Archivos Mensuales: mayo 2021

La amistad entre mujeres es una actitud revolucionaria

Estándar

Francesca Gargallo Celentani

Universidad de Guanajuato

Marzo 10 de 2021

Si la anatomía es un rasgo determinante en la representación del sexo, la amistad entre mujeres está plasmada en los muros de la antigüedad más remota. Desde el paleolítico al neolítico, en faldas, vestidos o pantalones, con adornos, de pelo suelto o complejos peinados, con ponchos o camisolas, se toman del brazo, se siguen unas a otras, trabajan, descansan, participan de rituales, bailan como en las cavernas del levante ibérico, o arrastran hatos de ganado como en el norte de África, procesan alimentos mientras hablan, hacen textiles, socializan con niñas y niños.[1]  Mujeres libres, que se cuidan y acompañan, en medio de símbolos de poder y de representaciones de la naturaleza donde puede haber hombres como no. Esta representación de las mujeres sin una mirada de posesión o juicio, dura hasta la edad clásica griega y latina luego desaparece del arte de esa región. ¿Qué ha pasado para que la figura femenina se aísle y adquiera rasgos de hieraticidad, fijeza, soledad? Según lo da a entender Gerda Lerner, la gran historiadora alemana, en La creación del patriarcado[2], acaeció la subordinación femenina y la cooperación de las mujeres en el proceso de su propia subordinación, lo que, digo yo, no pudo suceder sin antes perder sus vínculos de amistad.

Durante siglos las mujeres estuvieron representadas por el poder de la iglesia católica, solas o con niños (casi siempre hombres, como lo notó Luce Irigaray,[3] quien se alegró en la década de 1990 de encontrar una representación de Santa Ana con María en brazos), mirándolos con amor, amamantándolos, sin hacer gran cosa más, en ocasiones rodeada de hombres que la veneran, impedida en sus movimientos. La literatura, cómica o trágica, se llena de traidoras, brujas, enemigas. Solo las pocas mujeres que escriben reivindican las virtudes de las mujeres y el hecho que se crece en ideas, moralidad y actividad estando juntas: Hildegarda von Bingen, Hroswitha de Gandersheim, Cristina de Pisan…  En la literatura cortesana, de mujeres obedientes a los mandatos patriarcales y de hombres que alcanzaron gran fama, por el contrario, puede rastrearse el miedo que provoca a la cultura patriarcal la cercanía entre mujeres. La joven perseguida durante un banquete, convertida en fantasma que cada primer viernes del mes es destrozada por los perros del amante que rechazó, en el Decameron de Boccaccio, y la repugnante obra La fierecilla domada de Shakespeare, así como las brujas de Macbeth, son pruebas más que fehacientes de que ser una mujer libre o tres mujeres juntas, capaces de decir que no a una propuesta amorosa o de inventar algo, son percibidas como un peligro en el mundo patriarcal.

Sin embargo, mujeres que tejieron amistades y se presentaron al mundo como Las Preciosas del barroco francés, lanzadas a embellecer la lengua con que se expresaban, y las primeras revolucionarias francesas, quizás educadas por las actitudes de hospitalidad entre mujeres en los salones ilustrados, y luego los círculos de mujeres independentistas en México, Colombia y Argentina, fomentaron relaciones libres que socavaban la seguridad masculina cuando las ridiculizaban, las dispersaban o las reprimían. Según la periodista neoyorkina Rebecca Traister, “La amistad femenina ha sido la base de la vida de las mujeres desde que han existido. En otras épocas, cuando había menos posibilidades de que un matrimonio, al que a menudo se recurría por razones económicas, proporcionara apoyo emocional o intelectual, las amigas ofrecían estabilidad íntima”.[4]

Hoy yo leo en mi vida cotidiana, cuando una amiga me ha cuidado durante el Covid y sus secuelas, y en la calle, las acciones solidarias que se tejen entre mujeres y conforman relaciones de encuentro, cuidado, atención, sostén, es decir, prácticas de amistad. Este 8 de marzo una pinta se repetía infinidad de veces en las calles de la Ciudad de México: “Libres, vivas, juntas”, mientras algunos grupos de feministas coreaban: “A mí no me protege la policía, me cuidan mis amigas”. Cada día más, las mujeres estamos conscientes de que queremos, necesitamos, nos divertimos, nos sostenemos y transformamos el mundo gracias a nuestras amigas.

Pero ¿qué es la amistad que muchos escritores románticos han magnificado entre hombres y nunca descrito entre mujeres? ¿Difieren, es un sentimiento, es una actitud?

