El 19 de marzo de 2020, hace apenas tres semanas, íbamos a inaugurar en Bogotá un Foro para pensar entre economistas, feministas, periodistas, ecologistas, activistas, campesinas, médiques, maestres, pedagogues, filósofes y un largo etcétera de profesiones ejercidas por personas de diversas culturas, cómo podría ser un futuro postcapitalista.
Era un ejercicio con miras a poner en práctica formas de vida menos consumistas y depredadoras. Sabíamos de los planteamientos de quien postula la necesidad de un decrecimiento, pero no entendíamos cómo hacerlo funcionar. Todo adquirió otra dimensión después de que el Covid 19 fue declarado pandemia y Colombia decretó la suspensión de los actos públicos y, luego, la cuarentena.
Hoy vivimos encerrades en nuestras casas (cuando tenemos la suerte de tener una), con temor al contagio, sentimientos de impotencia, furia por la interrupción de las acciones callejeras de las mujeres en demanda de justicia y, también, miedo al futuro.¿Qué pretende decirnos el sistema cuando nos dice que después de esta crisis nada va a ser como antes?

Yo iba a inaugurar el Foro con esta conferencia.
En los últimos años, he perdido la medida de las probabilidades para predecir el clima, los cambios sociales, la calidad de vida de las mayorías. No sé qué esperar cuando me detengo a pensar en la superación de las jerarquías de género, los avances científicos, la represión de estado, la violencia delincuencial, la verdad de las informaciones o los flujos migratorios. Dudo enormemente al comparar modelos y percibo el incremento de la brecha entre las demandas ciudadanas y las propuestas institucionales. Las investigaciones de las universidades del mundo no me ayudan, ya que no producen nada novedoso. Me provoca una dolorosa incredulidad la reproducción académica del status quo; sólo se estudia lo que se financia y solo se apoya económicamente lo que se considera “estabilizador”.
Me desespera la pérdida de la capacidad de observación de las mayorías frente a prácticas de subordinación de la población civil al poder militar o policial, como en los gobiernos elegidos después de golpes de estado parlamentarios, el de Honduras, con Juan Orlando Hernández, o el de Brasil con Bolsonaro. Me pregunto asombrada cómo es posible que nadie recuerde los experimentos eugenésicos de los médicos nazistas cuando se ventilan las amenazas de una guerra genética con enfermedades desarrolladas por laboratorios racistas con base en el ADN de las personas. ¿Qué fuerza tienen los Big Data que utilizan las grandes plataformas digitales para que con sus trillones de datos obtenidos sin pedir permiso me sienta confundida ante la relación que tengo con la naturaleza y sus organismos, con la sociedad y mi derecho a la fantasía?
En los últimos años he vivido en un estado existencial de alta perplejidad y me temo que no es una experiencia individual. Muchas personas, la mayoría de las que yo conozco, se sienten desconcertadas ante qué pensar o qué decir para actuar.
En un mundo de conexión constante a aparatos que emiten sonidos, mensajes e imágenes e influyen económica y políticamente en nuestras decisiones, no encuentro el tiempo para analizar informaciones que son solo superficialmente diversas y originales. Claro, según los ensambladores de la robótica, la biotecnología y las tecnologías de información, la velocidad es su gran logro.[1] Pero yo convivo enojada con el malestar de estar recibiendo constantemente un tipo de propaganda que trasciende lo comercial, un no tan sutil proselitismo: Tenga miedo; recele de los saberes que se producen fuera de las universidades reconocidas; confíe en las soluciones que vendrán del contubernio entre grandes capitalistas, bancos y estados.
Esta propaganda controla la difusión científica que, ante la crisis de la física como ciencia dura, no sabe cómo lidiar con las ciencias de la vida, en primer lugar, con la biología, que no puede reducirse a ninguna mecánica porque la vida es autónoma. Me intriga que después del surgimiento de las ciencias de la complejidad en la década de 1970, cuando filosofía, física y matemática se enfrentaron a la autoorganización de una naturaleza múltiple y dinámica porque el mundo no es la gigantesca máquina del paradigma newtoniano, hoy los medios nos ofrezcan sólo dos perspectivas de futuro que, en realidad, son dos brutales metarrelatos: por un lado, la destrucción ambiental total, una catástrofe prevista desde hace un siglo. Por el otro, la robotización del trabajo, de la medicina, de los cuerpos y la ingeniería genética que prolongará nuestras vidas muchos más allá de los 100 años.
¿Quién desea vivir tanto en el caos climático que nos enfrenta a mares ácidos, sequías, precipitaciones impredecibles, calores infernales y tormentas?
Pero, sobre todo, ¿quién se abroga el derecho de hacer previsiones sobre el caos climático cuando ya se nos ha enseñado que todo mecanicismo, aunque pretenda abarca de lo nanométrico al planeta en su conjunto, conduce al reduccionismo?
La convergencia de la automatización robótica, de las tecnologías moleculares metabólicas y de la geoingeniería climática empuja a los megacapitalistas tecnólogos como Bill Gates a imaginar intervenciones en ecosistemas enteros.[2] Insisten a través de la ONU y el Banco Mundial que los estados obedezcan su muy elaborado proyecto económico de inversión en tecnologías éticamente dudosas para evitar la caída del rendimiento agrícola, como la geoingeniería solar y la biología sintética y genética.[3]
Frente a la avasalladora presencia de las tecnologías convergentes en los medios, poco se dice de los estudios que se realizan durante tiempos largos, sin fines de ganancias, que cruzan la historia con la biología, el feminismo con las ciencias ambientales y la química con la antropología. Estos estudios no gozan de difusión mediática porque, si reportan situaciones preocupantes, no son alarmistas, difunden informaciones comprobadas y se sostienen en una ética ecológica básica, la de no hacer correr riesgos a la vida en la Tierra. Proponen soluciones abiertas al investigar sobre un espectro muy amplio de efectos sistémicos generados por la acción humana en ecosistemas diversos y nos recuerdan que, si bien es más fácil destruir que crear, los seres vivos son sistemas abiertos, se comen el orden, producen desorden, luego se autorganizan porque se mueven coherentemente.
