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Referencia: Francesca GARGALLO, “Ética feminista o de la militancia en la educación: Graciela Hierro Perezcastro”, conferencia leída en la Semana de Filosofía, Universidad Intercontinental, Ciudad de México, agosto de 2005.

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Ética feminista o de la militancia en la educación: Graciela Hierro Perezcastro*

Francesca Gargallo

 

En 2001, Graciela Hierro y yo fuimos invitadas a Panamá por otra de sus alumnas, la filósofa Urania Ungo, para hablar del feminismo latinoamericano en la Universidad Nacional. Después de tres días de intenso trabajo, decidimos ir a la playa. Nos acompañaban dos niñas de siete años, mi hija y la de Urania, que pronto empezaron a llamar a nuestra maestra “Tata”: la madre-abuela universal. Tata las acompañaba a la playa, las consentía con mil pequeños detalles y, al finalizar el primer día de vacaciones, nos dijo: “esto es ser feminista: enseñar a otra mujer cómo reconocer cuando es feliz”.

Graciela Hierro Perezcastro (México D.F., 1930-2003), doctora en filosofía, titular de la Cátedra de Ética y responsable del Seminario Interdisciplinario de Filosofía de la Educación y Género en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, nunca se equivocaba cuando hacía descansar la definición de algo en el reconocimiento de la acción que la sustentaba necesariamente. Fundadora en 1992, y directora hasta su muerte, del Programa Universitario de Estudios de Género, solía afirmar que su militancia feminista la había vivido toda desde la escuela, que la UNAM era su trinchera y que con sus alumnos había logrado que el feminismo fuera reconocido como el pensamiento político más importante de la filosofía de las mujeres. En sus memorias, Gracias a la vida… -que se atrevió a escribir porque había aprendido de Sócrates que una vida no reflexionada no vale la pena de ser vivida-, escribió: “las mujeres somos polizonas de la cultura masculina, espías a media. No somos aceptadas plenamente como filósofas si intentamos investigar temas diferentes de los tradicionales”.[1]

Para revertir la exclusión del feminismo de los temas filosóficos por parte de sus colegas, como presidenta de la Asociación Filosófica de México, organizó durante un Congreso Nacional de Filosofía una mesa a la cual invitó a Simone de Beauvoir, que no puedo asistir por problemas de salud, y a la presidenta de la Sociedad de Mujeres para la Filosofía de los Estados Unidos, Aziza al Hibri. La mesa fue un éxito “y todos los asistentes fueron a la mesa de feminismo, para ver qué decían las mujeres”. Entonces decidió fundar la Sociedad de Mujeres para la Filosofía, capítulo México.[2]

    Graciela Hierro ubicaba en la idea de la filósofa existencialista francesa Simone de Beauvoir “uno no nace mujer, se hace”[3] el arranque no sólo de una teoría política del derecho a liberarse de la imposición de la sujeción femenina, sino de una ética utilitaria que postula, como criterio de juicio moral, la utilidad social de la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres.[4] La relación entre ética y política, según Hierro, se da en dos niveles: 1) en las reglas morales que sirven para orientar los actos de los individuos en sociedad, y 2) en la práctica histórica. Graciela entendía las normas morales como convenciones que pueden ser revocadas si las consecuencias de su cumplimiento no se ajustan al principio de justicia, que se centra en la idea de que diferentes individuos no deben ser tratados en forma distinta. Esto resultaba en extremo adecuado para proponer una reforma de la condición femenina. Por lo tanto, como mexicana y como feminista, sostenía que: “El lugar y la función que las mujeres ocupan en las sociedades presentes no pueden ser considerados como ya prejuzgados, sea por los hechos o por las opiniones que los han consagrado a través de las épocas; como todo arreglo social, deben plantearse en cada época en abierta discusión y evaluarse con base en la utilidad social y la justicia concomitante. La decisión ética sobre la condición femenina actual se sustentará en la evaluación que se haga de sus tendencias y sus consecuencias, en tanto éstas son provechosas para el mayor número”.[5]

    En el lenguaje académico mexicano de mediados de la década de los ochenta, todavía no se utilizaba masivamente la categoría de género, que a principios de 1990 se convertiría en una semi-imposición conceptual, y que obligaría a sociólogas como Teresita de Barbieri, (quien, sin embargo, resaltó la diferencia entre la positiva igualdad social y jurídica y el desgaste que implicaría la búsqueda de una imposible identidad entre los sexos) y a antropólogas como Marta Lamas, dedicada a la desconstrucción de la figura de la madre y del maternazgo en los sistemas políticos y de parentesco mexicanos, a historiadoras como Graciela Cano, encargada de resaltar la victimización de las mujeres, a la propia Graciela Hierro, y otras, a defender el ocultamiento de las sexualidades y de la especificidad, politicidad y rebeldía femeninas bajo una categoría que remitía siempre las mujeres a su relación con los hombres, y que por ello mismo resultaba muy cómoda a la teoría feminista igualitaria y a la política internacional[6].

