Una experiencia de latinoamericanismo feminista en la academia.
Francesca Gargallo Celentani
Riverside, 17 de mayo de 2016
Voy a presentarme, aunque no vaya a hablar de mí. Soy una latinoamericanista que, además, es feminista y escritora. Eso es, me ocupo de las ideas de las mujeres de un continente que ha sido colonizado por países ibéricos, España y Portugal, que se ha independizado de la colonia en un periodo más o menos común y que hasta la fecha, a pesar de haber producido pedagogías humanistas, reflexiones ontológicas, epistemologías situadas, literaturas antropológicas, éticas del compromiso político y una plástica innovadora, no ha resuelto problemas fundamentales como: 1) la dependencia económico-ideológica de centros comerciales y financieros que no dudan en expoliar sus territorios, 2) un racismo que toca todos los ámbitos de la vida de las personas y 3) comportamiento misóginos que se justifican en nombre de “tradiciones”.
A estos rasgos característicos nada positivos se asocia hoy una violencia creciente, de crueldad excesiva. Esta violencia crece en los recurrentes periodos de inestabilidad política; en los últimos diez años, se ha convertido en una plaga continental que mata a más de un centenar de personas al día. Además, deja en la impunidad crímenes de feminicidio, tortura, secuestro, desaparición, violación que no es muy claro sin son cometidos por agentes de los estados o por delincuentes, en ocasiones encarnados en las mismas personas.
Sin embargo, en ese mismo continente se generan utopías civilizatorias muy osadas y prácticas de resistencia vital, cultural y ecológica que se sostienen en prácticas indígenas de trabajo colectivo, como el tequio. En la mayoría de los casos, éstas son encabezadas por mujeres. México, para hacer un ejemplo, es a la vez el país de los narcotraficantes más buscados y la nación de Las Patronas, mujeres mestizas veracruzanas que desde hace años preparan y distribuyen personalmente comida que lanzan a las y los migrantes que cruzan el país encaramados en un tren mercantil apodado La Bestia.
Ser una feminista latinoamericanista implica, por lo tanto, un ejercicio de disciplinas humanísticas abiertas, que se hibridan constantemente, para entender las confluencias y diferencias de las acciones de las mujeres y las formas que adquiere la política de la buena vida.
Voy a contarles un trabajo que hicimos en colectivo y que ejemplifica lo innovador que puede ser pensar la historia de las mujeres entre feministas, académicas, escritoras de países y experiencias distintas.
Un par de años antes del segundo centenario del inicio de las luchas de independencia, en 2008, una casa editorial de gran peso me encomendó una antología de los escritos feministas más relevantes para la historia del feminismo latinoamericano. No doy el nombre de la casa editorial porque, a pesar de haber yo entregado casi 1200 páginas de documentos en diciembre de 2009, la antología sigue inédita.
Para realizarla, en un primer momento pensé que debería viajar de país en país, de México a Chile y de Argentina a México –con escalas portuarias en Haití, Cuba y Dominicana- para escarbar bibliotecas públicas, privadas y de fundaciones y grupos feministas. Me dijeron de inmediato que no había dinero para sufragar un gasto semejante. Luego caí en cuenta de que la casi total producción ideológica y política de las mujeres no blancas del siglo XIX y la primera mitad del XX no está inscrita en literatura alguna, pues eran formalmente analfabetas, aunque productoras de un pensamiento y una cultura que se transmitían y se transmiten por vía oral.[1]
Por ejemplo, a finales del siglo XVIII, los actos de Baraúnda, esposa del líder garífuna Satuyé, una protofeminista negra y caribe, fueron legendarios para su pueblo, pero la memoria de sus ideas y acciones anticolonialistas sólo se encuentra en algunas canciones que las mujeres garífunas cantan todavía en Honduras y Belice.[2] Algo parecido sucede con la historia y las ideas de las comuneras de los movimientos protoindependentistas de Colombia y Paraguay, así como con las mujeres que participaron en los cientos de levantamientos indígenas durante la Colonia, y de los movimientos de Tupac Amaru y Micaela Bastidas y de Tupac Catari y Bartolina Cisa en los Andes,[3] de Atanasio Tzul y Felipa Tzoc[4] entre los quichés de Guatemala y, ya en el siglo XX, de las soldadas y soldaderas de la revolución mexicana[5] y las revolucionarias de los movimientos de Sandino en Nicaragua y de Farabundo Martí en El Salvador: sus historias se transmitieron de boca en boca, convirtiéndose en mitos, canciones, refranes, pero no quedan testimonios de su participación escritos por ellas.
