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Francesca GARGALLO, “Género, deseo y formulación de imágenes e ideas”, texto leído en el II Encuentro Nacional de Escritor@s e Identidades Sexuales y Genéricas, Organizado por Héctor Salinas, Norma Mogrovejo y Francesca Gargallo , Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), realizado en la UACM, 27 de octubre de 2005. Texto en línea a través de la página del Encuentro: http://www.uacm.edu.mx/Documentos/IIEncuentro/tabid/2318/Default.aspx

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Género, deseo y formulación de imágenes e ideas*

Francesca Gargallo

Para Winnie, alias Guadalupe López, por sus preguntas

Escribir sobre el deseo es desear saber qué decir y cómo decir lo que surge desde el lugar indecible de una mujer que no se reconoce en todo lo que su género le impone. Y digo en todo, porque en efecto hay una sociología del género que demuestra ciertas pautas culturales y económicas en la que veo el reflejo de lo que me formó, lo que me orilla a ciertas decisiones e influencia mis gustos o mis rechazos. Es decir hay una parte de mí que responde al género, así como a la clase, el color y el grado de educación formal. Sin embargo, yo soy algo más que eso.

    Como todas las niñas pasé por el aprendizaje forzoso de la arrogancia masculina sobre mi cuerpo y mis decisiones: no sólo el padre, el abuelo, el sacerdote y el maestro, también el vecino, el tendero y el taxista se abrogaban el derecho de decir cómo me veía, qué debería hacer y qué deseo de ellos me convertía en objeto. Esta constante afirmación de mi ser por parte de otros era externa a mi deseo de ser y saber, pero repercutía en él como la vibración de una campana en la campiña que la circunda. No eran las directrices obligatorias y violentas de la construcción del género a través de las prohibiciones e imposiciones sexuales que diferenciaban a las niñas de los niños (encierros, golpes, silencios, ocultamientos), siendo cualquier confusión algo ambiguo que debía evitarse; eran formas sutiles e imperiosas de construcción del género. Es contra de ellas que en mi adolescencia me hice feminista. Manejé una moto y monté a caballo como la mejor de las amazonas, usando pantalones deformados y tirando de box, pero pronto me aburrí de hacerlo. Estudié filosofía y en muchas ocasiones me sentí ajena a la racionalidad que pretendía fundarse fuera de la ética y de la inmanencia histórica; me quedé en un limbo, sin poder dejar la filosofía ni lograr que sus métodos me convencieran. Escribí desde muy temprano: poemas, cuentos, cartas trágicas a receptores inexistentes; y es en la escritura que mi rebelión contra el género no pasó por el deseo de ser equivalente a un hombre.

     Escribir es desear sostener unas imágenes del mundo donde la mujer escrita, necesariamente personaje y no autobiografía, demuestre que el género es una categoría sociológica de la que cualquier ser humano puede escaparse, sin que necesariamente le cueste la incomprensión, la marginación y, en casos extremos, la vida y la libertad. Escaparse, fugarse, como quien deja una camisa para nadar en el mar; como quien lee un libro de aventuras en la letrina para olvidar por un momento la rutina del trabajo enajenante; como quien se imagina el deseo como anhelo de saber y no como carga de una mirada que ofende el propio cuerpo. Ahora bien, escaparse pertenece al ámbito de la resistencia y no de la confrontación. Fugarse no es heroico ni políticamente correcto.

     La mujer escrita y la mujer que escribe no se someten a ningún deber ser, ni al de la sociología (aquel que describió Simone de Beauvoir como el deber de devenir mujer) ni al de la militancia feminista que pregona el deber luchar contra la discriminación de género. Escribir es un deseo obsesivo, es una voluntad imperiosa de dejarse sostener por las propias imágenes e ideas; éstas son construidas con las experiencias vividas, pero son, al mismo tiempo, previstas, es decir no imaginadas desde el saber acumulado experiencialmente ni desde un ejercicio deductivo, sino literalmente anteriores a lo visto. Escribir es un deseo obsesivo de adelantarse a lo obvio. Y el género es obvio, palmario, aburridamente manifiesto: dada la separación de los sexos, la identificación de dos de ellos como normales, la compulsión por la reproducción masculina, se deduce que quien no es hombre es mujer y que a cada una de estas identidades se confieren genitales, deberes, saberes y habilidades que las validen precisamente como identidades.

