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Francesca GARGALLO, «Las selvas de América no sólo son verdes», texto para la artista, Ciudad de México, 18 de mayo de 2006.

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Las selvas de América no sólo son verdes

Francesca Gargallo

México D.F., 18 de mayo de 2006

 

Las selvas de América no sólo son verdes, sino fundamentalmente húmedas y habitadas. Están tan briagas de vida que los venados y los insectos, los roedores y las garrapatas, los ríos y sus peces, los saraguatos y las víboras conviven en un equilibrio ecológico solidario, que visto desde la óptica del ser humano urbano sólo parece una guerra. En el lenguaje burdamente común, acaso ¿no se llama a la violencia de los indigentes callejeros “ley de la selva”? La pintura de Inti, cuyo nombre masculino disfraza a la mujer joven que pinta en medio de sus múltiples actividades de guerrillera, nos muestra una selva como espacio vital que de tan surcado por los ríos parece un cuerpo con sus venas azules naciendo y corriendo por entre las tierras.

Al arte no se le puede negar su adaptabilidad: existe ahí donde un ser humano logra expresar lo que desea vivir, eso es en cualquier lugar. Pero no es único, ni se conceptualiza a partir de ideas dominantes, ni se abstrae o produce fuera de los cauces de una estética que varía con la geografía y con las formas que adquiere la concreta humanidad con los diferentes sistemas económicos, relaciones interpersonales y voluntades políticas.

En origen, así como en esta exposición de Orígenes, el arte está presente mientras se camina con el corazón. La alteración de la percepción y la posibilidad artística laten en la musicalidad de los ríos que corren, los susurros del viento, en la dramática coreografía de las sombras bajo los ramajes aplastados por el sol, los rostros que subyacen a la silenciosa poesía de las estrellas y la luna. En los ciclos oníricos del una mujer que sueña con la justicia para el campo, que anhela un modo de consumo diferente al aplastante mecanismo de las transnacionales, la propia individuación se hace al ritmo de otros ciclos, el del fluir de las aguas, de las metamorfosis de las mariposas, de la sangre menstrual. En esa vastedad de ciclos eternos que afina los sentidos, la pintura se carga de ingenuidades y reinterpreta los símbolos de una lucha que aturde.

El arte es su piel mientras la lluvia cae en su puesto de guardia, interviene en sus lápices de colores cuando regresa de haber patrullado las montañas de la selva colombiana, la toca cuando descubre dos ojos de gata entre los follajes que llegan a un río que ha cargado los muertos de un poblado masacrado por los paramilitares. A través de él, en medio del dolor y el cansancio, el deseo de ser una con la naturaleza se explaya en el espacio del papel y logra una homeostasis entre espíritu y cuerpo que poco a poco hace del dibujo algo normal, como respirar o caminar.

Inti interviene en la realidad así como todo lo que hace está intervenido por el arte. Se trenza el pelo como una liana que envuelve un tronco o espera el vuelo del ave nocturna que permitirá a un Bolívar desnudo bajar al galope contra las ciudades. Su piel de artista es una con la latitud que le permite crear una respuesta propia al vivir el mundo.

 

 

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