Además la historia “oficial”, la que mantiene los registros y escoge qué es digno de registrarse, hizo un esfuerzo enorme para ocultarlas. En la política subterránea de las exclusiones femeninas hay que interpretar documentos que a los historiadores hombres pasan desapercibidas: desde las cartas que simples ciudadanos dirigieron a las insurgentes afirmando que ellas habían participado en las gestas de Independencia como esposas y no por conciencia política, hasta actos como el realizado por la Secretaría de Guerra y Marina de México que canceló de sus registros, de un plumazo, a las soldadas y oficialas constitucionalistas, zapatistas y villistas el 18 de marzo de 1916. La historia de los hombres parece dirigida a negar la existencia misma de las mujeres.
Para salvar el doble obstáculo de la imposibilidad de viajar y la imposibilidad de recoger diversas ideas feministas del pasado, acudí al principal motor de la reflexión nuestroamericanista[6] y de la episteme feminista, eso es, a la práctica del diálogo de ideas. Diálogo de ideas de México a Argentina, de Venezuela a Honduras y de Brasil a Guatemala, mediado por el conocimiento académico o por el activismo feminista, a veces capaz de dirimir enfrentamientos latentes debidos a posturas personales frente al significado mismo de lo que es, debe ser, puede ser un feminismo de Nuestra América. En otras palabras, recurrí al tejido de la tradición dialógica de la filosofía latinoamericana alrededor de sus temas recurrentes: la educación, la política y la estética. Necesitaba de otras mujeres para el rescate de los materiales para compilar la antología.
A lo largo de un año, una red de conocidas cruzó e intervino en la reflexión y el trabajo de las afines y de quienes participaron simplemente de un mismo horizonte temporal, compartiendo los sustratos materiales que obligan a las personas a tener intereses por las mismas cosas, aunque sea desde posiciones ideológicas y políticas divergentes.
Fue así que en los textos rescatados para la Antología encontramos que, a caballo entre el siglo XIX y el XX, todas aquellas mujeres que reivindicaban con sus escritos y sus acciones el derecho a ser sí mismas y a explayarse eran feministas, fueran liberales anticlericales o católicas, librepensadoras o moralistas, socialistas, anarquistas o nacionalistas. Igualmente, nosotras que enfrentamos la tarea de rescatar sus escritos éramos feministas autónomas, académicas, promotoras de políticas públicas, mujeres necesitadas de replantearse su relación con lo masculino, integrantes de pueblos originarios que cuestionan el colonialismo del feminismo académico y lesbianas radicales.
En el Seminario Permanente de Filosofía Nuestroamericana (coordinado por María del Rayo Ramírez Fierro, Rosario Galo Moya, David Gómez y yo desde 2006 hasta 2009), y en el Seminario Recuperando el Sujeto Mujeres: Feminismo y Política en Nuestramérica (que coordinamos desde 2008 hasta 2010 Norma Mogrovejo Aquise, Mariana Berlanga Gayón y yo, en la maestría en Derechos Humanos) de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, fue dialogando que se nos ocurrió implementar una dinámica colectiva para el rescate, el análisis y la presentación de los materiales para la Antología del Pensamiento Feminista Nuestroamericano, a través de redes informales de investigadoras, estudiantes y activistas feministas.
Mediante el correo (postal y virtual) iniciamos la aventura de convocar a las estudiantes, bibliotecarias, investigadoras, maestras y activistas de Centroamérica, Perú, Chile, Colombia, Venezuela, Brasil, el Caribe, Surinam, Ecuador, Argentina, Bolivia.
Único requisito: la pasión por el saber de las mujeres, por la historia de nuestras ideas feministas y por la historia del continente en el que nuestras antepasadas actuaban y pensaban. Esta pasión es un motor insustituible para impulsar cualquiera de las acciones e ideas feministas actuales, pues es de nuestro pasado que viene la fuerza –y la debilidad- que tenemos en el presente. Es en la historia que aprendemos a reconocernos en las otras y agradecerle sus aportes, sus luchas, sus dudas y sus seguridades. Si no recogemos textos, ideas, proclamas; si no los introducimos en nuestro aprendizaje formal, podríamos quedarnos con el análisis patriarcal de que la sumisión de las mujeres redundó en el aniquilamiento de su pensar el mundo (y pensarse en el mundo) desde sí mismas, con el subsiguiente error de creer que debemos iniciar de cero un camino que es ya difícil de recorrer partiendo desde donde hemos llegado juntas.
