeres como tales, no ligada al voto de partidos masculinos, rescatadora de la maternidad como creación y de “la voluntad de la mujer a redimirse a sí misma”.[5]

Ahora bien, esas diversidades responden a los anhelos, reflexiones, artes, reivindicaciones, afectos y denuncias de cientos de mujeres que percibieron sus necesidades como móviles políticos legítimos y se atrevieron a pensar el mundo y a pensarse en el mundo desde sí mismas. Feministas que participaron y participan de un horizonte temporal, compartiendo los sustratos materiales que obligan a las personas a tener intereses por las mismas cosas, aunque sea desde posiciones ideológicas y políticas divergentes; y que, por ello, entablaron y entablan aún con sus congéneres un diálogo de ideas capaz de sustentar redes de conocidas que se cruzan e intervienen en la reflexión y el trabajo de las afines.

Hoy las ecofeministas y las mujeres que actúan desde el Estado o desde la acción directa de la denuncia de los feminicidas, los violadores y los golpeadores de mujeres yendo al frente de sus casas para señalarlos ante los vecinos, establecen un vínculo entre la violencia sexual sistemática y la destrucción ambiental que pasa por la objetivación de la tierra y el cuerpo de las mujeres. Las feministas comunitarias del pueblo xinka en Guatemala, hablan de territorio-cuerpo y construyen un nexo indisoluble entre los derechos territoriales de su pueblo y el derecho de las mujeres a su integridad física y sexual y las feministas comunitarias aymara de Bolivia afirman de que no es posible ninguna descolonización de América sin una política despatriarcalizadora que involucre a todas las mujeres. Igualmente, las feministas antirracistas negras brasileñas postulan que, entre sistema de clase, violencia sexual y exclusión racista, el punto de encuentro son las narrativas patriarcales que convierten en romance las violaciones de mujeres negras e indias, a la vez que justifican la sumisión de sectores mayoritarios de la población. Las lesbianas feministas reconocen en la construcción de la mujer una finalidad de apropiación del cuerpo para la reproducción del sistema heteronormativo. Eso es, como a principios del siglo XX, las prácticas y las teorías feministas nuestramericanas se construyen a partir de los cambios que se manifiestan en las relaciones de poder, aprovechando las coyunturas políticas locales para reconocer el valor de la propia experiencia en la formulación de una política general.

Las mujeres que buscaban su emancipación tuvieron aliados, “ardientes y sinceros campeones”, como definía a “los feministas” uno de sus más acérrimos enemigos, el filósofo positivista Horacio Barreda.[6] Hoy, sin renunciar a la reflexión autónoma, muchas feministas reconocen la existencia de hombres que han aprendido a dialogar con la política de las mujeres. Ahora bien, el profundo miedo a las transformaciones políticas, siempre asociadas a la pérdida del orden -y a los cambios sociales que el feminismo propugnaba al reivindicar la ciudadanía de las mujeres-, impulsaron a los filósofos positivistas -entonces dominadores indiscutidos de la educación en América Latina y el Caribe, defensores “científicos” del racismo implícito en las teorías de la existencia de razas y clases “superiores”, y cercanos al poder político de partidos “del orden y progreso” y de dictadores iluminados como Porfirio Díaz en México y el Doctor Francia en Paraguay- a atacar duramente los postulados del feminismo y, en particular, de sus sostenedores de sexo masculino. La iglesia, muchos partidos conservadores y la mayoría de las asociaciones de padres de familia hoy siguen haciendo lo mismo, por ejemplo, cuando un Estado reconoce el derecho a la maternidad voluntaria de las mujeres o el matrimonio entre personas del mismo sexo.

El estudio de Asunción Lavrin, Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940,[7] demuestra que la historia política de una región está atravesada y determinada por la historia política de las mujeres. No sólo son las mujeres dirigidas por Paulina Luisi las que impulsan y logran con sus acciones y escritos el sufragio en Uruguay en 1927. Sino que su accionar revela la presencia de científicas liberales, socialistas organizadas en secciones de partido y organizadoras de centros y defensoras de los derechos de las mujeres, desde la década de 1900.