La amistad entre mujeres es una práctica de protección que nace con el juego y las reglas que se van fijando para poder jugar libremente, de manera pactada entre jugadoras, a lo largo de la infancia o en cualquier momento de nuestra vida. Produce complicidad y fortalecimiento mutuo; su carga es revolucionaria porque el sistema ha intentado prohibirla o, por lo menos hacerla lo más difícil posible. Es que la amistad invalida los dispositivos de control social y el patriarcado desea el control total de las conductas femeninas.

Son tres días que ustedes vienen debatiendo sobre la economía de los cuidados, el ecofeminismo como alternativa a la destrucción ambiental, la finalidad de los estudios en época de desempleo y falta de expectativas en el sistema, la transformación del entorno y la condición de las mujeres con discapacidades. Han pensado en los autocuidados, por ejemplo, durante el embarazo y en los cuidados compartidos para romper con la cultura individualista del patriarcado. Además todas sabemos que las redes de apoyo entre amigas, durante los meses de pandemia, con sus encontrados sentimientos de miedo y de hartazgo, de recelo y de atrevimiento, cuando la depresión o la rabia, el desaliento o la desesperación hicieron mella en nuestra psique afectada por el encierro y la falta de perspectivas (entre ellas la perspectiva de un abrazo) son las que nos salvaron. La amiga que habló por teléfono, la que desafió la calle para llegar a llamarnos por la ventana, la que nos invitó a su proyecto, levantaron nuestro amor propio como la hoja de una planta que acaba de ser regada.

Las mujeres, nos dice bell hooks en El feminismo es para todo el mundo,[5] nunca podríamos liberarnos sin autoestima y amor propio. En el núcleo de la liberación está el cuerpo, nuestro instrumento de vida y relación que el patriarcado nos secuestró, exponiéndolo a un juicio estético constante y enjuiciador, que las mujeres asimilaron y repitieron. Para quebrantar la identificación norma-estética-belleza-aceptación solo la convicción compartida entre amigas puede llevar a una acción. Por ejemplo, el 7 de septiembre de 1968, las 500 mujeres que se reunieron para protestar en Atlantic City contra el Concurso de Miss América y decidieron tirar al Basurero de la libertad los instrumentos de la sujeción femenina (maquillaje, brasieres, zapatos de tacón alto, fajas, ligueros, etcétera), tuvieron que dialogar, cuchichear, darse ánimos, discutir, apretarse las manos para desafiar el sistema. No eran 500 amigas, pero las 500 tuvieron el valor de ir porque las acompañaba una o varias amigas. Las amigas son las que pueden acompañarnos en el cuestionamiento de preceptos aceptados como dogmas y como reglas de organización social. Es con una amiga, las que tuvimos una educación familiar patriarcal, que empezamos a dudar cuando nos dijeron que éramos inferiores intelectualmente, físicamente débiles, necesitadas de ser protegidas por un hombre. Descubrimos con ella nuestra capacidad de resolución y a cuestionar el derecho de los hombres a opinar, decidir, explicar, regañar, castigar nuestras acciones cuando no correspondían con lo prestablecido.

Desde 1968, cuestionar la estética sexista lo trastocó todo en la organización patriarcal de las mujeres como personas volcadas al gusto y el deseo de los hombres. Hay un nexo poderoso entre tirar al basurero el brasier y estudiar lo que se quiere, rechazar proposiciones matrimoniales que no convencen, convivir con amigas. Por sesenta años, el sistema patriarcal se ha defendido desatando una verdadera guerra contra las mujeres, cuyos rasgos más terribles son las violaciones y feminicidios. Las mujeres hemos soportado los cañonazos de la industria de la moda, la cosmética y aun la medicina. La prensa, la televisión y el cine han machacado las emociones femeninas con estereotipos de amor romántico, desde esa Cenicienta reciclada que fue Pretty Woman (1990) hasta las series televisivas que nos proponen relaciones heterosexuales como modelos, donde campean sumisiones, celos, violencias y renuncias. ¡Películas donde las mujeres nunca interactúan entre ellas, no se hablan, no se ayudan!

Sin embargo, las de ustedes que se interesan en las propuestas ecofeministas para poner fin a la explotación de la tierra y sus recursos, las que reflexionan sobre la economía de los cuidados, que sostiene con atención las relaciones comunitarias y familiares, las que se ocupan de nutrición desmantelando la producción industrial de los alimentos o de salud cuestionando la institucionalización de todas las curas, saben que desafían el sistema y que necesitan de aliadas, amigas, compañeras.