Más que de madres simbólicas, buscamos los textos de nuestras autoras, las mujeres-autoridades o mujeres-referencia de nuestro pensamiento continental, nuestras fuentes para la crítica del feminismo entendido como filosofía práctica de las mujeres y nuestras fuentes para ampliar el panorama de lo que es la reflexión y el pensamiento nuestroamericano (que quedaría truncado de valorar únicamente autores masculinos o temáticas determinadas por la experiencia y los intereses de los hombres).
Logramos hacer de esta invitación-petición algo entendible, aunque las mujeres somos fértiles en ideas y cada una de nosotras fantaseó con una antología distinta. Hubo colaboraciones maravillosas, se escribieron y rescataron artículos y textos y aun enteras genealogías de mujeres productoras de la teoría crítica feminista e inteligentísimos ensayos, como el de Irma Saucedo acerca del contradiscurso que puso en tela de juicio la naturalidad de la condición subalterna de la mujer, durante la segunda mitad del siglo XX.[7] Desgraciadamente quedaron excluidos porque no eran precisamente “rescates” de textos históricos escritos por feministas en los siglos XIX y XX, sino reflexiones contemporáneas sobre sus contenidos y alcances.
De cualquier modo, Urania Ungo y Yolanda Marco desde Panamá; Melissa Cardoza, Jessica Isla y Zoila Madrid en Honduras; Marisa Muñoz, Liliana Vela, Estela Fernández y Dora Barrancos en Argentina; Livia Vargas y Alba Carosio en Venezuela; Maya Cu, Gladys Tzul Tzul y Ana Silvia Monzón revisando la historia maya y la historia mestiza y criolla de su común Guatemala; marian pessah, tzusy marimon y clarisse castilhos en Brasil; Madeleine Pérusse y Norma Mogrovejo en Perú; Pablo Rodríguez y Alejandra Restrepo en Colombia; Ochy Curiel desde su productiva revisión del feminismo de las afrodescendientes del Caribe y de Brasil y Colombia; Yuderkis Espinoza gracias a su nomádica vida intelectual entre Dominicana y Argentina; todas las ecuatorianas involucradas desde México por la chilena Gloria Campos y encabezada en Quito por Maricruz Bustillo, así como Jenny Londoño y Jorge Núñez Sánchez; Gabriela Huerta Tamayo, Alejandro Caamaño Tomás, Claudia Llanos, Concepción Zayas, Rosario Galo Moya, Eli Bartra, Marta Nualart, Sandra Escutia, Eulalia Eligio González y Ana Lau en México; todas y todos se pusieron manos a la obra para ubicar y rescatar textos de escritoras, activistas, maestras, periodistas, campesinas, médicas, artistas, científicas y comuneras que por su compromiso con las mujeres, su libertad y sus derechos, son identificables con la historia del continente por su vocación feminista. Al trabajo de todas ellas, se sumó la paciencia y la entrega de Sandra Escutia, Cecilia Ortega, Eulalia Eligio González, Gabriela Huerta Tamayo y Rosario Galo Moya quienes fueron a identificar fondos especiales en los más diversos archivos, escribieron y presentaron cartas para poder acceder a ellos y una vez obtenidos los permisos correspondientes, transcribieron los textos que leímos juntos y consideramos de importancia para la historia de nuestras ideas feministas.
Si les he contado las formas del gran trabajo de reunir una antología que todavía no ha visto la luz, no es porque sea una anécdota digna de una novela, sino porque prueba la existencia de algo así como una koiné latinoamericana que va más allá del uso del español y el portugués como lenguas coloniales comunes.
Para mi trabajo personal de investigación, además, la antología implicó un momento muy importante, ya que se sitúa entre la redacción de Ideas Feministas Latinoamericanas, una historia de las ideas filosóficas, literaria y políticas producidas por los feminismos continentales desde el siglo XIX, y el trabajo de investigación bibliográfica que me llevaría a buscar el diálogo con las mujeres de diversos pueblos indígenas para reportar sus propias teorías feministas, en ocasiones confrontadas con los postulados de los feminismos urbanos y los postulados de la liberación individual. Ideas feministas latinoamericanas, en efecto, tuvo una primera edición en 2004 y una segunda en 2006 (la de 2014 es una reimpresión) y Feminismos desde Abya Yala fue editado por primera vez en Colombia en 2012. Si el primer libro nació de una urgencia de deslindar la autonomía de las teorías feministas de las políticas públicas y la defensa de los derechos humanos de las mujeres, el segundo respondió a otra exigencia, la de recorrer los difíciles caminos de la superación de la discriminación que los feminismos urbanos ejercen ante los pensamientos y acciones de liberación y buenas vida de las mujeres de pueblos que desconocen, a pesar de convivir con ellos desde hace 500 años.