En toda Nuestra América, la lucha por los derechos civiles y legales de las mujeres en las décadas de 1910 a 1940 adquirió matices más pragmáticos que en el siglo XIX: dar respuesta a los ataques antifeministas de los hombres que se asustaban por sus ideas,[8] intentar la reforma de los códigos civiles en pos de una superación de la subordinación legal de las mujeres al padre o al esposo y obtener la igualdad civil con los hombres, cuando no la fundación de partidos abiertamente feministas como en Panamá.[9]

La presencia y visibilidad de las mujeres no se circunscribía a una sola posición ideológica, aunque se remitió siempre a un afán de emancipación del pesado tutelaje masculino. La ya citada hondureña Visitación Padilla fue claramente una antimperialista y se abocó a la participación política de las mujeres por ello, pero ¿qué tipo de feminista era? Tras leer sus cartas y proclamas no sabría afirmarlo con claridad. Obviamente se sentía “orgullosa porque mis compañeras han atendido con fineza la excitativa” que se les dirigía en una “hoja patriótica” de 1924, y en la que conminaba a las mujeres a tener un alto concepto del “patriotismo”: “Patriotismo es indignarse ante un atentado a la dignidad nacional con el que estamos sufriendo ante una tropa de extranjeros que ha entrado al país sin permiso del Gobierno”.[10] Visitación Padilla creía firmemente que las mujeres son capaces de hacer política y tener una responsabilidad en ella; no obstante, se refería a las mujeres como “las señoritas y señoras de Honduras” y jamás expresó una opinión política sobre ellas ni asumió ninguna “causa de las mujeres”. Veinte años más tarde, su connacional Lucila Gamero de Medina -quien afirmaba “conste que soy feminista y que he trabajado y seguiré trabajando porque la mujer goce de iguales derechos civiles que el hombre”-, aconsejaba a las mujeres “no salirse nunca de la debida compostura, inherente a su sexo”, pues debía tener como objetivo en la vida “el mantenimiento de un hogar honesto, armónico, y hasta donde sea posible feliz”. Esta “partidaria del voto de la mujer” quería “combatir las costumbres femeninas llamadas modernas, que son inmorales y hasta cierto punto licenciosas”.[11]

Posturas como éstas implicaron para las mujeres, que en la segunda mitad del siglo XX se rebelaron a la familia y las costumbres para liberar sus deseos y sus proyectos vitales, abiertas contradicciones con la idea de igualdad y, aún más, con la de liberación que abanderaban. Sin embargo, eran una constante entre las mujeres de izquierda y entre las católicas de la primera mitad del siglo.

Releyendo sus escritos a la luz de los aportes de la socióloga chilena Julieta Kirkwood -quien analizaba en 1983 el “conservatismo femenino” como algo subordinado a muy complejas construcciones sociales, culturales y políticas-,[12] la panameña Urania Ungo llegó a la conclusión de que el feminismo nuestramericano era mucho menos radical -más recatado, casi timorato- que el europeo y el estadounidense. Esta afirmación debe matizarse por medio de un hecho concreto: las feministas de América Central, por la peculiar historia de sus países invadidos por aventureros, piratas y bananeras estadounidenses, tenían muchos más contactos y relaciones políticas con los hombres de los partidos nacionalistas, liberales y socialistas de sus países, con los que en ocasiones compartían tribunas, ideas y armas, que las europeas enteramente excluidas de la política masculina, lo cual llevaba a las primeras a verlos –o a verse a sí mismas- como “complementarios” en su lucha por la liberación nacional y las reivindicaciones feministas, y no siempre como personas con las que enfrentarse para tener acceso a la vida pública… ni siquiera cuando éstos les exigían una ideología tradicional acerca de su vida privada. Ahora bien, comparto plenamente con Urania Ungo que éste es el punto nodal de la radicalidad emancipativa.

A principios de siglo XX se sucedieron diversas conferencias que pusieron en la palestra internacional la discusión sobre la igualdad jurídica de las mujeres.