Desde antes de ganar el Premio Nobel en 1995, el químico y meteorólogo Paul Crutzen se ha dedicado a las condiciones provocadas por las actividades humanas en los procesos ecológicos, llegando a la conclusión de que ellas han creado nuestra era geológica, la que él mismo bautizó Antropoceno.[4] Si bien estas han perturbado grandemente la atmósfera, los océanos y los suelos, como Crutzen y su equipo han demostrado, desde una propuesta feminista de poner fin a la autoridad moral del poder que se sustenta en las jerarquías, puede visualizarse un cambio cultural ante el caos ecológico. Si yo no creyera que un modelo social invivible para las mayorías, como el que sobre la diferencia de género erige una estructura de poder jerárquica y agresiva, puede revertirse, no me atrevería a pensar en cómo actuar para poner fin al consumismo y convivir en comunidades ambientalmente no dañinas. Muchos pueblos indígenas insisten en decirle al mundo lo urgente y posible que es.
En este preciso instante, millones y millones de moléculas se mueven coherentemente en lo que llamamos materia. Es poco probable, pero eventualmente posible, que su conducta sea reversible, precisamente porque pueden moverse. Asumir esta calidad móvil de la materia nos permite pensar otros sistemas, quizás cambios colectivos enormes y, por qué no, horizontes tan nuevos como impredecibles.
Ya sé, no he terminado de enumerar los motivos de mi estado de perplejidad cuando ya sostengo la probabilidad de dinámicas emergentes, colectivas, que pueden llevarnos a abrir el horizonte del futuro a algo más que una economía hipercapitalista de adaptación al cambio climático que beneficiaría (si es que lo lograse) a la minoría de los sectores más ricos.
Voy a referir primero los principales síntomas del estado que me dificulta vivir libre de ansias en este presente que comparto con un número de seres humanos tan alto como nunca antes se había llegado a concentrar sobre la tierra, mayor al de todas las personas que vivieron desde la aparición del homo sapiens hasta la Segunda Guerra Mundial, 7 500 millones de personas.[5]
- Me desconcierta la reacción violenta ante la potencia de mujeres muy diversas. Desde hace más de medio siglo, las formas de pensamiento y relación de las feministas conducen a replantear la entera estructura de poder. Han producido una abundancia de recursos discursivos contra las jerarquías; pero un moralismo reaccionario intenta suspender sus acciones, impidiendo la circulación de ideas y representaciones y embridando las fantasías de liberación. Este moralismo reaccionario, en las sociedades consumistas del capitalismo contemporáneo –que tienen la pretensión de ser el modelo para todas las demás-, manipula la angustia masculina ante el derrumbe de sus privilegios y desencadena un odio consumista y violatorio contra los cuerpos de las mujeres, las niñas y todas las personas feminizadas.
- Me provoca un pasmo parecido la evidente destrucción ambiental en nombre del incremento de la producción de bienes fugaces en una sociedad insaciable. Una mitología economicista del crecimiento (nunca bien especificado: ¿crecimiento del bienestar, de la ciencia, del nivel de vida, de la acumulación de riqueza en pocas manos?) oculta que la Tierra es un sistema cerrado y sus materiales no se reproducen. La exaltación del crecimiento evita que se ponga en cuestión la asimetría entre extracción de recursos y reposición, la transformación de los bienes naturales en residuos, el deterioro de la corteza terrestre; eso es, evita cuidadosamente resaltar la diferencia entre el comportamiento de la biósfera, donde todo se recicla en una sucesión de procesos encadenados, y la sociedad industrial, que devora recursos y expele basura a un ritmo suicida.
- Me descoloca y me pone en tensión que las facilidades para el comercio hayan abierto las fronteras a la libre circulación de bienes al tiempo que restringen los desplazamientos internacionales de personas, ilegalizando uno de los derechos humanos reconocidos desde la Revolución Francesa, eso es, el derecho a la libertad de movimiento de personas iguales. Sólo aceptando la existencia de estamentos no igualitarios, con fueros especiales, como en el Antiguo Régimen o las sociedades de castas, es pensable que ciertos pasaportes ofrezcan facilidades para viajar y otros se conviertan en trabas.
- Me confunde la actual definición de trabajo y sus perspectivas, donde por un lado se apela a su digitalización y robotización, achicando grandemente el empleo de mano de obra, y por el otro, en un mundo altamente urbanizado y sin salidas laborales de corte campesino, condena a la imposibilidad de acceso a los ingresos a la inmensa mayoría de la población. ¿A qué niveles de desigualdad nos conduce esta situación?
El riesgo de pobreza sube en todos los países industrializados y alcanza cifras brutales en las abultadas ciudades de los países desestabilizados por un modelo de producción que cataliza la explotación y el despojo. Hambre, falta de acceso a los sistemas de salud, limitaciones a la educación y una escasez de satisfactores mínimos afectan a la población que no accede a trabajos dignos. ¿Acaso una situación que despierta la fantasía de encontrar un trabajo bien remunerado en otro lado? ¿De qué se alimentan los sueños de quien abandonan su lugar de nacimiento lanzándose a una aventura que se acompaña de marginación y persecución?
Reales mercados de esclavos surgen en países como Libia donde la migración es detenida artificialmente por la violencia de la legislación de la Unión Europea sobre migración y la concreta violencia de grupos armados y sin control, entre los cuales buscan sus beneficios los tratantes de personas.[6] Igualmente el tráfico de niñas, niños, mujeres y hombres se incrementa en las rutas de migración que cruzan por el Tapón del Darién, entre Colombia y Centroamérica, y que atraviesan México.[7] ¿Qué servicios deben prestar esas personas? ¿De qué van a servir en los países de destino si la prensa difunde de manera poco consciente que para 2050 el 80% del trabajo será robotizado?
En México, se habla insistentemente del tráfico de órganos humanos, ojos, riñones, tejidos para las clínicas y hospitales estadounidenses, sin que se puedan confirmar ni desmentir definitivamente esos rumores.[8] ¿Personas que al dejar de servir como trabajadores se convierten en piezas de recambio para otras? ¿Están informadas las personas migrantes que se les quiere sustituir por robots? Lo pregunto honestamente porque los medios se hacen eco de la idea que las poblaciones del sur del mundo se desplazan para mejorar sus condiciones económicas, aunque a todas luces eso es falso: la mayoría huye de diversas formas de despojo o destrucción territorial y de la represión que conlleva peligros para su vida. En las rutas migratorias, el crimen organizado en México los expone a una secuencia de actos criminales, que van de la violación sexual como tributo de tránsito para las mujeres, a los asaltos con fines de extorsión, a los secuestros para cobro de rescate, a su utilización con fines de explotación sexual. Los segmentos duros de esta cadena delictiva son el sicariato forzoso para los hombres y los trabajos forzados de las mujeres en casas de seguridad del crimen organizado. En estas casas, supuestamente, se resguardarían también las personas secuestradas para servir en el mercado de los órganos.