Para las alumnas y maestras de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, las colegas, amigas y activistas de diversas corrientes del feminismo, participar en la Antología significó hurgar en sus casas, en sus universidades, en las bibliotecas públicas de sus comunidades y en las de sus grupos para reunir la más amplia bibliografía posible acerca del -y desde el- feminismo nuestroamericano para rescatar los aportes teóricos, metodológicos y argumentativos de su pensamiento.
Juntas, hicimos nuestra la idea de la genealogía del pensamiento y la acción feminista, postulada en Chile durante la dictadura por Margarita Pisano. Asumimos que “citar es un hecho político”, como afirma Urania Ungo en Panamá, y presentamos los escritos de mujeres feministas originarias del continente o nacidas en otras latitudes que vivieron y pensaron su feminismo desde Nuestra América. Logramos así presentar un corpus teórico propio de la región. La bibliografía reunida no pretendió ser exhaustiva, sino ofrecer un referente acerca de la cantidad y calidad de los textos necesarios para poder historiar el pensamiento feminista latinoamericano sin tener que recurrir a análisis exteriores para hacerlo.
De ninguna manera quisimos proponer algo así como una “autarquía” bibliográfica; más bien, ofrecimos un instrumento colectivo (la producción de todas) para facilitar pasarnos la palabra entre nosotras mismas. Dada la amplitud de nuestro pensamiento regional, no tuvimos que recurrir a la interpretación euro-estadounidense de la liberación de las mujeres; tampoco reconocernos en una experiencia femenina sesgada por experiencias histórico-epistemológicas determinadas por la colonialidad del saber nuestroamericano; ni porqué recoger enfoques producidos desde percepciones de la realidad sexuada provenientes de la cultura mundial hegemónica. Reunimos textos para construir una herramienta que sirviera a una academia nuestroamericana necesitada de referentes bibliográficos para la actualización del estado de la cuestión feminista en Nuestramérica.
De entrada, descartamos la idea de definir qué textos son “realmente” feministas. En semejante definición se colaría una idea hegemónica de lo que es el feminismo (emancipador o de la liberación, liberal o socialista, progresista, individualista, autónomo, institucional). Simplemente reportamos en la bibliografía los libros que tratan temas de importancia para las mujeres en cuanto mujeres, desde una perspectiva de las mujeres y no de las disciplinas académicas formales.
Si me lo permiten, sólo voy a contarles dos problemas que enfrentamos y resolvimos dialogando.
Con la filósofa del arte Gabriela Huerta Tamayo nos enfrentamos a los “anónimos”, es decir a esos escritos no sabemos si de mujeres –muy probablemente- o de hombres que no los firmaron. A principios del siglo XIX (según una tradición política que acomunaba las libertinas del siglo XVII y las ilustradas del XVIII en Europa, con las criollas disidentes de la dominación española en América) muchos anónimos expresaron ideas sobre la libertad de las mujeres, su derecho al estudio y su igualdad –cuando no superioridad- con los hombres. Algunos de ellos, como un rescatado por la propia Gabriela Huerta, cruzaron el mar de Francia a México y de México a Brasil, en traducciones hechas a propósito para las revistas de mujeres, pues nuestro anónimo artículo se publicó originalmente en el Journal des femmes. Gymnase littéraire (París, 1832-1837), del que también se tradujeron otros para la Revista de las Señoritas Mejicanas, (imprenta de Vicente García Torres, Ciudad de México, 1811-1894), misma que en ocasiones ¡publicó artículos sobre la natural servidumbre de la mujer!
Definitivamente, la lectura de los textos originales evidencia las contradicciones del discurso sobre las mujeres, que al inicio de su expresión feminista cargaba con todas las rebeliones, y también con todas las anuencias, a la misoginia de la cultura dominante. Los documentos develan que muchas reflexiones del feminismo en América tuvieron una originalidad y radicalidad que el desconocimiento de su historia no permite rescatar.