En este año de pandemia, necesariamente hemos tenido que repensar la reproducción social, es decir, de la producción de la vida y de los cuidados del cuerpo y de la psique, incluyendo las relaciones familiares, comunitarias y sociales. Pienso en esas mujeres que nunca abandonaron sus trabajos tradicionales de parteras y curanderas en el campo de la salud y cómo han posicionado otra manera de entender el cuidado, la higiene y las atenciones. Un trabajo que tiene que ver con la reproducción social, con el cuidado de una gestante a partir de su cultura, por ende, sus miedos y sus seguridades, y con el cuidado al interior de una comunidad, con todos sus lazos.  Las parteras saben dar masajes que ayudan el flujo de oxitocina, que sirven para acomodar el bebé en la posición de parto, que desenredan el cordón umbilical del cuello de los bebés; ensayan las formas de hablarle a los que van a nacer para que ayuden a sus madres; nunca molestan a una mujer mientras busca su posición para completar la dilatación, botar el tapón y pujar para dar a luz. No hay con ellas una mala palabra, una ridiculización, una demostración de falta de importancia. Muchas mujeres van solas, la presencia de un marido es excepcional, sentirse atendidas es un consuelo. Esa es amistad en la profesión.

Pero volvamos a la amistad como sentimiento libre, sin vínculos legales ni familiares que atraviesa, en ocasiones, clases sociales, niveles educativos, nacionalidades. Una relación libre no es regulada; aunque responda a sus propias reglas, éstas no son institucionales, por lo tanto, la relación se escapa al control del poder. ¿Qué significa que en las calles del país se coree que no nos defiende la policía, sino nuestras amigas? De entrada, la desconfianza hacia la institución que detenta la violencia legítima del estado y, en particular, la seguridad de que sus abusos son de orden patriarcal. Es decir, que criminaliza la protesta, la denuncia, la exigencia de justicia de las mujeres, precisamente porque de mujeres. Luego, que las amigas, las personas con las que nos relacionamos libremente, son aquellas con las que reconstruimos el pacto social, dialogamos acerca de sus especificidades, coordinamos las medidas de protección contra las agresiones físicas (lo cual en estados feminicidas se convierte en una imperiosa necesidad) y las variadas embestidas legales, educativas, económicas.

Que a mí me cuiden mis amigas implica hoy, en México y en un mundo aún más precarizado por la pandemia Covid, con una urgente redistribución de las riquezas y las responsabilidades ambientales, una actitud que desmonta procesos no democráticos de desconocimiento de la libertad y los derechos humanos de las mujeres, propios de gobiernos y sociedades brutales, donde la violación abierta a la integridad de las mujeres y las personas femeninas es utilizada como un acto de terror patriarcal, homofóbico, racista, básicamente antidemocrático. La amistad entre mujeres desmonta el odio y el desprecio de las sociedades autoritarias a las mujeres que no aceptan una división sexual jerárquica de la vida, porque se pitorrea del deber ser. ¡A mí, me cuidan mis amigas! es un programa de resistencia que defiende a las mujeres para el fortalecimiento de una sociedad plural y no dogmática.

Cuando me detengo en pensar qué es la opresión, yo la visualizo como una dicotomía entre superiores e inferiores, es decir como una jerarquía que se pretende inquebrantable y que desconoce la dignidad humana. Como dice Rita Laura Segato, entre dueños y poseídos, en un mundo donde quien no es dueño no existe.[6] Pensemos esta dicotomía como una rígida división entre los roles de las mujeres cosificadas y de los hombres que luchan por ser dueños, y la exclusión de las personas homosexuales, intersexuales, transgéneros, no binarias. Mujeres oprimidas en cuanto inferiores según hombres ideologizados que consideran que, siendo superiores, deben ocuparse de manera rígida y castrante del trabajo y del combate a todas las disidencias de un orden establecido desde un poder que veneran, sea este el del padre, del estado, de alguna iglesia, de la empresa para la que trabajan o alguna institución policiaco-castrense, legal o paramilitar. Se trata de una concepción del deber ser que se ha establecido gracias a prejuicios misóginos que dirigen la violencia hacia la represión.

Insisto, cuando las mujeres pactan entre sí defenderse unas a otras en las sociedades capitalistas liberales de hombres que las encuadran en un deber ser que no les corresponde, apelan a su libertad de ser. Y al defenderse entre mujeres evidencian una falla en el funcionamiento del estado. A la vez, subrayan su capacidad de escogerse en el camino de la construcción del propio accionar en el mundo. Más acá o más allá de la supuesta sororidad como pacto de género, la amistad entre mujeres es una práctica de libertad que confronta nuestras ideas y sostiene nuestra autoestima.