    Género fue desde entonces la palabra que sustituyó mujeres en los documentos de la ONU: impoluta, asexuada, apolítica, ceñía siempre las mujeres a su subordinación con respecto a los hombres. A la vez, los “estudios de género” suplantaron los otrora estudios feministas en las universidades; y ahí nuevamente los hombres se pudieron colar.

   No obstante, para Graciela Hierro la categoría central aplicable a la condición femenina era la de “ser para otro”, que según Simone de Beauvoir la situaba en un nivel de inferioridad respecto al otro sexo, negándole toda posibilidad ontológica de trascendencia. “El ser para otro del que nos habla De Beauvoir se manifiesta concretamente en la mujer a través de su situación de inferiorización, control y uso. Son éstos los atributos derivados de su condición de opresión, como ser humano, a quien no se le concede la posibilidad de realizar un proyecto de trascendencia”.[7] Esta interpretación de lo masculino como lo propiamente humano, la norma humana, que confina lo femenino en la posición estructural de lo “otro”, aquello que establece la diferencia, implicaba para mi maestra un deber ético-político, que coincidía con la denuncia del sistema de desigualdad entre los sexos. Coincidía, asimismo, con la  formulación de la existencia de un sistema de géneros, esto es, un sistema de división sexual y económica del trabajo entre los sexos, y su representación simbólica. En este sentido, Graciela Hierro no tuvo que pasar de una posición rebelde de autonomía feminista y sujetivización femenina a la explicación de la lógica interna del patriarcado, para asumir la dirección del Programa Universitario de Estudios de Género en 1992. Para ella, la condición femenina siempre se explicó a través de la división simbólica de los sexos (sus trabajos, sus importancias), que el término género contribuye a aclarar. [8]

    Para Hierro, la política de las mujeres es y debe ser una política de reivindicaciones, pues cuestiona la situación de las mujeres en función de la sociedad (de su inserción en una sociedad de decisiones y simbolización masculinas) y no en función de sí mismas. En 1990, cuando ya utilizaba la categoría de género, escribió que el “fenómeno humano” puede estudiarse en todos sus aspectos para comprender la conducta ética. Estos aspectos, todos de igual valor para el conocimiento de la vida de las personas, son: sus características socioeconómicas, su localización geográfica, su historia personal y social, su sexo-género, su edad (en este orden).[9] El ser mujeres en sí parecía representar para Graciela Hierro una variante y no un hecho fundamental de la condición humana.

    Sin embargo, en 2001, quizá por la crisis que la victoria de la derecha impuso a las esperanzas de cambio a través de las políticas de cuotas y de representatividad al interior del sistema, Hierro radicalizó su postura feminista y se planteó una ética del placer  para un sujeto femenino en proceso de construcción, ya menos identificado con su género y más dispuesto a relacionarse con su diferencia sexual: un sujeto necesitado de orden simbólico, autodefinición y autonomía moral, que se escribía en femenino plural: las mujeres. De tal manera, no pudo evitar reconocer la centralidad de la sexualidad y del placer para analizar la relación entre poder y saber y por ello se cuestionaba sobre la posibilidad de una ética del placer que no fuera un ética sexualizada. Con lo cual, implícitamente, Hierro criticaba el género como instrumento conceptual para la autonomía moral de las mujeres, pues el género sólo es lo que se piensa propio de las mujeres y de los hombres y no un medio para descubrir y realizar el estilo de vida del sujeto mujeres. La ética del placer se convertía así en una ética para la práctica de la diferencia sexual, visualizada desde varias disciplinas, que permite a las mujeres ser independientes de los condicionamientos sexuales. “La ética feminista se ha ‘sexualizado’ porque las mujeres, en tanto género, nos hemos creado a través de la interpretación que de los avatares de nuestra sexualidad hace el patriarcado. Sin duda, nuestra opresión es sexual; el género es la sexualización del poder”,[10] escribió. Y agregó que la filosofía se re-crea bajo la vigilante mirada feminista, cuyo método implica el despertar de la conciencia, sigue con la desconstrucción del lenguaje patriarcal y culmina con la creación  de la gramática feminista, cuyo fundamento último es el pensamiento materno. De tal manera el género sirve para identificar el imaginario sexual que se construye desde el cuerpo masculino, mismo que una vez identificado permitirá a las mujeres separar sexualidad, procreación, placer y erotismo. Ahora bien, la sabiduría y la ética de las mujeres trascienden este primer paso a través de un proceso de liberación que implica el ejercicio moral de un sujeto que se reconoce libremente a sí mismo y que analiza sus acciones para su buena vida. La doble moral sexual es genérica, la ética del placer es un saber de las mujeres.