Según Laura Suárez de la Torre, en “La producción de libros, revistas, periódicos y folletos en el siglo XIX”, entre 1821 y 1855 hubo varios momentos en que se llevó a la práctica la libertad de imprenta pregonada por los ideales de la Independencia, lo cual dio un gran impulso a la producción editorial de toda América Latina.[8] Sin embargo, la mezcla entre falta de tradición periodística y control eclesiástico, como en Chile, o las contradicciones entre liberales y conservadores, como en Argentina, o los gobiernos dictatoriales, cerraban esos procesos, tal como sucedió con Antonio López de Santa Anna en México entre 1853 y 1855, y en varias asonadas militares y de grupos conservadores o liberales en Colombia, Venezuela, Argentina. Es en este clima que hay que leer la aparición de revistas para mujeres editadas por hombres, como El semanario de las señoritas mejicanas, publicado por Vicente García Torres en 1841 y 1842; El presente amistoso dedicado a las señoritas mejicanas, editado por Ignacio Cumplido en 1847, suspendido durante la invasión y expoliación estadounidense a México y vuelto a publicarse en 1851 y 1852; y La semana de la señorita mejicana (1850-1852), de Juan Navarro, responsable en un segundo momento, en 1853, de La Camelia. Semanario de literatura, variedades, moda, etc. Dedicado a las señoritas mejicanas.
Lucrecia Infante Vargas piensa que: “El carácter que define a todas estas publicaciones: recreativo, didáctico y difusor de un prototipo femenino asociado al ámbito de la vida privada se expresa con claridad en uno de los artículos de El presente amistoso dedicado a las señoritas mejicanas:
Formado el carácter moral de una señorita, con la religión y la virtud, debe adornar sus entendimientos con algunos conocimientos, que aun cuando no sean profundos, sean útiles. Debe huir de dos extremos igualmente desagradables, y son, el de una ignorancia grosera, y el de una vana ostentación de su saber. Aquel proviene de no saber nada, y éste de saber mal, acompañado de un indiscreto deseo de lucir. Una señorita instruida en las primeras letras, con nociones de aritmética, de geografía, de historia y de algún idioma vivo, con una conversación fácil y una modestia genial, encanta a cuantos la tratan”.[9]
El segundo problema al que nos enfrentamos con Mariana Berlanga Gayón y María del Rayo Ramírez Fierro fue si debíamos reunir los textos por regiones o por épocas históricas. No era una decisión cualquiera: existe una producción muy dispar de las acciones y las teorías feministas en los países y regiones nuestroamericanas, en la que predominan las criollas, las blancas emigradas y las mestizas urbanas de los países más grandes y ricos (Argentina, México, Brasil). Cierto es que existen esfuerzos tendientes a balancear esta situación: Urania Ungo, Grace Prada y Eugenia Rodríguez Sáenz han impulsado los estudios histórico-filosóficos de la acción y el pensamiento de las mujeres centroamericanas,[10] y existen importantes análisis efectuados en Colombia por investigadoras de la Universidad de Antioquia y de la Universidad Nacional.[11] En Venezuela, el gobierno bolivariano ha apoyado las investigaciones historiográficas de Alba Carosio, quien ha rescatado ideas y prácticas de mujeres muy diversas. Un estudio regional daría razón de estas disparidades y quizá denunciaría que, a la par de lastres como el racismo, los estudios en América arrastran la carga de la mayor importancia otorgada a los hechos y las ideas de las elites económicas y culturales; hechos e ideas que remiten a cierta semejanza con Europa (en el siglo XX, siempre más frecuentemente, con Estados Unidos) y cuya visibilidad es impuesta por el nivel de alfabetización de sus autoras, la riqueza de las elites cultas y el poder del lugar de emisión.
No obstante, la presentación cronológica de los textos escritos o recogidos por las mujeres nuestroamericanas ofrece otras ventajas. Por ejemplo, da idea de cómo ciertas tendencias atravesaban el continente entero, en épocas muy semejantes y con logros casi concomitantes, a pesar de la diversidad de horizontes y situaciones concretas de cada país.
Los primeros escritos que ofrecieron una descripción, acompañada por una denuncia, de la condición de las mujeres mestizas, mulatas e indígenas de América fueron los de la peruana Flora Tristán quien, tras escribir en Lima Peregrinaciones de una paria,[12] volvió en 1834 a París –en donde había nacido de madre francesa y padre peruano- para emprender una campaña a favor de la emancipación de la mujer, los derechos de los trabajadores y en contra de la pena de muerte.