[1] Ver a este propósito el texto y las imágenes reportadas por: María Lillo Bernabeu, La imagen de la mujer en el arteprehistórico del arco mediterráneo de la Península Ibérica. Tesis doctoral dirigida por Mauro S. Hernández Pérez, Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Filologías Griega y Latina, Universidad de Alicante, 2014; y Pablo José Ramírez Moreno, “La representación de la figura de la mujer en el arte prehistórico y el origen de las escritura en la península ibérica.  Arqueología de Género.” Revista atlántica-mediterránea de Prehistoria y arqueología social, Universidad de Cádiz, n. 21 (2019), pp.70-109. Consultado en marzo de 2021 en: https://revistas.uca.es/index.php/rampas/article/view/6474/6644

[2] Gerda Lerner, La creación del patriarcado, Barcelona, Editorial Crítica, 1990.

[3] Luce Irigaray, Yo, tú, nosotras, Ediciones Cátedra, Madrid, 1992.

[4] Rebecca Traister, Porque la amistad entre mujeres puede superar el amor de un esposo. The New York Times, 4 de marzo de 2016, consultado en marzo de 2021 en: https://www.nytimes.com/es/2016/03/04/espanol/opinion/por-que-la-amistad-entre-mujeres-puede-superar-el-amor-de-un-marido.html

[5] bell hooks, El feminismo es para todo el mundo. Traficantes de sueños, mapa 47, Madrid, 2017

[6] El tema de los dueños ha sido tocado en varias conferencias y en seminarios que imparte Rita Laura Segato. A este propósito ver la entrevista con Alfilo, de la Universidad Nacional de Córdoba, donde subraya que “los señores con poder son también los dueños de la vida y de la muerte”. Consultado en el mes de marzo de 2021: https://ffyh.unc.edu.ar/alfilo/un-mundo-de-duenos/

Enlaces relacionados:

Conferencia de Clausura: “La amistad entre mujeres como actitud revolucionaria”

– Youtube: https://youtu.be/ipHJ7OwVN9I (canal: Ciudad UG Universidad de Guanajuato)

– Facebook: https://www.facebook.com/ciudadUG/videos/conferencia-de-clausura-la-amistad-entre-mujeres-como-actitud-revolucionaria/478663559811474/ (perfil: Ciudad UG)

Fuego para encender el alba :: Introducción a Se posso partecipo / Si puedo participo [Francesca Gargallo, 2020], de Marisa Martínez Pérsico

Estándar
PDF

La poesía de Francesca Gargallo Celentani constituye una escritura mixta, bifronte, anfibia. Hay una fértil retroalimentación de discursos –lírico, filosófico, antropológico, ensayístico, historiográfico– de cuya interacción surge una lengua singular, un idiolecto reconocible. Los anfibios son aquellos animales cuyo ciclo de vida se desarrolla tanto en un ambiente acuático como en uno terrestre, por lo que pueden vivir dentro del agua –respirando a través de la piel, aunque algunos, como los ajolotes, respiren también por las branquias– o sobre la tierra –respirando por los pulmones y la piel–. Esta analogía entre el mundo zoológico y el literario fue utilizada por el sociólogo y lingüista británico Basil Bernstein pero su fértil aplicación al campo de la crítica de la poesía contemporánea la he conocido gracias a las investigaciones de Loretta Frattale sobre el signo poético intermedial de Rafael Alberti, poeta-pintor que combinó el código verbo-alfabético con el espacio-figurativo para crear una sólida obra que ‘respira’ y se nutre de los dos soportes sígnicos y materiales. Esta es la metáfora que tomo en préstamo y de la que quiero partir para reflexionar sobre la poesía híbrida de Francesca Gargallo, también, por el interés de la autora en defender una mirada ecológica que conduzca a la integración del ser humano con su hábitat natural, con el paisaje, su vegetación y sus animales. 