La precarización del mercado laboral asalariado convive con un aumento de las ganancias de empresas cuyos dueños o beneficiarios son difícilmente identificables, de no ser por sus modos de vida y sus gastos suntuarios, fruto de una desmesurada, excesiva, riqueza.[9]
Según el informe presentado el 20 de enero de 2020 en el Foro Económico Mundial (o de Davos) por la organización benéfica Oxford Committee for Famine Relief, OXFAM, la desigualdad económica está fuera de control y es clasista, racista y sexista. 2153 milmillonarios en 2019 poseían más riqueza que 4600 millones de personas, poniendo al descubierto que el sistema económico valora más la élite privilegiada que el trabajo esencial de cuidados, que se calcula en millones de horas no remuneradas, y que llevan a cabo fundamentalmente mujeres y niñas.[10] La creciente disparidad entre la población milmillonaria, que disminuye en la proporción numérica hasta ese 1% de la población que posee tanto dinero líquido o invertido como el 99% restante, se ha vuelto más rica a raíz de la crisis de 2008.[11] Sin embargo, esta mínima parte de la población mundial acaparra la atención de la casi totalidad de los medios de difusión masiva y tiene mucha más audiencia en las redes sociales que todas las y los intelectuales, artistas y científicas del mundo. Los sectores más retrógrados de los religiosos del mundo alaban la riqueza material en televisiones de su propiedad e incursionan en política apelando al derecho de los ricos a dirigir el mundo. Los neoevangélicos se han introducido en el poder legislativo de Brasil hasta conformar un bloque antifeminista, racista y favorable a las biotecnologías y los experimentos agrícolas. Poder e influencia en nombre del dinero y la cultura de la expoliación.
Estos son los principales motivos de mi estado existencial de perplejidad. Si bien no me facilitan una mirada optimista sobre la realidad, me niego a caer en la desesperanza. Creo que sin humanos la tierra estaría en equilibrio, pero acepto el método maya tojolabal de pensar escuchando y reflexionando con otras personas, que describió mi maestro Carlos Lenkersdorf:[12] la mente colectiva humana es capaz de comprender el universo. Puede ser que esforzarme en la emergencia de otro sistema responda a un in-consciente deseo de venganza contra el sistema patriarcal, racista y capitalista expoliador, que nos quiere someter. Puede ser que reflexiono sobre un futuro no determinista porque soy una narradora, eso es, una artista, y la idea de creación no me es ajena. El hecho es que me esfuerzo en actuar aún sin seguridades ideológicas ni expectativas firmes.[13]
No se trata de que crea en un futuro mejor, me son ajenos esos versos de Mayakowsky en el que el poeta ruso declaraba: “Otra vez enamorado, entraré al juego, / iluminando con fuego la curva de mis cejas.” No creo en el amor y mis cejas se están despoblando, pero he llegado a la madurez sin haberme suicidado. Agotadas las ideologías políticas, escarbo en mi estado de perplejidad, porque el sistema gasta muchas energías en demostrar que no hay cambios posibles, que la realidad es la que es, que el coronavirus exige un sistema de control sanitario mundial, que la riqueza material es el único deseo de la gente y que mediante ella un dios reaccionario nos elegirá. Este obcecado esfuerzo despierta mi curiosidad: ¿por qué el sistema gasta en él sus recursos emotivos si cree que existe un único camino al crecimiento?
Hay por lo menos cuatro grupos de personas que me ayudan a no caer en la desesperanza: las feministas, las y los migrantes, los pueblos originarios y las y los ecologistas. Se trata de colectivos diversos que se han organizado desde la vida cotidiana, personal y comunitaria, y no desde conjuntos normativos de ideas, creencias y emociones que imponen una conducta social, eso es, no desde esas ideologías que, desde la Revolución Francesa a la crisis del neoliberalismo, intentaron representarnos el sistema e imponernos un modo de acción.
Pueblos originarios y ecologistas se ocupan en defender el agua, los bosques, el derecho a regirse por culturas ajenas al sistema capitalista dominante; las y los migrantes exigen la libertad de desplazarse sobre la tierra; y las feministas aspiran a relaciones humanas sin marcas de género y raza. Sus colectivos existen en todo el mundo y se nutren de diferentes culturas; comparten el hecho que son perseguidos, asesinados y vilipendiados por los agentes de empresas, iglesias y gobiernos que apuestan exclusivamente a la carrera del beneficio monetario.
La violencia contra las mujeres y las niñas acaparra hoy la mayor parte de las informaciones sobre la vida de la mitad de la humanidad. Las proporciones pandémicas y su difusión apelan a la más difusa violación a los derechos humanos.[14] Sin embargo, la denuncia de la violencia no se enfoca a su prevención y a la liberación del tiempo y las fantasías de las mujeres, sino a contener las acciones de las mujeres como seres sociales, cuyo trabajo debe ser registrado como fundamental para sus sociedades y su creatividad, valorada. ¿Es la violencia de género un acto punitivo contra las mujeres que contravienen la dominación masculina o una cerca contra sus propuestas civilizatorias? Si las mujeres lograsen una acción libre de marcas de género, derrumbarían la estructura del poder, con sus agresiones y exhibiciones de la virilidad como valor que reafirma la diferencia de género. Hoy aproximadamente 140 mujeres al día alrededor del mundo son asesinadas por hombres que presuntamente las querían, conocían o tenían la obligación de cuidarla. El 42% de los asesinatos de mujeres están ligados a subculturas que revalidan una y otra vez la diferencia de género para que los hombres puedan ostentar su masculinidad, asociando su poder sexual y social con el poder de dar muerte.[15]
El crecimiento de la violencia extrema contra las mujeres feministas y las defensoras de los derechos humanos puede asociarse a una voluntad de subordinación, que es fácil acomunar a prácticas de guerra: la violencia contra las mujeres que no se someten a la dominación de la cultura masculina sería, desde esta perspectiva, una estrategia defensiva. Sin embargo, impedir el goce de una vida sin marca de género es un asunto político, el intento de volver a imponer la desigualdad en el mundo de la diferencia económica y la expoliación de la naturaleza. Ahí donde se perfila una élite, por el motivo que sea (militar, sexual, económico, étnico, profesional, tradicional, o todos ellos interrelacionado por un interés común), vuelve a apurarse la justificación de los abusos contra las demás personas para afianzar su estatus jerárquico. Los privilegios de las élites, siendo específicos y excluyentes, son profundamente contrarios a los derechos que, por lo menos en la definición liberal vigente, son iguales para todas las personas.[16] La más amplia élite de las culturas euro-asiáticas dominantes, y sus sucedáneas americanas, africanas y australianas, la conforman los hombres de identidad masculina; esta depende para subsistir de la subordinación femenina, por lo tanto niega la igualdad de las mujeres y otorga autoridad moral a su poder.[17]
Contra las mujeres, las personas que migran, las personas que levantan la voz por el derecho a la diferencia sexual, cultural, religiosa y los derechos humanos, actualmente se profieren discursos de odio que apelan a la homogeneidad étnica y a la “naturaleza” de la diferencia sexual, eso es, la dominancia masculina, la subordinación femenina y la perversidad de la homosexualidad y la inter y transgeneridad.