    Así una mujer es femenina o no es mujer, es madre o no es mujer, está casada o no es mujer. Pero resulta que la mujer que escribe es una mujer que en el momento de la escritura no es madre, no es esposa ni resulta femenina. Es en sí porque está en sí, en su momento de escritura. Y se deja sostener por su deseo de abrir puertas, cruzar umbrales, decirse sin recurrir al universal masculino (el falso neutro). ¿Se vale decir que una escritora no es una mujer, así como Monique Wittig decía que una lesbiana no es mujer porque no se somete al universo del deseo masculino? Qué fuga tan corta. A diferencia de Beatriz Preciado yo no creo que el sexo sea el enemigo a derrotar para liberar las identidades. Sexo, sexos, sexualidades y voluntarias abstinencias se abren a multiplicidades de deseos y saberes que se inscriben en el cuerpo y en la mente, y son zarandeados por el deseo para sacudirles la ubicación obligatoria impuesta desde una jerarquía de valores que prevé que la reproducción sea el primer y absoluto deber humano. Quien escribe no se reproduce.

    En primera persona, en la segunda o la tercera, el personaje de una escritora nunca es ella misma. El yo que narra es un yo narrado desde fuera del universo que la mujer escrita vive. Puede encarnar un recuerdo doloroso, un apetito de futuro, un ansia de universalidad, pero nunca es el espejo de la escritora. Si repite un patrón de conducta de género, no significa que la escritora esté contenida por el género en el momento de la escritura. Ella es y está en sí sin responder al orden jerárquico que la quiere cuerpo y mente para otro. Se escapa como la vidente, como la posesa, como la mártir; se fuga hacia el decirse desde su deseo de formular lo que como mujer sabe. ¿Se puede ser mujer desde otro espacio que el asignado por el sistema de género? Estoy convencida que sí y que no tiene nada que ver con el igualarse a los hombres.

     Salirse de la constricción de género es de por sí liberar el universo de posibilidades de expresar imágenes e ideas que no se someten a la jerarquía del varón, que aun cuando es homosexual está siempre por encima de las mujeres en la división de género. La mujer que escribe dando vida a un personaje masculino interpreta sus deseos volviéndolos parte del conjunto de saberes femeninos. La mujer que inventa un personaje femenino, liberándolo del lenguaje racional que incautamente podríamos creer que comporta cierta racionalidad de los planteamientos, la prevé como alguien capaz  de denunciar que en nuestra cultura ha existido una voluntad de ocultar el deseo, domarlo, someterlo. La mujer que escribe y la mujer escrita son por lo tanto imágenes que actúan en favor de la degeneración del mundo. Irreverentes, desviadas, no persiguen un objeto de deseo sino liberan el deseo por el deseo, que es siempre, necesariamente, como dice Rosi Braidotti, deseo de saber.

     Si como mujer deseo lo femenino estoy yendo en contra de la primera imposición del sistema de géneros, eso es que los sexos son opuestos y los opuestos deben atraerse. Una mujer que desea lo femenino ve en el hombre a un igual diferente, no a un superior en la escala jerárquica.  Una lesbiana es una mujer que se ubica fuera de los géneros porque al desear y amar a otra mujer, puede jugar con el deseo hacia un hombre sin someterse a ese deseo ni a la carga de deberes que las mujeres enfrentan en las relaciones heterosexuales. Así una escritora que no acepta decirse en el universal masculino, explaya su diferencia con respecto a él, y busca los contornos, las actitudes, los matices de una vida que no se circunscribe (ni podría hacerlo) a lo dual. Bisexual desde el decirse, multipolar, vaga entre los márgenes volviéndolos centrales para la narración.

     La escritora desea obsesivamente saber decirse. Nadie se dice con un género; describir la violencia contra las mujeres y la impunidad de quien la perpetúa puede ser un deseo de develar la verdad y no sólo el deber ser de la denuncia de una militancia política, como muchas veces se define al feminismo. Decir que esa violencia se inscribe en todas las manifestaciones culturales y artísticas del universal masculino, que es un universal de destrucción y placer por el dolor, no es una postura de género, es la libre expresión de una mujer sobre la cultura, misma que puede formular cuando se encuentra con otras mujeres y deja de sentirse determinada por el género.

     Ahora bien, ¿es el sistema de género algo inexistente para una escritora? No, puesto que actúa en el mundo y nadie vive fuera de la historia; pero es como la prisión para una amante de la libertad, existe y hay que derrumbarla, tanto si se está fuera de ella como si se reside entre las rejas.