La autora ítalo-mexicana, nacida en Sicilia, estudió Filosofía en la Universidad La Sapienza en Roma y se doctoró en Estudios Latinoamericanos en la UNAM. En su poesía el uso de los pronombres y adjetivos posesivos suele reflejar la elección de una patria: “a los cadáveres de mi país les repugna la paz de los cementerios” leemos en “Perseverancia”. Novelista, ensayista, poeta, historiadora, fue profesora en la Universidad Nacional Autónoma de México. La defensa de un feminismo comunitario así como el cuestionamiento a las hegemonías del feminismo tradicional y la crítica de ciertas lógicas naturalizadas en el ámbito laboral, la interacción interpersonal y las relaciones de parentesco durante la modernidad son aspectos muy presentes en las seis partes de Si puedo participo, siempre en correspondencia con ideas desarrolladas en sus ensayos. En un artículo suyo publicado en Pensares y quehaceres. Revista de Políticas de la Filosofía de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán en 2010 afirma que “pensar el feminismo desde una perspectiva no hegemónica nos lleva a problematizar una práctica ya institucionalizada acerca de las reivindicaciones de las mujeres. Así, ante la insurgencia de sectores hasta ahora invisibilizados como indios, negros, disidentes sexuales también irrumpen nuevas maneras de pensar el feminismo. Por eso, desde la autonomía feminista, se propaga una crítica al feminismo originado en Europa y Estados Unidos y aceptado sin cuestionamientos por parte de una minoría blanca, académica, de clase media, instalado, a su vez, en los intersticios del poder masculino (ONGs, partidos políticos, gobiernos e instituciones)”. Esta encendida y articulada toma de posición reverbera con eco en su poesía: aquí también cuestiona los procesos de enseñanza-aprendizaje y el verticalismo que se ejerce muchas veces en las universidades e instituciones públicas, donde se suelen reproducir dinámicas de avasallamiento de raza y de clase a las que denomina “pigmentocracia”.

La primera sección de este libro, “Si puedo participo”, gira en torno a la idea de la urgencia de la palabra para combatir la desidia, los “tiempos indolentes”, siempre concebida como herramienta “política” que renuncia a convertirse en “dato”. Busca una palabra capaz de ser “fuego para encender el alba”. Es muy interesante el uso del condicional del título, que a su vez da nombre al libro entero. La duda se relaciona estrechamente con la cautela epistemológica precisada en el párrafo anterior: el condicional opera como reconocimiento del límite, como voluntad de no querer imponer una visión foránea que ejerza una nueva violencia simbólica y colonizadora. Gargallo es conciente de su biculturalidad constitutiva: mujer blanca nacida en Europa, donde cursó sus primeros estudios universitarios. Su origen podría considerarse, en cierto sentido, “privilegiado” respecto de la realidad que denuncia, aunque más tarde haya emigrado a México, haya transcurrido la mayor parte de su vida en el país azteca y allí se haya formado (y, evidentemente, transformado). Esta sección, que no por casualidad es el pórtico del libro, manifiesta una cuidadosa –y amorosa– vigilancia de la propia conciencia. Así se explican, también, las dudas que manifiesta en esta primera sección metapoética: “Mi selva depende de la semilla/ que guardo, y bien puede ser estéril” son dos versos de “Digo si puedo”, el poema que inaugura el libro. En sus ensayos sobre el feminismo Gargallo justamente cuestiona el pensamiento de los blancos (hombres y mujeres) que se creen investidos del derecho de interpretar la realidad, así como de dirigirla y justificarla. Su intención de visibilizar los cuerpos de la violencia sexual, de la guerra y la sumisión en América Latina a través de sus libros –los de investigación y los de creación– parecen conducirla a un severo examen de conciencia, por ejemplo, en el artículo de 2010 ya citado: “¿Cómo estar segura de que mi mirada no sea cómplice de la mirada hegemónica del feminismo académico occidental a la hora de tratar tanto la autonomía feminista como la extrañeza de las mujeres que viven al margen de la hegemonía en Nuestra América?”, o “Las teóricas no saben de vender su cuerpo, ni de sobrevivir a las violaciones en campos de refugiados o a manos de militares en las propias tierras, estar embarazada, amamantar o no querer acceder al intercambio sexual durante largos períodos. No viven las contradicciones que denuncian. Paralelamente, las ecologistas no escuchan a las campesinas, las recolectoras, las pescadoras, las habitantes de los bosques como conocedoras de su realidad”. Esta sección inaugural nos advierte que nombrar a las otras merece una amorosa cautela que no avasalle ni reproduzca privilegios de clase, raza ni sexo.