Dirigentes políticos de sectores reaccionarios utilizan un discurso duro de carácter misógino, xenófobo, homofóbico y contrario a los datos que revelan el grado de deterioro ambiental para garantizarse el apoyo de parte de ese 99% de población empobrecida y sin esperanzas que necesita echarle la culpa de su condición sistémica a alguien que puede indicar como diferente de sí y de sus costumbres. Este discurso de odio normaliza la violencia y estigmatiza las mujeres que se organizan o defienden los derechos humanos. Ataca su reputación, su honor y las tilda de madres que descuidan a su prole, malas hijas, agitadoras, esposas que no se ocupan del bienestar exclusivo de su esposo, terroristas, para desacreditarlas. Las expone así a una hostilidad que los medios de comunicación y las iglesias conservadoras acrecientan descalificando públicamente su trabajo, dando detalles de sus vidas, amenazándolas de quitarles a sus hijas/os y facilitando de hecho que sean agredidas sexualmente y sus vidas corran peligro.[18]
Los discursos de odio apelan a la urgencia de subordinar a las mujeres para mantener el estatus. Rechazan, por lo tanto, el valor simbólico y económico del trabajo que históricamente han realizado, adaptado y transformado. Las labores domésticas, también llamadas tareas femeninas, y que incluyen cuidados físicos y apoyos emotivos, alimentación, embellecimiento, limpieza y mantenimiento de la vivienda, trabajos voluntarios y creación de redes afectivas, administración de la economía del núcleo de convivencia, compras, preparación y cuidado de la ropa y el calzado, son considerados irrelevantes, rutinarios, naturales. Las pocas mujeres que los grupos reaccionarios consideran dignas de aceptación o son esclavas domésticas o son mujeres masculinizadas por un trabajo productivo de alto rendimiento monetario. A estas últimas, se les confiere el derecho de explotar a otras mujeres, las subordinadas por motivos de clase, condición migrante, o jerarquía escolar. Nuevamente, la condición histórica de las personas consideradas femeninas implica el sometimiento.
Desde 2015, un imponente movimiento feminista, juvenil, callejero y anticlasista, donde han confluido artistas y artesanas, estudiantes, trabajadoras de los nuevos empleos precarios –call centers y bares y restaurantes, con contratos individuales, temporales y que pueden concluirse sin responsabilidad para el patrón-, activistas barriales, ecologistas, profesoras y madres de desaparecidas y víctimas de feminicidio, ha tomado las calles. A los gritos de ¡Ni una [asesinada] más!, en México, y ¡Ni una [mujer] menos!, en Argentina, su acción gira en torno a la violencia, pero asume lo creativo y propositivo de los cuidados entre mujeres, del placer y el deseo, de los trabajos no competitivos y del tiempo de reflexión.
Las primeras denuncias sobre acoso, se vehicularon alrededor de la apropiación masiva de una instalación-performance de una conocida artista feminista mexicana, Mónica Mayer, que había presentado el primer tendedero público de denuncias ya en la década de 1980. Cuando el movimiento feminista mexicano salió a la calle el 15 de abril de 2016 contra los feminicidios, muchas mujeres ya habían narrado cuál había sido el primer acoso de su vida. En 2019, el canto y danza coral “El Violador eres tú”, compuesto por el colectivo Las Tesis en Chile, y traducido y cantado por mujeres de todo el mundo, presenta una cohesión alrededor de un hecho estético significante por masas de mujeres. Las mujeres de América Latina, mestizas urbanas, indígenas en defensa de su territorio, afro, trabajadoras y estudiantes, lo tienen muy claro: es su derecho no sufrir violencia y defenderse de las agresiones. Esta combativa actitud del feminismo, desde 2015, rompe con las estructuras de poder y las prerrogativas masculinas, por lo tanto, actúa contra todas las demás marcas jerárquicas de raza, clase, edad, sexualidad y condición física.
La vinculación entre feministas urbanas e indígenas organizadas no es nueva y no está exenta de tensiones y desconfianzas. Muchas mujeres de los pueblos originarios rechazan la asociación de su accionar con el feminismo porque lo tildan de racista, individualista y ajeno a la comprensión de las necesidades de las comunidades. Sin embargo, algunas acciones coordinadas han dado lugar a una reflexión sobre qué es la justicia y qué es la comunidad para las mujeres. La feminista quechua Tarcila Rivera Zea sostiene que la peor forma de violencia que sufren las mujeres indígenas es el racismo. Entender el feminismo desde las mujeres otras, que las explotan en el trabajo doméstico, y preguntarse si se consideran feministas, es un trabajo largo y difícil de recuperación de las referencias propias para construir un concepto propio de feminismo. Para Lorena Cabnal, feminista maya-xinca, ser feminista y defensora de los derechos comunitarios es un solo camino e implica la defensa del propio territorio como cuerpo de vida, instrumento de comunicación interpersonal y comunitaria para la sanación. Los contextos donde se desenvuelven las feministas indígenas están atravesados por violencias diferentes en las ciudades mestizas y racistas y en las comunidades tradicionales, pero ambos revelan la persistencia del machismo y la lesbofobia. Los dirigentes comunitarios hombres no comprenden las estructuras del deseo de las mujeres, expresan que las reivindicaciones de género son colonialistas, que separan a los hombres y las mujeres y no consideran su complementariedad. Llegan a marginar o expulsar a las feministas de sus comunidades.