    El género es un ordenamiento que responde a una necesidad, la de someter a hombres y mujeres a la reproducción. Con la aparición de la guerra, hace unos 5000 años, y la aparejada existencia de la esclavitud, la común obligación de reproducirse se transformó en el sistema que permitió que las mujeres fueran equiparadas a los esclavos, obligadas a un solo tipo de trabajo, propiedad de un dueño que podía enajenarlas, intercambiarlas y matarlas, despojadas de derechos políticos y económicos, en fin un sistema que las identificó con los derrotados. La existencia de la guerra implica que sus derrotados produzcan para los vencedores sin tener siquiera derecho al reconocimiento de su contribución al bienestar de la humanidad. Deshacerse de los géneros, implica ir más allá del reconocimiento de los derechos de las mujeres, implica desear saber cómo sería un mundo sin guerra

    Situarse como escritora en el análisis de género es apresar el propio deseo, porque como todas las categorías la de género implica un marco de referencia necesario, que tiende a abaratar una explicación sobre todos los ámbitos de la vida, los estudios y la reflexión. Seguramente desde la categoría de género puede hacerse una sociología de la escritura femenina, considerando el lugar que el género otorga a las mujeres escritoras en su mundo. El mundo reducido que el sistema de género asigna a las mujeres es el de la intimidad, la exclusión y la privacidad y éste debe ser el único que ellas pueden describir, con los medios culturales que tienen a su alcance (escuelas inferiores, menor acceso a los libros, encierros en la familia, etcétera).  Escribir desde este ámbito es negar el deseo, la capacidad de previsión y, finalmente, la libertad de un marco conceptual. Resulta en el consenso con el sistema de géneros, implica otorgarle junto con los que están en la cúspide de la jerarquía social valor de verdad.

    Situarse al margen del sistema de género es desear que, siendo una construcción histórica, pueda ser superada mediante el reconocimiento de las diferentes expresiones culturales que en el mundo siempre han coexistido aunque se las haya ocultado. La historia en efecto es un terrible péndulo de exclusión e inclusión social, donde las mujeres, las artistas y las disidentes sexuales han estado excluidas de las páginas escritas y del reconocimiento de la cultura oficial y de la cultura de masa (aunque no de la popular que es fáctica). Situarse al margen del sistema de género permite verlo en su conjunto y desear que desaparezca con sus secuelas y con la guerra que lo originó.

    Según el postulado de un sistema de género a lo sumo podemos llegar a una tregua en la lucha entre derrotadas y vencedores. Cuando las mujeres obtengan la igualdad de derechos y deberes estarán siempre en riesgo de ser derrotadas, sea porque los hombres podrían volver a obtener una ventaja sobre ellas, descalificándolas legalmente (aun utilizando los argumentos que ellas en algún momento esgrimieron), sea porque las mujeres podrían llegar a oprimir a los hombres, convirtiéndose así en hombres, es decir en opresores. La igualdad de géneros además no resolvería los problemas de discriminación de clase ni de raza, religión, ejercicio de la sexualidad y cultura sobre los que se erigen las formas específicas de opresión de género. Es decir, la igualdad de géneros sería siempre un artificio legal con explicaciones lógico-racionales que demostrarían que la política es la continuación de la guerra, pero sin armas.

     El reconocimiento de la propia diferencia sexual, por el contrario contiene el deseo de no aniquilar al otro, de ser lo que se es y asombrarse frente a la capacidad de generar imágenes e ideas de comunicación. Una mujer que desea lo femenino al escribir da nombre a un universal que es comunicable a otro, dialoga con mujeres y con ellas interpreta el mundo que es necesariamente múltiple y no sólo femenino. Una mujer que desea lo femenino inicia un viaje hacia el otro lado de la racionalidad que ha justificado que la verdad exista en sí como contraposición la mentira, y que esta se defina por motivos económicos, militares y racionales.

   Escribir desde mi identificación vaga, móvil, deseante con lo femenino derrumba las fronteras fijas, y asume como ciertos los puntos de contacto entre mujeres, hombres, intersexuales, entre verdad, ocultamiento y mentira, entre homosexuales, bisexuales, asexuales y heterosexuales. Como mujer que escribe puedo describir el deseo de saberme mujer sin nadie que me diga cómo debo ser, no totalmente distinta de un hombre, no determinada por el deber, libre de la identificación con la cultura de la destrucción de la naturaleza y sus saberes. Como mujer puedo escribir desde una posición materialista, a la vez inmanentista y deseante, porque mi deseo de saber no se limita a lo obvio, a lo que se mide y se ve, necesita ir a lo oscuro y a la luz, a los sentimientos, la razón y las emociones. La paz es simplemente negación de toda jerarquía.


*  Leído en el II Encuentro Nacional de Escritor@s. Identidades Sexuales y Genéricas, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 27 de octubre de 2005

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