La segunda sección, “Líricas del viaje”, está dedicada a las mujeres migrantes, a las sobrevivientes de los caminos. Hay espacios económicos y simbólicos reconstruidos por la poesía mediante el acto mágico del peregrinaje. “Oda a las migrantes” es una suerte de epopeya de las mujeres que hablan a media voz: “Cantan sus nostalgias con menor/ asiduidad, las migrantes”; “Sin voz/ pizcan café/ al cruzar la frontera/ áfonas lavan ropa ajena/ disimulan las gracias en el comedor/ de la casa del migrante./ Temen, por supuesto, el estupro./ Las acecha desde los atavíos militares”; “Dicen que la lengua es materna/ ¿qué trova pasarán a sus hijas,/ valdrá un canto esta agonía de pueblo mudo?/ Sus mismas madres las bendijeron sin loas.// No tienen casi palabras propias las migrantes”. Por ello la poeta busca devolverles la voz, ser intérprete y mediadora compasiva de sus luchas privadas. Hay en esta sección una serie de estampas de mujeres indígenas, nómadas, campesinas, que representan el colectivo femenino que se vio impelido a enfrentar el avance del sistema capitalista sobre su espacio económico y simbólico y que vio sus posesiones amenazadas por la privatización de la tierra y de sus frutos, fenómenos que Gargallo denuncia y analiza en sus ensayos: el rebrote de la esclavitud en el siglo XXI, las mujeres que luchan contra la esclavitud sexual y doméstica, la prostitución forzada, la privatización de la enseñanza y la medicina, el uso de sus hijas o hijos en el trabajo infantil, la minorización de sus saberes, la pauperización de sus habilidades. En lo que concierne al motivo del trabajo infantil, hallamos una estampa entrañable encarnada en la figura del niño vendedor de limones: “tres limones es todo lo que tengo, dice el muchacho/ y los exhibe en la palma sucia y triste/ tres limones que necesito compres/ para que me des cinco dólares/ porque mi madre tiene hambre”. Así se cierra el poema: “La lógica del muchacho es perfecta/ –circular y explicativa– / o tan solo justa y la justicia no es de este mundo”.

Un tema central de este libro es, también, la denuncia de la falta de autonomía del cuerpo femenino, es decir, la falta de potestad de la mujer sobre su propio cuerpo. Su libro Feminismos desde Abya Yala. Ideas y preposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América, cuya primera edición fue publicada en 2012 en Bogotá, recoge y analiza una serie de testimonios femeninos recolectados entre agosto de 2010 y de 2011, año en el que Gargallo hace un viaje terrestre desde México a Chile para entrevistarse con intelectuales y feministas indígenas en sus comunidades. Varios de estos testimonios y anécdotas ingresan en su poesía estilizados y elaborados líricamente: “En promedio dos violaciones cuesta el peaje/ que pagan las azoradas mariposas/ del verde Usumacinta a los cactos de Arizona.// Todavía en la línea se inyectan/ anticonceptivos para un mes”; “Expatriadas sin nombre/ escondidas en las aristas/ de una lengua sin lugar/ se les han borrado las coplas/ sus dioses reciben alabanzas desgastadas.// Las miro deambular a orillas de las autopistas/ les compro el boleto de un bus/ porque me lo piden a media voz”; “Migrar es la última esperanza –y como todas, una ilusión– / si tu país es meta turística y territorio de dictaduras.// Madre migrante me habla a medias”. En su conferencia “Cuerpos específicos en tránsito por México. Sobre migraciones, espacio, tiempo, cuerpos sexuados y roles de género” presentada en Donostia en 2019 la poeta da más noticias acerca del corpus de relatos migrantes con los que ha ido elaborando sus investigaciones de campo. Hay personajes arquetípicos que reconocemos en muchos poemas: “Por motivos literarios he escuchado cientos de relatos de mujeres; hoy me centraré en 48 de ellos, recogidos de 2015 a hoy, en México, Honduras y Guatemala, de mujeres que me han hablado en primera persona de su experiencia como migrantes o, más bien, como nómadas modernas de un territorio, el americano o Abya Yala, cuyas fronteras son todas de origen colonial (…) Las historias que me han contado las mujeres que recorren los caminos de México son epopeyas que narran hechos heroicos frente al cansancio, las amenazas, los riesgos, el desamparo y el sentido de libertad que ofrece adentrarse en territorios desconocidos”. Para Gargallo estas travesías son comparables a las de Gilgamesh, Hannon o Marco Polo, y las protagonistas son exiliadas políticas como Dante Alighieri, perseguidas que, como Trotsky, han denunciado las atrocidades que se comenten en sus países contra los derechos humanos. “Son jovencitas que van en busca de sus madres como el personaje del libro Corazón de Edmundo De Amicis. Inician el viaje estando embarazadas, son ancianas perseguidas por haber exigido justicia contra el asesinato o desaparición de algún familiar, anhelan una mejor condición económica, viajan por deseos de conocer mundo, pretenden estudiar, les han devastado el medioambiente, quieren sentirse seguras. Las mujeres migrantes son personas de carne y hueso, con culturas, sueños y miedos específicos que atraviesan sus cuerpos. Cuando cruzan a pie el corredor Huehuetenango-La Mesilla-Comitán, una ruta altamente transitada entre Guatemala y México, enfrentan extorsiones o son robadas, abusadas sexualmente, desaparecidas o cooptadas por las redes de trata. Ahí muchas madres brindan sus cuerpos para proteger a sus hijas e hijos”.