El Centro Feminista de Buenos Aires convocó en 1906 al Congreso Internacional de Libre Pensamiento, antecedente directo del Primer Congreso Femenino Internacional (el primer encuentro mundial de mujeres llevado a cabo en América Latina), realizado en 1910 con la finalidad de tratar las mejoras sociales, la lucha por la paz, el acceso de las mujeres a la educación superior, y para expresarse en contra de una doble moral que privilegiaba a los hombres y su libertad en toda ocasión.[13]

Poco después, y en un contexto revolucionario y de construcción de una sociedad laica, en México, bajo la égida del gobernador socialista Salvador Alvarado, se llevarían a cabo el Primer Congreso Feminista de Yucatán, realizado en enero de 1916, y el Segundo, en noviembre del mismo año, convocados conjuntamente por las feministas de la localidad y el Gobierno del Estado. Las conclusiones de estos congresos constituyeron una verdadera plataforma progresista para la época, pues no presentaban ninguna perspectiva de defensa de la familia a través de la educación femenina, ni hacían hincapié en la supremacía del valor de la maternidad en la vida de las mujeres. Sus propuestas giraron en torno a la separación del Estado y la iglesia, la educación laica y de fácil acceso para las mujeres, el derecho al trabajo y a la plena ciudadanía, así como a la enseñanza de métodos anticonceptivos. En la declaración final del congreso de enero, las feministas yucatecas reclamaban al Estado que les abriera todas las puertas para librar a la par del hombre su lucha por la vida; además, afirmaron: “Puede la mujer del porvenir desempeñar cualquier cargo público que no exija vigorosa constitución física, pues no habiendo diferencia alguna entre su estado intelectual y el del hombre, es tan capaz como éste de ser elemento dirigente de la sociedad”.[14]

A pesar de que en Mérida bajo la égida de un segundo gobernador socialista, Felipe Carrillo Puerto, se eligiera a una mujer como concejal del municipio, tres mil kilómetros más al norte, durante la Asamblea reunida en 1917 en Querétaro para redactar la Constitución que brotaría de una gesta revolucionaria donde habían participado miles de mujeres, se discutieron temas como la educación y los derechos laborales de las mujeres,[15] pero las catorce feministas que alegaron personalmente o por carta que el voto de las mujeres no sería una concesión, sino un asunto de estricta justicia, ya que si las mujeres tenían obligaciones con la sociedad también debían tener derechos, no lograron ser tomadas en serio.[16] Sus peticiones fueron rechazadas sin mucha discusión, bajo el pretexto de que las mujeres se desenvolvían dentro de sus hogares y los asuntos políticos no le interesaban, no representando a nadie.

Sin embargo, hundiéndose aún más en las contradicciones de una misoginia culposa, en abril de 1917, dos meses después de promulgada la Constitución, el presidente Carranza (cuya secretaria era la feminista Hermila Galindo) instauró un moderado camino de reformas presidenciales. La Ley sobre Relaciones Familiares, reformaba el Código Civil de 1870 y declaraba la igualdad de obligaciones y derechos personales entre la mujer y el hombre al interior del matrimonio. Igualmente, garantizaba el derecho de las mujeres casadas a mantener y disponer de sus bienes, a ser tutoras de sus hijas e hijos, a extender contratos, a participar en demandas legales, a establecer un domicilio diferente del cónyuge en caso de separación, a volverse a casar después del divorcio y a comparecer y defenderse en un juicio.

Después de ello, Argentina en 1926 fue el primer país del Cono Sur al que las mujeres organizadas impusieron reformas de peso en su Código Civil. En 1929, las ecuatorianas conquistaron el voto. Luego, el gobierno de Nicaragua aprovechó el fermento femenino para dar el voto a las mujeres en 1933 con la esperanza de que votaran por el dictador en turno. Chile, en 1934, se vio orillado a promulgar leyes que favorecieran la igualdad económica y jurídica en el matrimonio; lo mismo hizo Uruguay en 1946. La totalidad de los países de América que todavía no lo habían hecho, menos Paraguay que lo hizo en 1964, durante la década de 1950 reconoció el derecho de las mujeres al sufragio activo y pasivo.