En 2004, en Guatemala, para sanar las consecuencias de la represión militar en la época del genocidio (concentrado en 1981-83, aunque duró toda la década de 1980), las mujeres de diversos pueblos mayas que habían visto masacrar a sus comunidades y en ocasiones habían quedado embrazadas durante las violaciones militares se unieron con mujeres mestizas que vivieron la represión en las ciudades y unas feministas internacionalistas. Se nombraron Actoras de Cambio y pusieron en común sus deseos. La base de su intercambio es la posibilidad de reconstruirse después de haber vivido el horror y crear un mundo de respeto y libertad para las mujeres, donde la violación sexual, la guerra y el racismo ya no sean tolerados ni considerados como algo normal. Crear es la palabra clave, porque implica el surgimiento de lo que aún no existe, la justicia para las mujeres. Crear hace interactuar propiedades previas al momento, ambiguas, pero potencialmente constructoras de nuevas formas de proceder socialmente.
La defensa de los territorios ancestrales implica sus fuerzas sutiles, la espiritualidad de la tierra, el agua, la comunidad, el aire, los bosques, los animales, que son comunes y no son negociables. Al interior de las comunidades, ahí donde estas son receptivas, o a sus márgenes, donde los dirigentes hombres las acusan de ser divisionistas, las mujeres aportan reflexiones fundamentales sobre la relación colonial entre sexualidad, agresividad y poder. La reciente conversión de la rebelión popular contra el cuarto mandato presidencial de Evo Morales en un golpe de estado racista y antipopular, por parte de grupos neoevangélicos aliados a los ricos blancos de la región ganadera y de agricultura extensiva de Santa Cruz, ha evidenciado una relación que las mujeres aymaras y quechuas, en los Andes, y tacanas de la Amazonía ya habían enunciado: la relación entre humillaciones, amenazas y vejámenes, como formas de violación alegórica, y la violación física como imposición de las prerrogativas del grupo masculino dominante. Las defensoras comunitarias y del territorio fueron despojadas de su indumentaria, se les cortaron las trenzas, fueron amarradas a árboles mientras los agresores destrozaban las propiedades comunales y los símbolos de las culturas ancestrales.
¿Cuántas mujeres y hombres de comunidades agredidas por grupos de ganaderos, terratenientes, agentes de desarrollos turísticos y los sicarios a su mando, cuando no por los gobiernos antidemocráticos que los privilegian, se lanzan hacia otros países en busca de condiciones de vida más seguras, donde no se repitan las discriminaciones conocidas?
Según cifras de la ONU, en 2019, se desplazaron fuera de su lugar de residencia a través de fronteras internacionales 272 millones de personas, 51 millones de migrantes más que en 2010. En total, las mujeres, hombres, transexuales e infantes que han migrado independientemente de su condición jurídica, por causas forzadas de desplazamiento o voluntariamente (aunque siempre es muy difícil determinar el grado de voluntad), son un 3,5% de la población mundial, cifra que continúa subiendo en comparación al 2,8% de 2000 y el 2,3% de 1980. La devastación ecológica confluye en los conflictos armados para la creación de condiciones pobreza e inseguridad que empujan a las personas a buscar refugio o a migrar. La prensa no repara en la responsabilidad de los vendedores de armas y de agroquímicos, así como en las publicidades tramposas del capitalismo sobre las condiciones de bienestar que proporciona, a la hora de informar sobre las condiciones inhumanas de la migración o las cantidades de remesas que las y los migrantes envían a sus comunidades de origen, para mejorar sus condiciones de vida y salud. Un racismo difuso se encuentra en la definición de “problema de seguridad regional” de los refugiados que huyen de guerras como la de Siria. A medida que se prolongan los conflictos armados, el flujo de personas que buscan seguridad y son detenidos en las fronteras produce enormes campos de concentración, donde se reproducen condiciones de desastre ecológico y la violencia contra las mujeres se incrementa.
Desde octubre de 2018, intento entablar diálogos con mujeres que transitan por México con la finalidad de cruzar la frontera con Estados Unidos. Muchas de ellas han sufrido violaciones por delincuentes, compañeros de ruta, autoridades de migración y policías. Algunas me han dicho que desde que decidieron cruzar la frontera sabían que eso podía ocurrir, por lo tanto, consideran las agresiones sexuales como parte del proceso. Sin embargo, una joven hondureña que había abandonado San Pedro Sula para poner a salvo de bandas delincuenciales a su hija de 9 años, me explicó por qué ella cree que la violación es un robo y un delito que muchos hombres consideran normal. Ella venía migrando en grupo cuando una noche fue violada por seis migrantes que “querían divertirse”. “Así se hacen hombres”, dijo con mucha rabia. Se sintió traicionada por la violación; ella creía que migraba con gente que como ella huía de la violencia, que se protegería en grupo, pero descubrió que los hombres “se aprovechan” de las mujeres que van solas, que solo respetan a las mujeres de otros hombres cuando éstos están presentes y defienden su familia.
En diciembre de 2019, en Nogales, Sonora, pude ver cómo las iglesias neoevangélicas explotan el hambre, la ansiedad y el desamparo de las personas que llegan a la frontera con Arizona y son detenidas ahí en espera de que se resuelvan farragosas tramitaciones de sus demandas de refugio. La mayoría de las y los mexicanos dicen provenir de estados cuya violencia es conocida, como Guerrero, Michoacán y Tamaulipas, aunque los acentos y los conocimientos de la región desmienten su proveniencia. Las camionetas de las iglesias neoevangélicas llegan a los lugares de espera, como la “línea” o las estaciones de policía, donde se concentran los migrantes y dos o más pastores descienden bandejas de comida caliente perfectamente arregladas. Las exponen a la mirada de quien no tiene dinero para comprarse comida igual y condicionan la obtención de un plato (casi siempre de materiales desechables y contaminantes que no recogen) a rezar con ellos, alabar a dios a los gritos y elevar agradecimientos y cantos, así como repetir versículos de la Biblia. En ocasiones, después de la comida, algunos pastores, mujeres y hombres, expresan posiciones políticas sobre la naturalidad de los sexos, el peligro de una supuesta ideología de género que difunden los gobiernos, la enfermedad de la homosexualidad, la maldad de quien no pertenece a una iglesia, y que ¡obtener una visa es un milagro!