Otro de los motivos recurrentes del libro es el cuestionamiento del mundo privado e inamovible de la familia como espacio de contención y de seguridad. Ya desde sus ensayos Gargallo advierte el riesgo de naturalizar las políticas de identidad y parentesco: pueden ser peligrosas para las mujeres porque las reconducen a la subordinación. En su poesía, la familia no siempre es un núcleo de serenidad y sosiego, por eso se torna necesaria “la lenta hazaña de desaprender la familia”. La privación de la autonomía del cuerpo femenino puede ser practicada por un miembro de la propia familia (y no necesariamente por una amenaza externa). La encontramos tematizada en el largo poema inicial de la tercera sección, que se titula “Resistencias”, donde aparecen campesinas que van a pedir medicinas a la ciudad y cuando regresan añoran que el marido esté ausente, que “nadie le exija la cena/ que la suspensión de la regla sea/ la bendita menopausia y no otro chamaco”.

Se posso partecipo es un homenaje a mujeres ejemplares que integran un colectivo “de resistencia” que la autora busca visibilizar: maestras, artistas plásticas, escritoras, pensadoras, periodistas, pintoras o, como el yo lírico las llama, “vestales de nuestra resistencia”. En este friso encontramos a Dolores Castro Varela, poeta, escritora y maestra mexicana que fue compañera de generación de Octavio Paz y Rosario Castellanos, a la gran pintora mexicana María Izquierdo, “nuestra abuela/ hermana de pintoras brutales e iridescentes/ guَía de transito a lo Cordelia Urueta./ Surrealistas necesarias las inquietantes tíَas adquiridas/ (republicanas, judías, comunistas/ gringas viudas de un marido aviador/ una fotógrafa húngara como elemento insospechado)”. Se rinde homenaje a la periodista muerta Anabel Flores Salazar, de 27 años, asesinada y encontrada muerta en la carretera de Puebla y a las víctimas de femicidios por violencia doméstica o estatal: “A Regina Martínez Pérez la estrangularon en casa. Dice mi amiga que no puede imaginar su terrorifica agonía/ su dolor por dejar sin leche al bebé de quince días/ sin madre al hijo de dos años./ No puede escucharlo no puede leerlo no puede más”; “Matar periodistas/ deporte nacional/ seguido a vuelta de rueda/ del tiro a la defensora/ el amansar mujeres/ y arrendar ecologistas. (…) El gran floreo consiste/ en culparlos/ de su propia muerte”. No falta la conmemoración a la activista y ambientalista hondureña Berta Cáceres, líder del pueblo indígena Lecca asesinada en 2016. Ella es una de las representantes de la “mujer insumisa” e “impertinente”, una figura con la que el yo poético se identifica y adhiere emocionalmente durante todo el libro, de manera coral: “Con ellas altero/ la ley de morderse la lengua/ desamarro la normalidad de la agresión/ rechistamos/ respondemos/ despracticamos lo habitual”; “Ejemplo de lucha y resistencia/ aguantar bala, atropellamiento o machetazo.// Bebo, luego soy impertinente”. Es muy impactante la identificación entre la “puta” y la “luchadora” que aparece en la sexta y última sección del libro, “Hierbas elevadas”: “¿Cuánto? le gritaban para ofenderla/ porte ligero/ ideas fuertes/ el sueño de cambiar/ la costa/ la injusticia/ el fraude electoral/ ¿Cuánto? porque puta y luchadora/ son sinónimos”.

La poesía de Francesca Gargallo elude las simplificaciones maniqueas y plantea el imperativo ético de ejercer la autocrítica y la autovigilancia, pues ni siquiera la condición de mujer implica necesariamente solidaridad con las congéneres, sororidad. Esta afirmación se ejemplifica mediante las figuras de la “jueza patriarcal” y de la indiferente “jefa del centro de estudios”, las cuales reproducen modos de avasallamiento coherentes con la pigmentocracia mencionada: “He visto hoy una mujer desesperada/ mimar la displicencia con un asomo/ de hartazgo en el gesto y la voz/ para que la palabra no se le quebrara (…) Cuando rompió a llorar/ la jefa del centro de estudios encogió los hombros”. Y en otros versos: “Erguida la jueza sentencia que la madre es nada/ el padre violento/ y el niño de adulto tendrá que acudir/ al servicio profesional de sicólogos caros./ Una vez más, la injusticia en forma/ da su laudo al poder de la costumbre/ decreta que un golpe a la madre no hiere al vástago./ La mujer en llanto confirma a la inquisidora/ la equidad de su resolución patriarcal./ El círculo se cumple”. El libro se cierra con una fábula en femenino donde no faltan la carnavalización animalesca ni la moraleja donde se concluye que también la mujer puede ser loba de la mujer si reformulamos la locución del comediógrafo latino Plauto homo homini lupus: “Despeguemos, dijo la garza./ La mona la mandó a volar/ acompañando el gesto de sus manos/ con muy malas palabras”.