La mayoría de las analistas de las diferentes facetas de la historia de las mujeres, menos las literatas, coincide en el análisis de que –sin menoscabo del entusiasmo de las mujeres guatemaltecas mestizas de una emergente clase media de la capital (maestras, universitarias, activistas políticas) en los gobiernos democráticos del Dr. Arévalo y de Jacobo Árbenz, entre 1944 y 1954, del Partido Peronista Femenino, creado en 1949 en Argentina, y del extraordinario número de mujeres involucradas en la lucha armada en Cuba desde 1956- los veinte años que corrieron de finales de los 40 hasta 1968 fueron “años perdidos” o “años dormidos” para el movimiento feminista y el feminismo teórico en Nuestra América.

Las luchas sindicales en que se habían visto involucradas muchas mujeres, menguaban; el sufragismo no tenía ya razón de ser; las elites latinoamericanas, siempre tan pendientes de las costumbres y directrices culturales europeas, después de la Segunda Guerra Mundial dirigieron la educación de las jóvenes a la sofisticación del ámbito de lo doméstico; la moda se complicó nuevamente atrapando a las mujeres en el yugo de sus dictados; la política volvió a cauces conservadores, y las mujeres de los sectores populares se replegaron bajo la represión de sus movimientos.

Sólo la literatura escrita por mujeres removió la cultura durante esos años: sin afanes revolucionarios, describía malestares y opresiones, enumeraba injusticias, renegaba del deber ser femenino. Víctimas o heroínas de diversa índole, las personajas de escritoras como María Luisa Bombal y Carmen Lyra, en la década de los 40, y con mayor fuerza de Inés Arredondo, Teresa de la Parra, Rosario Castellanos, Elena Garro, Alba Lucía Ángel, Marta Traba, en los años cincuenta, sesenta y setenta, y todavía Marvel Moreno, María Luisa Puga, Elena Poniatowska[17] y Rosario Ferré en las décadas de 1980 y 1990, reinventaron la narrativa al otorgar interés a lo cotidiano, lo semi-inmóvil, las rebeliones ocultas, las solidaridades interclasistas que rompen con los estamentos sociales del patriarcado (cuando son nanas, pobres, indígenas, sirvientas, negras, parias las que entran al relato en plan de igualdad representativa y de solidaridad o competencia entre miembros del género femenino).

Si bien desestructuraron el inmenso discurso del machismo latinoamericano, sus cuentos y novelas también prefiguraban miradas femeninas independientes en lo social, fantasías sexuales, gustos propios y una escala de valores que, después de las revueltas estudiantiles-obreras de 1968, se revelaron en las paralelas reivindicaciones de una liberación femenina y de la revolución sexual, ofreciendo a las mujeres un bagaje ideológico propio.

Al finalizar la década de 1970, el feminismo volvió a ser “movimiento”; eso es, a aglutinar mujeres alrededor de un proyecto que se oponía al autoritarismo en la vida cotidiana y en la vida política y que reivindicaba una identidad femenina no mediatizada por los controles patriarcales. El feminismo se reactivó en su vertiente de liberación y se multiplicaron los grupos de autoconciencia, las organizaciones de mujeres, las publicaciones libertarias y colectivas, los espacios autónomos de la mirada masculina para el debate político, la participación organizada de los sectores femeninos y las formas de resistencia a las dictaduras militares que derrocaron uno tras otro todos los intentos de gobiernos democráticos en América del Sur.

Durante tres décadas, el feminismo en Nuestra América fue diferenciándose, institucionalizándose, recuperando su poder disruptivo, dando voz a la cuestión lésbica, a lo urbano, a las políticas de identidad negra e indígena, en contraposición y de la mano de la producción teórica proveniente de una academia que se rebelaba contra la organización patriarcal del saber, y con las acciones de mujeres que buscaban imponer su presencia en los partidos, las organizaciones de la sociedad civil y los gobiernos, siempre filosofando desde su condición en la relación desigual con los hombres y en la relación a construir entre mujeres, a partir de su propio accionar –de sujeto individual en liberación y de sujeto colectivo en reformulación- en la realidad económica, política y social de sus países.