Para garantizar el respeto al derecho de libre circulación, el primer paso debería ser la abolición de las fronteras, no la erección de muros. Sin embargo, eso no resolvería el problema de la expulsión por violencia, por hambre o por destrucción ambiental. La mayoría de los hombres y mujeres con los que estuve en refugios y caminos me dijeron que vivían en lugares que están en riesgo de ser arrasados o secuestrados. Todos me hablaron del miedo de quedarse en casa; dos muchachas salvadoreñas me contaron que habían huido de sus madres quienes, para protegerlas de la violencia de las pandillas, las tenían encerradas en sus casas.
Uno de los grupos étnicos que ha sufrido con mayor rigor la expulsión es el pueblo garífuna de Honduras, asentado en la costa y las islas y cayos del Caribe. Para hacerse de sus tierras, la industria turística los expone a peligros semejantes a los que sufren por parte de los terratenientes que explotan la palma oleífera, desde el asesinato a la destrucción de sus campos cultivados y viviendas, de la violación al encarcelamiento. Reflexiones muy importantes sobre qué es la migración para un pueblo de tradición marinera y agrícola, que tradicionalmente se desplazaba por todas las Antillas, se desarrollan actualmente entre la población garífuna en Nueva York y en la costa hondureña.[19] Las y los migrantes se han convertido en agentes de una reflexión viva, actuante sobre qué es la tierra, qué es la riqueza y qué son los derechos de las personas que no gozan de protección de estado. Por supuesto, su redescubrimiento de las culturas de proveniencia y su intento de una comunicación autentica sobre una humanidad que se congrega en una nueva historia colectiva, no está exento de dolor, aprendizajes de muerte, resistencias a un orden de exclusión y rechazo internacional.
Los ecologistas que toman en consideración las consecuencias sociales y culturales del deterioro ambiental denuncian que los que provocan los mayores daños ambientales no viven en la primera línea de los cambios. El caos ambiental provoca el agravamiento de la pobreza de enteros colectivos que son expulsados de sus territorios por las sequías, la violencia, las inundaciones, el deterioro del hábitat. Las formas tradicionales de vida se ven profundamente afectadas, pero son precisamente los trabajos conjuntos de ecologistas y comunidades indígenas y campesinas los que han logrado frenar localmente la degeneración de la Naturaleza, mediante la defensa de los ríos, el alto a la minería y la elaboración de contradiscursos que delatan los peligros de la maximización de los beneficios monetarios al margen de la buena vida de las personas.
Finalmente, para darnos tiempo contra la dictadura de la rapidez y la difusión obsesiva de una ciencia neodeterminista, que me abruma con su mecanicismo y las soluciones robóticas y de biología sintética, quiero subrayar que se están produciendo intercambios desconocidos hasta ahora que crean vínculos entre el trabajo y la formación. Feministas, pueblos indígenas, ecologistas y migrantes, a pesar o por medio de la violencia que los persigue, recuperan los afectos, interiorizan sus reflexiones, analizan sus deseos y paradójicamente avanzan hacia una recomposición abismal del orden de la convivencia. Si la destrucción ambiental rebasa cualquier frontera nacional es probable que solo la apertura de las fronteras permita a sociedades diversas beneficiarse de saberes de recuperación forestal y de suelos que se han transmitido fuera de las aulas. Acabar con las marcas de género y la racialización pondrá fin a las jerarquías: la autonomía feminista y la autonomía indígena producen diálogos y una abundancia de recursos discursivos y de fantasías ambiguas que nos llevan a superar los dualismos naturaleza/cultura y materia/mente, profundizando la crisis de los paradigmas económicos. Ecologistas y migrantes respetan la realidad del tiempo y se formulan preguntas que cambian nuestras formas de pensar. La perplejidad es una emoción que esta sociedad ha construido, pero leyéndola en el espejo de las acciones de los grupos humanos perseguidos que siguen actuando, abre condiciones de reflexión/acción muy antisistémicas.
Bogotá, 16 de marzo de 2020
[1] Klaus Schwab, “The Fourth Industrial Revolution: what it means, how to respond”, World Economic Forum WEF, 14 de enero 2016, https://tinyurl.com/hlah7ot. Klaus Schwab es uno de los fundadores del Foro Económico Mundial (Foro de Davos) y un entusiasta propagador de lo que llama Cuarta Revolución Industrial. Para él, el futuro de la automatización es inevitable y la crisis ecológica y humana que se derivan pertenecen a un conjunto de daños colaterales que habrá que prevenirse.
[2] Solar Radiation Management Governance Initiative (SRMGI) es una empresa de geoingeniería solar que Bill Gates está financiando desde 2012. La geoingeniería solar propone, básicamente, simular los efectos de una erupción volcánica masiva para enfriar el planeta, sin medir impactos atmosféricos ni de la caída al suelo de las partículas químicas de color oscuro que un ejército de aviones (¿de quién?) soltaría a gran altitud para crear una capa densa contra los rayos solares.
[3] Ver a este propósito: Silvia Ribeiro y Jim Thomas, “Frente al tsunami tecnológico”, en Tecnologías: manipulando la vida, el clima, el planeta, número 543 de la revista América Latina en movimiento, año 43, 2ª. época, septiembre de 2019, pp. 1-4. En https://www.etcgroup.org/es/content/tecnologias-manipulando-la-vida-el-clima-y-el-planeta puede descargarse el pdf completo La ecologista Silvia Ribeiro forma parte del grupo ETC que monitorea el impacto de las tecnologías emergentes y las estrategias corporativas sobre la biodiversidad, la agricultura y los derechos humanos.
[4] El término Antropoceno, para definir la actual era geológica, ha sido acuñado por Paul B. Crutzen, director de la División de Química Atmosférica del Instituto Max Planck, y su colega Eugene Stoermer, director del Centro de los Grandes Lagos y las Ciencias Acuáticas, con base en el crecimiento humano, del ganado, de los sedimentos urbanos y de los efectos de las actividades agrícolas e industriales, en particular las emisiones de CO2 en la atmósfera y la fijación de Nitrógeno en la superficie terrestre. Los dos científicos consideran que estos efectos tendrán una duración de por lo menos 50 000 años, aunque la actividad humana se detuviera hoy. Paul B. Crutzen y Eugene Stoermer, “The Anthropocene”, Global Change News Letter, n.41., mayo 2000, http://www.igbp.net/download/18.316f18321323470177580001401/1376383088452/NL41.pdf , según consulta del 20 de febrero de 2020. Pueden revisarse las propuestas de 2019 del Grupo de Estudio sobre el Antropoceno (AWG) en la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario: http://quaternary.stratigraphy.org/working-groups/anthropocene/ Y el capítulo del equipo dirigido por Mark Williams, “Underground metro systems: a durable geological proxy of rapid urban population growth and energy consumption during the Anthropocene”, en Craig Benjamin, Esther Quaedackers, David Baker (editores), Anthropocene: The Routledge Handbook of Big History (Routledge Companions), Routledge, Londres, 2019., pp.434-455.