La crítica a las lógicas de explotación laboral y mecanización del ser humano se concentran, aunque no solamente, en la anteúltima sección del libro, “Amar era el verbo” donde, a pesar de lo que su título podría sugerir, se denuncia la atrocidad de las “masacres en el país de la eterna primavera/ orillas de sangre para los ríos/ fosas comunes./ Barricas de ácido deshacen/ más estudiantes/ e ingenieros/ médicas/ electricistas”. El trabajo mecanizado se opone al trabajo manual, y este último se identifica con la escritura mediante la metáfora del tejido (la palabra es entendida como artesanía: equivale al acto de cruzar una red de hilos y agujas para construir mallas). Esta metáfora se entrelaza, a su vez, con la del viaje, por eso hay mujeres que “se cosen vidas/ con las telas que encuentran” y hay poemas que tienen hormas y suelas como los zapatos, porque testimonian tránsitos a pie, por ejemplo el dedicado a  Alfredo López Casanova, escultor mexicano y defensor de los derechos humanos que puso en marcha el proyecto Huellas de la memoria. Esta iniciativa promueve la inscripción de palabras en las suelas de los zapatos de las personas que buscan a sus familiares y afectos desaparecidos. Por último, hay en este libro una antítesis frecuente entre el trabajo manual y el trabajo mecanizado junto con la denuncia de la formación de tecnócratas y burócratas por un capitalismo alienante: “‘La mecanización reduce el trabajo’, sostiene el ingeniero”; “La cabeza del oficinista sacude/ sus manos trenzadas con las dudas./ A la esclava de microchips/ en caja de plásticos inodoros”; “No es mujer sino ruido de máquina”; “Brazos y manos en los pedales/ arrojo de bajo consumo/ orientado al sol para no morir de frío/ silbando en el camino a casa/ a expensas del maestro que predijo/ el uso restrictivo de la tecnología/ en provecho/ ni más ni menos/ de esa minoría de la población/ que habrase suicidado en masa”.

En octubre de 2019 Francesca Gargallo fue invitada por el Circolo Walter Benjamin, coordinado por Paolo Quintili en la Facultad de Letras y Filosofía de la Università di Roma Tor Vergata, para dictar una conferencia que tuve la suerte de moderar. Allí expuso ante los estudiantes algunos principios del feminismo comunitario y del concepto de cuerpo-territorio que también encontramos esbozados en su ensayo “Las políticas del sujeto en Nuestra América” publicado por la UNAM en 2013: los feminismos colectivos y comunitarios sumieron la lucha por la defensa de territorios indígenas como una defensa construida por hombres y mujeres, donde la autoridad no viene más ejercitada exclusivamente por la figura masculina. Los sujetos sociales, en especial las mujeres, encuentran en los movimientos colectivos la posibilidad de hacer valer derechos, demandas, aspiraciones y nuevas modalidades de hacer política. Esta defensa del trabajo en equipo y de formas de organización social en comunidades urbanas, rurales e indígenas es enunciada en sus versos: “…en el cálculo liberal/ somos madres solteras y ancianas/ las transitorias que producen un cara a cara/ en el cruce de caminos/ una colectividad/ el acariciable horizonte de terrenos sembrados”.

Como el lector podrá comprobar a vuelta de página, la poesía de Francesca Gargallo revela un fructífero hibridismo genérico. En sus versos comulgan sin fisuras la investigación en campos disciplinares pertenecientes a las humanidades y las ciencias sociales con la inspiración poética, potenciado así la fuerza de un mensaje fuertemente político pero sin renunciar a la belleza estética.

Marisa Martínez Pérsico

(Università di Roma Tor Vergata)

Roma, junio de 2020

Poemario en edición bilingüe Si puedo participo [PDF]

Estándar

Francesca Gargallo
Edición bilingüe del poemario
Si posso partecipo / Si puedo participo
www.arecneeditrice.it – Gioacchino Onorati editore

Canterano (Roma), Italia, 2020
157 pp.


Portada de Helena Scully
Traducción de Valeria Manca
Introducción de Marisa Martínez Pérsico

ISBN 9788825535907

Tamaño del PDF: 4.45 MB

Descarga el PDF: https://francescagargallo.files.wordpress.com/2021/05/francesca-gargallo-se-posso-partecipo-si-puedo-participo.pdf