Proponían otro proyecto para las mujeres: ya no la emancipación por la ley, sino la liberación sexual, teórica, política, corporal de sus vidas en cuanto mujeres. Activistas, intelectuales, militantes de partidos políticos mixtos, dirigentes sindicales y políticas, escritoras, periodistas, especialistas en las perspectivas femeninas de la investigación social -mujeres de diversas proveniencias étnicas, de clase, ideológicas, etarias y nacionales- se hicieron con la palabra para expresar posiciones claramente diferentes –aunque por momentos contradictorias, heterogéneas y fragmentarias- sobre la política de las mujeres y para las mujeres, provenientes de las mujeres en diálogo entre sí.

A pesar de que no debe confundirse la producción de mujeres que debaten sobre su condición de oprimidas por el sistema patriarcal, y sobre sus intereses particulares de reivindicación de la maternidad voluntaria, los derechos sexuales, una vida libre de diversas violencias, y la producción de mujeres que enfrentan las dictaduras suramericanas o las luchas guerrilleras centroamericanas en la década de 1970, el lema acuñado a principios de 1980 en Chile por Julieta Kirkwood y Margarita Pisano, “Democracia en el país, en la casa y en la cama”, vincula lo público, lo privado y lo íntimo en las reivindicaciones feministas de todo el continente.

La feminista mexicana Irma Saucedo propone volver la mirada hacia los feminismos de los años 1970-1990 en su conjunto, como teorías críticas de la realidad que necesitan escarbar en su genealogía para no perder sus propios referentes políticos.[18] Por supuesto, sin ningún afán de exhaustividad, pues la totalidad de una teoría que se expresa en la práctica de muchas actoras sociales es siempre escurridiza e inabarcable, participa del lado luminoso y del lado ominoso de la filosofía, remite a la fuerza de las mujeres en su encuentro y a su debilidad en la sociedad que buscan transformar.

Los feminismos introspectivos, marxistas, de la liberación sexual, igualitaristas, de la diferencia sexual, de posicionamiento en las estructuras del poder, pos y de-colonialistas, de desconstrucción del patriarcado, etcétera, de la segunda mitad del siglo XX y de los primeros años del siglo XXI pueden llegar a posiciones todavía más diferentes entre sí que las del feminismo decimonónico. No obstante, todos se ubican en la reivindicación de un derecho a pensar-se y actuar políticamente sobre la realidad toda desde otro lugar que el de la hegemonía y el dominio, el lugar de las mujeres reivindicadas desde:

a)     la resistencia a la desigualdad histórica frente al colectivo masculino con poder;

b)     su perspectiva de contraparte del mismo colectivo en una relación desigual pero recíproca entre los sexos (relación de géneros);

c)     su reivindicación de equivalencia de los sujetos femenino y masculino en lo jurídico, sin menoscabo de una diferencia sexual positiva.

El cuerpo sexuado y socializado ha sido rescatado hace cuarenta años por el feminismo desde la elaboración de un pensamiento de la liberación. Se fundaron revistas que asumieron la responsabilidad de dar visibilidad a una reflexión intelectual y desde la experiencia del movimiento sobre el ser, el sentir y el proponerse de las mujeres en el mundo.[19] La sexualidad fue rescatada, cuestionada, desligada de la naturaleza, ubicada en la historia mediante la práctica dialógica de los grupos de autoconciencia, donde, entre pocas, las feministas enfrentaron el miedo y la creatividad al nombrar en femenino los alcances y los límites de una revolución sexual postulada por los hombres progresistas en un mundo todavía dominado por una doble moral sexual, favorable a los hombres y a su actuar.

Eso es, el movimiento de liberación de las mujeres implicó la revisión de la sexualidad por las propias mujeres, libres de la necesidad de ver su cuerpo, su deseo y su placer en relación con una pareja necesaria y heterosexual, hasta entenderla como la experiencia del cuerpo sexuado en la formación de la propia identidad. El análisis del cuerpo y de la sexualidad de las mujeres por las mujeres mismas, armadas de un speculum y del propio derecho a nombrar lo vivido, abarcó desde la ruptura con la adscripción a la reproductividad hasta la separación del goce sexual del necesario establecimiento de alianzas sexo-afectivas (noviazgos, convivencias, matrimonios, ubicados en la heterosexualidad o el lesbianismo). Con el reconocimiento político de la sexualidad y las relaciones que de ella se derivaban, las lesbianas se encontraron y formaron grupos que, en un principio, estuvieron cobijados por un feminismo que se definía heterosexual. Su primera reivindicación fue el reconocimiento de sus grupos; luego emprendieron una larga lucha para que el tema de la sexualidad fuera retomado por el feminismo por aparte de los marcos heterosexual y reproductivo.