[5] Datos de población de las Naciones Unidas, del año 2020: https://www.un.org/es/sections/issues-depth/population/index.html
[6] En su “Carta de fecha 29 de noviembre de 2019 dirigida a la Presidencia del Consejo de Seguridad por el Grupo de Expertos sobre Libia establecido en virtud de la resolución 1973 (2011)”, estos sostienen que la trata con fines de esclavitud se ha disminuido desde el inicio de las investigaciones en 2011, pero no se ha acabado. Precisan: “Los migrantes y los solicitantes de asilo en Libia siguen siendo vulnerables no solo a los efectos del conflicto, sino también a los abusos. Quienes se encuentran recluidos en centros de detención oficiales del Gobierno corren el riesgo de exponerse a una serie de abusos de los derechos humanos, entre ellos, condiciones de vida degradantes, extorsión reiterada, explotación sexual y de otro tipo y torturas. La trata de personas y el tráfico de migrantes, aunque se han reducido considerablemente en comparación con los períodos abarcado por informes anteriores, siguen financiando redes que contribuyen a la inestabilidad.” Su Informe fue presentado al Consejo de Seguridad de la ONU el 28 de octubre de 2019 y fue examinado por el Comité el 25 de noviembre de 2019. https://undocs.org/es/S/2019/914
[7] Desde octubre de 2018, en ocasión de la primera Caravana de Migrantes Centroamericanos, he iniciado un proceso de escucha y diálogo con mujeres migrantes en tránsito por México. He escuchado a mujeres y niñas y niños que las acompañan de Honduras, El Salvador, Guatemala, Colombia, Haiti y Congo, recortando un tiempo para la reflexión en su recorrido y esforzándome en comprender los motivos y los deseos que impulsan su migración.
[8] Diversos periódicos han emprendido investigaciones sobre la base de denuncias de organismos de derechos humanos. El 5 de julio de 2015, La Jornada reportó que el tráfico de órganos es un negocio de cárteles delincuenciales y que los migrantes son las víctimas principales de este crimen. El mercado delincuencial se aprovecha de la estricta regulación internacional sobre intercambio de órganos para los trasplantes, ya que sólo el 10% de la demanda es cubierta por las donaciones. El 8 de mayo de 2019, Sinembargo describió a los y las migrantes como “mercancía” en el tráfico de órganos. Según la académica Guadalupe Correa Cabrera y el defensor de derechos humanos Manuel Arellano: “El caso de la trata de migrantes y refugiados para la extracción de órganos constituye una tragedia humana de dimensiones que son difíciles de imaginar. Existen múltiples testimonios al respecto, pero muy escasas evidencias y pareciera ser que poca voluntad para investigar por parte de las autoridades de los países en los que esto sucede.” https://www.sinembargo.mx/08-05-2019/3577537
[9] La extraña fascinación que ejerce sobre jóvenes de diversos sectores sociales, desde arribistas hasta feministas anarquistas radicales, una pésima cantante y mediocre performancera como Elettra Miura Lamborghini, que tiene el apellido de una icónica fábrica italiana de autos de lujo actualmente propiedad de Volkswagen, revela el carácter perverso de una cultura que venera los comportamientos malcriados de quien lo tiene todo, pero reduce a la obediencia mediante la represión a quien protesta por obtener derechos en una economía que tiende a restaurar privilegios de estatus aparentemente desterrados por el liberalismo en 1789. Elettra Lamborghini se presenta en reality shows de televisión y usa las redes sociales, particularmente Instagram y Youtube para hacer propaganda a su particular modo de imponerse como figura pública; se niega a trabajar, pero gasta en caballos; afirma que es salvaje, que para ella el lujo es la normalidad, que se aburre y que es exhibicionista. Presume el lujo en que vive y repite obsesivamente que no necesita trabajar para vivir. En sus entrevistas da opiniones contradictorias, en unas afirma que quisiera ser actriz porno, y posteriormente sale poco vestida en un servicio de la edición italiana de Playboy, en otras dice que se va a dedicar a la interpretación, utilizando el Singtrix, un karaoke que afina la voz y corrige hasta a la más desentonada. Tiene videos de rap donde todas las bailarinas son afrocaribeñas, canta en español, perrea exaltando la seducción femenina entre mujeres, provocando una reacción positiva por su feminismo antirracista, luego afirma que nunca ha tenido un novio que fuera pobre porque es muy selectiva. Usa piercings con diamantes incrustados y tatuajes de reconocidos artistas, a la vez que presume ser un ícono de la moda. Este producto de una subcultura del estatus, presume de una originalidad que no tiene, pues ni siquiera tiene la resonancia mundial de una Paris Hilton, pero confunde imagen sexualizada y poder, y revela sin ambages que la arrogancia de clase es dependiente de la subordinación de quien no pertenece al mundo de los privilegiados.
[10] Max Lawson, Anam Parvez Butt, Rowan Harvey, Diana Sarosi, Clare Coffey, Kim Piaget, Julie Thekkudan, Tiempo para el cuidado. El trabajo de cuidados y la crisis global de desigualdad, OXFAM, 20-1-2020. De https://www.oxfam.org/es/informes/tiempo-para-el-cuidado se accede al pdf: https://oxfamilibrary.openrepository.com/bitstream/handle/10546/620928/bp-time-to-care-inequality-200120-es.pdf .
[11] Desde 2009, el Credit Suisse Research Institut publica cada año un reporte sobre la riqueza mundial que se ha vuelto un referente para el análisis de la movilidad de la riqueza en el mundo. Según el Global Wealth Report 2019, “The bottom half of wealth holders collectively accounted for less than 1% of total global wealth in mid-2019, while the richest 10% own 82% of global wealth and the top 1% alone own 45%. Global inequality fell during the first part of this century when a narrowing of gaps between countries was reinforced by declining inequality within countries. While advances by emerging markets continued to narrow the gaps between countries, inequality within countries grew as economies recovered after the global financial crisis. As a result, the top 1% of wealth holders increased their share of world wealth. This trend appears to have abated in 2016 and global inequality is now likely to edge downward in the immediate future”. El pdf del reporte se obtiene en: http://www.credit-suisse.com › research › publications .
