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Francesca GARGALLO, «A propósito de ¡A desordenar!, libro de Raquel Gutiérrez», Universidad Autónoma de la Ciudad de México, San Lorenzo Tezonco, D.F., 28 de noviembre de 2006.

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A propósito de ¡A desordenar!, libro de Raquel Gutiérrez

Francesca Gargallo

San Lorenzo Tezonco, D.F., 28 de noviembre de 2006

 

Es un consuelo enfrentarse a un libro con el que se está de acuerdo desde las ideas que subyacen a su forma de presentarse. Un libro que me dice sin ambages que pertenezco a un conjunto de personas al que la ideología burguesa ha logrado derrotar el entusiasmo de pertenecer a grandes colectivos políticos que, hace tan sólo treinta años, pretendían la transformación del capitalismo, sus relaciones de poder, su apropiación brutal de la fuerza de trabajo y su imposición de voluntades ajenas para amoldarse a destinos no elegidos. Un libro que me dice que vía la reflexión honesta se puede volver a vivir la propia afirmación, a reconstruir el camino al discernimiento de lo común como esperanza, de lo colectivo como modo de vivenciar la libertad. Y que me lo dice desde una larga reflexión, elaborada con tiempo aunque sin medios, en la cárcel y desde una voluntad de resistencia; una reflexión pausada y no por eso menos palpitante sobre los errores, las contradicciones, las frustraciones, los abandonos de una política que buscaba el levantamiento armado de las masas, pero se resistía a analizar la violencia porque necesitaba utilizarla. Un libro que me dice que no todo está perdido porque nunca cedí a la incongruencia del sexismo y que cuando por eso fui tachada de divisionista y burguesa en realidad estaba resistiendo una imposición política.

Al recorrer las páginas de ¡A desordenar! Por una historia abierta de la lucha social, de Raquel Gutiérrez Aguilar,[1] sentí las dudas y las afirmaciones de una mujer que estando presa descubrió los entramados represivos de la cárcel social burguesa, sus estrategias de sometimiento de las voluntades, de desunificación y estimulación de la rivalidad, y sus otros mecanismos de imposición del poder que no debe cuestionarse. Sentí, un instante antes de llegar a entenderlo, el sólido vínculo que une la violencia que este poder ejerce desde la estructura social-económica con la violencia de estado, con el derecho que se abroga de ejercer la única violencia legítima. ¡A desordenar! me provocó una mezcla de sensaciones, que terminaron esclareciéndose a medida que avanzaba y que eran, sin distingos, a la vez emociones e ideas acerca de las realidades que Raquel Gutiérrez Aguilar expone a la reflexión compartida. Así me enteré de cuántas reflexiones políticas reprimí por dejarme llevar por las prisas de una vida intelectual que no se detiene sobre los mecanismos de represión porque, de hacerlo, debería revisar cómo se construye y qué presenta a la reflexión común.

De Raquel Gutiérrez, con anterioridad, había leído Desandar el laberinto. Introspección en la feminidad contemporánea, un libro sobre las trampas de la igualdad entre mujeres y hombres en la sociedad contemporánea, que la izquierda histórica no asumió, y que mi amigo Coquena me había prestado poco antes de llegar a conocerla gracias a otro amigo. En ese libro, esta matemática mexicana procesada por levantamiento armado en Bolivia, escribía: “Se pretende que somos convocadas a los espacios sociales en tanto iguales, se asume que no existen diferencias; más aún, a esta noción se le valora como la más progresista de todas y así, una y otra vez, nos vemos compelidas a incorporarnos, escindida y frustrantemente, a un universo de racionalidad masculina”.[2] En ¡A desordenar! también insiste: “Es necesario mucho más que un compromiso teórico o político formal, con este ámbito de la revolucionarización de lo existente. Se necesita asumir la identidad propia, el ser mujer de manera integral, que no es fácil, pues es una identidad tan insistentemente negada, pero a la vez tan esencial e íntima, que muchas veces nos produce miedo”.

Sin embargo, Raquel Gutiérrez Aguilar había creído firmemente en la universalidad de las aspiraciones políticas masculinas; la crisis de la misma la elaboró durante cinco años de cárcel porque ahí descubrió que la impotencia, la verdadera derrota política, es hija del desinterés por las y los demás.

Porque el ser mujer para los hombres es una suposición incomprensible, porque considera el valor epistémico de la literatura y las palabras compartidas (como Freud cree que a las ideas más profundas a las que llegó, habían llegado antes algunos artistas, poetas para Freud, narradores para Raquel: José Revueltas, Rosario Castellanos), porque se rebela contra las imposiciones, Raquel Gutiérrez reelaboró los años de entusiasmo revolucionario, las discusiones honestas sobre qué y cómo vivir la revolución que compartía con los y las compañeras con quien fundó el Ejército Guerrillero Tupak Katari, la experiencia comunitaria aymara, y la frustración del movimiento de masas con el repunte de la agresividad capitalista en los años 1980, la tortura y la cárcel.

¡A desordenar! se refiere a todo ello. Es un testimonio de ocho años de vida política que fue, como ella misma dice, “una bisagra entre las guerrillas latinoamericanas de viejo tipo, vanguardistas y herederas de la Revolución cubana, y la novedosa forma zapatista de insurgencia indígena y comunitaria”. Es una reflexión sobre y desde los años en que estuvo presa sin juicio ni sentencia en la Cárcel de Obrajes. Y es también una proposición de reabordar un proyecto revolucionario, constructivo y comunitario, que necesita criticar la violencia como negación intrínseca de la autodeterminación que constituye las relaciones burguesas, para ofrecernos el camino de la rebelión de una comunidad.

 Releyendo a filósofos como Sartre y Bachelard a la luz de los múltiples fracasos vividos, retomando la crítica al pensamiento normal descrito por Tomás Kuhn, decide estallar las formas de entender el quehacer político y las relaciones de poder tradicionales de la izquierda y asumir la intuición como instrumento de perturbación de lo ordenado, del prejuicio o el paradigma que impide la comprensión de la realidad más profunda. Raquel funda sus razonamientos en el estudio de lo que existe experiencialmente, negándose a todo reglamento; esto es, sostiene su pensamiento en la destrucción de los conocimientos mal adquiridos que obstaculizan la comprensión de realidades diversas. De manera radical critica la confusión del estatismo autoritario y de la redistribución de las ganancias con el socialismo, afirma que toda tendencia a la imposición de esquemas es una forma de sobrevivencia de las relaciones capitalistas, y pretende esbozar cambios en la cultura humana. Su virulenta oposición al centralismo democrático y a la reducción del ser humano al proletario durante sus años de militancia, le permiten hoy reivindicar la riqueza de la humanidad concreta, de sus necesidades dispersas y variadas. Y con ello, le ofrecen la posibilidad de volver a preguntarse con toda honestidad si la clave del socialismo está en el problema del poder, de la superación de la explotación del trabajo, de la reapropiación social, por los y las trabajadores directas, de lo que es socialmente producido, logrado, construido.


[1] Cito la segunda edición, de Casa Juan Pablos-Centro de Estudios Mesoamericanos y Andinos, México 2006.

[2] Raquel Gutiérrez Aguilar, Desandar el laberinto. Introspección en la feminidad contemporánea, Muela del Diablo editores, La Paz, Bolivia 1999, p. 20. Sé que este tema había sido abordado antes en Chile por Margarita Pisano, en su reiterada denuncia de la falsa democracia en la cual quieren apresarnos; sin embargo, me pareció importante la formulación de Raquel Gutiérrez por ser tan directa y por el ámbito donde maduró su reflexión.

 

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