Desde entonces, el pensamiento de las feministas lesbianas sobre la reflexión feminista de la liberación se hizo comparable en importancia con el que se deriva de la reivindicación de los feminismos poscoloniales e indígenas.[20] Ambas corrientes, en efecto, interpelan la predominancia de las relaciones de género analizadas desde la cultura patriarcal individualista de origen monoteísta, aristotélico y moderno euro-americano (también llamada cultura occidental), y reivindican otra posibilidad de verse mujeres en el mundo.

En la actualidad, los pensamientos feministas más disruptivo son seguramente los que provienen de diversas concepciones del ser mujeres en las comunidades indígenas, y que confrontan la idea occidental del individuo como único sujeto de derecho y de participación política, a la vez que plantean una relación con los hombres que se sostiene sobre supuestos metafísicos distintos a los occidentales. Se trata de pensamientos feministas en ocasiones radicales, como los del feminismo comunitario, en otras muy cercanos a la institucionalidad comunitaria, que inspiran diversas espiritualidades femeninas a la vez que se sostienen en la lucha por la tierra y el reconocimiento de los derechos históricos de sus pueblos, construidos durante la modernidad colonialista de América. Tienen aportes fundamentales para la relación materialista entre tierra, cuerpo, ley e historia y expresan posiciones claramente anticolonialistas que se traducen en posturas anticapitalistas en el agro y reivindicaciones del derecho a una educación propia, que construye otros sistemas de género que no corresponden necesariamente al sistema de género hegemónico de origen europeo.

Paralelamente, hoy se manifiesta un feminismo de mujeres que participan de la “indignación” ante el sistema neoliberal y depredativo de la naturaleza que ha llevado a millones de jóvenes mujeres y hombres, en diálogo con personas de todas las edades, a sentirse profundamente inconformes con la desigual distribución de la riqueza en el mundo y entre clases sociales. Las feministas del movimiento de indignados, o “indignadas”, son materialistas que se niegan a la idea burguesa de estado y a la existencia de un sector de intermediarios entre la población y la organización social y económica, esos “representantes” de la nación que en la Modernidad fueron considerados los encargados de darle normas estatales a la nación o pueblo.


NOTAS

[1] La voz de la mujer. Periódico comunista anárquico, Ediciones Gato Negro-Desde La Otra Orilla, Bogotá, 2011

[2] Alejandra Restrepo, en  Feminismo(s) en América Latina y el Caribe: La diversidad originaria, tesis para obtener el grado de Maestra en Estudios Latinoamericanos, UNAM, México, febrero de 2008, sostiene que las corrientes feministas pueden rastrearse desde el siglo XIX en las diferentes ideologías políticas a las que se suscribían las mujeres que originaron la defensa del derecho de las mujeres a participar en la vida política y cultural.

[3] Los días 18, 19, 20, 21 y 23 de mayo de 1910, la Asociación de Universitarias Argentinas organizó en el salón de la sociedad Unione Operari Italiani, de Buenos Aires, el primer congreso feminista de Nuestramérica, con el fin de “establecer lazos entre todas las mujeres del mundo”  para fortalecer un proyecto común que involucrara “la educación e instrucción femeninas, la evolución  de las ideas que fortifiquen su naturaleza física, eleven su pensamiento y su voluntad, en beneficio de la familia, para mejoramiento de la sociedad y perfección de la raza”. Su otro fin explícito era celebrar “el Centenario de la Libertad Argentina”. Primer Congreso Femenino, Buenos Aires 1910. Historia, Actas y Trabajos, compilación e introducción de Dora Barrancos, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 2008.