Ahora bien, en Mesoamérica preexistía una poesía escrita por mujeres, como Macuilxochitl, perteneciente a la clase dirigente mexica, que describe la valentía de las mujeres en su sociedad. Después de la Conquista muchas mujeres de los pueblos originarios derrotados se hicieron de los instrumentos legales para testar, como de la voz de los misioneros para dejar un testimonio de su cultura en el momento de una transición dolorosísima a una situación desconocida. Igualmente, mujeres españolas, en escasas ocasiones, ocuparon cargos considerados masculinos por los que tuvieron que escribir, o demandaron para ellas o sus maridos derechos a propiedades, con un afán de reclamo de derechos.
Durante la Colonia, además, existió en México y Perú una escritura femenina que recogía en cartas, panfletos y hojas periodísticas la opinión de las mujeres sobre el matrimonio con un hombre o con Dios, así como recetas, poemas, opiniones acerca de la religión o sobre los cargos administrativos que deberían desempeñar en el caso –maravilloso, para la mayoría de ellas- de quedar viudas siendo ricas y jóvenes. Gracias al trabajo diplomático y paleográfico realizado por Concepción Zayas en el Archivo de Indias, por ejemplo, podemos publicar una carta de una poeta mística poblana de finales del siglo XVI, acusada de herejía, por haber hecho circular en la Nueva España un largo poema de tintes erasmianos.
A mediados del siglo XIX, y con mayor fuerza después de la mitad del siglo, algunas mujeres blancas y mestizas de alcurnia comenzaron a expresar posiciones discordantes con la educación católica dominante y los ideales de sumisión femenina tradicionales, exponiendo argumentos feministas, es decir, abiertamente favorables a una emancipación de las mujeres, en publicaciones periódicas de señoras, ahora editados por mujeres de la burguesía y ya no por hombres aleccionadores. En Brasil como en México, en Argentina como en Colombia, Uruguay y Perú, redactaron poemas, recetas, y artículos de opinión sobre temas como la patria potestad, la guerra, los sentimientos maternos, el derecho al estudio, la educación, la moral y la libertad, la inteligencia, la sensibilidad y los valores femeninos. Si estas revistas publicaron algunos textos anónimos, en su mayoría recogieron los escritos de señoritas, señoras y viudas fácilmente ubicables en la sociedad de entonces. En Chile, El eco de las señoras de Santiago, de 1865, fue una publicación radicalmente politizada en cuyas páginas algunas escritoras discutieron la ley de tolerancia de cultos; y La Mujer, de 1877, dirigido por Lucrecia Undurraga, abogaba por elevar la condición de las mujeres. En el México republicano, después del Calendario de las Señoritas Megicanas para el año de 1838, de Mariano Galván, aparecieron otras cuatro o cinco publicaciones. Varias de ellas llevaban mensajes feministas, sobre todo en torno a la educación –pocos eran los artículos que abordaban el tema de las mujeres en la política. En Argentina, el Album de Señoritas, pensado, escrito y publicado por la liberal Juana Paula Manso de Noronha, en 1854 afirmaba que “todos mis propósitos serán consagrados á la ilustración de mis compatriotas, y tenderán á un único propósito –Emanciparlas de las preocupaciones torpes y añejas que les prohibían hasta hoy hacer uso de su inteligencia, enagenando su libertad y hasta su conciencia, á autoridades arbitrarias, en oposicion á la naturaleza misma de las cosas, quiero y he de probar que la inteligencia de la muger, lejos de ser un absurdo, ó un defecto, un crímen, ó un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud…”.[13] Y en el Brasil a caballo entre el Imperio y la República, en 1873, apareció O bello sexo en Minas Gerais, donde se abogaba abiertamente por la educación de las jóvenes de las clases más altas con el fin de que en caso de orfandad y viudez, no quedaran desamparadas a la merced de hombres que quisieran abusar de su timidez.