[12] Carlos Lenkersdorf, Aprender a escuchar, enseñanzas maya-tojolabales, Plaza y Valdés, México, 2008. La experiencia directa y el sistema de escuchar para aprender de Lenkerdorf , plasman en dos partes un entero sistema didácticos y epistemológicos sobre base comunitaria: “Aprender a escuchar” y “El escuchar en el contexto tojolabal”. El filósofo analiza todo el aprendizaje escolar en la comunidad tojolabal de Chiapas, así como sus medios de comunicación y el “poder y gobierno”.
[13] En su novela póstuma Petróleo (publicada en 1992, pero que el autor había iniciado a redactar en 1967, nueve años antes de su asesinato, y publicada en español por Seix Barral, Barcelona, en 1993), Pier Paolo Pasolini sostenía que quien no cree en nada actúa sin expectativas, mientras quien ha creído en algo y cae en la desesperanza, se detiene y se confunde antes de tener que actuar de todas formas. A través de la vida de dos personajes vinculados a la cultura del silencio ante el asesinato y la violencia, la corrupción y el inmediatismo, Pasolini denunciaba el atentado contra Mattei, director de la empresa nacional de energía italiana, ENI, que intentó sanear de sus vínculos con la CIA y otros corruptores. No era el único, aunque a él le costó la vida. También porque era homosexual en un país católico y librepensador en una cultura política obsecuente. Había autores importantísimos en entre los pocos intelectuales italianos que se enfrentaban a la mafia y sus vínculos con el poder político, como el cineasta napolitano Francesco Rosi, el escritor siciliano Leonardo Sciascia y la escritora siciliana Goliarda Sapienza. Como esta última, Pasolini, poeta al fin, se dio cuenta del enorme esfuerzo que costaba imponer una modernidad elegante sometida al autoritarismo para llevar la sociedad italiana a la indiferencia social y política. Era una cultura de establishment que ofrecía bien envueltos los valores antisociales y excluyentes de la clase dominante para el consumo generalizado. Una cultura que necesitaba del miedo que provocaban los asesinatos de quien se interponía a las ganancias ilegales de los pocos vinculados al poder. Hace 45 años se trataba de las compras de petróleo, luego vendría el comercio ilegal de drogas, le seguiría el de las armas, y hoy la comercialización de los seres humanos y la piratería genética.
[14]https://interactive.unwomen.org/multimedia/infographic/violenceagainstwomen/es/index.html#home-2
[15] Para un análisis de las estructuras sociales de la violencia contra los cuerpos feminizados y de las mujeres, ver el clásico de Rita Laura Segato, Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Prometeo, Buenos Aires, 2003.
[16] La primera vez que formulé la idea de que donde hay privilegios los derechos son negados, fue en Tan derechas y tan humanas. Manual ético de derechos humanos de las mujeres, Academia Mexicana de los Derechos Humanos, Ciudad de México, 2000. https://francescagargallo.wordpress.com/ensayos/librosdefg/tan-derechas-y-tan-humanas/ En las últimas dos décadas, son recurrentes las afirmaciones de las élites que se perfilan sobre la base de diferencias económicas y geográficas -y que recogen rechazos tradicionales a la igualdad de corte racista, clasista, de género y homofóbico- a formular respuestas emotivas excluyentes a los peligros que supuestamente las acechan. Obtener privilegios a costa de los demás es el fin explícito de las élites. Recuerdo a este propósito a una millonaria australiana, Gina Rinehart, que llegó a expresar públicamente que las desigualdades económicas son producto de las «diferencias de inteligencia» y que, por lo tanto, las personas que ganaban por lo menos 100 000 dólares australianos al año, no debían reproducirse o ser esterilizadas. Las élites económicas que pretenden salvarse del desastre ecológico que han provocado buscan imponer hoy un discurso “verde”, presuntamente ecologista, autoritario, para justificar una economía planificada desde los poderes públicos que las beneficia. Estos “ecofascistas” han llegado a plantear ¡la eliminación de poblaciones por motivos medioambientales! Un análisis crítico del ecoelitismo-ecototalitarismo, además de Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo (La Catarata, Madrid, 2016), de Carlos Taibo, se encuentra en: Revista El Ecologista, n.83, Madrid, diciembre 2014.
[17] Sobre la dependencia de la masculinidad de la subordinación femenina y el estatus que esta otorga a los hombres masculino: Rita Laura Segato, Las estructuras elementales de la violencia: contrato y estatus en la etiología de la violencia, Serie Antropología, 334, Brasilia, 2003, http://www.escuelamagistratura.gov.ar/images/uploads/estructura_vg-rita_segato.pdf (consultado el 14 de enero de 2020).
[18] A este propósito puede revisarse el Informe de Michel Forst, Relator Especial de la ONU, sobre la situación de las defensoras de derechos humanos, https://www.hchr.org.mx/images/Comunicados/2019/20190228_ComPrensa_InformeForst.pdf
[19] Según Juan Vicente Iborra Mallent, en Eibuga Hama Wanunagu Garinagu (Caminando con los ancestros garífunas). Cosmopolíticas frente al despojo territorial en tiempos de la tercera expulsión, Tesis de maestría en Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México, 11 de diciembre de 2019, la migración garífuna se ha abordado sobre todo en términos de movilidad, diáspora y nuevas organizaciones territoriales, pero existen raíces históricas de la migración que muestran el carácter forzado de la misma. Las franjas costeras en las que habitan los garífunas en América Central son ampliamente apetecidas por el capital turístico. Un análisis general de los ciclos de desarrollo económico en la región y sus impactos sobre el territorio de las comunidades garífunas revela los vínculos que se han desplegado entre las organizaciones sociales y el estado hondureño en el marco del reconocimiento de derechos culturales y territoriales. Las políticas migratorias estadounidenses implican control, pero muchas deportaciones han implementado nuevas políticas de defensa territorial de las y los regresados. https://www.academia.edu/41186628/Eibuga_Hama_Wanunagu_Garinagu_Caminando_con_los_ancestros_garífunas_._Cosmopolíticas_frente_al_despojo_territorial_en_tiempos_de_la_tercera_expulsión
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