[4] Juana Rouco Buela fundó Nuestra Tribuna (textos recopilados en Mis Proclamas. Juana Rouco, antología editada por Manuel Brea, Editorial Lux, Santiago de Chile, sin fecha de impresión, aunque podemos situarla en la década de 1920). En ella profería: “El feminismo es un partido de mujeres que todavía no ha definido claramente sus aspiraciones. En el extranjero ha tiempo que se desenvuelve semiorgánicamente y participado ya en varios pujilatos electorales. Por el carácter de su desenvolvimiento noto que el partido feminista ansía reivindicar los derechos de la mujer políticamente, o mas comprensiblemente, por intermedio del parlamentarismo. Esto se notará en tiempos de elecciones, donde se verá a las mujeres componentes de esa fraccion política feminista, proclamar a voz en cuello su participación en la política electoral”.   En 1896, en La voz de la mujer, proclamaban: “COMPAÑEROS Y COMPAÑERAS ¡SALUD! Y bien: hastiadas ya de tanto y tanto llanto y miseria, hastiadas del eterno y desconsolador cuadro que nos ofrecen nuestros desgraciados hijos, los tiernos pedazos de nuestro corazón, hastiadas de pedir y suplicar, de ser el juguete, el objeto de los placeres de nuestros infames explotadores o de viles esposos, hemos decidido levantar nuestra voz en el concierto social y exigir, exigir decimos, nuestra parte de placeres en el banquete de la vida.

Largas veladas de trabajo y padecimientos, negros y horrorosos días sin pan han pesado sobre nosotras, y ha sido necesario que sintiésemos el grito seco y desgarrante de nuestros hambrientos hijos, para que hastiadas ya de tanta miseria y padecimiento, nos decidiésemos a dejar oír nuestra voz, no ya en forma de lamento ni suplicante querella, sino en vibrante y enérgica demanda. Todo es de todos” (se respetó la grafía original en ambos textos).

[5] Ana Belén Gutiérrez en República femenina, libelo que editó con sus fondos como la mayoría de sus escritos, afirmaba: “Poco o nada adelantará la humanidad si la mujer, al surgir no viene a hacer más que una reproducción del hombre, que poco servirá su fuerza si no puede tener más que la misma aplicación. Si la mujer no va a desarrollar otras actividades más que las mismas que desarrolla el hombre es absolutamente ocioso que reclame un derecho de acción, buena parte de estos errores se debe a que la mujer en su siglo de inexistencia ha adquirido el habito de la irresponsabilidad, causa de su despreocupación en sus siglos de esclavitud; ha adquirido el habito del servilismo, causa de su tendencia imitativa. Por otra parte su acción inicial tiene la irreflexión propia de la infancia y la mujer en este caso se deja llevar de su primer impulso obrando a la ligera sin preocuparse por la dirección que sigan sus primeros pasos ni por las consecuencias de sus primero actos los que, naturalmente no son definitivos pero si tienen que incluir por bastante tiempo en la vida social, no vamos a escudarnos con nuestra infancia aprovechándonos de ella para satisfacer pequeñas aspiraciones que ni siquiera tienen el encanto de los caprichos infantiles. Es cierto que la vida de la mujer está en la infancia, pero no es menos cierto que la edad de las mujeres que han asumido la tarea representativa ha dejado de ser ya, la encantadora edad infantil y tienen el deber de reflexionar. La transformación que se inicia aceptará más que a está generación que pasa a las generaciones que vienen y no tenemos ningún derecho para comprometer un porvenir que no podremos salvar.

Por estas razones me dirijo a las mujeres que en la actualidad inician su obra de emancipación, a las que en la actualidad representan el movimiento femenino; tanto a las que actúan por su propio impulso como a las que actúan obedeciendo a una consigna, porque todas son mujeres y no traicionarán a la mujer. Espero ver confirmada esta suposición y muy cordialmente las invito a que expongan sus puntos de vida en relación con el propósito de constituir la República Femenina sobre las inconmovibles bases de derecho natural que es el único origen legítimo de todos los derechos” (se respetó la grafía original).

[6] Horacio Barreda, “Estudios sobre ‘El Feminismo’. Advertencia Preliminar”, en Revista Positiva, vol. IX, México, 1909, pp.44-60.

[7] Centro de Investigaciones Diego Barros Aranda, Santiago de Chile, 2005.