Podría seguir hablando por horas de qué escribían en el siglo XIX esas mujeres que nadie recuerda. Encontramos cientos de textos. No quiero que se aturdan, sin embargo. Sólo deseo dejar en claro con este ejemplo que hay una pertinencia de los estudios nuestroamericanos o latinoamericanos, que corresponde a metodologías que son propias de las formas de establecer relaciones entre activistas y académicas. El diálogo de ideas en ocasión de la preparación de la Antología propició un trabajo colectivo; sin embargo, éste ya era una práctica recurrente en Nuestramérica. Sólo rescatamos para las mujeres una tradición de la filosofía continental. Tampoco fuimos las primeras. Las filósofas y las historiadoras que habían vivenciado los exilios de las décadas de 1970-80, así sortearon los límites económicos y construyeron puentes entre realidades regionales para superar problemas comunes al continente entero.
[1] Quizá con el fin de dar permanencia a la voz de las mujeres, las antropólogas feministas, desde tan temprano como la década de 1930, no sólo se ocuparon de reportar la vida, los saberes, la organización y el estatus de las mujeres al interior de las comunidades y culturas que estudiaban, sino que en ocasiones recogieron y transmitieron por escrito las narraciones orales de actoras culturales y sociales de los pueblos originarios de América. Por ejemplo, en 1936, Ruth Underhill publicó “The Autobiography of a Papago Woman” en Memoirs of the American Anthropological Association, n.46, Mensaha, Wisconsin, en la que le prestó la pluma a María Chona quien, de 1931 a 1933, le contó su vida de mujer y sus recuerdos de niña, hija del jefe Conquián, gobernador de Raíz de Mezquite. Asimismo, en la actualidad, la vida y pensamientos de la feminista qichua Dolores Caguanco Quilo, conocida como Mama Dulu Caguanco, madre del pueblo indio, secretaria general de la primera organización de los pueblos originarios del Ecuador, la Federación Ecuatoriana de Indios, que en los años entre 1930 y 1970 y durante sus 101 años de vida expresó oralmente los conocimientos y los motivos políticos de su lucha por el acceso a una justicia en todos los ámbitos de la vida (la expresión de una justicia indígena y los derechos de las mujeres en su comunidad y sus familias), los conocemos por entrevistas e historias de vida recogidas por Raquel Rodas (Dolores Caguango. Pionera en la lucha por los derechos indígenas, Comisión Permanente de Conmemoraciones Cívica, Quito, 2007).
[2] Garífuna o garínagu es el nombre de las y los caribes negros, una nación descendiente de los caribes autóctonos y de los negros cimarrones de las Antillas, expulsada por los británicos de la isla de Saint Vincent, en las Granadinas, en 1797 y que actualmente vive en Honduras, Belice, Guatemala y Nicaragua.
[3] En el caso de la gesta neo-incaica de 1782-83 se recuerdan los actos y los nombres de varias levantadas, entre ellas las esposas de los dos líderes del Bajo y Alto Perú, organizadoras del avituallamiento de sus tropas: Micaela Bastidas y Bartolina Cisa, ambas ejecutadas por los españoles. De Micaela Bastidas quedan cartas y proclamas; en las escuelas primarias peruanas las maestras y maestros ponen de relieve la importancia de sus consejos, y aun de su insistencia, para que Túpac Amaru se levantara finalmente en armas.
[4] Felipa Tzoc (a veces nombrada como Josefa o como Teresa) es recordada por algunas mujeres quichés de Totonicapán como una verdadera transgresora: al inicio del levantamiento, entró a la parroquia de Santa Cecilia, le quitó la corona a la santa y se la puso en la cabeza para consagrarse como dirigente de los mayas. La historiadora Ana Silvia Monzón me comentó en una carta personal: “He leído breves líneas sobre ella, con el nombre de Felipa Tzoc, en una Historia General de Guatemala donde apuntan que era esposa de Atanasio Tzul y que fueron declarados reyes cuando se alzaron contra los tributos de los españoles en 1820”. En una carta subsiguiente agregó: “Lo que se registra es que la población coronó rey a Atanasio Tzul indio principal y a Lucas Aguilar, macehual, como Presidente, en uno de los frecuentes alzamientos contra las autoridades coloniales, en el altiplano occidental. Esto fue el 12 de julio de 1820 en Totonicapán”.