    La radicalidad feminista en filosofía no es un rasgo fácilmente apreciable. Las descalificaciones y la marginación académica son precios que no todas las filósofas se atreven a pagar, a la vez que es muy difícil justificar en la academia la relación entre la teoría/práctica feminista y el filosofar. Por lo general, la aceptación de los aportes epistemológicos provenientes de los movimientos políticos es lenta y el peso del universalismo, todavía agobiante. La labor de Graciela Hierro en las universidades latinoamericanas ha sido muy importante. No sólo porque muchas de las filósofas que hoy están en otras instituciones académicas fueron sus alumnas en la UNAM, cuando en las década de 1980 esa universidad fue un centro de irradiación de la cultura latinoamericana, sino porque ella misma ha desafiado los temas de los convenios internacionales para insertarse y contactarse con filósofas de los países anfitriones. Conversaciones, debates, cursos dictados por ella en los céspedes de muchas universidades han permitido que alumnas y maestras se otorgaran a sí mismas el permiso para expresar en clases sus reflexiones acerca de sus acciones en las calles o en los colectivos de mujeres. Reconociéndose hija simbólica de Sor Juana y de Rosario Castellanos, dos escritoras que filosofaron, Graciela Hierro no sólo ha valorado todo saber científico femenino, sino que se ha ofrecido como “madre simbólica” a numerosas alumnas que necesitaban tender un puente entre su activismo y sus estudios, así como a varias filósofas que se atrevieron a mirar más allá del análisis lógico formal para pensarse.

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Libros de Graciela Hierro Perezcastro:

Ética y feminismo, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985

De la domesticación a la educación de las mexicanas, México, Editorial Torres Asociados, 1989

La naturaleza femenina. Tercer coloquio nacional de filosofía (compiladora), México, UNAM, 1989

Ética de la libertad, México, Editorial Fuego Nuevo, 1990

Perspectivas feministas (editora), Puebla, Universidad Autónoma de Puebla, 1993

Naturaleza y fines de la educación superior, México, UNAM, 1994

Diálogos sobre filosofía y género (editora), México, Asociación Filosófica de México/UNAM, 1995

Filosofía de la Educación y Género (editora), México, Facultad de Filosofía y letras de la UNAM/Editorial Torres Asociados, 1997

Gracias a la vida, México, Documentación y Estudios de Mujeres A.C. (DEMAC), 2000

La ética del placer, México, UNAM, 2001


* Ponencia leída en la Semana de Filosofía de la Universidad Intercontinental de la Ciudad de México en agosto de 2005.

[1] Graciela Hierro Perezcastro, Gracias a la vida…, Demac, México, 2000, p. 31.

[2] Ibidem.

[3] Le deuxième sexe, Gallimard, Paris, 1948 (El segundo sexo, Ediciones Siglo XX, Buenos Aires, 1981, vol.1).

[4] Hierro, Ética y feminismo, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985.

[5] Graciela Hierro, Diálogos sobre filosofía y género (editora), México, Asociación Filosófica de México/UNAM, 1995, pp. 93-94.

[6] Cfr. Marta Lamas (comp.), El género: la construcción cultural de la diferencia sexual, México D.F., Miguel Ángel Porrúa-Programa Universitario de Estudios de Género, 1996. Cabe destacar que en esta compilación ningún texto es de una autora latinoamericana. Asimismo, cfr. Marta Lamas y Frida Saal, La bella (in)diferencia, México D.F., Siglo XXI, 1991; Marcela Lagarde, Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, México D.F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1993; etcétera. A estos libros, debe agregarse la descalificación, en congresos, folletos y revistas (fem, debate feminista, etc.), de los estudios que se remitieran a categorías feministas anteriores, como patriarcado, a la diferencia sexual, a los análisis radicales de la condición de las mujeres, a los estudios lésbicos.

[7] Graciela Hierro, Ética y feminismo, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, pp. 13-14.

[8] Cfr. A propósito de la sujetivización femenina y el género: Rosi Braidotti: Sujetos nómades, Buenos Aires, Paidós, 2000; y Dissonanze. Le donne e la filosofía contemporanea. Verso una lettura filosofica delle idee femministe, Milán, La Tartaruga edizioni, 1994.

[9] Hierro, Ética de la libertad, México, Editorial Fuego Nuevo, 1990, p. 70.

[10] Graciela Hierro, La ética del placer, México, UNAM, 2001, pp. 9-10.

 

 

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