[8]  Los ataques  contra el feminismo provenían sea de hombres de tendencias políticas conservadoras, que consideraban peligroso, cuando no “contra natura”,  alejar a las mujeres de sus funciones tradicionales de madre y esposa y esgrimían discursos religiosos para negar su igualdad con el hombre, sea de los comunistas y revolucionarios, que consideraban al feminismo una desviación ideológica burguesa que alejaba a las mujeres proletarias de la lucha con el hombre para la liberación de su clase. En ocasiones, ambos discursos antifeministas se hibridaban de manera paradójica, dando pie a una difusa misoginia política.

[9] Yolanda Marco, Clara González de Behringer. Biografía, Edición Roeder, Panamá, 2007.

[10] Visitación Padilla, “Colaboración Femenina en la Defensa Nacional”, folleto s/p/i, Tegucigalpa, 23 de marzo de 1924.

[11] Lucila Gamero de Medina, “Para las mujeres de Honduras”, en La Voz de Atlántida. Revista mensual panamericana, La Ceiba, Honduras, año 10, n.425, junio de 1946, p.11. Hay que subrayar que La Voz de Atlántida fue fundada y dirigida desde sus inicios por una mujer católica y feminista, Paca Navas de Miralda, quien iniciaba sus artículos con “Prepárate mujer para la lucha desde hoy”.

[12] Julieta Kirkwood, “El feminismo como negación del autoritarismo”, ponencia presentada en FLACSO, ante el Grupo de Estudios de la Mujer, Buenos Aires, 4 de diciembre de 1983.

[13] Cf. Primer Congreso Femenino. Buenos Aires 1910. Historia, actas y trabajo, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 2008.

[14] Luis Vitale,  Historia y sociología de la mujer latinoamericana, Editorial Fontamara, Barcelona, 1981, p.48.

[15] Y, de hecho, en el artículo 3 se estableció la educación laica (que liberaría a las mujeres de la influencia de la iglesia católica) y en el 123 se dispuso que el salario mínimo fuese igual para mujeres y hombres, así como una jornada laboral de 8 horas, la protección a la maternidad y la prohibición de trabajo insalubres y peligrosos para las mujeres y los menores de 16 años. Sin embargo, los intentos de reformar el artículo 22 para decretar  la pena de muerte por el delito de violación y el 34 para reconocer la ciudadanía de las mujeres, fueron rechazados.

[16] Esta tesis, muy parecida a la de Olimpia de Gouges en su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (“si la mujer puede subir al cadalso, debe poder subir a la Tribuna”) fue sostenida, entre otras, por Hermila Galindo, feminista radical que en Yucatán había alegado por el reconocimiento de la sexualidad femenina y se había pronunciado por la reforma del Código Civil con el propósito de eliminar la discriminación de las mujeres. En 1918, se postuló como candidata a diputada y cuando el Colegio Electoral no le reconoció que había obtenido la mayoría de los votos, exhibió el atropello ante la opinión pública.

[17] Como todas ellas, Poniatowska escribió durante muchas décadas, así que ubicarlas en una sola es algo arbitrario. Por ejemplo, Hasta no verte Jesús Mío es de 1969, Querido Diego de 1978 y Tinísima de 1992; en las tres la escritora mexicana aborda la condición de la mujer de manera crítica y literaria.

[18] Irma Saucedo González, “Teoría crítica feminista. Breve genealogía”, trabajo realizado para la Universidad Autónoma de Barcelona, Departamento de Sociología, Programa de doctorado, curso 2001-2002.

[19] Fem, México; Cuéntame tu vida, Colombia;  Feminaria y Mora, Argentina; Debate Feminista, México; Revista de Crítica Cultural, Chile; y otras desde 1976 hasta la fecha.

[20] Entendemos por “feminismos poscoloniales” aquellos pensamientos-acciones feministas que enfocan sus esfuerzos contra el orden de la Modernidad colonialista y racista desde las realidades relacionales de los pueblos originarios de América; desde las culturas africanas de las deportadas por la esclavización moderno-capitalista de África a América en los siglos XV-XIX; y desde la reflexión no occidental de las migrantes asiáticas.

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