[5] Durante toda la revolución se fundaron clubes femeniles y las mujeres realizaron servicios de espionaje y transportaron pertrechos de guerra, se alistaron en la Cruz Roja, fueron alimentadoras y acompañantes de las tropas; además disputaron a los hombres la exclusividad del espacio político de la guerra, empuñaron las armas como soldadas y obtuvieron sus grados y ascensos militares. Quedan muchos nombres de soldadas; más de 300 en un primer momento se vistieron de hombres, luego se entrenaron con faldas y con pantalones; a María Arias Bernal, se le conoció con el apodo de María Pistolas; La Valentina era la soldada Valentina Ramírez, a las órdenes de la coronela Echeverría; la coronela Petra Herrera tuvo a sus órdenes un batallón de mil mujeres; la capitana Carmen Robles después del combate de Iguala fue apodada “La Valiente”; la coronela Rosa Bobadilla dirigió 168 acciones militares; etcétera. Ver: “La mujer en la revolución”, Publicación mensual de la revista Proceso, Fascículo coleccionable n.3, serie Bi-centenario, México, junio de 2009.
[6] Dudé entre “latinoamericanista” y “nuestroamericanista”, y terminé prefiriendo definirla nuestroamericanista, a pesar del valor histórico que en el siglo XX adquirió la definición de América Latina, porque el “nosotras/os” al remitir a la utopía histórica de Nuestra América pregonada por José Martí, abre el nominativo a los pueblos y culturas que quedan fuera de la raíz lingüística latina, principalmente los pueblos originarios y afrodescendientes, así como a los grupos de migrantes asiáticos, para que se incorporen al “nosotros/as” desde su voluntad de pertenecer a un colectivo incluyente.
[7] Irma Saucedo, “Teoría crítica feminista. Breve genealogía”, mimeo, 2005.
[8] Laura Suárez de la Torre, “La producción de libros, revistas, periódicos y folletos en el siglo XIX”, en Belém Clark de Lara, Elisa Speckman Guerra (editoras), La república de las letras: publicaciones periódicas y otros impresos, UNAM, México, 2005, p. 11.
[9]Lucrecia Infante Vargas, “De lectoras y redactoras. Las publicaciones femeninas en México durante el siglo XIX”, en Belém Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra (editoras), La república de las letras: publicaciones periódicas y otros impresos, op.cit., p.187.
[10] Cfr. Urania Ungo, Para cambiar la vida: política y pensamiento del feminismo en América Latina, Instituto de la Mujer de la Universidad de Panamá, Panamá, 2000; Eugenia Rodríguez Sáenz (editora), Entre silencios y voces. Género e Historia en América Central (1750-1990), Editorial de la Universidad de Costa Rica, San José, 1997; Grace Prada Ortiz, Mujeres forjadoras del pensamiento costarricense, Euna, Heredia, 2005.
[11] Por ejemplo: Magdala Velázquez Toro (directora), Las mujeres en la historia de Colombia, dos tomos, Norma, Bogotá, 1995; Iraida Vargas Arenas, Historia, Mujer, Mujeres. Origen y desarrollo histórico de la exclusión social en Venezuela. El caso de los colectivos femeninos, Ministerio para la Economía Popular, Caracas, 2006; Eugenia Rodríguez Sáenz, Entre silencios y voces. Género e historia en América Central (1750-1990), Instituto Nacional de las Mujeres/Universidad de Costa Rica, San José, 2000; Grace Prada Ortiz, Mujeres forjadoras del pensamiento costarricense. Ensayos femeninos y feministas, Euna, Heredia Costa Rica 2005.
[12] La recepción del libro en Perú fue terrible. Su tío, Pío Tristán, lo quemó en la plaza pública de Arequipa, y luego quitó a la escritora la pequeña pensión que se comprometió a darle, tras desconocerla como heredera legítima de su padre. Según Analía Efrón, también era cierto que la censura en Perú tenía su tradición: “La ciudad de Lima había sido asiento de la Santa Inquisición, que prohibía libros y lecturas y en una fecha tan tardía como 1832 asistió a la quema pública de Peregrinaciones de una paria, el libro de Flora Tristán. Como segunda mujer escritora que desafiaba a la ciudad, Juana Manuela Gorriti tuvo que soportar los embates del sector prohibicionista, que, sin embargo, a estas alturas estaba en minoría. Las Peregrinaciones de un alma triste, que Juana Manuela escribió a lo largo de varias décadas en Lima, expresó en el título la continuación del combate femenino contra la censura”, en Analía Efrón, Juana Gorriti. Una biografía íntima, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1998, p. 102.
[13] Album de Señoritas. Periódico de Literatura, Modas, Bellas Artes y Teatros, Presentación del primer número por “La Redacción” y firmado Juana Paula Manso de Noronha, N.1, 1 de enero de 1854, pp.1-2.
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